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Voto de Vivoleyendo:
8

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8
6.7
7,622
12 de julio de 2008
12 de julio de 2008
88 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvidaos de los típicos productos en serie de usar y tirar que suelen inundar el mercado, supuestamente dirigidos a adolescentes.
Quitaos de la cabeza el chip de las alegres pandillas hormonadas de mascadores de chicle con los chistes soeces de turno, las competiciones de popularidad y la carrera para ver quién echa más polvos.
Alejaos de todo ese vano ruido, porque lo que vais a hacer aquí es meteros directamente y sin pasar por aduana en la personalidad y la perspectiva subjetiva de Alex, un chico de ciudad aficionado al skate.
No necesitamos presentación, porque como estamos dentro de Alex, él mismo nos va mostrando su camino. El camino hermético de un adolescente introvertido, de pocas palabras, que deja traslucir muy poco de su interior, que vive volcado en su universo propio, sintiendo esa mezcla de aislamiento y de rechazo hacia el exterior y de vacilante y reacia necesidad de contacto, de integración y de aceptación.
Ni siquiera desde nuestra posición privilegiada conseguiremos desentrañar la mayor parte de los secretos que destila su mirada limpia pero velada. Seguiremos sus pasos por pasillos y calles, oiremos la música que se cuela en su memoria auditiva como una letanía que le acompaña, veremos las cosas con un filtro en ocasiones opaco, en ocasiones traslúcido, en ocasiones turbio, pero rara vez, muy rara vez, con un filtro transparente y diáfano. Solamente, solamente en el cruce de miradas con el detective. En el terrible momento de estar contemplando los ojos de un hombre que lo mira con fijeza, sabiendo que unos segundos después estará muerto. En la vertiginosa soledad de una ducha obsesiva que no limpia más que la piel, porque no puede limpiar la conciencia.
Nunca se está listo para el Paranoid Park. Para ese parque ilegal de skaters de Portland construido a base de perseverancia por unos chavales que necesitan tener algo en lo que creer, algún sueño de triunfo en medio de los fracasos cotidianos. Para Alex, como para todos, el Paranoid es más que un lugar donde ir a patinar. Es contar al mundo sin palabras, con el eco de las ruedas resonando sobre el hormigón decorado con grafittis, que los jóvenes también son capaces de encontrar sus propias motivaciones y metas a través del desafío a la fuerza de la gravedad sobre una breve tabla, que quizás sea para ellos una tabla de salvación y de fuga cuando todo lo demás se desmorona.
Quitaos de la cabeza el chip de las alegres pandillas hormonadas de mascadores de chicle con los chistes soeces de turno, las competiciones de popularidad y la carrera para ver quién echa más polvos.
Alejaos de todo ese vano ruido, porque lo que vais a hacer aquí es meteros directamente y sin pasar por aduana en la personalidad y la perspectiva subjetiva de Alex, un chico de ciudad aficionado al skate.
No necesitamos presentación, porque como estamos dentro de Alex, él mismo nos va mostrando su camino. El camino hermético de un adolescente introvertido, de pocas palabras, que deja traslucir muy poco de su interior, que vive volcado en su universo propio, sintiendo esa mezcla de aislamiento y de rechazo hacia el exterior y de vacilante y reacia necesidad de contacto, de integración y de aceptación.
Ni siquiera desde nuestra posición privilegiada conseguiremos desentrañar la mayor parte de los secretos que destila su mirada limpia pero velada. Seguiremos sus pasos por pasillos y calles, oiremos la música que se cuela en su memoria auditiva como una letanía que le acompaña, veremos las cosas con un filtro en ocasiones opaco, en ocasiones traslúcido, en ocasiones turbio, pero rara vez, muy rara vez, con un filtro transparente y diáfano. Solamente, solamente en el cruce de miradas con el detective. En el terrible momento de estar contemplando los ojos de un hombre que lo mira con fijeza, sabiendo que unos segundos después estará muerto. En la vertiginosa soledad de una ducha obsesiva que no limpia más que la piel, porque no puede limpiar la conciencia.
Nunca se está listo para el Paranoid Park. Para ese parque ilegal de skaters de Portland construido a base de perseverancia por unos chavales que necesitan tener algo en lo que creer, algún sueño de triunfo en medio de los fracasos cotidianos. Para Alex, como para todos, el Paranoid es más que un lugar donde ir a patinar. Es contar al mundo sin palabras, con el eco de las ruedas resonando sobre el hormigón decorado con grafittis, que los jóvenes también son capaces de encontrar sus propias motivaciones y metas a través del desafío a la fuerza de la gravedad sobre una breve tabla, que quizás sea para ellos una tabla de salvación y de fuga cuando todo lo demás se desmorona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La cámara somos nosotros dentro de Alex, a su lado, siguiéndolo por sus problemas, el divorcio de sus padres, la soledad a solas, en pareja y en grupo, la búsqueda de sí mismo en la familia, en el skate, en la amistad, en la introversión, en el sexo no deseado con ansia y considerado como un simple trámite de iniciación... Pero lo que desvía el trayecto de Alex en persecución de sí mismo sobre cuatro ruedas, del trayecto ordinario que suelen recorrer los demás, es una abrumadora carga de culpabilidad cuyo peso sólo él sentirá día tras día durante el resto de su vida. La decisión está tomada, y él ha elegido cargar con su conciencia y con su culpa, sin más desahogo que un papel con palabras que sólo las llamas leerán.
A veces no hay juez más severo que uno mismo.
A veces no hay juez más severo que uno mismo.