Vuelo 93
2006 

6.7
20,817
Drama
El 11 de septiembre de 2001 cuatro aviones fueron secuestrados. Tres alcanzaron su objetivo, pero el cuarto no. Relato de la tragedia por medio de una meticulosa recreación de los acontecimientos que rodearon al vuelo 93 de United Airlines con la esperanza de tener una visión más amplia de los hechos. La película, realizada con el apoyo de las familias de los pasajeros que viajaban a bordo del avión, relata en tiempo real la dramática ... [+]
19 de febrero de 2011
19 de febrero de 2011
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando sabes el final de una película y aún así consigue sobrecogerte, mantenerte en tensión, golpearte brutalmente en el estómago... eso es que la película está bien hecha.
Leo por ahí críticas sobre el supuesto patrioterismo que refleja. Como al verla no tengo mejor impresión de los americanos de la que tenía antes ni peor impresión de los terroristas, si existía ese pretendido patrioterismo conmigo no ha funcionado.
Yo sólo he visto a un grupo de personas muy asustadas porque se cierne sobre ellas un peligro inminente para sus vidas. Y todas ellas hacen lo que sería normal en estos casos, a saber, contactar con sus familias, llorar mucho, gritar bastante, ponerse nerviosas, temblarles las manos... en fin, es que no se me ocurre qué otra cosa hacer. Bueno, sí, cuando ya sabes positivamente que está todo perdido intentar una última jugada. De perdidos al río. Si intentar salvar la vida propia en una emergencia es un acto patriótico tal vez todos seamos mucho más patriotas de lo que pensamos.
Otras críticas apuntan al pretendido oportunismo del flm. Hombre, es evidente que el tema despierta un interés importante, llámalo morbo si quieres. Aquí habría que plantearse un tema ético. A partir de qué fecha de un acontecimiento impactante es aceptable hacer una recreación del mismo. No sé, las primeras películas sobre la segunda guerra mundial se hicieron mientras aún estaban en ello, y nunca he oído hablar de oportunismo. Yo personalmente prefiero que me cuenten cosas sobre temas que me interesan a que me hablen de la reproducción en Alaska de la foca en cautividad. Seré rara y oportunista.
Definitivamente para mí ésta es una historia de terror, puro y duro. Saber que ocurrió o pudo ocurrir más o menos así sólo contribuye a incrementar ese terror y a patearme más las tripas. Y si el director ha ganado un montón de dólares a costa de mi pánico, olé sus huevos. Otros antes de él los ganaron tambien y no consiguieron ni menearme una pestaña.
Leo por ahí críticas sobre el supuesto patrioterismo que refleja. Como al verla no tengo mejor impresión de los americanos de la que tenía antes ni peor impresión de los terroristas, si existía ese pretendido patrioterismo conmigo no ha funcionado.
Yo sólo he visto a un grupo de personas muy asustadas porque se cierne sobre ellas un peligro inminente para sus vidas. Y todas ellas hacen lo que sería normal en estos casos, a saber, contactar con sus familias, llorar mucho, gritar bastante, ponerse nerviosas, temblarles las manos... en fin, es que no se me ocurre qué otra cosa hacer. Bueno, sí, cuando ya sabes positivamente que está todo perdido intentar una última jugada. De perdidos al río. Si intentar salvar la vida propia en una emergencia es un acto patriótico tal vez todos seamos mucho más patriotas de lo que pensamos.
Otras críticas apuntan al pretendido oportunismo del flm. Hombre, es evidente que el tema despierta un interés importante, llámalo morbo si quieres. Aquí habría que plantearse un tema ético. A partir de qué fecha de un acontecimiento impactante es aceptable hacer una recreación del mismo. No sé, las primeras películas sobre la segunda guerra mundial se hicieron mientras aún estaban en ello, y nunca he oído hablar de oportunismo. Yo personalmente prefiero que me cuenten cosas sobre temas que me interesan a que me hablen de la reproducción en Alaska de la foca en cautividad. Seré rara y oportunista.
