El tren de las 3:10
6.9
40,883
Western. Acción
Arizona. Con la esperanza de conseguir una recompensa que le permita evitar la ruina de su rancho, Dan Evans (Christian Bale) decide colaborar en el traslado del peligroso forajido Ben Wade (Russell Crowe) hasta un pueblo, donde deberán coger el tren de las 3:10 para llegar a la prisión de Yuma. Remake del film de 1957 de Delmer Daves. (FILMAFFINITY)
25 de noviembre de 2015
25 de noviembre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que el western es un género que anda de capa caída es un hecho; si mi memoria no me falla (y lo hace muchas veces, por lo que si me equivoco estoy abierto a correcciones), no se ha hecho ninguna película realmente buena del género desde “Sin perdón” (1992). Por eso, mi sorpresa fue tan satisfactoria cuando me encontré y disfruté esta cinta de James Mangold que, si bien no es una obra maestra, es lo más digno que he visto desde la mencionada película de Eastwood.
El filme es un remake de un clásico de 1957 del que no puedo opinar todavía, por lo que no estoy influenciado por las inevitables comparaciones. Con una ambientación y unos elementos típicos del género, se cuenta la historia de dos hombres: Dan Evans (Christian Bale), padre de familia y poseedor de un pobre rancho que apenas tiene para dar de comer a su mujer y a sus hijos, y otro, Ben Wade (Russell Crowe), un bandido despiadado y sanguinario que es atrapado y lo tienen que escoltar hasta la prisión de Yuma mientras su banda merodea para intentar rescatarlo.
Mangold dispone todos los elementos para ofrecer un western de la vieja escuela, con sus tiroteos, peleas, caravanas, paisajes desérticos e incluso indios. La estética, por tanto, hace las delicias de los seguidores del western, quitándole un poco del polvo que el género ha acumulado con los años sin eliminar nada de lo esencial para los más puristas. El filme se desarrolla bajo unas premisas muy concretas sin apenas arriesgarse, y deja todo el peso dramático en un magnífico duelo interpretativo entre Bale y Crowe, actores de sobrada calidad con algún altibajo en sus filmografías que en esta ocasión realmente lo bordan.
Aparte del buen ritmo de la cinta y el juego que da su planteamiento, Mangold perfila muy bien la relación que tienen los dos protagonistas, una relación que evoluciona y va transformando sus valores e ideas conforme se van sucediendo los acontecimientos, principalmente en el caso de Ben Wade, cuya transformación culmina de forma un tanto brusca e irreal.
James Mangold revitaliza así un género que muchos ya daban por muerto y lo hace con soltura y frescura, sin olvidar los ingredientes esenciales. Muy recomendable.
El filme es un remake de un clásico de 1957 del que no puedo opinar todavía, por lo que no estoy influenciado por las inevitables comparaciones. Con una ambientación y unos elementos típicos del género, se cuenta la historia de dos hombres: Dan Evans (Christian Bale), padre de familia y poseedor de un pobre rancho que apenas tiene para dar de comer a su mujer y a sus hijos, y otro, Ben Wade (Russell Crowe), un bandido despiadado y sanguinario que es atrapado y lo tienen que escoltar hasta la prisión de Yuma mientras su banda merodea para intentar rescatarlo.
Mangold dispone todos los elementos para ofrecer un western de la vieja escuela, con sus tiroteos, peleas, caravanas, paisajes desérticos e incluso indios. La estética, por tanto, hace las delicias de los seguidores del western, quitándole un poco del polvo que el género ha acumulado con los años sin eliminar nada de lo esencial para los más puristas. El filme se desarrolla bajo unas premisas muy concretas sin apenas arriesgarse, y deja todo el peso dramático en un magnífico duelo interpretativo entre Bale y Crowe, actores de sobrada calidad con algún altibajo en sus filmografías que en esta ocasión realmente lo bordan.
Aparte del buen ritmo de la cinta y el juego que da su planteamiento, Mangold perfila muy bien la relación que tienen los dos protagonistas, una relación que evoluciona y va transformando sus valores e ideas conforme se van sucediendo los acontecimientos, principalmente en el caso de Ben Wade, cuya transformación culmina de forma un tanto brusca e irreal.
James Mangold revitaliza así un género que muchos ya daban por muerto y lo hace con soltura y frescura, sin olvidar los ingredientes esenciales. Muy recomendable.
