La leyenda del pianista en el océano
Drama
Desde finales del siglo XIX, se producen emigraciones masivas a los Estados Unidos. A bordo de lujosos trasatlánticos, además de elegantes burgueses, viajan también emigrantes. Danny, el maquinista del Virginia, encuentra a un niño abandonado sobre un piano, lo adopta y le impone el nombre de Novecento ("siglo XX" en italiano). El barco es el hogar del niño, y los pasajeros, sus ventanas al mundo. Tras la muerte de Danny, alguien ... [+]
9 de septiembre de 2020
9 de septiembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
301/11(08/09/20) Pedante y pomposo film escrito y dirigido por el italiano Giuseppe Tornatore (en su primer trabajo en inglés) inspirada en Novecento, monólogo del novelista y dramaturgo Alessandro Baricco. Partiendo de una idea muy sugestiva sobre una persona que nace en un transatlántico (el Virginian) y pasa su vida en él sin pisar tierra firme, mientras se labra una leyenda como pianista virtuoso, pero a esta potencial premisa se la rellena con mucho sentimentalismo impostado, toda una melancolía que quieren imponerte a empujones, con un protagonista inane, vacuo, sim empatía, que no evoluciona, y con unas motivaciones tan difusas como atropelladas en su pseudo-filosofía cuando se explica porque no baja del navío. Ello en un desarrollo que adolece de ritmo y sobra edulcoramiento. Solo salvable del olvido por la hermosa ambientación donde destaca la hermosa cinematografía Lajos Koltai y la música del maestro Morricone, donde incluso las dos escenas mejor trabajadas, los vaivenes en medio de una marejada con el piano, y el duelo con el creador del jazz resultan artificiosos. El protagonismo recae en protagonizada por el londinense Tim Roth todo el tiempo con cara de ‘pasmao’, y Pruitt Taylor Vince, como maestro de ceremonias narrador que pretende insuflar mitología a un tipo huero de contenido, donde la química entre los dos resulta poco fluida, siendo epítome de esto su última y híper-pastelosa conversación.
Película que intenta a empellones emocionarme, pero esto es misión imposible cuando no hay un andamiaje sólido tras ello, los cimientos son puro naif, hay un protagonista al que se intenta engrandecer cuando no es más que un cobarde agorafóbico, no tiene una personalidad marcada, simplemente toca el piano bien, pero del resto es un enigma, tipo con una sonrisa bobalicona al que supongo Tim Roth nunca supo encarar por ser un muñeco sin alma que nunca evoluciona, no tiene catarsis alguna. Todo sucede a modo de viñetas que apenas me mueven a reacción alguna, no hay sensación orgánica, no hay secundarios de enjundia, no sabemos cuál es su relación con el capitán de turno del barco, no se adentra en los sueños de los emigrantes, no nos enteramos de lo que pasa fuera del barco (dos guerras mundiales, Crack del 27,...), se abusa de los clichés (ejemplo la clásica visión de los emigrantes de la Estatua de la Libertad), se abusa de diálogos pretenciosos.
Hay momentos en los que se quiere insuflar vida interior al protagonista pianista, como la cuasi-mística aparición de una bella joven (Melanie Thierry) a través de un ojo de buey mientras Novecento toca el piano, pero esto se queda en un esbozo a medio delinear, como toda la película, que parecen apuntes de lo que podría haber sido y no fue. Está el artificioso duelo de pianistas entre Novecento y Jelly Roll Norton (Clarence Wlliams III, el llamado ‘Inventor del Jazz’), donde más que buena música lo que parece una competición haber quien golpea más rápido las teclas, nada tiene que ver una melodía bonita, lo cual desvirtúa el enfrentamiento, ejemplificado en el cigarrillo encendido; Está el tramo en que ‘Novi’ decide bajar del barco, pero en realidad todos sabemos que se arrepentirá a medio camino, pues ya nos han anunciado previamente que nunca lo hizo, con lo que la secuencia pierde vigor. Toda la película es un quiero y no puedo, ansiando conmoverte con un tipo que no quiere pisar tierra firme, prefiere el micromundo de un gran barco, pero esto no tiene tras ello un andamiaje dramático que nos lo haga entrañable, llego a sentir que Salvatore pone gran parte del empuje emocional en Ennio Morricone, y esto solo intenta opacar su falta de capacidad para en dos horas algo a lo que agarrarnos y no sentirnos que estamos antre una idea que se estitra sin sentido hasta provocar lo peor ante una película, el tedio.
