La reina Margot
1994 

6.4
6,872
Drama
Siglo XVI. En Francia, durante las guerras de religión entre católicos y protestantes, el rey Carlos IX y su madre, Catalina de Medicis, conciertan el matrimonio de la princesa Margarita de Valois con el rey de Navarra, el protestante Enrique de Borbón, con la intención de poner fin así a las sangrientas luchas entre los dos bandos. (FILMAFFINITY)
18 de febrero de 2007
18 de febrero de 2007
31 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película notable por su ambientación, actores y la historia que aborda. Debieran verla muchos discípulos del "neocionalismo" vasco, al menos para enterarse que cuando el Reino de Navarra se codeaba de tú a tú con el de Francia o con el de España, los vascos que hoy quieren apropiárselo para su "neocionalismo" (invento de hace unos 50 años más o menos) no eran nadie ni existían como pueblo con indentidad cultural particular. Aunque sólo fuera por esto la presente película debiera haber ocupado durante semanas y meses las pantallas de los cines de esa región del norte de la Península Ibérica; pero no ha sido así porque toda la razón de ser del "necionalismo" vasco se basa en pura demagogia, victimismo e inventos para inflamar las mentes de los ignorantes que se lo creen todo sin investigación, contraste o estudio.
Fej Delvahe
Fej Delvahe
14 de agosto de 2013
14 de agosto de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La reina Margot no tiene nada que ver con las clásicas superproducciones históricas del cine británico, americano o francés. No pretende dar información rigurosa ni verosimilitud argumental, sino pura emoción: por ello adapta un folletín de Dumas y no la historia “real”; la ambientación y el contexto (la Francia del siglo XVI, con los enfrentamientos entre católicos y hugonotes que eclosionan en la matanza de la noche de San Bartolomé) no son un fin en sí mismos sino un manto, una coartada para que el espectador acepte un melodrama “bigger than life”, una historia operística salpicada de sangre y veneno, de reyes sometidos, princesas ninfómanas, cortesanos maquiavélicos y esbirros de lealtad a toda prueba.
La película alumbra el relato de Dumas en un mundo muy diferente al de Dumas, por el que han pasado Freud y Foucault, Stanislavski y Artaud, Francis Bacon y el peplum, Don Carlos de Verdi y Salomé de Richard Strauss.
Melodrama sin música (pese a Goran Bregovic), el canto ausente lo sustituyen las miradas y los cuerpos de los actores -Serge Daney definió a Patrice Chéreau como “amante de la carne fresca”: Adjani y su belleza verdaderamente regia, ardiente y gélida a un tiempo, Daniel Auteuil, despeinado y pragmático, Vincent Perez como una especie de San Sebastián bisexual, Virna Lisi como la bruja de los cuentos -la madre de Blancanieves-, una Herodías de la Edad Moderna.
La narración, muy eficaz, avanza con gran velocidad para mantener el metraje dentro de unos márgenes admisibles por el gran público; a medida que avanza la proyección el ritmo se acelera, los lances y sorpresas se suceden sin tregua, las escenas se reducen a sus momentos de clímax.
Puede que Chéreau no sea el mejor director de cine que ha dado Francia en las últimas décadas, pero sí es uno de sus más importantes hombres de teatro: discípulo de Giorgio Strehler en Milán, consagrado desde su juventud por la puesta en escena del Anillo del nibelungo de Wagner para el festival de Bayreuth en la producción del centenario del estreno. Basado en una planificación muy fragmentada, con predominio de tomas con teleobjetivo, su sentido de la composición cinematográfica se revela como bastante inferior a su capacidad de trabajo con los actores, y delata su condición de relativo advenedizo en el mundo del cine.
Pero esto no anula los logros de la película, que alcanza con creces su objetivo de generar intensidad y emoción a raudales, con una mezcla de sensacionalismo y refinamiento, estilización, sensualidad y violencia; como si sus artífices quisieran refutar a Stendhal y su diagnóstico de que los franceses son incapaces de toda pasión no relacionada con la vanidad.
