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Drama
Don Jaime (Fernando Rey), un viejo hidalgo español, vive retirado y solitario en su hacienda desde la muerte de su esposa, ocurrida el mismo día de la boda. Un día recibe la visita de su sobrina Viridiana (Silvia Pinal), novicia en un convento, que tiene un gran parecido con su mujer. Basada libremente en la novela "Halma", de Benito Pérez Galdós. (FILMAFFINITY)
19 de febrero de 2010
19 de febrero de 2010
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
...y las malas a todas partes.
Buñuel asestó un zarpazo a toda pretensión de moralidad y caridad cristiana en un ácido retrato de la bajeza encubierta bajo untuosa y rastrera hipocresía. La caridad no suele recibir grandes muestras de gratitud, aunque no las pida. Y ni siquiera todas las formas de caridad son genuinas. La hay que tiene algo de interesado, como cuando el que la ejerce lo hace como mero trámite para salvar su alma pecadora y ganarse un puesto en el cielo, o para echarse flores, o para oír los halagos de los agraciados por su mano bienhechora, o para darse tono y que los demás vean cuán generoso es. La verdadera caridad, la verdadera entrega al prójimo, es viable en muy contadas personas, y es discreta y no alardea.
Pero este mundo es muy poco agradecido. Echar margaritas a los cerdos es un desperdicio, porque no sabrán apreciarlas.
La virtud es improbable y hasta ridícula cuando ponerla en práctica no sirve para nada. Viridiana es temerosa de Dios, y desea hacer el bien. Su devoción tiene ese matiz empalagoso de la bonachonería que cae en saco roto y de la que hacen burla a sus espaldas. Tiene que aprender a través de palos que la naturaleza humana está compuesta en gran medida por negligencia y mezquindad, que olfatea la fragilidad ajena como un depredador y se aprovecha de ella. Inclinándose con patética obsequiosidad ante la mano que da el sustento, pero por detrás haciendo desprecio de la misma mano. Viridiana, pese a sus buenas intenciones y su loable esfuerzo (aunque también podría tener una pizca de esa fría y metódica compasión rutinaria de quienes se han impuesto una labor que tienen que cumplir), queda como una tonta beata que ha metido en su casa a una panda de indeseables. Ni los beneficiarios de sus inútiles acciones compasivas son capaces de mirarla con auténtico respeto, porque hasta ellos la tachan de un poco ida de la azotea. ¿Quién con dos dedos de frente metería en su casa a una pandilla de desconocidos que no parecen tener muy buena catadura? Hasta ellos lo advierten.
Pasiones enfermizas de un hombre traumatizado, el sarcástico inicio en la cruel realidad de una joven que se presta como un corderito a los lobos, el libertinaje y el relajo moral (muy escandalosos para la época) que pululan por una casa donde ni los vivos ni los muertos descansan en paz, a despecho de la disciplina y de la oficiosidad de Viridiana. Al otro extremo de su empeño infructuoso y de su ascetismo recatado, se halla el ritmo prosaico de la vulgaridad, así como los temores y las tentaciones que ella trata de alejar y reprimir. Su tío obsesivo, y Jorge, el atractivo y varonil influjo.
Buñuel asestó un zarpazo a toda pretensión de moralidad y caridad cristiana en un ácido retrato de la bajeza encubierta bajo untuosa y rastrera hipocresía. La caridad no suele recibir grandes muestras de gratitud, aunque no las pida. Y ni siquiera todas las formas de caridad son genuinas. La hay que tiene algo de interesado, como cuando el que la ejerce lo hace como mero trámite para salvar su alma pecadora y ganarse un puesto en el cielo, o para echarse flores, o para oír los halagos de los agraciados por su mano bienhechora, o para darse tono y que los demás vean cuán generoso es. La verdadera caridad, la verdadera entrega al prójimo, es viable en muy contadas personas, y es discreta y no alardea.
Pero este mundo es muy poco agradecido. Echar margaritas a los cerdos es un desperdicio, porque no sabrán apreciarlas.
La virtud es improbable y hasta ridícula cuando ponerla en práctica no sirve para nada. Viridiana es temerosa de Dios, y desea hacer el bien. Su devoción tiene ese matiz empalagoso de la bonachonería que cae en saco roto y de la que hacen burla a sus espaldas. Tiene que aprender a través de palos que la naturaleza humana está compuesta en gran medida por negligencia y mezquindad, que olfatea la fragilidad ajena como un depredador y se aprovecha de ella. Inclinándose con patética obsequiosidad ante la mano que da el sustento, pero por detrás haciendo desprecio de la misma mano. Viridiana, pese a sus buenas intenciones y su loable esfuerzo (aunque también podría tener una pizca de esa fría y metódica compasión rutinaria de quienes se han impuesto una labor que tienen que cumplir), queda como una tonta beata que ha metido en su casa a una panda de indeseables. Ni los beneficiarios de sus inútiles acciones compasivas son capaces de mirarla con auténtico respeto, porque hasta ellos la tachan de un poco ida de la azotea. ¿Quién con dos dedos de frente metería en su casa a una pandilla de desconocidos que no parecen tener muy buena catadura? Hasta ellos lo advierten.
Pasiones enfermizas de un hombre traumatizado, el sarcástico inicio en la cruel realidad de una joven que se presta como un corderito a los lobos, el libertinaje y el relajo moral (muy escandalosos para la época) que pululan por una casa donde ni los vivos ni los muertos descansan en paz, a despecho de la disciplina y de la oficiosidad de Viridiana. Al otro extremo de su empeño infructuoso y de su ascetismo recatado, se halla el ritmo prosaico de la vulgaridad, así como los temores y las tentaciones que ella trata de alejar y reprimir. Su tío obsesivo, y Jorge, el atractivo y varonil influjo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Música sacra de fondo como una carcajada de la ironía más biliosa, "El mesías" de Haendel sonando con machaconería fuera de lugar, su belleza diluida en el esperpento creciente con forma de orgía de vilezas cada vez más repugnantes. Individuos grotescos, representativos de todos los pecados capitales (gula, soberbia, ira, envidia, lujuria, avaricia y pereza), semejantes a esa multitud informe en "El aquelarre" de Goya.
Fotografía llena de símbolos que convierten lo sagrado en pagano, que desmontan mitos y rituales para insinuar lo vacíos que son cuando no se realizan con autenticidad, cuando no se cree en ellos ni se practican con sinceridad sus preceptos.
Explosiones del subconsciente individual y colectivo que suelen desembocar en los instintos más bajos cuando se les suelta el freno. Ruptura con ciertas convenciones sociales.
Múltiples capas de interpretación y lectura, y todas caben en el espacio de una mansión de escalofrío.
Fotografía llena de símbolos que convierten lo sagrado en pagano, que desmontan mitos y rituales para insinuar lo vacíos que son cuando no se realizan con autenticidad, cuando no se cree en ellos ni se practican con sinceridad sus preceptos.
Explosiones del subconsciente individual y colectivo que suelen desembocar en los instintos más bajos cuando se les suelta el freno. Ruptura con ciertas convenciones sociales.
Múltiples capas de interpretación y lectura, y todas caben en el espacio de una mansión de escalofrío.