Parte de la película fue rodada en Odesa, y también hay parte rodada en lo que era el matadero de Roma. En la película, el barco en el que transcurre la mayor parte de la historia es el RMS Virginian, para cuya recreación se recurrió al proyecto del RMS Lusitania y al de su nave gemela: el RMS Mauretania. Los decorados son obra principalmente de Bruno Cesari, el escenógrafo que había obtenido un Óscar por su trabajo en El último emperador.
La música estuvo a cargo de Ennio Morricone, con la ayuda del músico italiano de jazz Amedeo Tommasi, que compuso una de las piezas musicales más conocidas de la película: «Magic Waltz». Este músico aparece hacia el final de la película en un cameo, afinando un piano.
El tema principal de la película, «Playing Love», es interpretado por la pianista Gilda Buttà y por el trompetista italiano de jazz Cicci Santucci (primer trompetista de la orquesta de la RAI). La canción «Lost Boys Calling» es del músico británico Roger Waters.
Me queda una película fallida, que teniendo una idea original no se la sabe exprimir y se queda en una evolución con claras tendencias lacrimógenas simplistas. Fuerza y honor!!!
Película que intenta a empellones emocionarme, pero esto es misión imposible cuando no hay un andamiaje sólido tras ello, los cimientos son puro naif, hay un protagonista al que se intenta engrandecer cuando no es más que un cobarde agorafóbico, no tiene una personalidad marcada, simplemente toca el piano bien, pero del resto es un enigma, tipo con una sonrisa bobalicona al que supongo Tim Roth nunca supo encarar por ser un muñeco sin alma que nunca evoluciona, no tiene catarsis alguna. Todo sucede a modo de viñetas que apenas me mueven a reacción alguna, no hay sensación orgánica, no hay secundarios de enjundia, no sabemos cuál es su relación con el capitán de turno del barco, no se adentra en los sueños de los emigrantes, no nos enteramos de lo que pasa fuera del barco (dos guerras mundiales, Crack del 27,...), se abusa de los clichés (ejemplo la clásica visión de los emigrantes de la Estatua de la Libertad), se abusa de diálogos pretenciosos.
Hay momentos en los que se quiere insuflar vida interior al protagonista pianista, como la cuasi-mística aparición de una bella joven (Melanie Thierry) a través de un ojo de buey mientras Novecento toca el piano, pero esto se queda en un esbozo a medio delinear, como toda la película, que parecen apuntes de lo que podría haber sido y no fue. Está el artificioso duelo de pianistas entre Novecento y Jelly Roll Norton (Clarence Wlliams III, el llamado ‘Inventor del Jazz’), donde más que buena música lo que parece una competición haber quien golpea más rápido las teclas, nada tiene que ver una melodía bonita, lo cual desvirtúa el enfrentamiento, ejemplificado en el cigarrillo encendido; Está el tramo en que ‘Novi’ decide bajar del barco, pero en realidad todos sabemos que se arrepentirá a medio camino, pues ya nos han anunciado previamente que nunca lo hizo, con lo que la secuencia pierde vigor. Toda la película es un quiero y no puedo, ansiando conmoverte con un tipo que no quiere pisar tierra firme, prefiere el micromundo de un gran barco, pero esto no tiene tras ello un andamiaje dramático que nos lo haga entrañable, llego a sentir que Salvatore pone gran parte del empuje emocional en Ennio Morricone, y esto solo intenta opacar su falta de capacidad para en dos horas algo a lo que agarrarnos y no sentirnos que estamos antre una idea que se estitra sin sentido hasta provocar lo peor ante una película, el tedio.
Parte de la película fue rodada en Odesa, y también hay parte rodada en lo que era el matadero de Roma. En la película, el barco en el que transcurre la mayor parte de la historia es el RMS Virginian, para cuya recreación se recurrió al proyecto del RMS Lusitania y al de su nave gemela: el RMS Mauretania. Los decorados son obra principalmente de Bruno Cesari, el escenógrafo que había obtenido un Óscar por su trabajo en El último emperador.
