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Intriga. Cine negro
Fred Madison (Bill Pullman), un músico de jazz que vive con su esposa Renee (Patricia Arquette), recibe unas misteriosas cintas de vídeo en las que aparece una grabación de él con su mujer dentro de su propia casa. Poco después, durante una fiesta, un misterioso hombre (Robert Blake) le dice que está precisamente en su casa en ese instante. Las sospechas de que algo raro está pasando se tornan terroríficas cuando ve la siguiente cinta de video... (FILMAFFINITY) [+]
17 de junio de 2009
17 de junio de 2009
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Lynch idea una historia sobre las capas internas más siniestras que esconde el género humano, no lo hace de un modo convencional, ni siguiendo un orden espacio-temporal lógico, ni unas referencias claras. Bucea en su universo onírico de pesadilla con la soltura de un pez en el agua, sugiriendo las sensaciones que bullen debajo de la fachada, los impulsos más primitivos, los deseos más íntimos, los terrores más arraigados, las incoherencias de nuestro ser hecho sobre todo de carne pulsante, de instinto, de intuición, de una energía inabarcable y repleta de fiereza que es el vestigio de nuestra naturaleza primigenia salvaje, contenida y canalizada a duras penas (como si fuera posible contenerla precariamente en un frágil dique que nunca se sabe cuándo puede romperse) tras eones de evolución y de aprendizaje social.
Cuando Lynch quiere hablar sobre el deseo, sobre la obsesión sin freno por una persona hacia la que te sientes arrastrado como si fueses una serpiente encantada que sabe que se desliza hacia su perdición, sobre los celos, sobre el amor no correspondido, sobre el inframundo de la pornografía, de las mafias y de los negocios turbios que trafican con todo (y sobre todo con la dignidad y la vida)… Cuando Lynch quiere hablar sobre un hombre perdido en una espiral en la que se hunde llevado por su loco deseo y de la que no puede salir, cuando quiere hablar de sus miedos más hondos y de sus esperanzas más descabelladas… No lo hará de una forma cómoda para la mente del espectador. Acostumbrado a una superficie donde existen unas coordenadas, a razonar para no perderse en el laberinto interior que tanto teme, a seguir un orden establecido y tranquilizador, el espectador tiende a renegar de su mundo interno que es ante todo onírico, caótico, incoherente. El exterior que mostramos es mera apariencia construida con esfuerzo y hábito, y somos temerosos de todo lo que no queremos mostrar. De todo lo que late más adentro y que es tan difícil admitir y, también, aceptar.
“Carretera perdida” se salta a la torera la apariencia y conecta directamente con el subconsciente. Y ni siquiera los personajes son un punto de apoyo estable, porque a Lynch le encanta recrear a fondo las distintas caras de la personalidad, las dualidades, los diversos “yoes” que llevamos. Así, un personaje puede ser varios al mismo tiempo, puede desdoblarse, lo cual resulta confuso y desorientador… Y a menudo no estaremos seguros de si lo que vemos son fragmentos de la realidad de la historia, o fragmentos imaginarios. Si hay algunos puntos que nos puedan servir para no perder pie completamente, quizás sean:
-Primero, que no podemos fiarnos ciegamente de todo lo que vemos, porque habrá cosas que no existen más que en la mente del protagonista, tal vez cosas que él desearía que hubieran pasado o que no y les da la vuelta para hacerlas más soportables.
Cuando Lynch quiere hablar sobre el deseo, sobre la obsesión sin freno por una persona hacia la que te sientes arrastrado como si fueses una serpiente encantada que sabe que se desliza hacia su perdición, sobre los celos, sobre el amor no correspondido, sobre el inframundo de la pornografía, de las mafias y de los negocios turbios que trafican con todo (y sobre todo con la dignidad y la vida)… Cuando Lynch quiere hablar sobre un hombre perdido en una espiral en la que se hunde llevado por su loco deseo y de la que no puede salir, cuando quiere hablar de sus miedos más hondos y de sus esperanzas más descabelladas… No lo hará de una forma cómoda para la mente del espectador. Acostumbrado a una superficie donde existen unas coordenadas, a razonar para no perderse en el laberinto interior que tanto teme, a seguir un orden establecido y tranquilizador, el espectador tiende a renegar de su mundo interno que es ante todo onírico, caótico, incoherente. El exterior que mostramos es mera apariencia construida con esfuerzo y hábito, y somos temerosos de todo lo que no queremos mostrar. De todo lo que late más adentro y que es tan difícil admitir y, también, aceptar.
“Carretera perdida” se salta a la torera la apariencia y conecta directamente con el subconsciente. Y ni siquiera los personajes son un punto de apoyo estable, porque a Lynch le encanta recrear a fondo las distintas caras de la personalidad, las dualidades, los diversos “yoes” que llevamos. Así, un personaje puede ser varios al mismo tiempo, puede desdoblarse, lo cual resulta confuso y desorientador… Y a menudo no estaremos seguros de si lo que vemos son fragmentos de la realidad de la historia, o fragmentos imaginarios. Si hay algunos puntos que nos puedan servir para no perder pie completamente, quizás sean:
-Primero, que no podemos fiarnos ciegamente de todo lo que vemos, porque habrá cosas que no existen más que en la mente del protagonista, tal vez cosas que él desearía que hubieran pasado o que no y les da la vuelta para hacerlas más soportables.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
-Segundo, olvidarnos del orden lógico y lineal y fiarnos de nuestras primeras impresiones o, a falta de éstas, de las segundas o las terceras.
-Y tercero, que varias personas pueden ser una misma.
Si hubiera que añadir un cuarto punto, diría que es bueno dejar reposar la película y no bloquearnos, sino confiar en que lo que se nos ocurra puede ser tan válido como lo que se le ocurra a otro.
Porque aquí no hay reglas, no hay verdades irrefutables.
Creo que uno de los aspectos más sobresalientes de Lynch en películas como ésta o “Mulholland Drive” es que sugiere, y el resto nos lo deja a nosotros, para que cada uno podamos conectar con aquello que agite algo en nuestras entrañas, o aquello que despierte una chispa de reconocimiento, de pura intuición, en nuestro cerebro.
-Y tercero, que varias personas pueden ser una misma.
Si hubiera que añadir un cuarto punto, diría que es bueno dejar reposar la película y no bloquearnos, sino confiar en que lo que se nos ocurra puede ser tan válido como lo que se le ocurra a otro.
Porque aquí no hay reglas, no hay verdades irrefutables.
Creo que uno de los aspectos más sobresalientes de Lynch en películas como ésta o “Mulholland Drive” es que sugiere, y el resto nos lo deja a nosotros, para que cada uno podamos conectar con aquello que agite algo en nuestras entrañas, o aquello que despierte una chispa de reconocimiento, de pura intuición, en nuestro cerebro.