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Voto de Vivoleyendo:
10
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10
Drama Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, ... [+]
13 de agosto de 2008
36 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carl Theodor Dreyer decididamente creía en los milagros.
En un mundo dividido por las disparidades religiosas y sacudido por la soberbia, por la intransigencia, por las dudas y por el escepticismo, Dreyer trajo un pequeño rayo de fe y de esperanza.
Dreyer creó en este drama todo un dogma de fe, renovó unas creencias gastadas por la indolencia y por la inercia: que quizás en estos tiempos tan revueltos, sólo los niños y los que tienen nublada la razón, puedan ver la auténtica luz. La que está vetada a todos los demás. A los escépticos, a los agnósticos, a los que no creen más que en lo que tienen ante sí. Y yo soy la primera descreída, la primera que se mueve no ante unas leyes divinas invisibles y para mí bastante improbables, sino ante las leyes naturales, las del sentido común y las del corazón. Yo me cuento entre quienes sólo creen en los pequeños milagros cotidianos, entre los que creen en la vida y en todo lo hermoso que ésta trae. Me gusta pensar que existe una belleza que trasciende lo que somos como seres humanos y que alcanza a lo que nos rodea. Pero yo, al igual que Mikkel Borgen, no tengo fe en un Dios impreciso y externo a mí al que no puedo ver. No acepto la muerte porque supone un drástico final, una separación definitiva.
Muchas veces pienso que las personas necesitamos creer que hay algo más allá de nosotros y de nuestra vida, para aceptar mejor la idea de la muerte. Que quienes se marchan, no lo hacen para siempre, y que de algún modo seguirán amándonos desde alguna parte, y que un día nos reuniremos de nuevo. Tal vez incluso yo misma necesite creerlo, para soportar mejor el vacío de la muerte.
Ojalá pudiera estar convencida de eso. Pero nunca lo estaré. Siempre me atenazará la certeza de que la vida se acaba, y punto. Y no hay nada más.
Dreyer me ha aportado una ilusión hermosa. Durante dos horas me ha regalado un poco de esa fe que yo apenas tengo. No la fe entendida como la creencia ciega en unos dogmas impuestos que no se entienden bien. La fe en el amor y en todo lo que realmente hace que esta vida sea más que polvo y miseria.
Dreyer me ha dado una lección de humildad y de confianza. Las dos familias enfrentadas por fútiles diferencias en sus observancias de la fe, que van atravesando por un proceso de cambios, demuestran de la forma más sencilla y conmovedora que, cuando aprendemos a movernos por algo más que por necia arrogancia y a dejar ésta de lado, los frutos pueden ser muy dulces. Y que todo, todo, es posible si aprendemos a escuchar.
Y si amamos. Si amamos por encima de todo. Quizás sea ése el verdadero milagro de la existencia humana. Un milagro en el que yo sí creo a pies juntillas, y que todos los días tengo la fortuna de sentir.
Excelso drama familiar y de fe, que trae al presente los milagros del pasado para demostrar que tal vez no estamos perdidos, que tal vez no viajamos solos por este valle de sombras.
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