Mi nombre es Harvey Milk
7.0
32,785
Drama
Harvey Milk, el primer político abiertamente homosexual elegido para ocupar un cargo público en Estados Unidos, fue asesinado un año después. A los cuarenta años, cansado de huir de sí mismo, Milk decide salir del armario e irse a vivir a California con Scott Smith. Una vez allí, abre un negocio que no tarda en convertirse en el punto de encuentro de los homosexuales del barrio. Milk se convierte en su portavoz y, para defender sus ... [+]
13 de enero de 2009
13 de enero de 2009
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Gus Van Sant vuelve con una propuesta mucho más convencional que lo que han venido siendo sus últimos trabajos, un biopic con la intención de presentar una candidatura competitiva en los Oscar de este año.
Para ello, nos narra los últimos ocho años de vida de Harvey Milk, primer político abiertamente homosexual elegido para un cargo público en Estados Unidos. La obra se sustenta en una dirección atractiva, un guión perfectamente estructurado y un montaje dinámico, muy bien realizado, combinando la ficción con imágenes de archivo pero sin abusar de éstas, únicamente utilizadas como soporte para determinar la radiografía de toda una generación, una época de cambios y reivindicaciones.
En lo que a las interpretaciones se refiere, sobresale -como es lógico- Sean Penn, que está francamente bien reencarnando a Milk y por momentos incluso consigue emocionar al espectador. Entre los secundarios, destacar la labor de Emile Hirsch que también está muy bien, en cambio, el personaje de Diego Luna patina constantemente, sencillamente no me creo su interpretación.
Van Sant, a pesar del cambio de registro, se confirma como uno de los directores más sólidos de los últimos años al ofrecernos una obra seria y realizada con mucho oficio.
Para ello, nos narra los últimos ocho años de vida de Harvey Milk, primer político abiertamente homosexual elegido para un cargo público en Estados Unidos. La obra se sustenta en una dirección atractiva, un guión perfectamente estructurado y un montaje dinámico, muy bien realizado, combinando la ficción con imágenes de archivo pero sin abusar de éstas, únicamente utilizadas como soporte para determinar la radiografía de toda una generación, una época de cambios y reivindicaciones.
En lo que a las interpretaciones se refiere, sobresale -como es lógico- Sean Penn, que está francamente bien reencarnando a Milk y por momentos incluso consigue emocionar al espectador. Entre los secundarios, destacar la labor de Emile Hirsch que también está muy bien, en cambio, el personaje de Diego Luna patina constantemente, sencillamente no me creo su interpretación.
Van Sant, a pesar del cambio de registro, se confirma como uno de los directores más sólidos de los últimos años al ofrecernos una obra seria y realizada con mucho oficio.
8 de febrero de 2009
8 de febrero de 2009
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada es más importante en un mundo como este, que se derrumba todos los días sin acabar de destruirse por completo, que la libertad. Un sueño, un anhelo abandonado, un ideal olvidado entre rascacielos, billetes verdes y moralinas medievales. Una promesa, la promesa de un mundo mejor, la promesa de una sociedad que no sienta la imperiosa necesidad de controlarlo todo, de esclavizar a sus ciudadanos e imponerles el pensamiento único, el comportamiento unitario y los ideales de olvidadas civilizaciones y de tiempos idos.
Benjamin Franklin dijo que “la democracia es posible si la gente se respeta lo suficiente como para comprometerse”. Si por un momento, solo por un instante fugaz, dejáramos de odiarnos los unos a los otros, quizás lograríamos edificar una nueva oportunidad para el hombre, un nuevo horizonte, un cambio, real, contundente e irrebocable, que echara por los suelos lo que un día dijo Eugene O’Neill: “No hay presente, ni futuro, sólo el pasado repitiéndose una y otra vez”.
De esto habla Milk (me niego a llamarla Mi nombre es Harvey Milk, si los distribuidores españoles quieren titular películas que las produzcan), la visión que Gus Van Sant da sobre la vida y la obra del primer ciudadano (¡oh si!, esta palabra aún existe) abiertamente homosexual elegido para un cargo público.
