Días de vino y rosas
1962 

8.1
20,492
8 de julio de 2014
8 de julio de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Days of wine and roses (Dias de vino y rosas, 1962) es una de las películas dirigidas por Blake Edwards más bien recibidas por la crítica. Lo cierto es que es una película irregular, que muestra una vena dramática demasiado sensiblera, en relación al tema tan contundente que trata el filme, como es el Alcoholismo.
La película tiene dos problemas principales. Uno de ellos es el montaje. La película nos presenta la caída en el tenebroso mundo del alcohol de la pareja protagonista, interpretada respectivamente por Jack Lemmon y Lee Remick. En realidad, una estructura que tiene más bien parecido con la montaña rusa, porque continuamente vemos la caída y redención (y otra vez caída) de nuestros protagonistas. Es decir, el proceso natural de cualquier adicto, fases de recuperación alternadas con otras de recaída. A pesar de que en estas recaídas la película consigue plasmar algunas secuencias maravillosas y ciertamente inquietantes, como en la que Jack Lemmon busca desesperadamente una de las botellas de Whisky que tiene guardadas en el invernadero, y frustrado por no conseguirla, rompe con todo lo que encuentra a su paso. Pero lo cierto es que el montaje nos muestra unas imágenes poco conectadas, porque de un plano a otro pueden haber transcurrido cuatro meses perfectamente. El espectador es el que ha de recomponer la historia argumental, y el film no da coordenadas temporales acerca de la existencia vital de los personajes durante estos intervalos, que además son reiterados en la película.
En segundo lugar, la película destapa una vena que en ocasiones roza la sensiblería más sensacionalista. Es cierto que tratar un tema como una adicción es complicado, más aún si la película, como es el caso de Días de Vino y Rosas utiliza casi la totalidad del metraje para abordar el tema, pero el guión no es capaz de desarrollar el eje principal en muchas ocasiones. En cierto sentido, la película tiene un gran parecido con el cine explotaition de Dwain Esper, en películas como Marihuana (Marihuana, 1936). Hay algunas escenas bastante significativas que nos pueden indicar por dónde van los tiros.
Y es que, ¿A quién no le recuerda la secuencia en la que la mujer interpretada por Remick se descuida a su hija por ir ebria a cualquiera del director de cine exploitation ya citado? A pesar de que los dos intérpretes brillan con luz propia a lo largo de la película, lo cierto es que hay varias secuencias conjuntas que no acaban de convencer, por repetitivas y por unos diálogos que dejan bastante que desear. Detalle aparte es la inclusión del personaje de Jack Lemmon en un sanatorio, casi sin que entendamos que hace recluido (será que no hay alcohólicos en el mundo como para que tengan que internarlos a todos).
Está claro que pese a todo, Días de Vino y Rosas no es una mala película. Pero si decepcionante. Y creo que el problema está detrás de las cámaras, porque no podemos dejar de olvidar que la película está muy lejos de las otras películas del director, Blake Edwards, que se hizo principalmente famoso por sus estúpidas películas acerca de las investigaciones del Dr. Closeau y la Pantera Rosa.
Parece evidente que para esta obra Edwards se empapó de ciertas películas europeas, y del movimiento de los Nuevos cines que estaba empezando a latir en el viejo continente, y así lo demuestra no sólo la temática social de la película (que se agradece que por una vez que una película de Hollywood se atreva a bajar a los mismísimos infiernos), sino también una interesante fotografía en Blanco y negro, así como algún recurso formal (aunque sólo en contadas ocasiones) bastante atípico. Ejemplo de esto último podría ser el travelling inicial (mostrándonos un ambiente festivo en el que la juerga está yendo más allá de lo normal) o el plano intercalado entre la ducha que se toma Lee Remick obligada por su padre (después de ir ebria y molestarlo), con un plano detalle de la ducha con el primer plano de la cara de Lemmon internado ya en el sanatorio y con su camisa de fuerza pegada a su piel.
