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Voto de Vivoleyendo:
10
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10
6.9
40,063
4 de marzo de 2008
4 de marzo de 2008
118 de 141 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuántas veces Briony Tallis se estrellaría contra el muro de la impotencia al no poseer el poder de regresar a aquel momento que lo truncó todo. Cuántas veces su corazón exudaría inútiles lágrimas de sangre y se retorcería de arrepentimiento al recordar.
Y cuántas veces se obsesionaría imaginando lo que pudo haber sido y nunca fue. Todo su ser se paralizó en aquel fatídico verano de 1935 y ya no viviría más que para volver y volver constantemente al tremendo e inconsciente error que cometió.
Esta es la historia de una penitencia autoimpuesta. De memorias ancladas en un pasado cuyo curso natural se desvió hacia la destrucción. La espeluznante sensación del remordimiento que jamás concede un instante de tregua.
A veces cometemos equivocaciones que pueden cobrarse el precio más terrible. Aunque seamos niños inconscientes. Incluso un acto de impulsiva venganza infantil puede saber a hiel y traer las más insospechadas desgracias.
Briony, que se deja invadir por la frustración y el rencor, en la ceguera de sentirse segundona y eclipsada, de creerse relegada al segundo plano de los hermanos menores que se encuentran en esa edad ingrata, en esa especie de tierra de nadie que es la preadolescencia. Frustración porque clama por su lugar en el orden de las cosas y nadie parece hacerle caso. Frustración porque ya empieza a experimentar sentimientos que le vienen grandes a su vacilante cuerpo inconcluso, y el objeto de su amor primerizo no la ve más que como a una niña. Rabia porque a su alrededor suceden acontecimientos que no comprende bien pero cuyas implicaciones sí intuye. Impotencia porque se halla rodeada de adultos que se comportan de forma extraña, ignorándola en sus tribulaciones.
Y un día explota, y la furia de su erupción llega muchísimo más lejos de lo que realmente deseaba. La explosión causa destrozos irreparables.
Tiempo después, cuando ella reflexiona sobre lo que hizo, la culpabilidad la aplasta. Y trata de buscar una manera de enmendar el daño... ¿Para calmar la culpa que la corroe, para buscar el perdón de los damnificados, entre los que se encuentra ella misma? ¿Para devolverles un futuro arrebatado?
Con una fotografía que en ocasiones casi deja sin aliento, tratada de una forma increíblemente bella, intimista, personal y emotiva; con una banda sonora como no podía esperar menos del genio Dario Marianelli, cautivadora, original (las teclas de la máquina de escribir marcando el ritmo), melancólica, delicada y apasionada; con unas interpretaciones en su justa medida, destacando sobre todo James McAvoy (¡menuda mirada!), Keira Knightley (por la que siento respeto y cuyo trabajo en esta obra me parece digno de elogio, emanando gran sensualidad en ciertos momentos y un desamparo infinito en los penosos intentos de su personaje, Cecilia Tallis, por rehacer su vida deshecha), y Vanessa Redgrave en su breve pero contundente aparición.
Y cuántas veces se obsesionaría imaginando lo que pudo haber sido y nunca fue. Todo su ser se paralizó en aquel fatídico verano de 1935 y ya no viviría más que para volver y volver constantemente al tremendo e inconsciente error que cometió.
Esta es la historia de una penitencia autoimpuesta. De memorias ancladas en un pasado cuyo curso natural se desvió hacia la destrucción. La espeluznante sensación del remordimiento que jamás concede un instante de tregua.
A veces cometemos equivocaciones que pueden cobrarse el precio más terrible. Aunque seamos niños inconscientes. Incluso un acto de impulsiva venganza infantil puede saber a hiel y traer las más insospechadas desgracias.
Briony, que se deja invadir por la frustración y el rencor, en la ceguera de sentirse segundona y eclipsada, de creerse relegada al segundo plano de los hermanos menores que se encuentran en esa edad ingrata, en esa especie de tierra de nadie que es la preadolescencia. Frustración porque clama por su lugar en el orden de las cosas y nadie parece hacerle caso. Frustración porque ya empieza a experimentar sentimientos que le vienen grandes a su vacilante cuerpo inconcluso, y el objeto de su amor primerizo no la ve más que como a una niña. Rabia porque a su alrededor suceden acontecimientos que no comprende bien pero cuyas implicaciones sí intuye. Impotencia porque se halla rodeada de adultos que se comportan de forma extraña, ignorándola en sus tribulaciones.
Y un día explota, y la furia de su erupción llega muchísimo más lejos de lo que realmente deseaba. La explosión causa destrozos irreparables.
Tiempo después, cuando ella reflexiona sobre lo que hizo, la culpabilidad la aplasta. Y trata de buscar una manera de enmendar el daño... ¿Para calmar la culpa que la corroe, para buscar el perdón de los damnificados, entre los que se encuentra ella misma? ¿Para devolverles un futuro arrebatado?
Con una fotografía que en ocasiones casi deja sin aliento, tratada de una forma increíblemente bella, intimista, personal y emotiva; con una banda sonora como no podía esperar menos del genio Dario Marianelli, cautivadora, original (las teclas de la máquina de escribir marcando el ritmo), melancólica, delicada y apasionada; con unas interpretaciones en su justa medida, destacando sobre todo James McAvoy (¡menuda mirada!), Keira Knightley (por la que siento respeto y cuyo trabajo en esta obra me parece digno de elogio, emanando gran sensualidad en ciertos momentos y un desamparo infinito en los penosos intentos de su personaje, Cecilia Tallis, por rehacer su vida deshecha), y Vanessa Redgrave en su breve pero contundente aparición.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Viene a redondear la tarea un tratamiento de la trama que se basa en flashbacks, flashes de recuerdos o de situaciones imaginadas, y ese desolador intervalo en el que Robbie deja divagar su mente delirante para ir a encontrarse en sueños con su amada Cecilia.
Estar en los lugares menos indicados, en los momentos menos oportunos, y reaccionar del modo más deplorable como un acto exorbitado de autodefensa y de desquite de la propia sensibilidad herida. Y cómo más tarde anhelaríamos no haber estado allí. No haber visto. No haber abierto la boca. No haber pronunciado la letal mentira.
Estar en los lugares menos indicados, en los momentos menos oportunos, y reaccionar del modo más deplorable como un acto exorbitado de autodefensa y de desquite de la propia sensibilidad herida. Y cómo más tarde anhelaríamos no haber estado allí. No haber visto. No haber abierto la boca. No haber pronunciado la letal mentira.