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Voto de Servadac:
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Drama
Abril de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Fontaine, un joven de 27 años miembro de la Resistencia francesa, que lucha contra la ocupación nazi, es arrestado por la Gestapo para ser interrogado. Fontaine sospecha que va a ser ejecutado y empieza a planear su fuga. (FILMAFFINITY)
25 de enero de 2007
218 de 242 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Fontaine, una realidad comprimida por los planos cortos. Nunca la sensación de reclusión se hizo tan patente –con esa cámara que encierra al personaje.
2) El sonido:
- Se oyen los espacios.
- Sentimos los fusilamientos en la carne.
- Y qué de cosas vemos cuando conectamos el oído.
3) Los secundarios: nada sobra, nada se echa en falta.
4) Todo converge en un final maravilloso, de enorme intensidad.
5) Después de una sesión de cine bressoniano, nos damos cuenta de que somos mucho más sensibles a los ruidos de la calle, de la vida. No deja de asombrarme su capacidad para aguzarnos los sentidos.
Si Bresson no existiera, habría que inventar a Kaurismäki.
2) El sonido:
- Se oyen los espacios.
- Sentimos los fusilamientos en la carne.
- Y qué de cosas vemos cuando conectamos el oído.
3) Los secundarios: nada sobra, nada se echa en falta.
4) Todo converge en un final maravilloso, de enorme intensidad.
5) Después de una sesión de cine bressoniano, nos damos cuenta de que somos mucho más sensibles a los ruidos de la calle, de la vida. No deja de asombrarme su capacidad para aguzarnos los sentidos.
Si Bresson no existiera, habría que inventar a Kaurismäki.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
6) Cuatro detalles de un inmenso cineasta:
- La manera de acortar el plano al entrar Fontaine en su celda, constriñendo las paredes.
- El caminar del centinela, una lección magistral fuera de campo.
- El chirrido de la bici. La incertidumbre que produce ese lamento indescifrable.
- El título nos habla, muy a las claras, del resultado de la fuga. Pero, al mencionar a un solo condenado, tendemos a pensar que el chico que acompaña al teniente Fontaine no logrará salvarse. Y sin embargo… (No hay engaño, no pesaba sobre Jost la pena capital.)
7) La mano maestra de un artista irrepetible
Las manos de Fontaine son las verdaderas protagonistas de la cinta. Representan, en sinécdoque (el todo por la parte), al individuo, de igual modo que los fragmentos de espacio (celda, muros, puerta…) son sinécdoque de un espacio fílmico ideal, el del encierro, que el espectador ha de construir en su cabeza.
Nada más empezar, vemos a Fontaine tocando la manija de la puerta del coche en que lo llevan detenido. Luego, en prisión, Fontaine conoce su celda, sobre todo, con las manos. Hacia el final, antes de lanzarse a por el guardia, Fontaine alza los brazos. No me cabe duda de que Bresson quiso que se apreciaran bien las manos blancas, a pesar de lo forzado (y aun ridículo) del gesto. Esa secuencia, con su célebre fuera de campo, es extraordinaria: el verdadero clímax de la narración, el nudo más intenso de la trama. La preparación –tan minuciosa– de la escapada converge en ese punto crítico de azar.
Es maravilloso como entran en juego los sentidos; las manos como vehículo del tacto, reforzadas por los sonidos de todo el bricolaje. Los ojos de Fontaine asoman por doquier (mirilla, rejas, muros…). El rito del lavado (la disposición de los reclusos, el sonido del agua) es una especie de comunión colectiva. Los presos se comunican aun a riesgo de ser reprendidos por los guardias o de ser traicionados por algún soplón. Y cuando vacían los cubos en el patio con, suponemos, las heces y residuos, suena Mozart (el Kyrie de la Gran Misa en do menor, KV 427). Los dos momentos en que deberíamos hacernos más conscientes del intenso mal olor de los cautivos (lavado colectivo y vaciado de los cubos), se convierten, por medio de Mozart y del agua, en invitación a la piedad, en la fusión de contrarios (agua y heces; carne y espíritu) que caracteriza la esencia de lo humano.
