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Una partida de campo

Romance. Drama Una familia pasa un domingo a orillas del Sena. Mientras los hombres duermen la siesta, unos jóvenes remeros invitan a la madre y a la hija a dar un paseo en barca; un paseo que se convertirá en algo más que una inocente excursión fluvial. Mediometraje de 40 minutos basado en un relato de Guy de Maupassant, en el que Renoir hace un homenaje a su padre, el pintor impresionista Pierre Auguste Renoir. Sus cuadros son mostrados en el film ... [+]
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
24 de abril de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si la película que he visto es la misma que han visto los demás críticos que escriben aquí: yo he visto una sucesión de tomas, con frecuencia repetidas varias veces, dispuestas en orden según avanza la trama, así desde el principio hasta el final, de acuerdo con materiales recuperados por la Cinemateca Francesa en 1962, y dando como resultado una película en "bruto", sin montaje ninguno y sin música de Joseph Kosma, de al menos unos 85 minutos de duración. Sé que la película en sí quedó inacabada, pero me gustaría saber por qué, cómo, y en qué circustancias. Las tomas sin montar, pero ordenadas según la evolución de la acción, y rodadas, según los datos de las claquetas, entre julio y agosto de 1936, son muy, pero muy interesantes -para cualquier aficionado al cine, y sobre todo para los admiradores de Renoir-, porque permiten conocer el modo de rodar del cineasta francés, su manera de tratar con los actores, y de dirigirlos; el modo de encuadrar y de planificar el encuadre del plano (cambiando de punto de vista la cámara al repetir un plano, y rodando varias tomas de cada plano con emplazamientos de cámara diferentes en cada toma, como imagino que harían por entonces muchos más directores, para luego seleccionar el mejor punto de vista al realizar el montaje); la manera de dosificar el tiempo, el ritmo de la acción, los diálogos...

Supongo que ésta no es la manera más "normal" de ver un film, pero en este caso tan especial esta versión en bruto es quizá la mejor, la más completa, y nos permite descubrir un film rodado en plena naturaleza, que parece contagiarse de la belleza y del tono sereno y contemplativo del campo, los árboles, las barcas y, por supuesto, el río, un río francés premonitorio, que anuncia futuros ríos hindúes. El joven barquero que se enamora de Sylvia Bataille (creo que es Georges Darnoux) viste con una modernidad impresionante, como si el film fuera de los años 60, y en el fondo es un film adelantado a su tiempo, un film que se adelanta al menos 20 ó 30 años, incluso situando la acción unos 30 ó 40 años antes del rodaje, muy a fines del siglo XIX o muy a principios del XX. En fin, quizá una obra maestra perdida de Renoir. Una pena.
Pedro Triguero_Lizana
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13 de junio de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sombra del padre, las siluetas recortadas con la luz de la primera tarde; la hierba recién segada; el río bajo la fonda; las nubes pasajeras que cubren la escena de gotas gordas que no limpian las lágrimas de lo que no pudo nunca llegar a ser... cuento oriental en la orilla occidental de la vida. La figura eterna del eterno retorno del río de la vida, que nos empuja y nos conduce, nos hace volver sobre los pasos que creímos dar. Más adelante Renoir hará sus completas reflexiones en el río, ya en la India, ya completamente sumergido en la idea budista, antes, sin embargo, nos deja esta perla intensa y triste sobre la vida misma.
angel
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31 de mayo de 2022
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
181/42(30/05/22) Film de esos cuasi-malditos por ser inacabado, teniendo mucha historia todo lo que hubo alrededor que la propia película. Dirigida por Jean Renoir, adaptando el cuento homónimo de 1881 de Guy Maupassant, se rodó en el verano de 1936 a orillas del rio del Loing, pero por problemas de producción (hay diversas y variopintas teorías: desde las inclemencias meteorológicas, problemas sindicales, falta de presupuesto, problemas de agenda del director, etc…) no se terminó, siendo estrenada en 1946 por impulso del productor Pierre Braunberger (los créditos indican que la película: “no pudo ser, por causas de fuerza mayor, completamente terminado. Ante la ausencia de Jean Renoir, actualmente en America, deseoso de respetar su obra y preservar su carácter, hemos decidido presentarlo tal como es), aportando secuencias que se creían perdidas, la montadora Marguerite Houllé Renoir (amante del director, no se casó con él, pero se puso su apellido) sacaría un mediometraje, hay quien dice que la mitad del metraje proyectado, aunque Jean Renoir comentó años después que este relato estaba destinado a ser un cortometraje que incrustaría en una cinta ómnibus que nunca se llegó a filmar, comentando que solo la duración eran los 40 minutos aproximadamente. Presumiblemente, el material que nunca se filmó habría presentado a varios personajes clave en París, preparándose para el domingo de campo. El asistente de dirección Jacques Becker filmó partes de ella mientras Renoir estaba ausente, Luchino Visconti también trabajó en el film como escenógrafo.

