Un acaudalado escritror de novelas policíacas (Olivier) invita a su laberíntica mansión al joven amante de su todavía esposa (Caine), proponiéndole un atractivo, peligroso y fascinante trato...
Una de las películas más apasionantes de la Historia del Cine, cierre maravilloso a la riquísima y soberbia trayectoria de Mankiewicz. Interpretada en un "tour de force" inolvidable por tan solo Olivier y Caine, "La huella" es la plamación definitiva y más perfecta de muchas de las obsesiones y constantes de su director: encubierta en una típica historia de celos, toda la película está concebida como una obra de teatro en dos grandes actos, la acción está supeditada a la relevancia absoluta de los diálogos, que toman vida propia y son los elementos que hacen que el mero hecho de conversar meta a la película en un ritmo demoníaco; la contraposición Ficción/Realidad, dónde el papel primordial está en manos de lo relevante que es la Interpretación en la Vida, del juego de las Apariencias, de la superposición de espejos que hacen difuso discernir una de otra; es la Vida como Representación. "La huella" es, además de una película, un Juego, un Juego con mayúsculas sí, divertido, cruel, frenético, sorprendente, lleno de suspense; es la solidificación del Juego como concepto metafísico (muy bien apuntado por Carlos Aguilar), la Vida es un Juego y si es así, pues juguemos, pero sabiendo que somos humanos, con sentimientos (positivos y negativos) que implican que el Juego puede ser muy divertido pero también muy trágico; más que el aspecto físico a Mankiewicz le interesa el reverso psicológico de los personajes; como muchas de sus películas ("De repente, el último verano", "Mujeres en Venecia", "El día de los tramposos"...) "La huella" gira y se mueve a partir de un plan, que coincide con un Juego aquí.
Magistralmente autoadaptada por Anthony Shaffer de su propia obra en lo que constituye uno de los mejores guiones que jamás se hayan escrito, es una obra maestra total y absoluta, un film-isla apasionante e irrechazable, de magistral, también, diseño de la casa, convertida en un auténtico salón de juegos recreativos (marionetas, ajedrez, disfraces, laberintos, dianas) dónde dos inigualables Laurence Olivier y Michael Caine ofrecen un recital interpretativo lujoso, que va "in crescendo" y convirtiéndose en otra obra maestra dentro de la absoluta y redonda genialidad de ésta, que por otra parte tiene un ritmo que para si quisieran las ruidosas películas de acción de nuestros días. Una obra impresionante, en fin, finiquito de la filmografía de Mankiewicz, pero singularmente la película por la que el cinéfilo o espectador debiera comenzar a visionar su obra.