Entre la razón y la locura
2019 

6.2
2,980
Drama. Thriller
A mediados del siglo XIX, el profesor James Murray comienza a compilar palabras para la primera edición del Oxford English Dictionary, un diccionario que tiene la ambiciosa tarea de recopilar todas las palabras de la lengua inglesa. Para sorpresa de Murray, un doctor de un asilo psiquiátrico será una de sus mayores ayudas... (FILMAFFINITY) Película de caótica producción que terminó siendo dirigida por el también guionista Farhad ... [+]
20 de diciembre de 2019
20 de diciembre de 2019
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buena película para los que gustan del cine biográfico. Una producción de ritmo sobrio, trama interesante y buenos actores. La crítica ha sido bastante injusta con esta historia, ya que les parece aburrida (no hay desnudos, promoción política ni violencia innecesaria) sencillamente es una historia donde se da más importancia a la búsqueda de redención del coprotagonista que a la vieja fórmula hollywoodense. Si te gusta el buen cine, no te decepcionará.
26 de mayo de 2020
26 de mayo de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia, de época, es lo suficientemente novedosa, las películas basadas en el mundo de la lingüística siempre lo son, como para mantener el interés. Podría parecer que estamos ante un duelo de interpretaciones en la cumbre; pero no es así, porque, si Gibson está en excelente estado de forma, lo de Sean Penn es apabullante, un tour de force actoral en toda regla. La química entre ambos protagonistas es magnífica.
6 de diciembre de 2020
6 de diciembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Partiendo de un tema que no parece demasiado interesante, como la creación del más completo diccionario de la lengua inglesa. Dos actores de carácter y fuerte carácter, (valga la redundancia) con un duelo interpretativo de altura entre dos personajes contrapuestos, el feliz padre de familia, autodidacta y idealista, frente a un hombre enfermo por los remordimientos y sus demonios personales, víctima también de los terribles métodos psiquiátricos de la época, a los que une su pasión por el conocimiento. La historia de amor con la viuda, puede parecer un poco forzada, pero al final resulta entrañable y conmovedora. En resumen, interesante, conmovedora y bien dirigida y con un muy buen reparto.
21 de mayo de 2019
21 de mayo de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es la historia de la redacción del Diccionario Inglés Oxford, publicado por primera vez en 1884, el cual es considerado como el más completo y erudito de la lengua inglesa (e incluso de todas las lenguas), el cual sigue publicándose hoy en día con las actualizaciones correspondientes.
Estamos también ante la narración de una empresa casi imposible, la de una recopilación de palabras a lo largo y a lo ancho del Reino Unido durante 70 años, considerando a la vez, las diversas acepciones de las palabras a través de los distintos territorios ocupados por el mismo.
Vayamos hacia atrás, a mediados del siglo XIX. El film comienza con la búsqueda de un recopilador, y su elección recae en James A. H. Murray (Mel Gibson), un hombre con escolarización limitada pero de un gran espíritu emprendedor. Iniciado el trabajo, recibe una ayuda inesperada, la del Dr. William Minor (Sean Penn), un militar americano enfermo de esquizofrenia, que vivía internado en el Broadmoor Criminal Lunatic Asylum, un hospicio para enfermos mentales.
Para James Murray es la oportunidad de acceder a un trabajo digno toda vez que cuando aparece el aviso esta desocupado. Pero para William Minor, su colaboración responde a un espíritu totalmente altruista y constituye una ayuda invalorable dado que aporta más de 10.000 palabras al diccionario. De esta manera, con una pareja despareja, el film se transforma en una especie de empresa imposible, una aventura hacia lo desconocido cuya duración, tamaño de la obra, y la capacidad de los recursos para solventarla era desconocida.
La película avanza de una forma despareja, como desarticulada, confiando más en la disparidad de los caracteres y conflictos que describe que en las acciones que llevan a cabo. Su ritmo narrativo se vuelve confuso, cayendo a veces en la maqueta de los personajes. El de Gibson termina siendo un gran héroe. El de Penn un antihéroe, mientras que los profesores de Oxford, quienes paradójicamente encargan y pagan por el por el trabajo, parecieran ser los presuntos villanos de la película. Algo que no tiene mucho sentido pero que tiene que ver con la necesidad de evitar caer en confusiones estructurando el relato en forma clásica.
Para hacer más complicada la cuestión, tanto Murray como Minor eran descendientes de irlandeses, lo cual, el dialogo con los eminentes profesores de Oxford se hacía más difícil. Acá aparece una especie de choque de clases entre dos hombres de pueblo y la aristocracia de la Magna Casa de Estudios.
El film avanza a los tropezones pero avanza, tratando de transformar esta historia en una aventura del conocimiento. Lo logra parcialmente dado las características tan extrema de los personajes presentados y sobretodo la dificultad de transformar en apasionante la simple historia de una recopilación de palabras.