A mi juicio, Bresson pretende que el espectador haga con la película lo que Fontaine con el somier, las mantas y demás objetos: descomponerlos para transformarlos en otra cosa. Nos ofrece sonidos y fragmentos reales para que nosotros creemos el espacio virtual del recluso e, idealmente, el de la reclusión.
Aunque la voz en off es un recurso que no suele agradarme, aquí sí me convence. ¿Por qué? Porque en un recinto en el que está prohibido hablar (Pas parler! -espetan machaconamente los guardias alemanes), la voz en off proclama la libertad del pensamiento: es un acto de rebeldía interior que nos conmueve, pese a repetir hechos banales o mecánicos que ya se nos enseñan por la vía de la imagen, o incluso de los ruidos.
En 'Un condenado a muerte se ha escapado', las manos son el instrumento de la mente. Un instrumento que conduce, en el último plano de la cinta, hacia una diagonal de libertad.
- La manera de acortar el plano al entrar Fontaine en su celda, constriñendo las paredes.
- El caminar del centinela, una lección magistral fuera de campo.
- El chirrido de la bici. La incertidumbre que produce ese lamento indescifrable.
- El título nos habla, muy a las claras, del resultado de la fuga. Pero, al mencionar a un solo condenado, tendemos a pensar que el chico que acompaña al teniente Fontaine no logrará salvarse. Y sin embargo… (No hay engaño, no pesaba sobre Jost la pena capital.)
7) La mano maestra de un artista irrepetible
Las manos de Fontaine son las verdaderas protagonistas de la cinta. Representan, en sinécdoque (el todo por la parte), al individuo, de igual modo que los fragmentos de espacio (celda, muros, puerta…) son sinécdoque de un espacio fílmico ideal, el del encierro, que el espectador ha de construir en su cabeza.
Nada más empezar, vemos a Fontaine tocando la manija de la puerta del coche en que lo llevan detenido. Luego, en prisión, Fontaine conoce su celda, sobre todo, con las manos. Hacia el final, antes de lanzarse a por el guardia, Fontaine alza los brazos. No me cabe duda de que Bresson quiso que se apreciaran bien las manos blancas, a pesar de lo forzado (y aun ridículo) del gesto. Esa secuencia, con su célebre fuera de campo, es extraordinaria: el verdadero clímax de la narración, el nudo más intenso de la trama. La preparación –tan minuciosa– de la escapada converge en ese punto crítico de azar.
Es maravilloso como entran en juego los sentidos; las manos como vehículo del tacto, reforzadas por los sonidos de todo el bricolaje. Los ojos de Fontaine asoman por doquier (mirilla, rejas, muros…). El rito del lavado (la disposición de los reclusos, el sonido del agua) es una especie de comunión colectiva. Los presos se comunican aun a riesgo de ser reprendidos por los guardias o de ser traicionados por algún soplón. Y cuando vacían los cubos en el patio con, suponemos, las heces y residuos, suena Mozart (el Kyrie de la Gran Misa en do menor, KV 427). Los dos momentos en que deberíamos hacernos más conscientes del intenso mal olor de los cautivos (lavado colectivo y vaciado de los cubos), se convierten, por medio de Mozart y del agua, en invitación a la piedad, en la fusión de contrarios (agua y heces; carne y espíritu) que caracteriza la esencia de lo humano.
A mi juicio, Bresson pretende que el espectador haga con la película lo que Fontaine con el somier, las mantas y demás objetos: descomponerlos para transformarlos en otra cosa. Nos ofrece sonidos y fragmentos reales para que nosotros creemos el espacio virtual del recluso e, idealmente, el de la reclusión.
Aunque la voz en off es un recurso que no suele agradarme, aquí sí me convence. ¿Por qué? Porque en un recinto en el que está prohibido hablar (Pas parler! -espetan machaconamente los guardias alemanes), la voz en off proclama la libertad del pensamiento: es un acto de rebeldía interior que nos conmueve, pese a repetir hechos banales o mecánicos que ya se nos enseñan por la vía de la imagen, o incluso de los ruidos.
En 'Un condenado a muerte se ha escapado', las manos son el instrumento de la mente. Un instrumento que conduce, en el último plano de la cinta, hacia una diagonal de libertad.