El americano

Desde Texas sale Sam Dent (Ford) con tres valiosos toros sementales de la raza Santa Gertrudis que debe llevar a Brasil, concretamente al rancho que dirige Bento Hermany (Lovejoy). Son 10.000 kilómetros en barcos y trenes para atravesar el Mato Grosso ("matorral espeso"), los 250 últimos a caballo siempre a merced de caimanes, peces carniceros, serpientes o pumas.
Al principio pues, una auténtica cinta de aventuras.
Todo cambia al llegar al destino cuando aparece un curioso personaje, Manuel Silvera (Romero), mitad bandido, mitad pistolero. Una especie de Antonio Dasmortes (Glauber Rocha, 1969) que se encarga de abrir los ojos al texano para explicarle lo que sucede en el rancho de Bento, que no es otra cosa que la vieja historia del ganadero que quiere dominar todo el territorio aplastando a los modestos propietarios. O sea, un western a la brasileira.
Argumento bien conocido tratado con un pésimo guion y una dirección ramplona. La parte aventurera del comienzo aun tiene un pase, la parte pistoleril no.
Personajes poco creíbles, empezando por Sam y siguiendo por Bento. Únicamente Silvera muestra una personalidad convincente respaldada por la buena interpretación de Romero. Muy flojos los demás, empezando por Ford.
Dos interesantes mujeres. De una parte Marianna (Thiess), una bella y decidida ranchera que debe sufrir las "gracias" de su pretendiente: "Este es un trabajo demasiado duro para una mujer", "No debería ir vestida como un hombre" o "Espera que mate a un hombre por los chismes de una mujer". Por otro Teresa (Lane), una espectacular pelirroja que baila y canta aquello de "Una vez un guapo americano, estaba desconsolado por volver a su país", hasta que "un día en Brasil una niña cambió su vida". Tralará, tralará a ritmo de bosanova.
Por cierto, por entonces Xavier Cugat director de la orquesta que interpreta la banda sonora de la película era el marido de Abbe Lane.
Veremos el certificado sanitario que se exige a los animales para poder viajar, así como la curación de un proceso de fiebre que sufre un toro a base de grasa y de vapor que consiguen hirviendo grandes cantidades de agua en una carpa cerrada.
Obra floja carente de ritmo y de tensión que poco a poco se va desinflando, con un final convencional. No la recomendamos mucho.

La mayor parte de estas películas clásicas carecían de ritmo y fluidez, al menos lo que en la actualidad se entiende por esas dos características fundamentales en el desarrollo cinematográfico.

Aquí el conflicto resulta escaso y pobre. Como cabeza de cartel un Glenn Ford inexpresivo que se limitaba a interpretar de la misma manera, cualquier papel que le ofrecieran. Hoy día también tenemos actores robóticos, aunque no con la trascendencia que en su momento tuvo él.

Las nuevas generaciones frecuentemente valoran con excesiva generosidad el cine que se hacía hace decadas; sin que distingan mucho la calidad de la simple exposición visual, intrascendente. La nota global de 5,1 así lo confirma.

Sencillo, interesante, correcto, discreto, irregular, denso, salvaje, básico, redundante, reiterativo e irregular western de cine clásico, en el que William Castle intenta ofrecer una trama de engaños y rivalidades por una distribución de tierras en las que se han producido varios actos delictivos y para los que un recién llegado, intentará encontrar responsables mientras se adapta a la nueva situación.
La premisa del argumento resulta interesante, pero la pobre calidad técnica y el poco ritmo que consiguen ofrecer los responsables de la película, hace que ésta no llegue a resultar totalmente satisfactoria.
Cae en la reiteración de situaciones y peca de parsimoniosa, quedando atrapada en las mismas cuestiones en lo referente a amistades e intereses.
No está mal, pero tampoco me ha llegado a convencer por completo, así que no la recomiendo mucho. Para mi gusto, le falta ritmo y fluidez.