La música estuvo a cargo de Ennio Morricone, con la ayuda del músico italiano de jazz Amedeo Tommasi, que compuso una de las piezas musicales más conocidas de la película: «Magic Waltz». Este músico aparece hacia el final de la película en un cameo, afinando un piano.
El tema principal de la película, «Playing Love», es interpretado por la pianista Gilda Buttà y por el trompetista italiano de jazz Cicci Santucci (primer trompetista de la orquesta de la RAI). La canción «Lost Boys Calling» es del músico británico Roger Waters.
Me queda una película fallida, que teniendo una idea original no se la sabe exprimir y se queda en una evolución con claras tendencias lacrimógenas simplistas. Fuerza y honor!!!
8 de febrero de 2009
8 de febrero de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda Tornatore rinde un tributo a los que nos gusta las buenas historias, la buena fotografía, la buena música y, en fín, las buenas películas.
Para el protagonista el barco es su mundo. Es lo único que conoce. Allí, con su piano, tiene todo lo que necesita; sin embargo, los pasajeros son la evidencia de que existe otro universo que no se atreve a descubrir.
Magnífico Tornatore!
Para el protagonista el barco es su mundo. Es lo único que conoce. Allí, con su piano, tiene todo lo que necesita; sin embargo, los pasajeros son la evidencia de que existe otro universo que no se atreve a descubrir.
Magnífico Tornatore!
22 de junio de 2015
22 de junio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un barco es grande, un lugar idóneo para trascender cuando existe un inmenso mundo interior. Las calles de las grandes urbes mueren en el puerto y la vida comienza en otra parte, lejos, donde tras la travesía las personas son descabalgadas por las olas del mar. Novecento es el compañero idóneo para viajar: discreto, interesante, artista, filósofo, sensible, curioso y misterioso. ¿Será cierto lo que de él se cuenta?
Dicen que hay que pisar tierra para tomar contacto con la realidad; ¿es esto inevitable?; ¿no hay más agua que continente?. Un hombre es lo que es, no lo que los demás quieren que sea.
Preguntas y disquisiciones que acompañaron el antes, el después y el durante de mi lejano encuentro con "La leyenda del pianista en el océano", obra del melancólico y apreciado director Tornatore al que, tal vez por las obligadas dietas de los años, recuerde en esta ocasión pasado de azúcar; aunque a cierta edad no era mal recibido el alimento espiritual empalagoso.
Dicen que hay que pisar tierra para tomar contacto con la realidad; ¿es esto inevitable?; ¿no hay más agua que continente?. Un hombre es lo que es, no lo que los demás quieren que sea.
Preguntas y disquisiciones que acompañaron el antes, el después y el durante de mi lejano encuentro con "La leyenda del pianista en el océano", obra del melancólico y apreciado director Tornatore al que, tal vez por las obligadas dietas de los años, recuerde en esta ocasión pasado de azúcar; aunque a cierta edad no era mal recibido el alimento espiritual empalagoso.
18 de marzo de 2021
18 de marzo de 2021
1 de -1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué puede salir mal en una película dirigida por Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso), basada en el monólogo teatral Novecento escrito por Alessandro Baricco (Seda), con la partitura a cargo de Ennio Morricone?
La literatura es la principal fuente de inspiración del cine, en este caso el guion también corre por cuenta de Guiseppe Tornatore, un artesano que por lo general busca la emoción en el espectador, es cierto que a veces se mueve al borde del sentimentalismo, pero Tornatore se encarga de darle contenido a las imágenes y el sustrato de Baricco le aporta profundidad.
Los travellings por la cubierta del Virginian sitúan al espectador en la realidad de comienzos del siglo XX y retratan la emoción de los inmigrantes al avistar “América”. La historia de Novecento (el pianista) será narrada por su amigo Max (trompetista) a través de largos raccontos que dan cuenta de la improbable historia de un pianista prodigio que nació a bordo de un barco y nunca pisó tierra firme.
«No estás acabado mientras tengas una buena historia y alguien a quien contársela», le dice Novecento a Max, este último admirador del talentoso pianista, continuamente lo insta a que descienda del barco y comparta su música con el resto del mundo.
La historia está contada con los ojos de Max, destila un cariño genuino, la cinta es un homenaje a la amistad incondicional, a esa confianza depositada en otro ser humano que sabrá respetar incluso las determinaciones más radicales. Será doloroso, pero valdrá la pena honrar los deseos de su amigo pianista.
