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El congreso

Ciencia ficción. Drama. Animación La necesidad de dinero, lleva a una actriz (Robin Wright) a firmar un contrato según el cual los estudios harán una copia de ella y la utilizarán como les plazca. Tras volver a la escena, será invitada a un congreso, que se desarrolla en un mundo que ha cambiado completamente. Basada en una novela de Stanislaw Lem, se trata del retrato de un mundo que se dirige inevitablemente hacia la irrealidad.
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Críticas 61
Críticas ordenadas por utilidad
11 de noviembre de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay dos formas de encarar The Congress. Una, como adaptación de la novela de Stanislaw Lem. Y dos, simple y llanamente como película. Mi crítica va dirigida a aquellos que, como yo, no se han leído dicha obra, por lo que mi percepción puede estar condicionada por ello. Dicho esto, es The Congress una película extremadamente personal, que pone a prueba la subjetividad de nuestra mirada, pues con su arriesgada mezcla de estilos es fácil que divida a los espectadores en dos bandos. Habrá quien aplauda la decisión de distribuir el film en dos mediometrajes, uno de imagen real y otro de animación. Habrá quien lo detestará sin remedio. Es cierto que el choque visual entre ambos géneros es fuerte y que hay un tiempo de aclimatación al medio que no tolerará todo el mundo, pero no hay que olvidar que la película se mueve en los parámetros de la ciencia-ficción, por lo que disponer de una mente abierta es de obligado cumplimiento (es eso o salirte de la sala, vamos). Incluso dentro del apartado de animación podemos fraccionar aún más el film. Puesto que en la primera parte del mismo la novedad y la originalidad se hacen con el poder, mientras que la segunda se puede hacer algo pesada y liosa, aparte de que ocurre poco en demasiado tiempo. Por contra, los primeros 45-50 minutos, los pertenecientes a la imagen real, transcurren con un ritmo apropiado, el interés es máximo por la historia personal de la protagonista y tienen lugar un par de momentos de los denominados mágicos. Porque al film de Ari Folman se le puede acusar de irregular y arrítmico, de no mantener una disposición uniforme y compacta, pero no de no poseer momentos brillantes, emocionantes y cargados de ese fascinante hechizo que solo el cine sabe crear. Sobre todo uno de ellos, protagonizado por Robin Wright y Harvey Keitel, con un monólogo de este último sobrecogedor y donde solo a los cadáveres les será posible retener las lágrimas. Hablando de Keitel, nunca es un mal momento para denunciar el poco reconocimiento de este enorme actor, con solo una nominación al Oscar (Bugsy, Barry Levinson, 1991) en cincuenta años de carrera. Un tipo que siempre ha elegido sus papeles por sus historias y no por los laureles, siempre a la sombra de Robert De Niro y con la esperanza de que Martin Scorsese se vuelva a acordar de él. Robin Wright, como Keitel, protagoniza su particular The Wrestler (Darren Aronofsky, 2008), expiando sus pecados y mostrándose en pantalla frágil, desnuda, sin excusas y plantando cara a sus malas decisiones del pasado. Su mirada penetra en nosotros incluso cuando no son sus ojos, sino los de su modelo de animación, los que nos miran desafiantes y tiernos al mismo tiempo. Una especie de moderna Gloria Swanson en Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) que debe enfrentar su edad y sus fracasos para continuar, y de la que nos apiadamos en cada maldito minuto de proyección.

Pero, ¿De qué habla The Congress realmente? O, al menos, ¿Qué conclusiones personales se pueden sacar de ella? El film plantea la posibilidad de digitalizar actores como el futuro inmediato del cine, con la oportunidad de disponer de un Tom Cruise, un Matt Damon o un Will Smith para siempre sin necesidad de aguantar al personaje real, solo al ficticio. Y la verdad es que si hay una época en la que algo así tiene sentido es la nuestra. Solo hay que ver el auge del cine de animación con compañías como Pixar o Dreamworks a la cabeza, o los recientes fracasos de films como After Earth (M. Night Shyamalan, 2013), RIPD. Rest In Peace Department (Robert Schwentke, 2013) o A Good Day to Die Hard - Die Hard 5 (John Moore, 2013), protagonizados por astros como Will Smith, Ryan Reynolds o Bruce Willis. Es decir, una estrella de Hollywood ya no garantiza un éxito seguro como hasta hace poco ocurría con gente como Johnny Deep o Brad Pitt. Son muchos los films corales que se han lanzado a la conquista de la taquilla como la trilogía de The Lords of the Rings (Peter Jackson, 2001-2003) o la saga Harry Potter (varios directores, 2001-2011), así como reconocimiento crítico de producciones animadas que se han ganado su reciente estatus de "cine" a secas, en lugar del despectivo "cine para niños". Por lo tanto, si el triunfo comercial no es un seguro de vida, no tiene sentido que aún existan sueldos de veinte millones de Dólares por película para las estrellas. Clonarlos o, mejor dicho, digitalizarlos, es más barato y elimina engorrosos problemas económicos y los relacionados con su ego.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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21 de agosto de 2014
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un congreso en las antípodas, donde el sentido común se queda sin cambio para el café y se desnuda la razón hasta al abismo. El congreso es un lugar donde se mezcla la caricatura de todo privilegio y se entrelaza con la miseria humana, a brochazos de colores entre delirio y alucinaciones.