Días de Vino y Rosa no es una mala película, pero se sostiene casi exclusivamente porque tiene a dos brillantes actores detrás, y porque la película está hecha para que los dos luzcan con fuerza. La química de los dos es notable, Lemmon interpretando a un personaje con aura de malditismo, y que es el culpable de introducir la adicción a su mujer, a pesar de que es el único que conseguirá rehabilitarse totalmente. Y por supuesto Lee Remick, interpretando una agónica alcohólica que acaba en la apatía máxima. Increíble las dos actuaciones.
http://neokunst.wordpress.com/2014/07/08/dias-de-vino-y-rosas-1962/
La película tiene dos problemas principales. Uno de ellos es el montaje. La película nos presenta la caída en el tenebroso mundo del alcohol de la pareja protagonista, interpretada respectivamente por Jack Lemmon y Lee Remick. En realidad, una estructura que tiene más bien parecido con la montaña rusa, porque continuamente vemos la caída y redención (y otra vez caída) de nuestros protagonistas. Es decir, el proceso natural de cualquier adicto, fases de recuperación alternadas con otras de recaída. A pesar de que en estas recaídas la película consigue plasmar algunas secuencias maravillosas y ciertamente inquietantes, como en la que Jack Lemmon busca desesperadamente una de las botellas de Whisky que tiene guardadas en el invernadero, y frustrado por no conseguirla, rompe con todo lo que encuentra a su paso. Pero lo cierto es que el montaje nos muestra unas imágenes poco conectadas, porque de un plano a otro pueden haber transcurrido cuatro meses perfectamente. El espectador es el que ha de recomponer la historia argumental, y el film no da coordenadas temporales acerca de la existencia vital de los personajes durante estos intervalos, que además son reiterados en la película.
En segundo lugar, la película destapa una vena que en ocasiones roza la sensiblería más sensacionalista. Es cierto que tratar un tema como una adicción es complicado, más aún si la película, como es el caso de Días de Vino y Rosas utiliza casi la totalidad del metraje para abordar el tema, pero el guión no es capaz de desarrollar el eje principal en muchas ocasiones. En cierto sentido, la película tiene un gran parecido con el cine explotaition de Dwain Esper, en películas como Marihuana (Marihuana, 1936). Hay algunas escenas bastante significativas que nos pueden indicar por dónde van los tiros.
Y es que, ¿A quién no le recuerda la secuencia en la que la mujer interpretada por Remick se descuida a su hija por ir ebria a cualquiera del director de cine exploitation ya citado? A pesar de que los dos intérpretes brillan con luz propia a lo largo de la película, lo cierto es que hay varias secuencias conjuntas que no acaban de convencer, por repetitivas y por unos diálogos que dejan bastante que desear. Detalle aparte es la inclusión del personaje de Jack Lemmon en un sanatorio, casi sin que entendamos que hace recluido (será que no hay alcohólicos en el mundo como para que tengan que internarlos a todos).
Está claro que pese a todo, Días de Vino y Rosas no es una mala película. Pero si decepcionante. Y creo que el problema está detrás de las cámaras, porque no podemos dejar de olvidar que la película está muy lejos de las otras películas del director, Blake Edwards, que se hizo principalmente famoso por sus estúpidas películas acerca de las investigaciones del Dr. Closeau y la Pantera Rosa.
Parece evidente que para esta obra Edwards se empapó de ciertas películas europeas, y del movimiento de los Nuevos cines que estaba empezando a latir en el viejo continente, y así lo demuestra no sólo la temática social de la película (que se agradece que por una vez que una película de Hollywood se atreva a bajar a los mismísimos infiernos), sino también una interesante fotografía en Blanco y negro, así como algún recurso formal (aunque sólo en contadas ocasiones) bastante atípico. Ejemplo de esto último podría ser el travelling inicial (mostrándonos un ambiente festivo en el que la juerga está yendo más allá de lo normal) o el plano intercalado entre la ducha que se toma Lee Remick obligada por su padre (después de ir ebria y molestarlo), con un plano detalle de la ducha con el primer plano de la cara de Lemmon internado ya en el sanatorio y con su camisa de fuerza pegada a su piel.