Comienza con el viaje ya en marcha de una a una parisina familia al campo en el verano de 1860: Padre (divertido en en el modo en que es pez fuera del agua allí, André Gabriello), madre (muy buena haciendo de mujer madura gustosa de ser perseguida, Jane Marken), abuela (Gabrielle Fontan), hija pequeña Henriette (encantadora, maravillosa en su candidez y melancolía Sylvia Bataille), y el prometido de Henriette, Anatole (jocoso en su estulticia, Paul Temps), llegan a una posada rústica, listos para ir a pescar y hacer un picnic. Dos jóvenes lugareños se encuentran en la zona, Rodolphe (notable como seductor Jacques Brunius), que luce bigote manubio, le sugiere a su amigo Henri (estupendo como el lanzado pícaro Georges D'Arnoux) intentar quedar con madre e hija a solas, opa ralo que pergeñaran un plan.

Aun siendo un proyecto sin acabar, sin ser montado con la supervisión de Jean Renoir (estaba en USA por entonces), la obra mantiene un poético estilo que encandila en su falsa superficialidad, una carta de amor a la comunión sensual entre naturaleza y sexo, un permanente cuadro de postales que destilan sensibilidad pictórica propia del impresionismo, que emana de seguramente el padre de Jean Renoir, Pierre-August Renoir, gracias a la fenomenal cinematografía en glorioso b/n de Claude Renoir (sobrino del director), ya desde los créditos iniciales exhibiendo esos bucólicas sombra de árboles que se reflejan en las aguas del rio, componiendo secuencias de una beldad sibarita (la secuencia en que los amigos abren la ventana, la música del magiar Joseph Kosma se eleva y nosotros con el par de hombres admiramos a las mujeres balanceándose en el columpio con los árboles al fondo, es icónica del Séptimo Arte, o debería serlo). Inspirándose en el cuadro “El columpio” de 1876), con un manejo de la luz prodigioso, ese sol radiante, el sumun (pienso yo) habría sido haber filmado en color. Una evocadora pintura en movimiento del idealizado tiempo que se retrata, con su vestimenta, sus costumbres, sus modismos, la candidez frente a las ganas de ligue, ese apacible y lírico rio, esa comida sobre la hierba, esos paseos en barca, consiguiendo atrapar la llama de la juventud enfrentada a su fugacidad.