The Congress es la última película del director Ari Forman, conocido por su anterior trabajo Waltz with Bashir (2008) donde exploraba el uso de la animación fuera del clásico lenguaje que se le asocia. En esta ocasión Forman se basa en un libro de Stanislaw Lem (autor de Solaris) para confabular una película, como poco, singular y muy propia. Y es que una de las características del arte es la libertad creativa, el decir lo que sientes a expensas de los demás, sin más recompensa que uno mismo. Y The Congress es arte.

El argumento se convierte en un lienzo de fotogramas por segundo donde cruzan y se quedan dibujos de otra década, diálogos propios de oscura ciencia ficción y en el fondo, jugando con las sombras entre bambalinas, una madre que busca a su hijo. Un hilo que atraviesa y junta el todo, la ortografía última del discurso, el único sentido que queda en pie cuando todo lo demás se deforma hermosamente.

Esta road movie psicotrópica cuenta la historia de una madre que por perder, ha perdido hasta el nombre. Ya no es más que una figura, un reflejo de la sombra silueteada que se llevó un contrato millonario. Ya no es, en definitiva. Pero busca lo que le queda, que no es poco, aunque perdido. Y ese camino desde la nada y los puntos suspensivos es la fábula que rodea la película, como un mcguffin con vida propia.

Y a lo largo de su paisaje nos hace testigos de una crítica a un establihsment marcado por la masificación, el arte como producto de masas, donde la alineación y el consumismo se desborda en paletas vivas de colores. Incluso la rebelión es una caricatura demasiado humana, despojadas de todo romanticismo y quedando desnuda en una comedia artificial, tanto, que nos resulta real. Incluso en un mundo de dibujos animados.

Y todo ello intercalado con uno de los más hermosos cantos a la cultura popular del siglo XX y lo que llevamos del XXI. The Congress es una película que se recrea en sus contradicciones, sin blancos ni negros y ni siquiera grises: todo se intercala, se interpenetra. Ese mismo juego es el que hace que el metraje se divida en tres fragmentos, pasando del ultrarrealismo casi naif de la historia principal al delirio vanguardista y lisérgico de la parte animada. La última parte, de la que no puedo hablar, es la completa el cuadro.

En definitiva, estamos ante una obra de autor que ha ignorado como pocas veces los mandatos de las colas del cine y se ha quedado con lo que realmente importa: el arte de contar una historia, sea cual sea.
JaySherman
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27 de agosto de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
De vez en cuando, los amantes del cine tenemos la oportunidad de degustar una película que ofrece algo fresco e innovador. Muchas veces, esa originalidad es algo prefabricado por campañas de marketing y realmente el filme puede no esconder tal virtud, exhibiendo únicamente un cierto halo de singularidad en sus pretensiones y no en su fondo. Pero por fortuna, la obra cinematográfica que aquí nos ocupa es uno de esos trabajos que suelen recibir tantos halagos desmesurados como estopa de la buena por parte del público, cosa que se debe indudablemente a su propuesta tan atractiva de realizar algo diferente visual y argumentalmente.

Ari Folman ya nos dejó a muchos petrificados con su estremecedor documento Vals con Bashir sobre las matanzas de Sabra y Chatila, una obra a medio camino entre el drama y el documental. Con El congreso, Folman cambia totalmente de rumbo y afronta un trabajo puramente de ficción, en un registro sci-fi que combina la imagen real con la animación y contando con diversos rostros muy conocidos del cine. Robin Wright es la protagonista de una película que en su primera parte casi se podría considerar como autobiográfica, ya que el personaje utiliza su propio nombre y se tratan varios aspectos de su carrera en ciertas escenas. Pero pronto el escenario cambia y ya no asistimos sólo a la representación del declive interpretativo de una actriz, sino a toda una atmósfera distópica sobre el oficio actoral.

Como ya hemos comentado, la principal división de la película se da hacia la mitad de la misma, cuando se pasa de la imagen real a la animación. Cualquiera que vea la película se dará cuenta de que esto no es meramente un recurso visual, sino que está íntimamente ligado con la evolución argumental. Es complicado adaptarse a este cambio de panorama en ambos sentidos, quizá más aún en lo que se refiere a la trama, ya que hay muchas cosas que no se explican y habrá que ir adivinándolas (para los más despistados, hay un diálogo al final de la película que aclara muchas cosas), pero en realidad es de esos filmes en los que merece más la pena sentarse y disfrutar de ellos que comerse la cabeza, porque pesa más la magnífica atmósfera que retrata Folman que ciertos devaneos argumentales que al final están un poco de más (lo que es de índole familiar, principalmente).

