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El cuarto mandamiento

Drama A finales del siglo XIX, la mansión Amberson es la más fastuosa de Indianápolis. Cuando su dueña, la bellísima Isabel, es humillada públicamente, aunque de forma involuntaria por su pretendiente Eugene Morgan, lo abandona y se casa con el torpe Wilbur Minafer. Su único hijo, el consentido George, crece lleno de arrogancia y prepotencia. Años más tarde, Eugene regresa a la ciudad con su hija Lucy, y George se enamora de ella. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 56
Críticas ordenadas por utilidad
10 de octubre de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llega una época en la vida, en la que uno se da cuenta que ciertas cosas que murmura la sociedad como que ya no cuadran. Y tiene uno la sensación de que la vida se ha distorsionado de tal modo que parece un carruaje que empuja a los caballos. Esta forma invertida de ver la vida, de anteponer cosas banales, frívolas y la constante emoción vertiginosa de vivir la vida como si uno fuera en un auto fórmula 1, en dirección a un lugar sin rumbo. Frenética y furiosa manera de correr por el tiempo, dejando atrás la época de los carruajes, luego la invención del automóvil, luego los bólidos. Esto es la sensación que parece impulsar a los genios como Orson Welles. Llenos de vitalidad y energía inagotable, que los conduce al empecinamiento.

Siempre he dicho que Welles es el niño genio, bromista pesado del cine. Y “El cuarto mandamiento” retrata este espíritu inquieto, rebelde, arrogante, magnificente. En cada uno des sus encuadres, de su fastuosidad, estamos viendo al megalómano hombre deseoso de halagos. Casi como una radiografía, Orson Welles nos muestra parte de su mundo, adoptando una novela que le va bien.
Hombres o mujeres somos intelectualmente autosuficientes:
“Si nosotros somos así, demasiado listo para nuestro propio bien. Hasta nos encanta que nos llamen precoces. Nuestra educación ha servido para inflarnos de orgullo como globos de “Cantoya” pero procuramos ocultarlo. Secretamente sentimos que somos capaces de flotar por encima de los demás con el poder de nuestros cerebros”
“El progreso científico, como la creación del automóvil, nos hace creer que no hay nada imposible para el hombre. La sabiduría es todopoderosa. El intelecto conquista la naturaleza, el medio ambiente. Ya que somos más brillantes que la mayoría. Con solo pensarlo, ganamos la carrera a la vida"
"El dios del intelecto, desplazó al dios de nuestros padres; pero el orgullo parece tener otros planes. Después de creer que hemos ganado la carrera con nuestros coches sin caballos y sentirnos triunfadores en el circuito, resulta que estamos perdiendo todo. Nos damos cuenta que tenemos que recapacitar, pues una vida en la que los caballos van detrás del coche y no adelante… nos lleva a las pistas del valle de la muerte”
RAMON ROCEL
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19 de julio de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cuarto mandamiento es el absurdo título con que se conoce en nuestro país The Magnificent Ambersons, segunda película de ese prodigio de la comunicación audiovisual que es Orson Welles. En su ópera prima, Ciudadano Kane, Welles presenta sus avales, y nos enseña el amplísimo abanico de recursos técnicos de los que dispone. La película supuso una auténtica revolución en el cine, y es para muchos, una de las mejores películas de la historia, aunque para otros es demasiado ostentosa y sobrecargada. En el Cuarto Mandamiento, aun con el archiconocido inconveniente de las limitaciones en el montaje final, toda la capacidad técnica de Welles está al servicio de la narración, para dar forma a una película más sosegada.

Desde el magnífico arranque que con trazos firmes nos adelanta el sentido del film, hasta el originalísimo epílogo que bebe del Welles radiofónico, ninguna secuencia tiene desperdicio. Los personajes están perfectamente definidos y son perfectamente creíbles en su evolución. Una magnífica ambientación convierte a la mansión y a las calles del pueblo en uno de ellos. Hay escenas memorables, como el plano fijo en la cocina donde el pretencioso y caprichoso George engulle una tarta de fresas, hasta el plano secuencia del baile... y la escalera. Todo al servicio de un relato que nos habla de cambio y de adaptación, de rancio abolengo y de efervescente modernidad, de trineos, carruajes o automóviles. Nos hará reflexionar sobre lo efímero de las cúspides sociales, como lo haría con anterioridad ese monumento literario que es El Gatopardo de Lampedusa, y precediendo a la versión llevada al cine por Visconti, o a la visión sarcástica y cachonda de Berlanga en Patrimonio Nacional.