Definitivamente para mí ésta es una historia de terror, puro y duro. Saber que ocurrió o pudo ocurrir más o menos así sólo contribuye a incrementar ese terror y a patearme más las tripas. Y si el director ha ganado un montón de dólares a costa de mi pánico, olé sus huevos. Otros antes de él los ganaron tambien y no consiguieron ni menearme una pestaña.
10 de septiembre de 2011
10 de septiembre de 2011
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Fecha de publicación original: 11 de septiembre de 2011. Sólo ha sido modificado el título, citando la famosa sentencia revolucionaria con un pequeño cambio acorde a las circunstancias del United 93, así como una frase de la crítica.)
Es curioso cómo suceden los hechos. Aquel martes 11 de septiembre de 2001 no sólo se me incrustó por los peores ataques terroristas cometidos hasta la fecha, sino porque precisamente aquel día daba comienzo un gran cambio en mi vida. No era un día cualquiera, como tantos en los que se suele hacer lo mismo y en los que no ocurren eventos destacables. Pues resultó que se marcó un antes y un después en mi historia personal no por uno, sino por dos motivos cruciales. Por eso decía que es curioso. Una nueva vida se inauguraba para mí, y en esos momentos miles de personas pasaban por lo más atroz por lo que se puede pasar y casi tres millares morían brutalmente en los Estados Unidos. Por supuesto, las emociones de aquel martes me sobrepasaron con creces. Recuerdo estar almorzando con los nervios a flor de piel, preparándome para la partida, y entonces en el telediario empezaron a retransmitir frenéticamente la noticia más inconcebible de la que yo hubiera sido testigo desde que tengo uso de razón. No podía ser que dos aviones hubiesen impactado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el centro financiero del planeta. El locutor Matías Prats hablaba con un tono de voz alterado y estupefacto. El estómago se me cerró por completo; no pude seguir comiendo. Mi sistema nervioso, que desde que me había levantado ya andaba dándome punzadas, se puso tan tenso como cuerdas de guitarra.
Estaba contemplando como tras una cortina unas imágenes que parecían irreales. Era tan abrumador que me costaba pensar. En mi estupor, sólo me venían como una letanía estas preguntas insistentes: Dios mío… ¿Qué pasa? ¿Cuánta gente hay allí ahora? ¿Cuántos están dentro de los edificios? ¿Quiénes iban en los aviones? ¿Quiénes son los responsables de todo eso? ¿Qué va a pasar ahora? ¿El mundo se ha vuelto más loco todavía? ¿Es el fin?
La gente tirándose al vacío por las ventanas y el derrumbe de los rascacielos fueron ya el remate.
Unos pensamientos apocalípticos no eran el estado de ánimo más propicio para quien emprendía un cambio grande, y ese era mi caso.
Fue uno de los peores días de mi vida. La que pudo haber sido una gran jornada, se truncó drásticamente. Me dirigí hacia mi destino con el corazón en la garganta, con la radio inundando mis oídos y mi mente puesta en Nueva York, en Washington y en los ocupantes inocentes de los aviones. El temor supongo que fue unánime: se anunciaba un terrorismo a gran escala. Tal vez otra guerra mundial. Mi imaginación espoleada por una semi-histeria ya fraguaba todo tipo de conspiraciones. Aquel viaje fue una tortura, pero por suerte terminó bien, no siendo así para cientos de desafortunados que encontraban un final horrible en Norteamérica.
Es curioso cómo suceden los hechos. Aquel martes 11 de septiembre de 2001 no sólo se me incrustó por los peores ataques terroristas cometidos hasta la fecha, sino porque precisamente aquel día daba comienzo un gran cambio en mi vida. No era un día cualquiera, como tantos en los que se suele hacer lo mismo y en los que no ocurren eventos destacables. Pues resultó que se marcó un antes y un después en mi historia personal no por uno, sino por dos motivos cruciales. Por eso decía que es curioso. Una nueva vida se inauguraba para mí, y en esos momentos miles de personas pasaban por lo más atroz por lo que se puede pasar y casi tres millares morían brutalmente en los Estados Unidos. Por supuesto, las emociones de aquel martes me sobrepasaron con creces. Recuerdo estar almorzando con los nervios a flor de piel, preparándome para la partida, y entonces en el telediario empezaron a retransmitir frenéticamente la noticia más inconcebible de la que yo hubiera sido testigo desde que tengo uso de razón. No podía ser que dos aviones hubiesen impactado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el centro financiero del planeta. El locutor Matías Prats hablaba con un tono de voz alterado y estupefacto. El estómago se me cerró por completo; no pude seguir comiendo. Mi sistema nervioso, que desde que me había levantado ya andaba dándome punzadas, se puso tan tenso como cuerdas de guitarra.