Pero a pesar de dichos altibajos (y de algunos problemas de producción que se comentan en la post data) el film sale a flote, tal vez porque Gibson y sobre todo Penn, sacan lo mejor de sí mismos, contagian su entusiasmo por la empresa, y ponen sus mejores atributos actorales al servicio de lo que se está narrando, componiendo dos personajes inolvidables que seguramente a fin de año Hollywood tendrá en cuenta para su temporada de premios. El film termina siendo un canto a la perseverancia que se impone a la dificultad, y una exaltación a la fuerza de voluntad y el altruismo.
PD. Esta película es el resultado de una filmación tan complicada como el de la misma historia que finalmente termina contando. Según se sabe, el productor y director iraní Farhad Safinia, también productor de Apocalypto (2006), la película anterior de Gibson sobre la decadencia y caída del imperio Maya en México, es quien comienza el rodaje. Al poco tiempo, desinteligencias determinan su alejamiento. Se comenta que Gibson se hace cargo de la dirección del film, pero disconforme con los resultados obtenidos, deja el corte final en los productores de la misma, Nicholas Cartier y Gastón Pavlovich, destinando a Entre la Razón y la Locura, a tener posiblemente un destino de film maldito.
El nombre del director PB Sherman que aparece en los títulos es también un alias, tal como el famoso Alan Smithe, el director desconocido.
Estamos también ante la narración de una empresa casi imposible, la de una recopilación de palabras a lo largo y a lo ancho del Reino Unido durante 70 años, considerando a la vez, las diversas acepciones de las palabras a través de los distintos territorios ocupados por el mismo.
Vayamos hacia atrás, a mediados del siglo XIX. El film comienza con la búsqueda de un recopilador, y su elección recae en James A. H. Murray (Mel Gibson), un hombre con escolarización limitada pero de un gran espíritu emprendedor. Iniciado el trabajo, recibe una ayuda inesperada, la del Dr. William Minor (Sean Penn), un militar americano enfermo de esquizofrenia, que vivía internado en el Broadmoor Criminal Lunatic Asylum, un hospicio para enfermos mentales.
Para James Murray es la oportunidad de acceder a un trabajo digno toda vez que cuando aparece el aviso esta desocupado. Pero para William Minor, su colaboración responde a un espíritu totalmente altruista y constituye una ayuda invalorable dado que aporta más de 10.000 palabras al diccionario. De esta manera, con una pareja despareja, el film se transforma en una especie de empresa imposible, una aventura hacia lo desconocido cuya duración, tamaño de la obra, y la capacidad de los recursos para solventarla era desconocida.
La película avanza de una forma despareja, como desarticulada, confiando más en la disparidad de los caracteres y conflictos que describe que en las acciones que llevan a cabo. Su ritmo narrativo se vuelve confuso, cayendo a veces en la maqueta de los personajes. El de Gibson termina siendo un gran héroe. El de Penn un antihéroe, mientras que los profesores de Oxford, quienes paradójicamente encargan y pagan por el por el trabajo, parecieran ser los presuntos villanos de la película. Algo que no tiene mucho sentido pero que tiene que ver con la necesidad de evitar caer en confusiones estructurando el relato en forma clásica.
Para hacer más complicada la cuestión, tanto Murray como Minor eran descendientes de irlandeses, lo cual, el dialogo con los eminentes profesores de Oxford se hacía más difícil. Acá aparece una especie de choque de clases entre dos hombres de pueblo y la aristocracia de la Magna Casa de Estudios.
El film avanza a los tropezones pero avanza, tratando de transformar esta historia en una aventura del conocimiento. Lo logra parcialmente dado las características tan extrema de los personajes presentados y sobretodo la dificultad de transformar en apasionante la simple historia de una recopilación de palabras.
Pero a pesar de dichos altibajos (y de algunos problemas de producción que se comentan en la post data) el film sale a flote, tal vez porque Gibson y sobre todo Penn, sacan lo mejor de sí mismos, contagian su entusiasmo por la empresa, y ponen sus mejores atributos actorales al servicio de lo que se está narrando, componiendo dos personajes inolvidables que seguramente a fin de año Hollywood tendrá en cuenta para su temporada de premios. El film termina siendo un canto a la perseverancia que se impone a la dificultad, y una exaltación a la fuerza de voluntad y el altruismo.
PD. Esta película es el resultado de una filmación tan complicada como el de la misma historia que finalmente termina contando. Según se sabe, el productor y director iraní Farhad Safinia, también productor de Apocalypto (2006), la película anterior de Gibson sobre la decadencia y caída del imperio Maya en México, es quien comienza el rodaje. Al poco tiempo, desinteligencias determinan su alejamiento. Se comenta que Gibson se hace cargo de la dirección del film, pero disconforme con los resultados obtenidos, deja el corte final en los productores de la misma, Nicholas Cartier y Gastón Pavlovich, destinando a Entre la Razón y la Locura, a tener posiblemente un destino de film maldito.
El nombre del director PB Sherman que aparece en los títulos es también un alias, tal como el famoso Alan Smithe, el director desconocido.