Un retrato de domingueros que nos habla de los amores de juventud, de la picardía, de los juegos de seducción, del encanto de la naturaleza. Una aparente en su escaparate comedia que en realidad se torna en estudio del carpe dien, de canto a saber aprovechar el momento y disfrutar de los pequeños placeres de la vida, haciendo lo que parece algo ligero se convierta en su rush final, maravillosamente cortado en una genial elipsis por una sostenida toma de los cielos nublándose y con las nubes negras moviéndose en proyección de una tormenta (el paso lapidario e inexorable del tiempo), para un salto en el tiempo que hace reflexionar sobre los amores fugaces que nos pueden marcar. Film naturalista que indaga en esos momentos de placer que dejan huella, esos que recuerdas por siempre. Siendo una exaltación de los placeres carnales, de la juventud, de la ligereza de la vida, de los perecedero de los momentos felices, la inocencia femenina. Ello con dosis de humor como esos curas pasando frente a las mujeres, y no se resisten a mirarlas, saliendo a relucir el macho que todos los hombres llevan dentro, a lo que les regaña el líder de este grupo; como es ese hospedero Poulain (el propio Jean Renoir, también su amante y editora Marguerite Houlle Renoir es la camarera.) que sirve a los recién llegados domingueros (por inducción de Rodolphe) un pescado rancio, y que los degustadores saborean como un manjar (¿?), en lo que es una parodia de la sabiduría campestre vs los acomodados urbanitas (Rodolphe: “Los parisinos son como microbios: llega uno y en menos de una semana tienes una colonia”; Está la muy fresca conversación en la posada entre los dos amigos Rodolphe y Henri (en un tono muy adelantado a su tiempo en como hablan del sexo), donde los dos se reparten a las dos mujeres, ya planeando lo que sucederá, como tendrán sexo en la isla, como le advierte uno a otro de los peligros, “Tomare a la chica y los riesgos que implica. Tú puedes acercarte a la madre. Pasaremos una buena tarde”, le propone Rodolphe a Henri, pero los designios del destino no están escritos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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17 de abril de 2007
29 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con las películas antiguas pasa lo que pasa: se mitificaron en su momento, y desmitificarlas cuesta Dios y ayuda. Hay innumerables casos, y uno de ellos es esta "Partida de campo" que parece poco más o menos un documental sobre un rodaje, ahí le añadiríamos unas tomas y quedaría como un documental magnífico sobre un rodaje de la época.

Pero no, el director Jean Renoir, creo que nieto del pintor impresionista, rinde un homenaje a su antepasado y pretende "captar" la fugacidad del momento como haría un pintor. Sólo que pintura y cinematografía son artes completamente diferentes, sin apenas relación entre ellas, por lo menos eso es lo que pienso.

Como historia de ficción (algo que en pintura no existe simplemente) tiene más de una fisura, la principal, sin duda, que apenas tiene historia que contar (como no sea, nuevamente, la de un rodaje, pero esto es poca cosa a día de hoy), es repetitiva, a veces no sabemos por qué al director le parece mal una escena y bien otra, nosotros no percibimos la diferencia, como no sea un matiz, una entrada a destiempo de un personaje, etc.

La verdad sobre películas antiguas es que muchas son magníficas, incluso a día de hoy, muchas son malas a rabiar, y muchas otras, entre las que incluyo ésta no resisten muy bien el paso del tiempo, y quedan obsoletas. En este caso porque es un embrollo de carácter intelectual, que no nos dice nada, y que recuerda a películas de "arte y ensayo" de los sesenta, y nunca mejor dicho lo de arte y ensayo, arte por el homenaje al pintor, ensayo porque en realidad fue una obra inacabada, que acabó proyectándose como quedó, un mediometraje sin mucha salsa. Como "arte" ya hemos dicho que poco tiene que ver la pintura con el cine, la primera básicamente retrata todo lo bien que puede, y según el estilo del pintor, una escena cualquiera, sería como un fotograma de un película, sólo que manual y artístico.

El cine, en cambio, es un arte novísimo, que bebe en las fuentes de la literatura, y que pretende, mediante la captación del movimiento, contar una historia ficticia. Nada por tanto que ver, en principio, con la pintura, a no ser que encuadremos a ambos como "arte", pero ya sabemos qué pasa con las palabras grandilocuentes, no sirven para nada, ... sobre todo en lo que respecta al cine, que es a la vez, además de "arte" (demos el significado que demos a esta palabra), espectáculo, industria, entretenimiento, forma de relación social, etc etc ...

En resumen, en cuanto película, más bien pasable, sin demasiado interés, en mi pobre opinión, claro que doctores tiene la Iglesia, que dice el dicho.
rosbar
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