Días de Vino y Rosa no es una mala película, pero se sostiene casi exclusivamente porque tiene a dos brillantes actores detrás, y porque la película está hecha para que los dos luzcan con fuerza. La química de los dos es notable, Lemmon interpretando a un personaje con aura de malditismo, y que es el culpable de introducir la adicción a su mujer, a pesar de que es el único que conseguirá rehabilitarse totalmente. Y por supuesto Lee Remick, interpretando una agónica alcohólica que acaba en la apatía máxima. Increíble las dos actuaciones.
http://neokunst.wordpress.com/2014/07/08/dias-de-vino-y-rosas-1962/
2 de diciembre de 2020
2 de diciembre de 2020
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida a menudo te plantea situaciones propicias que te invitan al exceso, generalmente de forma irresponsable, por motivos sentimentales, problemas personales, asuntos sociales o de ámbito laboral, es éste último el que protagoniza la gran película de Edwards, quizás la más seria reflexión sobre la adicción al alcohol y sus devastadoras consecuencias. El alcoholismo es una enfermedad mucho más peligrosa de lo que pensamos, porque degrada progresivamente la dignidad humana y provoca una profunda y lacerante angustia a tus seres queridos. La embriaguez está socialmente aceptada en ciertos momentos, porque inhibe al sujeto de cualquier prejuicio o pudor, lo transforma y lo domina hasta hacerlo esclavo y dependiente. Es entonces cuando esa misma sociedad te repudia y margina, empujándote al infierno de la abstinencia.
Prefiero al Blake Edwards de los dramas y thrillers (Chantaje contra una mujer, Días de vino y rosas), al de las comedias, seguramente porque su humor del absurdo nunca me cautivó. Comedias en las que por otra parte la industria le encasilló apresuradamente. Debo ser de los pocos que no ensalzan esas comedias tan famosas como “El guateque” o “La pantera rosa”, entre otras, aunque no desmerecen, sólo me quedaría con “Desayuno con diamantes”, por Audrey, "Moon river" y su delicioso romanticismo. El origen de esta sobrecogedora película fue un telefilm realizado cinco años antes por John Frankenheimer con Clift Robertson como protagonista. Nadie podía esperar que un habitual director de comedias y el mayor comediante de ese tiempo que era Jack Lemmon, pudieran hacer una obra tan amarga y emotiva como ésta.
Una fábula de corte moralista que debe su eficacia en gran medida al esmerado trabajo de sus actores y a la fotografía en claroscuro de blanco y negro, donde dominan los primeros planos extenuantes sobre unos personajes en situación límite, muy adecuado al drama sórdido y patético en ocasiones que rezuma el film. Curiosamente la película comienza como una comedia estilizada y lúdica, se nos presenta el personaje central Joe Clay (Lemmon), como un hombre afable y sumiso, empleado en relaciones públicas que conocerá mediante el clásico equívoco a una secretaria, Kirsten (la bellísima Lee Remick), formando una familia de clase media, importante personaje es el suegro de Joe, un excelente secundario, Charles Bickford.
El clima desenfadado y amable deriva rápidamente hacia un drama autodestructivo de un realismo social apabullante, mediante el alcohol, las necesidades afectivas, los sueños rotos y los fracasos profesionales derivados de una competencia insensata y poco civilizada. La película está poblada de escenas impactantes y terroríficas cercanas a la locura de una atroz dependencia insalvable, una espeluznante diatriba sobre la adicción y sus nefastas consecuencias. Más que un film sobre el alcoholismo, es un film sobre dos personas que beben casi siempre con fruición. Eso ayuda a dar al film un tono adulto, alternativamente ligero y sombrío, que es su mejor propuesta. Destacar la música siempre delicada y maravillosa del maestro Henry Mancini, habitual en el cine de Edwards. Obra muy recomendable que gana prestigio con el paso del tiempo.
Prefiero al Blake Edwards de los dramas y thrillers (Chantaje contra una mujer, Días de vino y rosas), al de las comedias, seguramente porque su humor del absurdo nunca me cautivó. Comedias en las que por otra parte la industria le encasilló apresuradamente. Debo ser de los pocos que no ensalzan esas comedias tan famosas como “El guateque” o “La pantera rosa”, entre otras, aunque no desmerecen, sólo me quedaría con “Desayuno con diamantes”, por Audrey, "Moon river" y su delicioso romanticismo. El origen de esta sobrecogedora película fue un telefilm realizado cinco años antes por John Frankenheimer con Clift Robertson como protagonista. Nadie podía esperar que un habitual director de comedias y el mayor comediante de ese tiempo que era Jack Lemmon, pudieran hacer una obra tan amarga y emotiva como ésta.
