Kazan adapta su propia novela y se da un baño de autor en toda regla. Dirige, escribe el guión y vuelve a expiarse de demonios y fantasmas, con la historia de un joven turco cuyo único y máximo anhelo es llegar a América, idílico paraíso prometido y huir de su tierra natal, empobrecida, claustrofóbica, tradicionalista y que te enjaula. Kazan presenta América como un mito y como el mayor personaje de la película, identificándolo plenamente con el protagonista (un magnífico Giallelis, haciendo del propio Kazan). América, los Estados Unidos, son la panacea para exorcizar todos los demonios: la opresión de trabajos inhumanos, el pobre entorno que lo envuelve, el tradicionalismo más arraigado.
Película notable, pero no tanto como algunos quieren ver, además que para nada estoy de acuerdo con la quizás legítima, compensatoria y razonable hagiografía que hace Kazan de América por lo que esa tierra le ha dado; pero francamente en todos los sitios cuecen habas (y el mensaje de Kazan puede resultar pedante y gratuito) y me parece a mí que en el egoísta, falsario y estúpido ámbito americano, mucho más. Porque más que un paraíso terrenal, es un mar de contradicciones. Hablo de oídas y de vista.
Sinceramente, Ford, con "Las uvas de la ira" y respecto a la aún más mítica California lo bordaba. Y nada menos que Ford, el amigo americano, nativo de la encantadora Irlanda.