También hay que aclarar que si bien la película se plantea en su base como una especie de crítica a la depredadora industria cinematográfica, el giro de guión que se produce a la mitad de la obra cambia en parte dicha premisa y ofrece un descarnador retrato sobre el ser humano en general, la búsqueda de la felicidad en el marco de la evolución tecnológica, todo ello bajo un espectacular manto visual animado que incluye también ciertos guiños a personajes de dentro y fuera de la industria. Es evidente la maestría y la elegancia que atesora Folman en cada plano durante esta segunda parte, con un dibujo muy parecido al que ya vimos en la mencionada Vals con Bashir.

Imposible, eso sí, llegar a una conclusión general sobre lo que supone esta película sin entrar en un terreno esencialmente subjetivo. Algunos no podrán con la concatenación de escenas aparentemente inconexas que discurren durante la segunda hora de película; otros, en cambio, verán en El congreso una obra magna, que resulta espléndida en su conjunto. Servidor se decanta más hacia lo segundo, reconociendo también los altibajos que padece el filme en su recta final y valorando que es una de esas películas que con el paso del tiempo puede ganar bastante. En cualquier caso, imprescindible visionarla con la mente muy abierta.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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2 de diciembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después del The end de "El congreso" lo primero que uno necesita es quedarse a solas consigo mismo e intentar reordenar lo que ha visto. ¿Hiper-realidad, ciencia-ficción, viaje lisérgico...? Aunque solo sea para evaporar la incomodidad que, como nube tóxica, circunda tu cabeza.
El mundo de Robin Wright, actriz cuyo oficio está en pleno proceso de refundición, sirve para introducirnos en esa amenazante distopía que aparece cada vez que una máquina deja sin trabajo a un montón de seres humanos y señala como cavernarios a todos aquellos individuos que creían en el derecho a un trabajo digno y bien remunerado. Es el futuro amigo, el imparable progreso, el cercano lugar en el que podrás ser lo que quieras siempre que renuncies a ser tú mismo. Si lo que se aproxima es, efectivamente, esta sociedad ficticia e indeseable en sí misma: ¿por qué tenemos tanta prisa en caer en sus amorosos brazos?

Ari Folman nos trae algo que, en algunos aspectos, está abandonando el campo de la fantasía improbable para instalarse en el del horror impredecible e inmediato. El realizador israelí, nos golpea con una deshumanización diferente a la de Vals con Bashir, pero si cabe más inquietante e imparable que aquella otra.
Cada vez menos, siguen pensando que el devenir mejorará lo ya vivido. Cada vez más, consideran que las herramientas que deberían servir para construir la paz y el bienestar serán utilizadas para cavarnos nuestra propia tumba; por supuesto, de manera tan sutil que la gran mayoría no se enterarán de que están echando paletadas sobre su propio cadáver, mientras consumen sustancias que les hacen creer que asisten a las exequias de Elvis Presley.

No es fácil disfrutar de una amarga profecía (si bien sobran razones técnicas para hacerlo), pero esto no es óbice para que The Congress se lleve un merecido aplauso, aunque yo tampoco hubiera remarcado tanto el ámbito familiar.
Sinhué
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26 de febrero de 2015
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inconexa, extraña e intermitentemente potente película-experimento que ocupa el top de las películas más raras que he visto últimamente. Con un guión que habría firmado la generación beat al completo tras una ingesta de LSD, tripis y un poquito de peyote, Ari Folman mezcla animación con realidad en un film en que todo funciona por adición (adicción?¿?) y suma, por superposición de temas. Y es que cuento no menos de 6 géneros clásicos (animación, drama, ciencia ficción, road movie, fantasía, bélico) que en parte atrapan, en parte aburren y en gran parte no se entienden.

Nunca me han gustado los experimentos de la animación mezclada con la realidad y no recuerdo una película redonda de este tipo. En este punto, El congreso es un intento admirable que sigue fracasando. La parte más potente es la animación -que debería haber sido más explotada- y en el resto de géneros fracasa estrepitosamente. La relación entre lo real y lo animado está fatalmente resuelta, funcionando únicamente en la vuelta a la realidad, una idea por cierto nada original (aunque así lo pretenda) deudora de la Soma de Aldous Huxley (otra vez la droga) o la más contemporánea Matrix.

Y es que por mucho Schubert, homenajes a Kubrick o guiños al jardín de la delicias que meta con calzador en la película, sólo deja un tufillo de gafapastismo que dista mucho de una intelectualidad real y profunda. No deja de ser una película interesante, por encima de la media de cosas que se ven por el mercado, pero para un servidor es un experimento fallido.
Rodrigo Roldán
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