La película alumbra el relato de Dumas en un mundo muy diferente al de Dumas, por el que han pasado Freud y Foucault, Stanislavski y Artaud, Francis Bacon y el peplum, Don Carlos de Verdi y Salomé de Richard Strauss.
Melodrama sin música (pese a Goran Bregovic), el canto ausente lo sustituyen las miradas y los cuerpos de los actores -Serge Daney definió a Patrice Chéreau como “amante de la carne fresca”: Adjani y su belleza verdaderamente regia, ardiente y gélida a un tiempo, Daniel Auteuil, despeinado y pragmático, Vincent Perez como una especie de San Sebastián bisexual, Virna Lisi como la bruja de los cuentos -la madre de Blancanieves-, una Herodías de la Edad Moderna.
La narración, muy eficaz, avanza con gran velocidad para mantener el metraje dentro de unos márgenes admisibles por el gran público; a medida que avanza la proyección el ritmo se acelera, los lances y sorpresas se suceden sin tregua, las escenas se reducen a sus momentos de clímax.
Puede que Chéreau no sea el mejor director de cine que ha dado Francia en las últimas décadas, pero sí es uno de sus más importantes hombres de teatro: discípulo de Giorgio Strehler en Milán, consagrado desde su juventud por la puesta en escena del Anillo del nibelungo de Wagner para el festival de Bayreuth en la producción del centenario del estreno. Basado en una planificación muy fragmentada, con predominio de tomas con teleobjetivo, su sentido de la composición cinematográfica se revela como bastante inferior a su capacidad de trabajo con los actores, y delata su condición de relativo advenedizo en el mundo del cine.
Pero esto no anula los logros de la película, que alcanza con creces su objetivo de generar intensidad y emoción a raudales, con una mezcla de sensacionalismo y refinamiento, estilización, sensualidad y violencia; como si sus artífices quisieran refutar a Stendhal y su diagnóstico de que los franceses son incapaces de toda pasión no relacionada con la vanidad.
16 de diciembre de 2013
16 de diciembre de 2013
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Están todos los grandes del cine de la época: Isabelle Adjani, Daniel Auteuil, Jean-Hugues Anglade, Vincent Pérez, Dominique Blanc, Jean-Claude Brialy... Y como guinda, Miguel Bosé.
Adaptación de la novela homónima de Alexandre Dumas. Puesta en escena espectacular, llena de color, luz, ricos tejidos, sangre, y excelente dirección de actores. Chéreau describe uno de los episodios más sangrientos de la historia de Francia centrándose en los personajes, en sus miedos, odios, aficiones. Un rey de marioneta sin prestancia ni voluntad (Jean-Hugues Anglade en el papel de Carlos IX), una regente calculadora y ambiciosa (Catalina de Médicis), un esposo asustado que se siente odiado y amenazado por todos (Enrique de Navarra interpretado por Daniel Auteuil), una esposa sensual, imprevisible y cabezona (Isabelle Adjani).
Un fragmento de historia que se puede tocar porque Chéreau consigue hacer unos personajes reales, de carne y hueso, sin olvidar la puesta en escena y la teatralidad. Muchas de las escenas parecen cuadros renacentistas, de gran belleza plástica.
Los judíos sufrieron la Noche de los cristales rotos y los protestantes tuvieron la noche de Saint-Barthélémy que se llevó por delante 30.000 vidas en todo el país. Es cierto que los contemporáneos no lo vivieron como un evento de especial violencia dado el clima de tensión de la época. Pero más tarde se convirtió en el símbolo universal del fanatismo.
La película relata de manera fidedigna los principales acontecimientos, resalta sobre todo las pasiones, el motor de las acciones, de la Historia en definitiva. Odio, amor, venganza, miedo se mezclan para desembocar en sangre, elemento muy presente.