Estaba contemplando como tras una cortina unas imágenes que parecían irreales. Era tan abrumador que me costaba pensar. En mi estupor, sólo me venían como una letanía estas preguntas insistentes: Dios mío… ¿Qué pasa? ¿Cuánta gente hay allí ahora? ¿Cuántos están dentro de los edificios? ¿Quiénes iban en los aviones? ¿Quiénes son los responsables de todo eso? ¿Qué va a pasar ahora? ¿El mundo se ha vuelto más loco todavía? ¿Es el fin?
La gente tirándose al vacío por las ventanas y el derrumbe de los rascacielos fueron ya el remate.
Unos pensamientos apocalípticos no eran el estado de ánimo más propicio para quien emprendía un cambio grande, y ese era mi caso.
Fue uno de los peores días de mi vida. La que pudo haber sido una gran jornada, se truncó drásticamente. Me dirigí hacia mi destino con el corazón en la garganta, con la radio inundando mis oídos y mi mente puesta en Nueva York, en Washington y en los ocupantes inocentes de los aviones. El temor supongo que fue unánime: se anunciaba un terrorismo a gran escala. Tal vez otra guerra mundial. Mi imaginación espoleada por una semi-histeria ya fraguaba todo tipo de conspiraciones. Aquel viaje fue una tortura, pero por suerte terminó bien, no siendo así para cientos de desafortunados que encontraban un final horrible en Norteamérica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El 11 de septiembre de 2001 ha reunido para mí sentimientos muy potentes, tanto que no puedo decir hasta qué punto traspasé ese límite que dicta que ya nada volverá a ser igual, nunca. En lo que sí concuerdo es en que no hay un solo día que destaque tantísimo en mi cronología. Como todo el mundo, tengo una serie de momentos muy remarcables. Pero ninguno, ninguno, como el 11-S.
Y eso que yo no he pisado América jamás.
“United 93”, vista a diez años de distancia, me ha vuelto a remover cosas que se habían aquietado. De nuevo algo cercano al colapso. Este magnífico thriller no alardea de efectos especiales ni efectismo de poca monta, sino que se centra en las reacciones de las personas. En las atropelladas conversaciones de los controladores aéreos y de los oficiales de la USAF, el caos y las dudas al no saber qué demonios ocurría, las confusiones y decisiones, el ambiente que se podía cortar con un cuchillo, los tripulantes y pasajeros del avión al principio tranquilos, charlando de sus asuntos y preparándose para un vuelo rutinario, los cuatro terroristas aparentando normalidad pero ya en alerta. La alternancia de las escenas de los controladores alarmados y el ejército indeciso, y las del vuelo 93 en el que la situación termina por tornarse dramática, va subiendo a un tono cada vez más desesperado. Es cierto que, como dicen por ahí, la jerga aeronáutica se la podrían haber ahorrado bastante, pero quizás el suprimir esa parte no habría hecho plena justicia a los hechos, porque me parece correcto que también dirijan pinceladas al resto de aparatos secuestrados y al pánico que experimentó todo el personal en tierra al ver en directo los choques contra el World Trade Center y temer que otros lugares corriesen la misma suerte.
Uno se introduce en la piel de aquella pobre gente que se encontró atrapada sin salvación en el aire y, aunque ya se sepa el desenlace, casi hace saltar en el asiento el coraje que le echaron los pasajeros y la tripulación del United 93, los únicos que tuvieron noticia en vuelo de los sucesos de Nueva York y de que eran víctimas de un ataque suicida, y que pudieron tratar de organizarse para contraatacar a sus raptores.
