Este drama romántico y psicológico es estupendo porque te deja dándole vueltas y vueltas al coco. Yo al principio ni me imaginaba el giro que iba a tomar la historia. Y aunque nos retrotraiga a títulos conocidos de otros autores que han tratado temas similares, sigo notando el mismo gusanillo de la ira que chisporrotea dentro en una protesta que no sabe cómo salir, porque después te das cuenta de que es verdad, que al final la mayoría acaba vendiéndose a la conveniencia, a la comodidad, a un acto voluntario de cerrar los ojos y hacer como si no pasara nada, y todo lo que viven Kathy, Tommy y Ruth es perfectamente vigente, pobres conejillos de indias que se dirigen a su programada destrucción en una aceptación resignada, porque el chantaje es demasiado aplastante y paralizador, porque no pueden huir, no tienen donde huir si el sistema ya los ha condenado igual en todas partes, porque no pueden escapar ni aunque quisieran sabiendo que son “héroes” forzosos, que no han elegido serlo, y esa losa cae sobre ellos y es suficiente para encadenarlos inexorablemente.
Así que lo que les queda es la infancia en Hailsham, lo que había antes de descubrir su sino, antes de llegar al momento de asumirlo, mientras eran cuidados con mimo en la residencia, como los cerdos engordados en las dehesas con bellotas selectas y que corretean felices e ignorantes desconociendo que unos depredadores están vigilando su desarrollo para llevarlos al matadero en el apogeo.
Lo que les queda es haberse sentido seres humanos, haber amado, haber sentido y experimentado mientras se les permitía corretear felices y semiignorantes por su dehesa, bajo ojos vigilantes que nunca los vieron como a la personas que son.