Como dice otro colaborador de Filmaffinity, tuvo que ser un francés quien rodara un western ambientado en la Nueva España, es decir, el primer México, con sus dragones de cuera (los primeros cowboys, con sombrero cordobés y pica), sus yakis (los indios nunca conquistados) y su nobleza española. Y Vernevil combinó todo esto bajo la forma de una película de aventuras con miles de extras, geniales secuencias de batalla y un protagonista, Anthony Quinn (como bandolero muy 'de izquierdas' que llama a la insurrección contra la tiranía), inmenso y muy entregado a una causa armonizada por Ennio Morricone. ¡Hasta la buñuelesca Silvia Pinal está maravillosa con su peluca blanca!

En éste Western, la tensión se mantiene de una forma alterna pero efectiva para agradar el interés, lo que en muchos momentos deviene en un tratamiento regocijante de la imágenes en la acción, los personajes llegan a tener su contenido pese a que, puntualmente, son actores muy limitados, hacen lo propio en una estructura de cuento redondo que no promete más desde un principio, pero que como documento resulta incluso documental de una época, y por ello, podría decirse que vale la pena verse como tal y en algunos caso y con ciertos ojos resulta también cómica, dada la polarización que, al final resulta ilusoria de los personajes, con su actuación regularmente correcta y automatizada. Es la película sobre su propio paso de largo, dejando al espectador en ascuas.

Western solo recomendable a fans incondicionales de Quinn y/o lectores empedernidos de novelas del oeste. Lo único a salvable es el mensaje que transmite la película: las jerarquías tanto políticas como eclesiásticas tienen intereses que, frecuentemente, no coinciden ni con el pueblo llano ni con los fieles a cualquier religión.