20 de septiembre de 2020
20 de septiembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Enésimo y más reciente ejemplo de cinta maldita, Mel Gibson tardó veinte años en sacar adelante un proyecto del que ha acabado renegando, tras llevar a la productora ante los tribunales, recibir los dardos envenenados de buena parte de la crítica estadounidense —que no tiene al australiano entre sus cineastas favoritos, y no por razones estrictamente artísticas— y haber pasado directamente al mercado de las plataformas digitales.
En mi opinión, “Entre la razón y la locura” no es una mala película en absoluto. Presenta un correcto diseño de producción, de aliento clásico y texturas típicas de la industria británica con su oficio para las reconstrucciones históricas. Cuenta, además, con un reparto de campanillas, encabezado por dos caníbales como el propio Gibson y Sean Penn. Ambos habrán vivido tiempos mejores, qué duda cabe, el primero sobre todo; pero aquí exhiben una muestra representativa de sus respectivos talentos y carisma arrollador, cada uno a su peculiarísima manera —llama la atención el ademán reposado de Gibson, manojo de nervios otrora y mala caricatura de sí mismo no hace tanto—. Acompañados por secundarios ilustres —Jeniffer Ehle, Eddie Marsan, Steve Coogan— y célebres rostros televisivos —Natalie Dormer, Stephen Dillane—, insisto en que se trata de un elenco brillante y, pese a ello, muy compensado.
A mi juicio, el pecado de “Entre la razón y la locura” estriba en su indefinición, a la cual seguramente hayan contribuido el baile de guionistas y directores —al final tuvo que encargarse Farhad Safinia, acreditado como PB Shemran por cuestiones legales—, la falta de financiación y, me temo, el volcánico carácter de Mel Gibson. Sumémosle que la aventura filológica de compilar el primer diccionario (completo) de la lengua inglesa se habría antojado insuficiente para las demandas del mercado, de modo que se complementa con la fotogénica cuota de sordidez que garantizan las inhumanas prácticas psiquiátricas, imbuidas de delirios frenológicos, características del siglo XIX. El arduo —por no decir imposible— maridaje entre ambas tramas se mantiene en pie gracias, principalmente, al encomiable trabajo de sus dos protagonistas, a los que vemos disfrutar como gorrinos de recebo en un duelo interpretativo que le subiría la tensión a la escena más insípida. Porque salpica el guion un puñado generoso de groserías argumentales, lugares comunes y subterfugios de primero de Culebrón que no pocas veces invitan al sonrojo. Con eso y todo, y como siempre que Mel Gibson anda en el ajo, no hay que hacer demasiado caso a los reseñadores a sueldo, mediatizados por las filias y las fobias de turno, y darle una oportunidad.
En mi opinión, “Entre la razón y la locura” no es una mala película en absoluto. Presenta un correcto diseño de producción, de aliento clásico y texturas típicas de la industria británica con su oficio para las reconstrucciones históricas. Cuenta, además, con un reparto de campanillas, encabezado por dos caníbales como el propio Gibson y Sean Penn. Ambos habrán vivido tiempos mejores, qué duda cabe, el primero sobre todo; pero aquí exhiben una muestra representativa de sus respectivos talentos y carisma arrollador, cada uno a su peculiarísima manera —llama la atención el ademán reposado de Gibson, manojo de nervios otrora y mala caricatura de sí mismo no hace tanto—. Acompañados por secundarios ilustres —Jeniffer Ehle, Eddie Marsan, Steve Coogan— y célebres rostros televisivos —Natalie Dormer, Stephen Dillane—, insisto en que se trata de un elenco brillante y, pese a ello, muy compensado.
A mi juicio, el pecado de “Entre la razón y la locura” estriba en su indefinición, a la cual seguramente hayan contribuido el baile de guionistas y directores —al final tuvo que encargarse Farhad Safinia, acreditado como PB Shemran por cuestiones legales—, la falta de financiación y, me temo, el volcánico carácter de Mel Gibson. Sumémosle que la aventura filológica de compilar el primer diccionario (completo) de la lengua inglesa se habría antojado insuficiente para las demandas del mercado, de modo que se complementa con la fotogénica cuota de sordidez que garantizan las inhumanas prácticas psiquiátricas, imbuidas de delirios frenológicos, características del siglo XIX. El arduo —por no decir imposible— maridaje entre ambas tramas se mantiene en pie gracias, principalmente, al encomiable trabajo de sus dos protagonistas, a los que vemos disfrutar como gorrinos de recebo en un duelo interpretativo que le subiría la tensión a la escena más insípida. Porque salpica el guion un puñado generoso de groserías argumentales, lugares comunes y subterfugios de primero de Culebrón que no pocas veces invitan al sonrojo. Con eso y todo, y como siempre que Mel Gibson anda en el ajo, no hay que hacer demasiado caso a los reseñadores a sueldo, mediatizados por las filias y las fobias de turno, y darle una oportunidad.
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