Y lo siento, pero no se me ha quitado esa mala impresión en todo el tiempo. Y a mí me gusta el realismo mágico de las novelas sudamericanas. He leído a García Márquez y a Isabel Allende (mis favoritos de aquellas tierras) entre algún otro, y sus libros exuberantes me transportaban a mundos donde se mezclaba lo real con lo imposible. Es muy posible que la novela de Esquivel me produjera una impresión más grata que su traslado al cine, el cual me resulta chirriante, no me convence. Aunque supongo que a lo mejor me ocurrirá lo mismo con las adaptaciones de otras obras del realismo mágico. Que dudo mucho que den la talla para representar con fidelidad y sin perder la magia original siquiera una décima parte de lo que está escrito en esos libros difíciles de clasificar. Dudo seriamente que los tijeretazos que mutilan partes esenciales, los mediocres montajes finales, la dirección más preocupada por cosechar el éxito de taquilla que por dirigir de verdad, y el sempiterno aire a telenovela con ínfulas, puedan hacer honor a los autores que redactaron aquellos libros con toda su dedicación y cariño.
No sé qué me pasa con Alfonso Arau cuando dirige en su tierra, pero otra vez me ha sucedido, como cuando “Y tu mamá también” me causó un chasco tremendo.
Está claro que lo prefiero con creces cuando dirige fuera de México.
Ya hacía años que había leído sobre la ópera prima de Laura Esquivel, y me parecía una receta interesante. La alquimia de la cocina para influir en los estados de ánimo, contagiando a los demás el humor de quien prepara los platos. Pero al probarla en la pantalla, me ha sabido insípida. Le faltaba verdadero cariño, verdadero amor. Incluso noté sabores falsos, que trataban de hacerse pasar por auténticos. Sería que la historia de amor principal y las secundarias pues como que me la sudaban, porque no me las creía. Que había unos saltos cronológicos tan grandes, y unos cortes tan bruscos de unas partes de la trama a otras, que me quedaba con la cuchara a mitad de camino. Y en fin, que si uno no se mete en la sopa y no acepta el caldo propuesto, éste se le hace un mejunje.
Mero papel de regalo con dibujitos chillones que contiene un objeto decepcionante. Como en esos cumpleaños de la niñez en los que en secreto esperabas recibir aquel regalo que te haría suspirar, y lo que recibías estaba a años luz, y ponías cara de póker mientras decías con educación “muy bonito, muchas gracias.”
Pues eso. Que esa misma cara se me ha quedado.