Una fábula de corte moralista que debe su eficacia en gran medida al esmerado trabajo de sus actores y a la fotografía en claroscuro de blanco y negro, donde dominan los primeros planos extenuantes sobre unos personajes en situación límite, muy adecuado al drama sórdido y patético en ocasiones que rezuma el film. Curiosamente la película comienza como una comedia estilizada y lúdica, se nos presenta el personaje central Joe Clay (Lemmon), como un hombre afable y sumiso, empleado en relaciones públicas que conocerá mediante el clásico equívoco a una secretaria, Kirsten (la bellísima Lee Remick), formando una familia de clase media, importante personaje es el suegro de Joe, un excelente secundario, Charles Bickford.
El clima desenfadado y amable deriva rápidamente hacia un drama autodestructivo de un realismo social apabullante, mediante el alcohol, las necesidades afectivas, los sueños rotos y los fracasos profesionales derivados de una competencia insensata y poco civilizada. La película está poblada de escenas impactantes y terroríficas cercanas a la locura de una atroz dependencia insalvable, una espeluznante diatriba sobre la adicción y sus nefastas consecuencias. Más que un film sobre el alcoholismo, es un film sobre dos personas que beben casi siempre con fruición. Eso ayuda a dar al film un tono adulto, alternativamente ligero y sombrío, que es su mejor propuesta. Destacar la música siempre delicada y maravillosa del maestro Henry Mancini, habitual en el cine de Edwards. Obra muy recomendable que gana prestigio con el paso del tiempo.
25 de abril de 2006
25 de abril de 2006
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un director de comedias como Blake Edwards se metió de lleno en el drama con esta gran película, impactante por el realismo y la crudeza con que se trata el tema del alcoholismo.
La historia muestra la evolución de la pareja protagonista desde el inicio en que es sólo él quien bebe, utilizando la bebida como un elemento social más de su trabajo; ella no lo hace, aunque se ve forzada a ello para sintonizar mejor con éste cuando llega a casa "alegre" después de la jornada laboral.
Su proceso de degradación se narra con credibilidad y dramatismo y sin concesiones, las interpretaciones de Jack Lemmon y Lee Remick son inmejorables y van convincentemente de la euforia a la desolación, de la entereza al patetismo, según les dicta su estado emocional.
Es una película profunda que consigue ahondar en un problema como es la adicción, en este caso al alcohol, e incluso evita una conclusión fácil y complaciente.
La historia muestra la evolución de la pareja protagonista desde el inicio en que es sólo él quien bebe, utilizando la bebida como un elemento social más de su trabajo; ella no lo hace, aunque se ve forzada a ello para sintonizar mejor con éste cuando llega a casa "alegre" después de la jornada laboral.
Su proceso de degradación se narra con credibilidad y dramatismo y sin concesiones, las interpretaciones de Jack Lemmon y Lee Remick son inmejorables y van convincentemente de la euforia a la desolación, de la entereza al patetismo, según les dicta su estado emocional.
Es una película profunda que consigue ahondar en un problema como es la adicción, en este caso al alcohol, e incluso evita una conclusión fácil y complaciente.
1 de febrero de 2011
1 de febrero de 2011
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué maravilla.
Esperaba mucho de "Días de vino y rosas". Me interesan el argumento y la idea subyacente, suelo ser bastante receptivo cuando de generar empatía se trata y aquí la historia da para mucho. Además, con tantas palabras de alabanza sólo podía esperar una obra maestra.
Pero no se puede obviar que, para bien o para mal, estoy muy pez con el cine clásico en general. Tanto es así que en ocasiones me noto sin saber qué hacer al juzgar una película de hace 50 o 60 años, con sus diferencias obvias en el tratamiento de las relaciones sociales, la psicología de los personajes, el desarrollo de la trama, el humor... y siempre con miedo a que no me despierte las emociones esperadas, porque entonces no sé dónde debo ser condescendiente y dónde no.
