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Voto de Jose_Lopez_5:
6
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5.6
26,591
Ciencia ficción. Acción. Intriga
Ambientada en un mundo futurista donde los humanos viven aislados en interacción con robots, un policía (Willis) se verá forzado a abandonar su hogar por primera vez en años para una investigación. Todo comienza cuando dos agentes del FBI (Willis y Radha Mitchell) son asignados para investigar el misterioso asesinato de un estudiante universitario relacionado con el hombre que participó en la creación del fenómeno high-tech de los ... [+]
30 de abril de 2022
30 de abril de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unas semanas supimos que Bruce Willis abandonaba la interpretación por problemas graves de salud (véase spoiler 1). Siendo cruel, nada nuevo y aún menos perceptible, porque hace años que Willis dejó la interpretación de facto. Lejos queda cuando este hombre representaba un tipo de cine que esperábamos con ilusión. Uno ajeno a las tonterías de los ofendiditos, de las memeces "woke", y de ese aleccionamiento nada soterrado que hoy día se práctica sin miramientos. Viva la política y sus extremos tocándose.
Un distanciamiento que Willis ha cimentado voluntariamente a base de trabajos insulsos, miserables e indignos. Unos en donde el hombre hacia un breve paripé frente a la cámara para, después, regresar a casa con un cheque. Estilo de vida cuasi vandammesco que lo llevó a abrazar la serie B en las postrimerías de su carrera, sin criterio ni buen gusto, buscando solo postergar con dolor su fin. Autodestrucción en toda regla.
Por todo ello, hace falta retroceder ocho años y unas cuarenta películas (¡cuarenta!) para encontrar algo un poco potable en su filmografía. Algo que no dé vergüenza ajena y que pueda digerirse sin dolor de estómago. Y es en ese viaje al pasado en el que nos topamos con "Los sustitutos" (2009), película de ciencia ficción que firmó Jonathan Mostow; otro bastante perdido que apenas ha hecho algo en 20 años, aunque nunca decente. ¿De qué vive esta clase de gente?
En ella, Willis habita un futuro en donde una parte notable de la humanidad ya solo interactúa mediante humanoides que, a modo de avatares, permiten a la peña moverse por la vida desde la seguridad de sus hogares. Ya le pueda ocurrir cualquier cosa al realista muñegote, que su operador estará seguro en casita controlándolo con la mente. O eso creen.
La película, ciertamente, no tiene una trama destacable, pues es otro thriller embebido de conspiraciones, aunque ahora basado en una serie de comics del 2005-2006. Y tampoco se puede decir que Willis haga un trabajo notorio, ya que el caballero luce el mismo desencanto que ya regalaba por entonces como persona, aunque sin llegar a los niveles de pasotismo depresivo de la última década. A pesar de todo, la cinta se deja ver siempre y cuando no se fije en algún paracronismo (véase spoiler 2), en su inspiración matricial (véase spoiler 3), y en algunas ideas burdas que pululan por aquí y por allá (véase spoiler 4).
A su favor hay que decir que, si se observa como metáfora, tiene planteos interesantes, aunque nada que no sepamos ya. Tal es el caso de personas alejadas de la realidad por medio de la tecnología, viviendo vidas y apariencias falsas, y no pocas persiguiendo un hedonismo tan perpetuo y pervertido como deshumanizador. Tipos que, igual que cuidan su apariencia pública hasta el extremo, desatienden su higiene y cuerpo en privado.
Tampoco es de recibo olvidar la figura de los iluminados ofreciendo algún tipo de liberación. Tipos que afirman ostentar la verdad ante unos seguidores no mucho mejores que la sociedad abotargada a la que desprecian. Falsos profetas que, a la hora de la verdad, incurren en la mismas prácticas que denuncian, aunque luego la película lo enrede mediante unos giros innecesarios.
Ya en términos mantequeros, la cosa fue bastante peor. $80 millones de presupuesto y taquilla de $122 millones. Una cinta así, si no juguetea con los $200 millones, está acabada. Pero, vamos, que no sé yo en qué se gastaron todos esos cuartos.