Como el propio Harvey, la película es un continuo puñetazo, un continuo grito entre un mar de susurros, un continuo ir contra corriente, una metáfora en constante lucha con si misma, una esperanza batiéndose contra lo inevitable.
Una joya técnicamente impecable (alabado sea Dios: Danny Elfman ha resucitado de entre los muertos), dirigida con paciencia y sabiduría por un Gus Van Sant calmado, profundo pero accesible, movida por un guión tan vehemente como sutil, tan demagógico como veraz a cargo de Dustin Lance Black (alegrémonos: un chico nuevo ha llegado al olimpo de los guionistas), y plasmada con maestría por un reparto en constante estado de gracia, liderado por Sean Penn, el mejor Penn de todos los tiempos, mimético, comedido, liberado de si mismo y de sus tormentos, acompañado de James Franco, sensible, agudo, inteligente, entrañable, el lado humano de todo líder carismático, Josh Brolin, la frustración, el engaño, la desesperación y Emile Hirsch, los entresijos, los sueños, el activismo.
Y es justo en este último punto, el activismo, donde Milk deja de ser la plasmación de una serie de ideales, para convertirse en un responso, un triste, melancólico y asfixiado clamor al cielo. Los activistas de hoy en día han olvidado por lo que luchan, se han acomodado en victorias pasadas y han renunciado a luchar, y a los sacrificios que toda batalla por la libertad implica. El resultado ha sido que donde la proposición 6 fracasó, la proposición 8 ha triunfado. Solo un movimiento popular podrá evitar que poco a poco nos encaminemos hacia un mundo donde 2 más 2 ya no sumen 4, y donde no haya más verdad que la de la mayoría.
Benjamin Franklin dijo que “la democracia es posible si la gente se respeta lo suficiente como para comprometerse”. Si por un momento, solo por un instante fugaz, dejáramos de odiarnos los unos a los otros, quizás lograríamos edificar una nueva oportunidad para el hombre, un nuevo horizonte, un cambio, real, contundente e irrebocable, que echara por los suelos lo que un día dijo Eugene O’Neill: “No hay presente, ni futuro, sólo el pasado repitiéndose una y otra vez”.
De esto habla Milk (me niego a llamarla Mi nombre es Harvey Milk, si los distribuidores españoles quieren titular películas que las produzcan), la visión que Gus Van Sant da sobre la vida y la obra del primer ciudadano (¡oh si!, esta palabra aún existe) abiertamente homosexual elegido para un cargo público.
Como el propio Harvey, la película es un continuo puñetazo, un continuo grito entre un mar de susurros, un continuo ir contra corriente, una metáfora en constante lucha con si misma, una esperanza batiéndose contra lo inevitable.
Una joya técnicamente impecable (alabado sea Dios: Danny Elfman ha resucitado de entre los muertos), dirigida con paciencia y sabiduría por un Gus Van Sant calmado, profundo pero accesible, movida por un guión tan vehemente como sutil, tan demagógico como veraz a cargo de Dustin Lance Black (alegrémonos: un chico nuevo ha llegado al olimpo de los guionistas), y plasmada con maestría por un reparto en constante estado de gracia, liderado por Sean Penn, el mejor Penn de todos los tiempos, mimético, comedido, liberado de si mismo y de sus tormentos, acompañado de James Franco, sensible, agudo, inteligente, entrañable, el lado humano de todo líder carismático, Josh Brolin, la frustración, el engaño, la desesperación y Emile Hirsch, los entresijos, los sueños, el activismo.
Y es justo en este último punto, el activismo, donde Milk deja de ser la plasmación de una serie de ideales, para convertirse en un responso, un triste, melancólico y asfixiado clamor al cielo. Los activistas de hoy en día han olvidado por lo que luchan, se han acomodado en victorias pasadas y han renunciado a luchar, y a los sacrificios que toda batalla por la libertad implica. El resultado ha sido que donde la proposición 6 fracasó, la proposición 8 ha triunfado. Solo un movimiento popular podrá evitar que poco a poco nos encaminemos hacia un mundo donde 2 más 2 ya no sumen 4, y donde no haya más verdad que la de la mayoría.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
CJ, he cumplido.