6 de enero de 2018
6 de enero de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gustan. No hay vuelta de hoja. Me fastidia que no haya originalidad a la hora de crear historias con la cantidad que hay por hacer. Si no quieres devanarte los sesos, no lo hagas, pero no copies plano por plano una película. O, si lo haces, que tus actores sean tan buenos como para que unos personajes con historias increíbles (no por fabulosas, sino por fantasiosas) parezcan reales. Como en ésta.
Esta película lo tiene todo en cuanto a actores, fotografía y dirección artística. En ese sentido, una preciosidad. Pero, si has visto la antigua, la originalidad brilla por su ausencia. Creo que puedes contar el mismo tema, pero no la misma historia. La película, eso sí, es muy entretenida y bellamente facturada.
Calificación: 7.5/10 (le falta un punto y medio por originalidad y otro punto por el último tercio de la historia).
Esta película lo tiene todo en cuanto a actores, fotografía y dirección artística. En ese sentido, una preciosidad. Pero, si has visto la antigua, la originalidad brilla por su ausencia. Creo que puedes contar el mismo tema, pero no la misma historia. La película, eso sí, es muy entretenida y bellamente facturada.
Calificación: 7.5/10 (le falta un punto y medio por originalidad y otro punto por el último tercio de la historia).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
-El personaje de Crowe rompe una evolución lenta y, repentinamente, pega un salto en su carácter. Pasa de ser malo malo, a medio malo y, de pronto, a buenísimo rudo. Con sólo dos frases. No, pues no...
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía William Munny en Sin perdón – una de las maravillas del séptimo arte – que cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener. La frase, como la película, trasciende, se multiplica, se hace duradera y nos adentra en la eternidad de un personaje y de toda su existencia.
3:10 to Yuma no es el crepúsculo que significó Sin perdón porque los dioses son parcos en milagros, pero está rodeada de un aura arrolladora de magistralidad.
Nadie detesta más la inutilidad de un remake, y ésta lo es de El tren de las 3:10 de Delmer Daves de 1957; sin embargo, 3:10 to Yuma es necesaria por ser mayúscula en el desierto, por ser única a pesar de la duplicidad y porque la manera más honesta de combatir el mal cine – el que hipnotiza, adiestra y da capones, el del hombre de los caramelos – es con buen cine. Y en eso 3:10 to Yuma es colosal, 1) por un guión coherente abrumador que seduce sensualmente hasta el orgasmo increíble final; y 2) por lo homérico de sus protagonistas, construidos de manera magistral con un arco de transformación perfecto que los hace verosímiles y ata todos los cabos.
Ben Wade y Dan Evans - noche y día - un hombre excepcional, un bandido, cruel existencialista y despiadado animal que vive en su cielo frente a un perdedor y cobarde, un hombre bueno miserablemente vencido en el infierno. El choque de trenes cambia sus vidas y también las nuestras. Es aquí donde 3:10 to Yuma roza la divinidad de Sin perdón.
Western nihilista de personajes bosconianos, de decrepitud y actualidad porque es el mundo que vemos todos los días, el de la resignación, el de la concienciación de la inhumanidad humana. Dios murió, Ben Wade y Dan Evans lo saben y se desesperan en busca del sentido de la vida.
Personajes formidables todos, pero el apocalipsis necesita del diablo, y éste es Russell Crowe, el Nietzche de toda esta decadencia. Uno de esos pocos genios capaces de agrandar lo escrito en el papel y aquí a la altura del Jake la Motta de De Niro en Toro salvaje, que lo es todo.
El montaje es magnífico, la película respira, se silencia, se rompe y vuelve a torturar de placer. La música es lánguida y acompaña poética el luto que arrastran.
Nos vemos en el infierno William Munny.
3:10 to Yuma no es el crepúsculo que significó Sin perdón porque los dioses son parcos en milagros, pero está rodeada de un aura arrolladora de magistralidad.
Nadie detesta más la inutilidad de un remake, y ésta lo es de El tren de las 3:10 de Delmer Daves de 1957; sin embargo, 3:10 to Yuma es necesaria por ser mayúscula en el desierto, por ser única a pesar de la duplicidad y porque la manera más honesta de combatir el mal cine – el que hipnotiza, adiestra y da capones, el del hombre de los caramelos – es con buen cine. Y en eso 3:10 to Yuma es colosal, 1) por un guión coherente abrumador que seduce sensualmente hasta el orgasmo increíble final; y 2) por lo homérico de sus protagonistas, construidos de manera magistral con un arco de transformación perfecto que los hace verosímiles y ata todos los cabos.