Prefirieron morir de pie. Sabían que casi con toda probabilidad estaban condenados de todos modos, así que eligieron pelear en lugar de quedarse sentados.
Es de la categoría de películas cuyo final ya es de sobras conocido, pero eso no le resta un ápice de impacto.
Porque uno se siente parte de ellos. Quién sabe, yo podría haber estado en aquel avión.
Mis palabras van dedicadas, en este triste décimo aniversario, a todos los que fueron víctimas del terrorismo y a todos los héroes anónimos del martes 11 de septiembre de 2001.
Y eso que yo no he pisado América jamás.
“United 93”, vista a diez años de distancia, me ha vuelto a remover cosas que se habían aquietado. De nuevo algo cercano al colapso. Este magnífico thriller no alardea de efectos especiales ni efectismo de poca monta, sino que se centra en las reacciones de las personas. En las atropelladas conversaciones de los controladores aéreos y de los oficiales de la USAF, el caos y las dudas al no saber qué demonios ocurría, las confusiones y decisiones, el ambiente que se podía cortar con un cuchillo, los tripulantes y pasajeros del avión al principio tranquilos, charlando de sus asuntos y preparándose para un vuelo rutinario, los cuatro terroristas aparentando normalidad pero ya en alerta. La alternancia de las escenas de los controladores alarmados y el ejército indeciso, y las del vuelo 93 en el que la situación termina por tornarse dramática, va subiendo a un tono cada vez más desesperado. Es cierto que, como dicen por ahí, la jerga aeronáutica se la podrían haber ahorrado bastante, pero quizás el suprimir esa parte no habría hecho plena justicia a los hechos, porque me parece correcto que también dirijan pinceladas al resto de aparatos secuestrados y al pánico que experimentó todo el personal en tierra al ver en directo los choques contra el World Trade Center y temer que otros lugares corriesen la misma suerte.
Uno se introduce en la piel de aquella pobre gente que se encontró atrapada sin salvación en el aire y, aunque ya se sepa el desenlace, casi hace saltar en el asiento el coraje que le echaron los pasajeros y la tripulación del United 93, los únicos que tuvieron noticia en vuelo de los sucesos de Nueva York y de que eran víctimas de un ataque suicida, y que pudieron tratar de organizarse para contraatacar a sus raptores.
Prefirieron morir de pie. Sabían que casi con toda probabilidad estaban condenados de todos modos, así que eligieron pelear en lugar de quedarse sentados.
Es de la categoría de películas cuyo final ya es de sobras conocido, pero eso no le resta un ápice de impacto.
Porque uno se siente parte de ellos. Quién sabe, yo podría haber estado en aquel avión.
Mis palabras van dedicadas, en este triste décimo aniversario, a todos los que fueron víctimas del terrorismo y a todos los héroes anónimos del martes 11 de septiembre de 2001.
23 de octubre de 2007
23 de octubre de 2007
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante todo, el primer y mayor mérito que reconozco a este documental "ficcionado" es que, a pesar de conocer todos el final, mantiene perfectamente la tensión sobre lo que va ocurrirnos. Sí, sí, ocurrirnos, porque para nuestra desgracia estamos metidos en el 93 gracias a la pericia del señor Grengrass (grande Bourne, por cierto) desde que esperamos a que aligere el tráfico para despegar. Respecto al resto del pasaje, nuestra desgracia es que sabemos dónde aterrizaremos...
Lo mejor: la tensión sin efectos especiales que perturben la historia, la elección de actores desconocidos para el gran público, el ritmo sereno que nos conduce al abismo, el miedo que reflejan los ejecutores, el respeto y verismo del conjunto.
Lo peor: Por decir algo, la muestra repetitiva de la ineptitud en tierra, tanto de los responsables de aviación como, por supuesto, de los militares y políticos.
Lo mejor: la tensión sin efectos especiales que perturben la historia, la elección de actores desconocidos para el gran público, el ritmo sereno que nos conduce al abismo, el miedo que reflejan los ejecutores, el respeto y verismo del conjunto.