30 de diciembre de 2008
30 de diciembre de 2008
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Temática para las masas... Un film documental con dosis de genialidad. Y, sobre todo, un papel, una persona: Sean Penn. Indescriptible. Un papel interiorizado. Sus gestos, sus palabras, sus guiños, sus muecas... camino del Oscar 2009.
Quizás un pero; Su larga duración, que te hace replantearte en algunos momentos si has acertado. Desde luego, Estados Unidos, aunque con poca Historia a sus espaldas, posee interminables figuras aún desconocidas para el público extranjero.
Quizás un pero; Su larga duración, que te hace replantearte en algunos momentos si has acertado. Desde luego, Estados Unidos, aunque con poca Historia a sus espaldas, posee interminables figuras aún desconocidas para el público extranjero.
13 de enero de 2009
13 de enero de 2009
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el contenido de Mi nombre es Harvey Milk, de principio a fin, es conveniente, no tanto para los concienciados heterosexuales que deciden acercarse al cine para verla sino para los gays que gozan en la actualidad de un entorno aparentemente más favorable del que viven los personajes de la cinta. Los homosexuales quizá ya no serán marginados en el trabajo por acostarse con hombres, puede que ya no sean detenidos brutalmente en redadas policiales, pero lo que está claro es que su plena integración en la sociedad sigue siendo una utopía.
Van Sant no sólo consigue con Mi nombre es Harvey Milk una película aleccionadora, sino que también logra desprenderse del lastre alternativo, casi surrealista, que había tomado su filmografía. Puede que Elephant o Last days sean obras de culto, pero bienvenido sea su cine más comercial cuando viene acompañado de un guión accesible, pero no por ello con menos valor, y un sentido del ritmo mucho más digerible que en sus anteriores propuestas.
Una fotografía absolutamente acorde con el contexto setentero y la mezcla entre la ficción y la realidad, en forma de documentos visuales de incalculable valor, son una de las grandes bazas del filme. Las declaraciones de la cantante Anita Bryant, una especie de fanática religiosa obsesionada por comparar a los homosexuales con el diablo, parecerían de ciencia ficción si no fuera porque forman parte de la acertada documentación de la película, a la que también se suma la redada policial que da comienzo a la cinta y su excelente epílogo.
El gran acierto de Mi nombre es Harvey Milk lo encontramos sin duda en la aportación de Sean Penn, sin cuya interpretación el personaje correría un serio riesgo de histrionismo, pero también en otros papeles como el de James Franco y otros secundarios de lujo como el entrañable activista al que da vida Emile Hirsch (Hacia rutas salvajes).
Todos ellos conforman un biopic arrastrado en determinados momentos por los vicios habituales del género (música grandilocuente, ensalzamiento del homenajeado, posibles pasados oscuros obviados) pero no por ello menos necesario. Los sermones políticos de Milk no sólo contribuyen a refrescar la memoria sino que también sirven para recordar al colectivo gay, cada día más banal, cada día más esnob, que no todo está ganado. Más allá de las leyes, todavía queda pendiente una batalla mucho más difícil de conquistar, la de las viejas costumbres.
Van Sant no sólo consigue con Mi nombre es Harvey Milk una película aleccionadora, sino que también logra desprenderse del lastre alternativo, casi surrealista, que había tomado su filmografía. Puede que Elephant o Last days sean obras de culto, pero bienvenido sea su cine más comercial cuando viene acompañado de un guión accesible, pero no por ello con menos valor, y un sentido del ritmo mucho más digerible que en sus anteriores propuestas.
Una fotografía absolutamente acorde con el contexto setentero y la mezcla entre la ficción y la realidad, en forma de documentos visuales de incalculable valor, son una de las grandes bazas del filme. Las declaraciones de la cantante Anita Bryant, una especie de fanática religiosa obsesionada por comparar a los homosexuales con el diablo, parecerían de ciencia ficción si no fuera porque forman parte de la acertada documentación de la película, a la que también se suma la redada policial que da comienzo a la cinta y su excelente epílogo.