El Cuarto Mandamiento es, finalmente, paradójica. Porque nos cuenta lo que cambian los tiempos, el fluir vertiginoso de las modas, lo efímero de todo lo que nos rodea...pero con su mera presencia demuestra lo contrario, que hay joyas imperecederas que siempre conservarán su fuerza y su belleza sirviéndonos de anclaje en el trepidante mundo de cambios en que nos defendemos día a día.
AdolfoOrtega
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14 de mayo de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Indianápolis, siglo XIX. La aristócrata Isabel Amberson rompe su compromiso con el inventor Eugene Morgan para contraer matrimonio con Wilbur Minafer, con quien acaba teniendo un hijo, George, quien terminará enamorándose de Lucy, la hija de Eugene. Éste, viudo, retoma sus relaciones con Isabel, también viuda, ante el desagrado de George.

Segunda película y segunda obra maestra de Orson Welles, que adapta una novela de Booth Tarkington. Una fascinante historia de amores imposibles, intensos vínculos familiares, abolengo y decadencia aristocrática, cambios de época y actitudes, progreso humano y emocional. Una película maravillosa, fantástica y memorable.
Angel Lopez
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26 de septiembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me ha sorprendido que, tras Ciudadano Kane, absolutamente nueva y rompedora, Welles se zambullera en la adaptación de The magnificent Ambersons, de Booth Tarkington, una novela publicada en 1919 y premiada con el Pulitzer pero que, en la década de los 40, se veía ya como una historia melancólica y un tanto demodé. La versión cinematográfica de Welles es impecable, pero no entiendo muy bien ni la gracia de la historia (el cine no hace sino agrandar la sensación de vetustez de un argumento que promete más de lo que da realmente) ni el empeño del wonder boy en ilustrar una historia cuando menos sosa. Quizá es que a Welles no le interesaban mucho los argumentos (luego vino el proyecto, éste sí verdaderamente novedoso, de All is true, todo imagen) y se recreara, con ayuda de su inestimable operador de cámara, en ángulos, atmósferas, movimientos y planos de exquisita belleza, al tiempo que extraía del magnífico elenco, con Cotten a la cabeza, interpretaciones inolvidables (sin añadir, eso sí, sustancia a la ya escasa que mostraban los personajes)El estudio no entendió nada, la remontó y la estrenó, con Welles montando en cólera e indignando, de paso, a los cinéfilos, que siempre se detienen a considerar lo que pudiera haber sido. Lo que fue es un film hermoso, un tanto distante y, a ratos, algo soso. Welles aprendería, en parte, la lección.
santiago aragón
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1 de diciembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Orson Welles no tenía bastante con decaer el imperio de William Randolph Hearst con su ficción recreada en “Ciudadano Kane” (1941) sino que se puso inmediatamente manos a la obra en adaptar una novela de Booth Tarkington sobre la decadencia de una aristocrática familia, anclada en su época (mitad del siglo XIX hasta sus albores con la irrupción de la Industria de la Automoción), partiendo de una distanciada amistas con un prometedor hombre de negocios que prefiere los caballos del automóvil a los de carruaje… Son tiempos de cambio pero los decorados siguen allí… Entre bailes, disputas, conversaciones… Eugene Morgan (Joseph Cotten) será prácticamente el único testigo exterior de lo que se cierne en la mansión de la familia Amberson: cuna de su amada Isabel (Dolores Costello) que, tras una noche de fiesta en la mansión familiar y en la que Eugene se emborracha más de la cuenta, lo abandona prefiriendo al apuesto pero rígido Wilbur Minafer (Don Dillaway) con quien se esposará y tendrán un hijo, George (Tim Holt), mimado, maleducado y extrovertido… Su caracterización representa el pilar base para fundamentar el Cuarto Mandamiento que según la Biblia dictamina la honradez hacia los padres. Y el drama se desencadenará cuando intentará pretender a Lucy (Anne Baxter), la hija única de Eugene.

Una película clave no solo para entender la desestructuración argumental caracterizado por unos personajes intensos, bajo la sigilosa supervisión de Welles, sino como la devoradora industria hollywoodiense (la RKO) descontentó al gran cineasta obligándole a eliminar escenas. El cien, en temprana edad, ya sufría recortes y presiones de toda clase. Tal vez, como revulsivo a un director que les iba demasiado grande en talla. Pero “The Magnificient Amberson” sigue conservando la magia y la rigidez de las grandes obras clásicas en blanco y negro.
Natxo Borràs
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