Con esta obra maestra de Blake Edwards no me sucede. Nunca me sucede. Desde el primer minuto, con esa preciosidad de música sonando en los créditos iniciales, la película me tiene ganado. Y a medida que se desarrollan los acontecimientos y me siento más y más atrapado en sus garras, salir de ella resulta una tarea imposible.
Es el mejor reflejo de la adicción que he visto en el cine. Edwards maneja un guión prodigioso, en el que primero nos presenta a los personajes de una forma que entendamos sus motivaciones* y luego va desarrollando la trama de una manera abrupta, con grandes saltos temporales, en los que la pareja protagonista cae constantemente y debido a los cuales la empatía con ellos es aún mayor**. El retrato de sus cambios, con ello, es casi perfecto y te los crees desde el primer momento hasta el último; si además los diálogos acompañan y son tan naturales, espontáneos y al mismo tiempo mágicos como en esta película, el resultado es devastador.
Pero por encima del guión se elevan las dos interpretaciones protagonistas, sencillamente maravillosas. Lemmon consigue que entres en su juego enseguida. Su voz transmite confianza y cercanía, no es uno de esos actores que parece que el mundo se para cuando hablan, y no tienes más remedio que creerte su alegría, su enamoramiento, su desesperación, su tristeza... Para compensar Lee Remick le da la réplica con un papel que gana en fuerza con el desarrollo de la trama y en el que logra reflejar como tal vez nadie lo ha hecho nunca, en una de las escenas más brillantes que he visto, el nivel de degradación, ya no moral sino física y psicológica, al que llega en un determinado punto***. Si además de este par de prodigios cualquiera de los secundarios logra construirse con una solidez brillante, con especial atención a Charles Bickford reencarnando al padre de Kirsten, no queda más que rendirse ante el impresionante nivel interpretativo que se alcanza aquí; en el que todo parece tan real como si los actores lo estuvieran viviendo en primera persona.
Esperaba mucho de "Días de vino y rosas". Me interesan el argumento y la idea subyacente, suelo ser bastante receptivo cuando de generar empatía se trata y aquí la historia da para mucho. Además, con tantas palabras de alabanza sólo podía esperar una obra maestra.
Pero no se puede obviar que, para bien o para mal, estoy muy pez con el cine clásico en general. Tanto es así que en ocasiones me noto sin saber qué hacer al juzgar una película de hace 50 o 60 años, con sus diferencias obvias en el tratamiento de las relaciones sociales, la psicología de los personajes, el desarrollo de la trama, el humor... y siempre con miedo a que no me despierte las emociones esperadas, porque entonces no sé dónde debo ser condescendiente y dónde no.
Con esta obra maestra de Blake Edwards no me sucede. Nunca me sucede. Desde el primer minuto, con esa preciosidad de música sonando en los créditos iniciales, la película me tiene ganado. Y a medida que se desarrollan los acontecimientos y me siento más y más atrapado en sus garras, salir de ella resulta una tarea imposible.
Es el mejor reflejo de la adicción que he visto en el cine. Edwards maneja un guión prodigioso, en el que primero nos presenta a los personajes de una forma que entendamos sus motivaciones* y luego va desarrollando la trama de una manera abrupta, con grandes saltos temporales, en los que la pareja protagonista cae constantemente y debido a los cuales la empatía con ellos es aún mayor**. El retrato de sus cambios, con ello, es casi perfecto y te los crees desde el primer momento hasta el último; si además los diálogos acompañan y son tan naturales, espontáneos y al mismo tiempo mágicos como en esta película, el resultado es devastador.