Ben Wade y Dan Evans - noche y día - un hombre excepcional, un bandido, cruel existencialista y despiadado animal que vive en su cielo frente a un perdedor y cobarde, un hombre bueno miserablemente vencido en el infierno. El choque de trenes cambia sus vidas y también las nuestras. Es aquí donde 3:10 to Yuma roza la divinidad de Sin perdón.
Western nihilista de personajes bosconianos, de decrepitud y actualidad porque es el mundo que vemos todos los días, el de la resignación, el de la concienciación de la inhumanidad humana. Dios murió, Ben Wade y Dan Evans lo saben y se desesperan en busca del sentido de la vida.
Personajes formidables todos, pero el apocalipsis necesita del diablo, y éste es Russell Crowe, el Nietzche de toda esta decadencia. Uno de esos pocos genios capaces de agrandar lo escrito en el papel y aquí a la altura del Jake la Motta de De Niro en Toro salvaje, que lo es todo.
El montaje es magnífico, la película respira, se silencia, se rompe y vuelve a torturar de placer. La música es lánguida y acompaña poética el luto que arrastran.
Nos vemos en el infierno William Munny.
4 de septiembre de 2021
4 de septiembre de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este western, uno de los poquísimos de nuestro actual siglo, es una magnífica película, un relato crispado lleno de acción y suspense. No importa que se trate de un remake de la película que hizo Delmer Daves en 1.957, con Glenn Ford y Van Heflin en los papeles protagonistas, y que justamente forma parte de la antología del género. La nueva versión ni es superior al modelo ni pretende serlo; como es propio de esta época, la historia es la misma pero con el realismo y la violencia propios del cine actual. El guión se alarga media hora más, añadiendo más acción y peripecias, pero no falla en lo esencial, que es el retrato psicológico del granjero y del forajido, sobre todo de este último. Tiene un poderoso arranque, sigue con un ritmo bien sostenido y culmina con un desenlace bastante diferente que la película del 57, pero que es toda una lección moral. Recuerda a clásicos como “Solo ante el peligro” o “El último tren de Gunn Hill”, y cuenta con unos trabajos memorables de Christian Bale, el granjero, y, sobre todo, de Russell Crowe, con un personaje, el del forajido, mucho más brutal que el que interpretara Glenn Ford. Aparte de que está muy bien realizada, lo mejor son los diálogos entre los dos antagonistas. Pasé dos horas en el cine sin apartar nunca la vista de la pantalla, aparte de que tenía mucho interés en verla. Chu-lí-si-ma.
10 de abril de 2022
10 de abril de 2022
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leer el relato original y ver la peli de 1957 -obra maestra del género- es un baño de frescura. La tensión que lograron Delmer Daves, Glenn Ford, Van Heflin y una atractiva Felicia Farr en la peli original se mantienen en la segunda, aunque un inexplicable final de esta última trunca la película. De todos modos, la primera ofrece una realización más concisa, sin tantas explicaciones, y se recrea en los dos protagonistas sin hablarnos de su pasado. Nada más que la intro, con la interpretación de Frankie Laine de la canción principal, es inolvidable, y la secuencia del principio de la diligencia, que tanto han copiado otros como William Wyler en "Horizontes de grandeza (The Big Country)", solo un año después, o Quentin Tarantino en "Los odiosos ocho (The Hateful Eight)" en 2015, ha pasado a los anales del western y del cine. El remake, basado igualmente en el relato de Elmore Leonard, y rodado justamente cincuenta años más tarde, posee dos partes bien diferenciadas o, más bien, un excelente desarrollo durante la mayor parte del film, y un desastroso desenlace, incomprensible y disparatado -valga la redundancia, entre tanto tiroteo- que arruina lo que prometía ser un remake a la altura de la obra original. Pero un giro del guion final, inconcebible y con poca sensatez, nos deja con la miel de los labios. Otra vez será. A pesar de la excelente interpretación de Russell Crowe, Christian Bale, Peter Fonda y un sorprendente Ben Foster, que da vida a un secundario de lujo. Pocas veces un secundario malo tiene tanta relevancia y personalidad. Solo por la interpretación de los personajes y el decurso de la historia, merece la pena ver la película, pero insisto en que el final es terriblemente malo. Una pena.
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