Scarlet

Raphaël vuelve desolado tras la I Guerra Mundial a su pueblo natal en el norte de Francia entre imágenes de archivo que muestran una cruda devastación. Al llegar le dicen que su mujer María ha muerto pero que le espera su hija Juliette todavía bebé. Es artesano de la madera mientras la hija se irá espabilando y creciente rodeada de su cariño y el de Madame Adeline, la señora de la finca. Los tres, junto con otras mujeres, quedan estigmatizados por el resto del pueblo mientras extraen de su solidaria firmeza y bondad la fortaleza para salir adelante. Juliette escuchará, siendo una chica, la profecía de que unas lonas escarlatas que vendrán del cielo se la llevarán del pueblo.

La trama se desarrolla en un lugar y un período atemporal donde todo parece detenido mientras en medio de unas imágenes delicadas y oníricas se desarrolla una fábula de homenaje a la armonía bondadosa, al trabajo manual y artesano, a la magia de la música, a la poesía y la necesidad de la imaginación para volar bien alto rechazando la idea de huir de tu lugar de origen que te oprime o de abrazar a un príncipe azul que te viene a salvar. En este sentido, y como contrapunto de la película "Martin Eden", Juliette rechaza —aunque tiene capacidades— ir a la ciudad a estudiar o marcharse con su atractivo aviador/príncipe azul para abrazar el trabajo artesanal de la madera trabajando en la construcción de juguetes o de instrumentos musicales.

En paralelo nuestra protagonista, y con la ayuda de un pequeño grupo de mujeres resistentes y singulares, se enfrentará con determinación a la terrible predestinación de su madre, a los acosos machistas o a la misma profecía romántica que debe venir del cielo. Una especie de matriarcado solidario que avanza y se arraiga al margen de los valores graníticos del progreso y la razón -la incipiente tecnología, la ciencia médica o la sociedad de consumo- y que han sido causa evidente de la destrucción en forma de guerra aniquiladora.

Una película artesanal hecha desde una sincera y femenina humanidad que en forma de encantadora fábula se convierte en un refugio placentero y una lección de esperanza desde una solidaria firmeza y una profunda bondad. (7,5)

Sustancialmente de acuerdo con la crítica que aparece como la más votada. Es una bella película pero no del todo una buena película. Excelente la fotografía, aunque a veces con demasiados trucos de reflejos. Es la trama la que no atrapa en ningún momento, a causa de un guión discontinuo, que no fluye, que no engarza bien una historia.
Muy buena la interpretación de Thierry, pero podría haber sido mejor con un guión mejor pensado.
Desde el principio se introduce un elemento brujeril y de magia, que luego no conduce a gran cosa. Se ilusiona al espectador en que van a ocurrir grandes cosas y luego…

Estamos ante un experimento demasiado extraño como para que acabe funcionando bien. “Scarlet” mezcla la fábula con cierto aroma infantil, el realismo mágico, el drama histórico y el musical. Demasiados elementos heterogéneos para que poder conformar un todo homogéneo, aunque sin duda entretiene y se deja ver, sobre todo por Juliette Jouan.

El cineasta italiano Pietro Marcello (“Martin Eden”, “Bella y perdida”) realiza un film netamente francés que pretende ser más de lo que puede ante la amalgama de lo mezclado. Una cinta en la que resplandece, por encima de todo lo demás, la interpretación de la cantante Juliette Jouan y la curiosa encarnación de un personaje de cuento que lleva a cabo el actor Raphaël Thierry.

La interpretación de ambos supera con creces el argumento del propio Pietro Marcello que nos trata de contar el regreso de un hombre a su remoto hogar del norte de Francia tras la I Guerra Mundial para descubrir que su esposa ha muerto en su ausencia y que tiene una hija pequeña que cuida una bruja que vive en su casa con otra niña y que ha sido la mejor madre posible para la pequeña Juliette. Así se conformará esta extraña familia cuadrangular que sobrevivirá a las habladurías del pueblo y a algunos incidentes desagradables que irán acaeciendo.

A ratos musical, la partitura de Gabriel Yared resulta interesante y se eleva cuando es interpretada por Juliette Jouan, dejando en ese caso los mejores momentos de la cinta. Igualmente efectiva por su tono de cuento la dirección de fotografía de Marco Graziaplena.

Pero a esta adaptación de “El velero rojo” de Alexander Grin le falta alma y emoción, es demasiado comedida y aséptica y, para cuando pretende tocarnos el corazón, resulta ya ser demasiado tarde.