La pesadillaDocumental
5.4
860
Documental. Terror
El director Rodney Ascher se atreve a adentrarse en el mundo de pesadilla del extraño fenómeno conocido como parálisis del sueño, que afecta a millones de personas insomnes en el mundo. (FILMAFFINITY)
22 de mayo de 2016
22 de mayo de 2016
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su día, varias personas bastante próximas a mí —entre ellas mi padre— me relataron episodios de parálisis de sueño que habían tenido la desgracia de experimentar —había, de hecho, quien pasaba por ellos casi todas las noches—. Cualquiera de aquellos testimonios me resultó infinitamente más terrorífico que esta “The Nightmare” toda, lo cual dice muy poco a favor de su —escasa, nula— capacidad no ya para asustar, sino para inducir siquiera un mínimo de inquietud en… un niño de cinco años.
El sugestivo planteamiento degenera pronto en la reiteración machacona de los terrores nocturnos —algunos ciertamente psicodélicos— de ocho “friquis” que bien haría en buscarse un trabajo de verdad y dejar el consumo de ciertas sustancias nefandas. Insisto en que si Rodney Asher, perpetrador de semejante bodrio cósmico, pretendía asustar a alguien con ello, se ha quedado a años luz de su objetivo.
Sí consigue, por el contrario, espolear la hilaridad de cualquier espectador con estudios o dos dedos de frente o que haya evolucionado hasta una posición bípeda razonablemente funcional. Y en numerosas ocasiones, además. De haberse tomado la molestia de ver “The Nightmare”, es probable que sus distribuidores la hubieran catalogado de comedia. Las carcajadas que me han sacudido cuando he escuchado a una señora de la minoría hispana contar cómo tenía relaciones sexuales con su “visitante nocturno” habrían hecho salir de su parálisis hasta a la momia de Tutankamón. No le ha ido a la zaga el aflojamiento de esfínteres —y no de miedo, precisamente— provocado por los poderes mágicos que, según una treintañera de la minoría asiática, tiene invocar el nombre de Jesús en tan graves circunstancias. A mi regreso del cuarto de baño he decidido no dedicar más líneas que las estrictamente necesarias —éstas— a ese "colgado" de Vermont —en su caso blanco, anglosajón y protestante— al que visitan un par de risueños alienígenas con el único y discutible fin de hacerle cosquillas por todo el cuerpo.
Son sólo tres ejemplos de las alucinaciones paranoides con que se ha tenido la poca vergüenza de llenar hora y media de celuloide o lo que sea que al efecto se usa ahora. Si sólo fuera eso… Porque mención aparte merece la casposa reconstrucción de los brotes psicóticos, con esos hombres-sombra revestidos de licra negra de la cabeza a los pies, como si entre susto y susto se dispusieran a atracar una película de fetichismo sadomasoquista, o los marcianos bajo los efectos del tetrahidrocannabinol a los que me había prometido no dar carrete y, sin embargo… En fin, para qué seguir. No vean “The Nightmare”. O sí, se van a reír.
El sugestivo planteamiento degenera pronto en la reiteración machacona de los terrores nocturnos —algunos ciertamente psicodélicos— de ocho “friquis” que bien haría en buscarse un trabajo de verdad y dejar el consumo de ciertas sustancias nefandas. Insisto en que si Rodney Asher, perpetrador de semejante bodrio cósmico, pretendía asustar a alguien con ello, se ha quedado a años luz de su objetivo.
Sí consigue, por el contrario, espolear la hilaridad de cualquier espectador con estudios o dos dedos de frente o que haya evolucionado hasta una posición bípeda razonablemente funcional. Y en numerosas ocasiones, además. De haberse tomado la molestia de ver “The Nightmare”, es probable que sus distribuidores la hubieran catalogado de comedia. Las carcajadas que me han sacudido cuando he escuchado a una señora de la minoría hispana contar cómo tenía relaciones sexuales con su “visitante nocturno” habrían hecho salir de su parálisis hasta a la momia de Tutankamón. No le ha ido a la zaga el aflojamiento de esfínteres —y no de miedo, precisamente— provocado por los poderes mágicos que, según una treintañera de la minoría asiática, tiene invocar el nombre de Jesús en tan graves circunstancias. A mi regreso del cuarto de baño he decidido no dedicar más líneas que las estrictamente necesarias —éstas— a ese "colgado" de Vermont —en su caso blanco, anglosajón y protestante— al que visitan un par de risueños alienígenas con el único y discutible fin de hacerle cosquillas por todo el cuerpo.
Son sólo tres ejemplos de las alucinaciones paranoides con que se ha tenido la poca vergüenza de llenar hora y media de celuloide o lo que sea que al efecto se usa ahora. Si sólo fuera eso… Porque mención aparte merece la casposa reconstrucción de los brotes psicóticos, con esos hombres-sombra revestidos de licra negra de la cabeza a los pies, como si entre susto y susto se dispusieran a atracar una película de fetichismo sadomasoquista, o los marcianos bajo los efectos del tetrahidrocannabinol a los que me había prometido no dar carrete y, sin embargo… En fin, para qué seguir. No vean “The Nightmare”. O sí, se van a reír.
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