Lo peor: Por decir algo, la muestra repetitiva de la ineptitud en tierra, tanto de los responsables de aviación como, por supuesto, de los militares y políticos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como la vi en dvd, hay un documental extra excelente sobre los familiares de los fallecidos conociendo a los actores que encarnan a los mismos que no tiene desperdicio. Sin musiquitas ni ñoñerías, te acongoja - solté alguna lágrima al cobijo de mi soledad-.
1 de abril de 2011
1 de abril de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién iba a decir que de las dos primeras películas estrenadas después del 11-S, la que dimensionaría mejor la tragedia de aquel día sería la que tenía lugar casi enteramente en un avión y en varias salas de controladores aéreos, que la que filmaba desde dentro el espectacular desplome de ese símbolo que eran las torres y mitificaba a los héroes de la catástrofe?
Desde luego, ni Oliver Stone, ni Nicolas Cage, ni sus bomberos de World Trade Center, consiguieron lo que consiguen aquí Paul Greengrass y un amplio grupo de anónimos actores. Una verdadera elegía por la supervivencia y una crónica en primera persona del caos y de la historia.
United 93 es tan buena que en las escenas de los aeropuertos parece que contemplamos un documental sobre como esas personas en concreto vieron los hechos de aquel día. Como los vimos todos y cada uno de nosotros. Impávidos.
United 93 es tan buena que en las escenas del avión sentimos el pánico, el desconcierto, la ansiedad, la adrenalina, el miedo, la unión... de ese grupo de gente que viajaba en ese avión.
United 93 evita todos y cada uno de los abismos del cine catastrofista. Evita la demonización del enemigo, el moralismo y el patriotismo en el que tan fácilmente cae el cine estadounidense.
Y ante todo, United 93, además de una soberbia muestra sobre cómo se hace una película con tensión, emoción, ritmo y empaque, es una esclarecedora visión de la historia reciente y un eterno cántico por esas personas que sufren por los consabidos daños colaterales. Las guerras empiezan en los despachos, pero acaban en los inocentes. Ese es todo el mensaje político de este necesario y superlativo requiem.
Desde luego, ni Oliver Stone, ni Nicolas Cage, ni sus bomberos de World Trade Center, consiguieron lo que consiguen aquí Paul Greengrass y un amplio grupo de anónimos actores. Una verdadera elegía por la supervivencia y una crónica en primera persona del caos y de la historia.
United 93 es tan buena que en las escenas de los aeropuertos parece que contemplamos un documental sobre como esas personas en concreto vieron los hechos de aquel día. Como los vimos todos y cada uno de nosotros. Impávidos.
United 93 es tan buena que en las escenas del avión sentimos el pánico, el desconcierto, la ansiedad, la adrenalina, el miedo, la unión... de ese grupo de gente que viajaba en ese avión.
United 93 evita todos y cada uno de los abismos del cine catastrofista. Evita la demonización del enemigo, el moralismo y el patriotismo en el que tan fácilmente cae el cine estadounidense.
Y ante todo, United 93, además de una soberbia muestra sobre cómo se hace una película con tensión, emoción, ritmo y empaque, es una esclarecedora visión de la historia reciente y un eterno cántico por esas personas que sufren por los consabidos daños colaterales. Las guerras empiezan en los despachos, pero acaban en los inocentes. Ese es todo el mensaje político de este necesario y superlativo requiem.
6 de febrero de 2007
6 de febrero de 2007
33 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
A las compañías aereas les interesa propagar el rumor de que volar es menos peligroso que ir en coche porque muere menos gente en accidentes aereos que en las carreteras.
Pero aunque este argumento sirva para tranquilizar a los pasajeros de letras, en realidad hay que tener en cuenta que mucha gente nunca ha subido en un avión y que, en todo caso, los que suben en avión lo hacen mucho menos a menudo que montar en coche. No sé si me explico.
Digamos que también muere poca gente troceada por psicópatas caníbales con máscaras de cuero y eso no significa que no valga la pena mantenerse alejado de los psicópatas caníbales con máscaras de cuero.
Vamos, que la probabilidad de morir en un avión es una probabilidad condicionada al hecho de volar en avión... y, aunque les pese a los responsables de Relaciones Públicas de Iberia, la esperanza de vida de cualquier persona decrece de repente cuando decide elevarse por encima de las nubes.
