La película es una locura. Está llena de ruido, ruido y ruido. Los protagonistas son una serie de gitanos mal hechos y cortados por el mismo patrón: son todos tan similares que parecen familia. Si algo transmite, sin duda, es dolor de cabeza.

Extravagante, original, extraña, tierna, llena de locura. Aunque esto no fue suficiente para arrancarme más de una sonrisa. Hay quien dice que el humor es universal, pero el humor más cercano es el que nos hace soltar la carcajada con más facilidad. Pero merece la pena verla por su brillantez visual, es una película llena de magníficas postales.

Divertidísima parodia sobre los matrimonios de conveniencia en los clanes de gitanos de la Europa del Este, magistralmente llevada a cabo por un Kusturica que, con buen temple, acierta a mantener vivo el interés del espectador durante todo el tiempo que dura la película. Quizás el núcleo central lo podría haber acortado un poco, porque es un periodo que se hace demasiado largo en relación a las pocas cosas interesantes que suceden en él.
Con actores aparentemente de la misma raza caló, Kusturica además logra mantener unas altas dosis de verosimilitud sobre lo que nos cuenta, a pesar de lo disparatadas que resultan ser algunas de las situaciones. Sencillamente portentosa la aportación de los dos abuelos, dos auténticos cracks de la gran pantalla.
Escenarios básicamente al aire libre, donde pasan más tiempo los gitanos cómo no, y con un especial protagonismo para todo tipo de especies animales domésticas y de granja que pululan a su libre albedrío por todas partes, con mención destacada hacia esa numerosísima y bulliciosa manada de ocas que se te queda inexorablemente grabada en la memoria para cada ocasión en que recuerdes esta película.
Y sin olvidarme de esos dos personajes omnipresentes, los dos inseparables gatitos, privilegiados testigos de toda la trama y que acaban simbolizando con sus antagónicos colores el definitivo triunfo del amor en la pareja protagonista por encima de los intereses creados y establecidos alrededor suyo.

El buen amante al cine, y a la vida en general, no debería pasar de contemplar esta 'Gato negro, gato blanco'. Que la disfruten.

¿Os queréis reír? preguntó el anfitrión, y la puso. Mientras nos desternillábamos, yo recordaba el realismo mágico en el sentido de tratar como normales situaciones de lo más disparatadas, o de ver cómo el caudal de imaginación no se le acaba nunca a este hombre. Qué barbaridad, qué estilismos, qué disparates más blancos, qué buena forma de reírse de todo.

La pelicula respira disparate hasta la seducción. La escenografía es espectacular y bien cuidada. Los personajes del film también están a la altura de la pintura de escena. La risa está garantizada. Me quedo con una secuencia que me ha parecido maravillosa, os doy una pista: girasoles.