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Voto de El Libanés:
8

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8
8.6
33,794
3 de septiembre de 2015
3 de septiembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entiendo que haya un sector del público que considere que Laurel y Hardy tenían más gracia, porque despertaban una tremenda simpatía en pantalla. Tampoco me parece descabellado que, especialmente en la zona de Estados Unidos, Buster Keaton, genial cómico e intérprete, sea un símbolo a revindicar. Sin embargo, poco humoristas han tenido la capacidad de dar el toque sentimental en su justa medida sin ser ñoños como Charles Chaplin. Aquí, el tipo de bombín y bastón nos regala una de sus obras maestras.
"Luces de la ciudad" es una historia a la que el tiempo puede haberle pasado factura en muchas cosas, no así en su música, gags y los ojos de Virginia Cherrill. El resto lo pone Chaplin, quien vuelve a mostrar a su vagabundo errático en una gran ciudad, aunque aquí más humano que en otras ocasiones. Básicamente, Charlot se nos enamora, porque él también tiene derecho.
Entre media, uno de los combates de boxeo más absurdamente hilarantes de todos los tiempos en el celuloide, así como un romance imposible bien llevado. La dosis justa de comicidad y de tragedia, todo sabiamente sazonado en la cocina del chef.
Por cierto, resistan la tentación de caer en el error de pensar que Chaplin se "limitó" a crear un personaje. Esa última escena y esa extraña dignidad que le da su criatura, solamente puede ser creada por uno de los mejores actores de siempre.
Sigue resultando conmovedora, aunque quizás podría haber arriesgado un poco más al final, pero no se puede pedir más al más hermoso de los cuentos.
"Luces de la ciudad" es una historia a la que el tiempo puede haberle pasado factura en muchas cosas, no así en su música, gags y los ojos de Virginia Cherrill. El resto lo pone Chaplin, quien vuelve a mostrar a su vagabundo errático en una gran ciudad, aunque aquí más humano que en otras ocasiones. Básicamente, Charlot se nos enamora, porque él también tiene derecho.
Entre media, uno de los combates de boxeo más absurdamente hilarantes de todos los tiempos en el celuloide, así como un romance imposible bien llevado. La dosis justa de comicidad y de tragedia, todo sabiamente sazonado en la cocina del chef.
Por cierto, resistan la tentación de caer en el error de pensar que Chaplin se "limitó" a crear un personaje. Esa última escena y esa extraña dignidad que le da su criatura, solamente puede ser creada por uno de los mejores actores de siempre.
Sigue resultando conmovedora, aunque quizás podría haber arriesgado un poco más al final, pero no se puede pedir más al más hermoso de los cuentos.