Y luego hay que tener en cuenta que la probabilidad de morir en una catástrofe aerea no es nada comparada con la probabilidad de que te "pierdan" las maletas o te vendan algo que no existe (ellos lo llaman "overbooking", que queda más fino).
Y luego encima tenemos el rollo de los terroristas, la madre que los parió.
Mi enorme capacidad de empatía no me impide darme cuenta de a) que en el fondo son buenos y lo hacen con buena fe, b) que morir y matar puede verse como algo heróico si ya desde pequeño te han educado para ser un pelele, y c) que, si algo bueno se puede decir de los islamistas radicales, es que al menos son coherentes con sus creencias (sobretodo si los comparamos con la mayoría de romancatólicos, que se supone que también creen en una vida mejor después de esta pero generalmente se acojonan cuando se acerca la dama de la guadaña); pero me gustaría aprovechar la presente para recomendarles a todos los terroristas que leen este blog (ya sabéis vosotros quienes sois, pillines) que desempolven los discos del John Lennon e imaginen un mundo de paz y amor, sin fronteras ni religiones, y que, por si acaso el Corán o la Bíblia fuesen inexactos, intenten portarse bien y hacer amigos en este mundo.
Bueno, el caso es que la peli de Paul Greengrass (también conocido como Hierbaverde Pablo) es lo más terrorífico que he visto en tiempo. Qué horror. No es que sea mala, es sólo que resulta terrorífica y estresante desdel primer minuto al último. Incluso sabiendo el final (va, un spoiler: el avión se estrella) te pone de los nervios.
Después de ver esto ya no pienso volver a pillar un avión en mi puta vida.
A mí no me pillarán.
Nota: notable.
Pero aunque este argumento sirva para tranquilizar a los pasajeros de letras, en realidad hay que tener en cuenta que mucha gente nunca ha subido en un avión y que, en todo caso, los que suben en avión lo hacen mucho menos a menudo que montar en coche. No sé si me explico.
Digamos que también muere poca gente troceada por psicópatas caníbales con máscaras de cuero y eso no significa que no valga la pena mantenerse alejado de los psicópatas caníbales con máscaras de cuero.
Vamos, que la probabilidad de morir en un avión es una probabilidad condicionada al hecho de volar en avión... y, aunque les pese a los responsables de Relaciones Públicas de Iberia, la esperanza de vida de cualquier persona decrece de repente cuando decide elevarse por encima de las nubes.
Y luego hay que tener en cuenta que la probabilidad de morir en una catástrofe aerea no es nada comparada con la probabilidad de que te "pierdan" las maletas o te vendan algo que no existe (ellos lo llaman "overbooking", que queda más fino).
Y luego encima tenemos el rollo de los terroristas, la madre que los parió.
Mi enorme capacidad de empatía no me impide darme cuenta de a) que en el fondo son buenos y lo hacen con buena fe, b) que morir y matar puede verse como algo heróico si ya desde pequeño te han educado para ser un pelele, y c) que, si algo bueno se puede decir de los islamistas radicales, es que al menos son coherentes con sus creencias (sobretodo si los comparamos con la mayoría de romancatólicos, que se supone que también creen en una vida mejor después de esta pero generalmente se acojonan cuando se acerca la dama de la guadaña); pero me gustaría aprovechar la presente para recomendarles a todos los terroristas que leen este blog (ya sabéis vosotros quienes sois, pillines) que desempolven los discos del John Lennon e imaginen un mundo de paz y amor, sin fronteras ni religiones, y que, por si acaso el Corán o la Bíblia fuesen inexactos, intenten portarse bien y hacer amigos en este mundo.
Bueno, el caso es que la peli de Paul Greengrass (también conocido como Hierbaverde Pablo) es lo más terrorífico que he visto en tiempo. Qué horror. No es que sea mala, es sólo que resulta terrorífica y estresante desdel primer minuto al último. Incluso sabiendo el final (va, un spoiler: el avión se estrella) te pone de los nervios.
Después de ver esto ya no pienso volver a pillar un avión en mi puta vida.
A mí no me pillarán.
Nota: notable.
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