Exactamente. El título ya lo dice todo. A ningún sitio es a donde lleva este sinsentido de casi hora y media, en la que van desfilando jóvenes actores que se dedican a chutarse y a mostrarnos lo guays que son y lo bien que se lo montan.

Gregg Araki pretende hacer un catálogo de ilusiones e idas de olla surrealistas y estrambóticas, producidas por el consumo de drogas de diseño, todo rodeado por la pátina pop y videoclipera de los noventa. A ritmo de éxitos de la MTV, los protagonistas (varios grupos, como si se tratara de una película de episodios) experimentan con las sustancias y viven cosas tan terribles como placenteras, difuminándose la línea entre lo real y lo onírico.

El filme no tiene ninguna coherencia, todo aparece deslavazado, carente de interés. La trama es inexistente, el guion superficial como los personajes, tan sólo nos podemos deleitar con lo único decente de la cinta: su estupenda banda sonora, repleta de canciones y autores que fueron referentes de la época.