En resumen, de las pocas potables de Willis en los últimos tiempos. Funciona mejor desde el simbolismo. Gracias a ella hemos aprendido que, en el futuro, una gran parte de la humanidad vivirá en pijama y batín.
Un distanciamiento que Willis ha cimentado voluntariamente a base de trabajos insulsos, miserables e indignos. Unos en donde el hombre hacia un breve paripé frente a la cámara para, después, regresar a casa con un cheque. Estilo de vida cuasi vandammesco que lo llevó a abrazar la serie B en las postrimerías de su carrera, sin criterio ni buen gusto, buscando solo postergar con dolor su fin. Autodestrucción en toda regla.
Por todo ello, hace falta retroceder ocho años y unas cuarenta películas (¡cuarenta!) para encontrar algo un poco potable en su filmografía. Algo que no dé vergüenza ajena y que pueda digerirse sin dolor de estómago. Y es en ese viaje al pasado en el que nos topamos con "Los sustitutos" (2009), película de ciencia ficción que firmó Jonathan Mostow; otro bastante perdido que apenas ha hecho algo en 20 años, aunque nunca decente. ¿De qué vive esta clase de gente?
En ella, Willis habita un futuro en donde una parte notable de la humanidad ya solo interactúa mediante humanoides que, a modo de avatares, permiten a la peña moverse por la vida desde la seguridad de sus hogares. Ya le pueda ocurrir cualquier cosa al realista muñegote, que su operador estará seguro en casita controlándolo con la mente. O eso creen.
La película, ciertamente, no tiene una trama destacable, pues es otro thriller embebido de conspiraciones, aunque ahora basado en una serie de comics del 2005-2006. Y tampoco se puede decir que Willis haga un trabajo notorio, ya que el caballero luce el mismo desencanto que ya regalaba por entonces como persona, aunque sin llegar a los niveles de pasotismo depresivo de la última década. A pesar de todo, la cinta se deja ver siempre y cuando no se fije en algún paracronismo (véase spoiler 2), en su inspiración matricial (véase spoiler 3), y en algunas ideas burdas que pululan por aquí y por allá (véase spoiler 4).
A su favor hay que decir que, si se observa como metáfora, tiene planteos interesantes, aunque nada que no sepamos ya. Tal es el caso de personas alejadas de la realidad por medio de la tecnología, viviendo vidas y apariencias falsas, y no pocas persiguiendo un hedonismo tan perpetuo y pervertido como deshumanizador. Tipos que, igual que cuidan su apariencia pública hasta el extremo, desatienden su higiene y cuerpo en privado.
Tampoco es de recibo olvidar la figura de los iluminados ofreciendo algún tipo de liberación. Tipos que afirman ostentar la verdad ante unos seguidores no mucho mejores que la sociedad abotargada a la que desprecian. Falsos profetas que, a la hora de la verdad, incurren en la mismas prácticas que denuncian, aunque luego la película lo enrede mediante unos giros innecesarios.
Ya en términos mantequeros, la cosa fue bastante peor. $80 millones de presupuesto y taquilla de $122 millones. Una cinta así, si no juguetea con los $200 millones, está acabada. Pero, vamos, que no sé yo en qué se gastaron todos esos cuartos.
En resumen, de las pocas potables de Willis en los últimos tiempos. Funciona mejor desde el simbolismo. Gracias a ella hemos aprendido que, en el futuro, una gran parte de la humanidad vivirá en pijama y batín.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
1º) Afasia.
2º) Un futuro lleno de avatares ultramodernos que se controlan con ondas cerebrales, una red de comunicaciones megapotente... ¿y se sigue usando un pendrive para robar datos de un ordenador? ¿En serio? ¿Y para qué quiere la gente interfaces gráficas con ventanas si solo usan teclados?
