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España España · Madrid
Voto de Servadac:
4
Comedia. Drama. Thriller En 1937, en plena guerra civil, tropas republicanas irrumpen en un circo, durante el espectáculo, con el objetivo de reclutar a sus empleados para luchar contra las tropas nacionales. Mucho tiempo después, en los últimos años del franquismo, dos payasos (Carlos Areces y Antonio de la Torre) luchan por el amor de una atractiva trapecista (Carolina Bang). (FILMAFFINITY)
18 de diciembre de 2010
178 de 267 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez un prólogo desatinado. Fernando Guillén-Cuervo grita y no transmite nada. Santiago Segura tiene de actor lo que Carlos Areces de figura mítica del porno.

Érase una vez unos créditos superlativos. Al acabar advertiremos con tristeza que muy probablemente han sido lo mejor de la película.

Caperucita España es una trapecista jamona cuyo apodo, 'La Roja', le viene por el uso de una tela carmesí que adorna dos banderas: la republicana y la de Franco.

Caperucita España vive con el Lobo... pero, ay, a la chica también le gusta el Bobo. Dicen que el Lobo es un payaso extraordinario –no hay atisbo de magia cuando habla con los niños. El Bobo es simplemente bobo. El Lobo es lobo para el Bobo pero, bien mirado, el Bobo es lobo para el Lobo.

El Bobo es lobo y el Lobo es bobo. Los dos son en el fondo tan lo mismo, con la franja de escarlata en las banderas…

Nos une el rojo de la sangre –qué bien, una metáfora cromática de significado doble: sangre es a la vez violencia y parentesco. En realidad la significación es triple: cómo nos une el rojo de la Roja cuando da la campanada en eurocopas y mundiales.

Caperucita España es algo puta, la verdad. Que si el Lobo, que si el Bobo... Duda entre pollón y micropene. "Mira porcelana, o la muñeca o el balón." No se puede tener todo: ¿Lobo o Bobo?

La cinta tiene inmensas buenas intenciones y hace aguas por doquier. Hubiera deseado que Álex de la Iglesia rodara un film de altura: una sátira descomunal y delirante, repleta de talento, humor y cine. Sin embargo, todo queda en un espumarajo de artificio.

Con lo que le ronda por las tripas pretende construir un esperpento patrio y personal. Y yo, con mis gafas de pasta, apenas veo una caricatura zafia, sin profundidad, no muy graciosa –ahí está el mayor problema: los chistes son, en general, ridículos y malos.

La película me parece honrada, íntima y fallida. Contiene alguna perla: la escena del polvo salvaje entre Caperucita y el Lobo, en la que el Bobo (¡qué bobo!) cree que la está zurrando; las muecas enfrentadas de los dos payasos al final (una secuencia de gran riesgo que además funciona); la muy oportuna canción de Raphael… Alguna frase lapidaria: “La muerte es lo que tiene, que une mucho.”

Para entretener al respetable, de vez en cuando un motorista canijo se la pega contra una pared. El inventario de las ocurrencias vergonzantes sería tan extenso que da pereza ponerse a redactarlo.

Entré en la sala temiendo lo peor pero sin descartar una sorpresa positiva. Me encontré con el cuento negro, amargo, insustancial, simplón y endeble de la España de la Iglesia y sus payasos Grand Guignol.

El Lobo y el Bobo tirando fuerte de la tela carmesí…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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