Pero por encima del guión se elevan las dos interpretaciones protagonistas, sencillamente maravillosas. Lemmon consigue que entres en su juego enseguida. Su voz transmite confianza y cercanía, no es uno de esos actores que parece que el mundo se para cuando hablan, y no tienes más remedio que creerte su alegría, su enamoramiento, su desesperación, su tristeza... Para compensar Lee Remick le da la réplica con un papel que gana en fuerza con el desarrollo de la trama y en el que logra reflejar como tal vez nadie lo ha hecho nunca, en una de las escenas más brillantes que he visto, el nivel de degradación, ya no moral sino física y psicológica, al que llega en un determinado punto***. Si además de este par de prodigios cualquiera de los secundarios logra construirse con una solidez brillante, con especial atención a Charles Bickford reencarnando al padre de Kirsten, no queda más que rendirse ante el impresionante nivel interpretativo que se alcanza aquí; en el que todo parece tan real como si los actores lo estuvieran viviendo en primera persona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
*He leído algunas reticencias respecto a la fuerza de la adicción de Kirsten, que supongo vienen dadas por esa imagen inicial que dan de ella como una chica responsable que sabe qué hacer en cada momento. El argumento juega en ese sentido a dos bandas, Kirsten es sensata pero al mismo tiempo es bastante frágil, y no sólo por la incapacidad de controlarse, sino porque se llegan a insinuar ciertas tendencias depresivas (o al menos eso me pareció) en la escena de la bahía. Bebe para evadirse, y como comenta ella misma más tarde, para ella el alcohol es un revulsivo, un refugio en el que esconderse cuando no le encuentra sentido a nada.
El caso de Joe tiene tal vez menos misterio, porque no deja de ser un juerguista por naturaleza, al que le ha tocado en gracia tener un empleo en el que para relacionarse con sus clientes ha de estar en contacto constante con el alcohol y con ambientes festivos, pero como Kirsten, pierde el control y su vicio se transforma en necesidad, en una forma de vida.
**Confieso que en un principio no me ha caído del todo bien esa estructura narrativa, seguramente porque notaba que faltaba algo, o que no había la suficiente consistencia, pero al final creo que era la mejor decisión. Al contrario que otras obras que intentarían captar la "llegada" de la adicción en un momento dado tras un proceso lineal, aquí los cambios entran a trompicones; el espectador tiene la misma consciencia que los dos protagonistas de que su placer está convirtiéndose en adicción. Y en ese sentido, por ejemplo, la escena en la que por primera vez Joe descubre su problema, al gritar y cerrar la puerta mientras su bebé llora, no se prepara de ninguna manera sino que surge como algo completamente impredecible.
***Si la película funciona de manera maravillosa a nivel general, no lo es menos en sus escenas individuales, dotadas algunas de ellas de una fuerza impresionante. Desde el paseo en la bahía en el que surge la chispa a esa cena en el piso de Kirsten donde ahogan sus risas con un beso; la primera vez que Joe es consciente de lo que le ocurre y llora en el pecho de Kirsten, sólo para acabar ella misma cediendo a sus impulsos; el padre de Kirsten llorando y derrumbándose ante Joe cuando confiesa su estado; una Kirsten borracha como una cuba acostando a su hija; los primeros planos de la reunión de Alcohólicos Anónimos; la ensoñación de Joe en su último delirio alcohólico y las escenas del hospital; pero sobre todo tres escenas, de una carga emocional tremenda, que me han marcado especialmente. La primera, la imagen patética de un Joe desesperado buscando una botella entre las macetas, sólo para engancharse a ella, tirado en el suelo, cuando la encuentra. La segunda, la ya citada escena del motel, en un ambiente poderosamente depresivo, y Kirsten rendida ante su adicción, tratando de arrastrar de nuevo a Joe en ella. Y, por último, ese amargo final, con la mirada de Joe bañada en lágrimas al ver marcharse a Kirsten hacia un destino incierto.
El caso de Joe tiene tal vez menos misterio, porque no deja de ser un juerguista por naturaleza, al que le ha tocado en gracia tener un empleo en el que para relacionarse con sus clientes ha de estar en contacto constante con el alcohol y con ambientes festivos, pero como Kirsten, pierde el control y su vicio se transforma en necesidad, en una forma de vida.
**Confieso que en un principio no me ha caído del todo bien esa estructura narrativa, seguramente porque notaba que faltaba algo, o que no había la suficiente consistencia, pero al final creo que era la mejor decisión. Al contrario que otras obras que intentarían captar la "llegada" de la adicción en un momento dado tras un proceso lineal, aquí los cambios entran a trompicones; el espectador tiene la misma consciencia que los dos protagonistas de que su placer está convirtiéndose en adicción. Y en ese sentido, por ejemplo, la escena en la que por primera vez Joe descubre su problema, al gritar y cerrar la puerta mientras su bebé llora, no se prepara de ninguna manera sino que surge como algo completamente impredecible.