3º) En "Matrix" (1999), si alguien palmaba en el mundo virtual estando conectado, también moría en el real. ¿Por qué? Porque a sus creadores les salió del pirulo. Aquí se supone que eso no debiese ocurrir. O sí, porque ahora alguien tiene un arma, sucedáneo de una Taser, que inyecta un virus en la CPU (?) destruyendo el avatar y, de paso, a su operador.
4º) Adorable la facilidad con la que Willis le saca la información a un oficial del ejército en su despacho. Un par de frases, carita de cordero degollado, y el militar le revela la historia detrás de un arma secreta. Y mejor aún es la diligencia con la que el oficial cree a Willis y organiza una intervención militar pegando tiros. Ni una mísera comprobación, oye.
Luego, claro, está el detallito de finiquitar a mil millones de personas. Algo tan fácil como conectar una superarma a unos cuantos cables y ejecutar un software que, por supuesto, ya existe, está en uso, y es compatible con lo que se quiere hacer. Semejante acción tan destructiva solo cuenta con una medida de seguridad: un informático gordo y baboso. Póngale una pistola en la nuca, y conviértase en un estadista.
Y la cosa no se queda ahí. Al final de la película, un Willis con ínfulas de Dios decide, por sus santos y peludos huevos, destruir mil millones de avatares, aunque salvando a sus operadores. Dejando a un lado la obvia pregunta de "¿Y quién leches es este palomo para hacer eso?", es inevitable no pensar en qué ha pasado con todas aquellas acciones que estaban siendo controladas por esos operadores vía avatares.
Y no me refiero solo a quien conducía un coche, sino a quien estaba operando en un hospital a una persona de carne y hueso, o a quien estaba controlando alguna infraestructura o acción crítica. No sé, ¿una central nuclear, por ejemplo? Cepillarte el medio usado por mil millones para interactuar con la realidad seguro que tiene implicaciones más graves que atropellar a otro sintético, creo yo.
2º) Un futuro lleno de avatares ultramodernos que se controlan con ondas cerebrales, una red de comunicaciones megapotente... ¿y se sigue usando un pendrive para robar datos de un ordenador? ¿En serio? ¿Y para qué quiere la gente interfaces gráficas con ventanas si solo usan teclados?
3º) En "Matrix" (1999), si alguien palmaba en el mundo virtual estando conectado, también moría en el real. ¿Por qué? Porque a sus creadores les salió del pirulo. Aquí se supone que eso no debiese ocurrir. O sí, porque ahora alguien tiene un arma, sucedáneo de una Taser, que inyecta un virus en la CPU (?) destruyendo el avatar y, de paso, a su operador.
4º) Adorable la facilidad con la que Willis le saca la información a un oficial del ejército en su despacho. Un par de frases, carita de cordero degollado, y el militar le revela la historia detrás de un arma secreta. Y mejor aún es la diligencia con la que el oficial cree a Willis y organiza una intervención militar pegando tiros. Ni una mísera comprobación, oye.
Luego, claro, está el detallito de finiquitar a mil millones de personas. Algo tan fácil como conectar una superarma a unos cuantos cables y ejecutar un software que, por supuesto, ya existe, está en uso, y es compatible con lo que se quiere hacer. Semejante acción tan destructiva solo cuenta con una medida de seguridad: un informático gordo y baboso. Póngale una pistola en la nuca, y conviértase en un estadista.
Y la cosa no se queda ahí. Al final de la película, un Willis con ínfulas de Dios decide, por sus santos y peludos huevos, destruir mil millones de avatares, aunque salvando a sus operadores. Dejando a un lado la obvia pregunta de "¿Y quién leches es este palomo para hacer eso?", es inevitable no pensar en qué ha pasado con todas aquellas acciones que estaban siendo controladas por esos operadores vía avatares.
Y no me refiero solo a quien conducía un coche, sino a quien estaba operando en un hospital a una persona de carne y hueso, o a quien estaba controlando alguna infraestructura o acción crítica. No sé, ¿una central nuclear, por ejemplo? Cepillarte el medio usado por mil millones para interactuar con la realidad seguro que tiene implicaciones más graves que atropellar a otro sintético, creo yo.