El gran acierto de Mi nombre es Harvey Milk lo encontramos sin duda en la aportación de Sean Penn, sin cuya interpretación el personaje correría un serio riesgo de histrionismo, pero también en otros papeles como el de James Franco y otros secundarios de lujo como el entrañable activista al que da vida Emile Hirsch (Hacia rutas salvajes).
Todos ellos conforman un biopic arrastrado en determinados momentos por los vicios habituales del género (música grandilocuente, ensalzamiento del homenajeado, posibles pasados oscuros obviados) pero no por ello menos necesario. Los sermones políticos de Milk no sólo contribuyen a refrescar la memoria sino que también sirven para recordar al colectivo gay, cada día más banal, cada día más esnob, que no todo está ganado. Más allá de las leyes, todavía queda pendiente una batalla mucho más difícil de conquistar, la de las viejas costumbres.
11 de enero de 2009
11 de enero de 2009
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película encara un tema tan controvertido como es la lucha por los derechos de los gays en los años 70 americanos, sabes de antemano que no vas a ver una película comercialmente universal.
Milk es por momentos un gran documental. Por momentos un rollazo infumable. Y por momentos un peliculón.
La demagogia está servida; La minoría perseguida, el héroe anónimo, la contienda con sus fracasos y sus triunfos, el trágico final... todas ellas variables que prometen como poco, gran exaltación.
Pero entonces llega un guionista, y con perdón de la expresión, "la caga" a base de bien. Por alguna razón se empeña en escribir un guión para una audiencia "limite" (sensiblerías, clichés y aclaraciones residuales que no vienen a cuento)
A la contra, permite lagunas. No ahonda para nada en personajes muy golosos que abrazan al protagonista. Los presenta frugalmente y no escudriña sus conflictos... lo que hace que parezcan "peleles" al lado de Sean Penn.
Una lanza en su favor: las muy bien integradas imágenes de archivo (muy interesantes)
Lo mejor sin lugar a dudas es Sean Penn. Sinceramente, huele a Oscar (aunque la asociación de prensa extranjera le haya otorgado el Globo de Oro a Mickey Rourke por "The Wrestler")
Sean Penn deja de ser Sean Penn y se troca, transfigura y muta... en Harvey Milk. Que gran actor. Que punto tan sutil y difícil de feminidad. Sin histrionísmos. Muy contenido.
Afortunadamente para nosotros, los espectadores, el lleva el peso de la película. Y sólo por verle a él, merece la pena ir al cine.
Mención "horribilis" merece un terrible y sobre actuado Diego Luna (la segunda pareja de Harvey Milk).
Milk es por momentos un gran documental. Por momentos un rollazo infumable. Y por momentos un peliculón.
La demagogia está servida; La minoría perseguida, el héroe anónimo, la contienda con sus fracasos y sus triunfos, el trágico final... todas ellas variables que prometen como poco, gran exaltación.
Pero entonces llega un guionista, y con perdón de la expresión, "la caga" a base de bien. Por alguna razón se empeña en escribir un guión para una audiencia "limite" (sensiblerías, clichés y aclaraciones residuales que no vienen a cuento)
A la contra, permite lagunas. No ahonda para nada en personajes muy golosos que abrazan al protagonista. Los presenta frugalmente y no escudriña sus conflictos... lo que hace que parezcan "peleles" al lado de Sean Penn.
Una lanza en su favor: las muy bien integradas imágenes de archivo (muy interesantes)
Lo mejor sin lugar a dudas es Sean Penn. Sinceramente, huele a Oscar (aunque la asociación de prensa extranjera le haya otorgado el Globo de Oro a Mickey Rourke por "The Wrestler")
Sean Penn deja de ser Sean Penn y se troca, transfigura y muta... en Harvey Milk. Que gran actor. Que punto tan sutil y difícil de feminidad. Sin histrionísmos. Muy contenido.
Afortunadamente para nosotros, los espectadores, el lleva el peso de la película. Y sólo por verle a él, merece la pena ir al cine.
Mención "horribilis" merece un terrible y sobre actuado Diego Luna (la segunda pareja de Harvey Milk).
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