***Si la película funciona de manera maravillosa a nivel general, no lo es menos en sus escenas individuales, dotadas algunas de ellas de una fuerza impresionante. Desde el paseo en la bahía en el que surge la chispa a esa cena en el piso de Kirsten donde ahogan sus risas con un beso; la primera vez que Joe es consciente de lo que le ocurre y llora en el pecho de Kirsten, sólo para acabar ella misma cediendo a sus impulsos; el padre de Kirsten llorando y derrumbándose ante Joe cuando confiesa su estado; una Kirsten borracha como una cuba acostando a su hija; los primeros planos de la reunión de Alcohólicos Anónimos; la ensoñación de Joe en su último delirio alcohólico y las escenas del hospital; pero sobre todo tres escenas, de una carga emocional tremenda, que me han marcado especialmente. La primera, la imagen patética de un Joe desesperado buscando una botella entre las macetas, sólo para engancharse a ella, tirado en el suelo, cuando la encuentra. La segunda, la ya citada escena del motel, en un ambiente poderosamente depresivo, y Kirsten rendida ante su adicción, tratando de arrastrar de nuevo a Joe en ella. Y, por último, ese amargo final, con la mirada de Joe bañada en lágrimas al ver marcharse a Kirsten hacia un destino incierto.
7 de noviembre de 2011
7 de noviembre de 2011
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A día de hoy, y me temo que hasta el mismo instante en que exista una vacuna efectiva contra el alcoholismo, "Días de vino y rosas", sigue gozando de una aterradora actualidad.
La vida de una pareja que se quiere, y que quieren todo aquello que alguna vez les hizo encontrarse y ser felices; hasta el preciso momento en que dejan de ser dos y el tercero en discordia, que no es su hija, crece de manera exagerada.
El que ha llegado al hogar de Joe y Kirsten, con intenciones de quedarse, es un elemento que va de simpático pero que tiene un irascible temperamento; hace valer su alta graduación, no menos de 40º; varía de color, sabor y hasta de nombre; acaba desquiciando cuando desaparece y gusta de vivir dentro de las botellas. En sus buenos momentos tenía en la caricia sedosa su arma más persuasora; ahora, cuando las rosas yacen marchitas en el vacío frasco de ginebra, utiliza denigrantes métodos para acentuar su presencia, y sádicas fórmulas para torturar con su ausencia.
Blake Edwards construyó, con la inestimable ayuda de los dos protagonistas (Lemmon y Remick) uno de los mejores tratados sobre el alcohol y sus devastadores efectos, sin dejarse llevar por facilones efectismos propios de los temas que tienen que ver con las adicciones.
Yo considero imprescindible su visionado y supongo que quienes luchan contra la terrible enfermedad la utilizarán como manual de autoayuda.
La vida de una pareja que se quiere, y que quieren todo aquello que alguna vez les hizo encontrarse y ser felices; hasta el preciso momento en que dejan de ser dos y el tercero en discordia, que no es su hija, crece de manera exagerada.
El que ha llegado al hogar de Joe y Kirsten, con intenciones de quedarse, es un elemento que va de simpático pero que tiene un irascible temperamento; hace valer su alta graduación, no menos de 40º; varía de color, sabor y hasta de nombre; acaba desquiciando cuando desaparece y gusta de vivir dentro de las botellas. En sus buenos momentos tenía en la caricia sedosa su arma más persuasora; ahora, cuando las rosas yacen marchitas en el vacío frasco de ginebra, utiliza denigrantes métodos para acentuar su presencia, y sádicas fórmulas para torturar con su ausencia.
Blake Edwards construyó, con la inestimable ayuda de los dos protagonistas (Lemmon y Remick) uno de los mejores tratados sobre el alcohol y sus devastadores efectos, sin dejarse llevar por facilones efectismos propios de los temas que tienen que ver con las adicciones.
Yo considero imprescindible su visionado y supongo que quienes luchan contra la terrible enfermedad la utilizarán como manual de autoayuda.
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