«No existo para nadie… Max, tú eres la excepción». Recalca la importancia de la amistad, de tener a alguien que escuche nuestra historia, ese otro donde poder reflejar virtudes y defectos. Encontrar ese lugar donde se comprende y no se juzga.
Max apenas tiene unos minutos para contar esta historia prodigiosa, no tanto para recobrar su trompeta, sino para encontrar otro alguien que mantenga viva su amistad con el pianista.
La literatura es la principal fuente de inspiración del cine, en este caso el guion también corre por cuenta de Guiseppe Tornatore, un artesano que por lo general busca la emoción en el espectador, es cierto que a veces se mueve al borde del sentimentalismo, pero Tornatore se encarga de darle contenido a las imágenes y el sustrato de Baricco le aporta profundidad.
Los travellings por la cubierta del Virginian sitúan al espectador en la realidad de comienzos del siglo XX y retratan la emoción de los inmigrantes al avistar “América”. La historia de Novecento (el pianista) será narrada por su amigo Max (trompetista) a través de largos raccontos que dan cuenta de la improbable historia de un pianista prodigio que nació a bordo de un barco y nunca pisó tierra firme.
«No estás acabado mientras tengas una buena historia y alguien a quien contársela», le dice Novecento a Max, este último admirador del talentoso pianista, continuamente lo insta a que descienda del barco y comparta su música con el resto del mundo.
La historia está contada con los ojos de Max, destila un cariño genuino, la cinta es un homenaje a la amistad incondicional, a esa confianza depositada en otro ser humano que sabrá respetar incluso las determinaciones más radicales. Será doloroso, pero valdrá la pena honrar los deseos de su amigo pianista.
«No existo para nadie… Max, tú eres la excepción». Recalca la importancia de la amistad, de tener a alguien que escuche nuestra historia, ese otro donde poder reflejar virtudes y defectos. Encontrar ese lugar donde se comprende y no se juzga.
Max apenas tiene unos minutos para contar esta historia prodigiosa, no tanto para recobrar su trompeta, sino para encontrar otro alguien que mantenga viva su amistad con el pianista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El bebé fue hallado sobre un piano y el maquinista Danny lo crío lo mejor que pudo. Quedó huérfano y los pasajeros descubrieron que el niño tocaba el piano como los dioses. Por largos pasajes vemos a Novecento tocando piezas sublimes, de alguna manera sustrayendo a los pasajeros del temor a navegar por alta mar. Ya adulto creará historias a través de su música, acerca de lo que le cuentan los pasajeros, lo que observa de sus comportamientos, incluso imaginará lugares que nunca ha visitado sacados de llamados telefónicos aleatorios al otro lado del océano.
La cámara de Tornatore nos conmueve cuando Novecento está componiendo su mejor obra, mirando por la ventana a la mujer de sus sueños, interpretando el viento en su rostro de ensoñación, con el mar a sus espaldas, inspirándose a través de su ventana al mundo, esos ojos de buey del barco que enmarcan la belleza, esa eternidad que sólo los ojos enamorados pueden percibir, el piano es su mundo y en esa claraboya se refleja el exterior que lo conmueve, la fuente de inspiración de ese mundo finito al que el pianista le otorga eternidad.
Hay un monólogo al final donde Novecento revela a Max su temor más profundo. En este punto, la película se interna en temas profundos y Baricco expone su tesis acerca del secreto del artista. El pianista estuvo a punto de descender por las escalerillas del barco, deseaba tocar tierra firme para oír la voz del mar y buscar a la mujer de lo había hechizado. Observa la ciudad inmensa con calles interminables, un mundo sin fin que lo asusta. Le dice a Max que esa ciudad representa un teclado infinito con millones de teclas, el piano de Dios, pero le insiste que él sólo es un hombre y ese piano tiene demasiadas teclas, una música que no sabrá tocar, prefiere sus ochenta y ocho posibilidades, ese teclado finito que él puede convertir en infinitas partituras. Novecento es su música y no tiene el valor de abandonar el barco.
A Novecento le basta con que lo escuchen doscientas personas cada vez, regalarles esa eternidad que impone el océano, el pianista desea abrazar el cielo y dibujar notas hasta el fin de sus días. Una explosión no terminará con sus creaciones, el amigo las recordará e incluso Dios podrá hacerle ese lugar en el cielo.
