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6.4
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Drama
En plena posguerra, una corista se convierte en la amante de un estraperlista para ayudar a un miembro del maquis de quien se ha enamorado. Todo comienza en los primeros años cuarenta cuando, Paca, una corista que aspira a entrar en la Compañía de Celia Gámez, regresa a Madrid tras una gira por provincias. En el tren viaja Luis, joven indocumentado a quien Paca le permite pasar la noche en la habitación de realquilados donde vive con su ... [+]
12 de enero de 2008
12 de enero de 2008
38 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda parte de la trilogía madrileña emprendida por Pedro Olea. Junto con "Tormento" (magnífica) y "La Corea" (incomprendida y olvidada), ¡Pim, pam, pum, fuego! es, sin duda, la mejor. La ambientación es prodigiosa. Una posguerra inmediata a la confrontación civil española. Todo el país rezuma la inmundicia fascista del régimen vencedor e imperante. La desesperación, la miseria, el hambre, y el dolor de un pueblo machacado lacera nuestras arterias. Un "maqui" perseguido, indocumentado, trata, sin conseguirlo, de salvar el franquista muro policial. Una hermosísima pelandusca de varietés trata de protegerlo. Un estraperlista de lujo, adicto a la política imperante, cruel y mezquino hasta la médula, lujurioso como un mandril, apesta y nos produce pesadillas en esa España corrompida y fascista. Olea, puso todo su empeño en conseguir un relato magnífico (¡y a fe que lo consiguió!) entre ese estercolero de odios y amores frustrados. Fernando Fernán Gómez está portentoso: es un trepa maduro, repugnante y mezquino. Toda su inteligencia de vividor consentido y acomodaticio con el nuevo régimen, deja huellas (en el recuerdo interpretativo) de uno de los rostros más cínicos y borrascosos que han presidido nuestro celuloide. Fernán Gómez nos brinda una genial exploración personal de los más recónditos aspectos de la personalidad humana: conocemos su sensual ferocidad, capaz de ser transferida luego a la de un verdadero asesino a sangre fría. Concha Velasco ilumina la pantalla: recupera de nuevo esa identidad de gran actriz (que durante tanto tiempo anduvo buscando), y nos da un curso completo de emoción y sentimiento, de la más certera precisión dialogística en boca de una mujer enamorada, que no puede evitar verse manipulada por el hombre al que odia. ¡La mezcla entre la Velasco y Fernán Gómez es explosiva! Si Olea estuvo a punto alguna vez de ser magistral fue en este melodrama descarnado. Muy aconsejable para las nuevas generaciones de teléfonos móviles en ristre (si llegaran a verla, ¡que lo dudo!) y que imaginan como escenografía única de la existencia este mundillo confortable y pasota en el que han tenido la suerte de nacer. Obra maestra total ¡muy nuestra! Un alarde de puesta en escena.pABLO gARCÍA DEL pINO