Tornatore recurre a un contrapicado para registrar ese abrazo eterno antes de que la dinamita lo haga desaparecer de la faz del océano, mueve los dedos en su piano imaginario y la música resuena en su cabeza por última vez.
Antes el piano deambulaba por el barco en medio de la tormenta y viajaba por los pasillos de ese Macondo que era el Virginian. La anécdota no tendrá cien años, pero con el tiempo sólo ha quedado el esqueleto del barco y el piano ha dejado de tocar.
La cámara de Tornatore nos conmueve cuando Novecento está componiendo su mejor obra, mirando por la ventana a la mujer de sus sueños, interpretando el viento en su rostro de ensoñación, con el mar a sus espaldas, inspirándose a través de su ventana al mundo, esos ojos de buey del barco que enmarcan la belleza, esa eternidad que sólo los ojos enamorados pueden percibir, el piano es su mundo y en esa claraboya se refleja el exterior que lo conmueve, la fuente de inspiración de ese mundo finito al que el pianista le otorga eternidad.
Hay un monólogo al final donde Novecento revela a Max su temor más profundo. En este punto, la película se interna en temas profundos y Baricco expone su tesis acerca del secreto del artista. El pianista estuvo a punto de descender por las escalerillas del barco, deseaba tocar tierra firme para oír la voz del mar y buscar a la mujer de lo había hechizado. Observa la ciudad inmensa con calles interminables, un mundo sin fin que lo asusta. Le dice a Max que esa ciudad representa un teclado infinito con millones de teclas, el piano de Dios, pero le insiste que él sólo es un hombre y ese piano tiene demasiadas teclas, una música que no sabrá tocar, prefiere sus ochenta y ocho posibilidades, ese teclado finito que él puede convertir en infinitas partituras. Novecento es su música y no tiene el valor de abandonar el barco.
A Novecento le basta con que lo escuchen doscientas personas cada vez, regalarles esa eternidad que impone el océano, el pianista desea abrazar el cielo y dibujar notas hasta el fin de sus días. Una explosión no terminará con sus creaciones, el amigo las recordará e incluso Dios podrá hacerle ese lugar en el cielo.
Tornatore recurre a un contrapicado para registrar ese abrazo eterno antes de que la dinamita lo haga desaparecer de la faz del océano, mueve los dedos en su piano imaginario y la música resuena en su cabeza por última vez.
Antes el piano deambulaba por el barco en medio de la tormenta y viajaba por los pasillos de ese Macondo que era el Virginian. La anécdota no tendrá cien años, pero con el tiempo sólo ha quedado el esqueleto del barco y el piano ha dejado de tocar.
16 de abril de 2008
16 de abril de 2008
14 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta Tornatore, me encantan todas sus películas, las he visto todas excepto dos antiguas, pero esta es diferente, menuda decepción....
Desde luego la idea es buena: un inadaptado social genio del piano vive en barco desde que nació y nunca ha pisado suelo firme, es una historia romántica que podria funcionar muy bien si hubiera algo detrás, pero no lo hay. El desarrollo de la historia es vácuo y superficial sin interés no consegue explicar de ninguna forma el comportamiento de los personajes.
No consegui empatizar con ninguno de los personajes principales, ni con sus absurdas peripecias dentro del barco; como ese horrible duelo al piano con el inventor del jazz que parecia más una batalla de raperos estilo eminem que otra cosa.
Hacia tiempo que no me decepcionaba tanto una peli y menos con la puntuación media que tiene ésta, se salva algo por la increible música de Morricone y por la idea original, ciertamente curiosa.
Desde luego la idea es buena: un inadaptado social genio del piano vive en barco desde que nació y nunca ha pisado suelo firme, es una historia romántica que podria funcionar muy bien si hubiera algo detrás, pero no lo hay. El desarrollo de la historia es vácuo y superficial sin interés no consegue explicar de ninguna forma el comportamiento de los personajes.
No consegui empatizar con ninguno de los personajes principales, ni con sus absurdas peripecias dentro del barco; como ese horrible duelo al piano con el inventor del jazz que parecia más una batalla de raperos estilo eminem que otra cosa.
Hacia tiempo que no me decepcionaba tanto una peli y menos con la puntuación media que tiene ésta, se salva algo por la increible música de Morricone y por la idea original, ciertamente curiosa.
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