Para amantes de las pasiones y de la historia (de Francia).
Adaptación de la novela homónima de Alexandre Dumas. Puesta en escena espectacular, llena de color, luz, ricos tejidos, sangre, y excelente dirección de actores. Chéreau describe uno de los episodios más sangrientos de la historia de Francia centrándose en los personajes, en sus miedos, odios, aficiones. Un rey de marioneta sin prestancia ni voluntad (Jean-Hugues Anglade en el papel de Carlos IX), una regente calculadora y ambiciosa (Catalina de Médicis), un esposo asustado que se siente odiado y amenazado por todos (Enrique de Navarra interpretado por Daniel Auteuil), una esposa sensual, imprevisible y cabezona (Isabelle Adjani).
Un fragmento de historia que se puede tocar porque Chéreau consigue hacer unos personajes reales, de carne y hueso, sin olvidar la puesta en escena y la teatralidad. Muchas de las escenas parecen cuadros renacentistas, de gran belleza plástica.
Los judíos sufrieron la Noche de los cristales rotos y los protestantes tuvieron la noche de Saint-Barthélémy que se llevó por delante 30.000 vidas en todo el país. Es cierto que los contemporáneos no lo vivieron como un evento de especial violencia dado el clima de tensión de la época. Pero más tarde se convirtió en el símbolo universal del fanatismo.
La película relata de manera fidedigna los principales acontecimientos, resalta sobre todo las pasiones, el motor de las acciones, de la Historia en definitiva. Odio, amor, venganza, miedo se mezclan para desembocar en sangre, elemento muy presente.
Para amantes de las pasiones y de la historia (de Francia).
9 de agosto de 2012
9 de agosto de 2012
22 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admitamos que la verdad histórica puede ser más o menos sustituida por otra en aras de conseguir un relato dramático, (y no he leido la novela de Dumas); admitamos que en el siglo XVI la mentalidad es muy distinta a la de una moderna sociedad occidental, y que la proximidad continua de la muerte o la carencia del sentido de intimidad hace a las gentes y sus reacciones muy distintas de lo que esperaríamos nosotros; admitamos que los muertos están desnudos aunque hayan sido asesinados vestidos, y que no hay ninguno en el centro, todos a los lados de los pasillos; admitamos también que la mayor realeza de Europa, la de Francia, que vivía en los mayores y más fastuosos palacios y castillos, (Louvre, Vincennes, Blois, Chambord...), se arrastre siempre en plano medio por lóbregos escenarios que nunca terminan de verse del todo, (será para no distraerse de la trama, pero da la impresión de culebrón sudamericano); admitamos que Catalina de Médici, quiero decir Virna Lisi, se ha escapado de la corte de Jabba el Hut; que el absolutamente ridículo Daniel Auteuil mate a un jabalí con sus manos sin deshacerse esa espantosa permanente que le han colocado, y que se folle a Margot con la puerta abierta y un cadáver caliente recién caido por la ventana, (por el que lloraba desesperado ¡¡10 segundos antes de fornicar!!); admitamos que la histeria sea continua, incluso cuando no hay motivo para ello, como forma de disimular el poco talento del director; admitamos que la música de Bregovic, mediocre, tenga cierto aire balcánico, (muy apropiado para la Francia del Renacimiento), cuando usa coros, o en otros momentos recuerde a Janacek o así; admitamos también que el actor que da vida a Carlos IX, (Jean-Hugues Anglade), es un compendio histriónico, pero no genial, de excesos, caritas, posturas y gestos que estomagan hasta a su madre, que no sé si lo envenena por error o adrede; vamos a perdonar también la escena donde se reconcilian el hugonote Perez y su católico perseguidor, aunque el sonrojo por la estupidez aún me dura, (será que estamos en el siglo XVI, me digo a mí mismo); salvemos también a Adjani, guapa inexpresiva o sobreactuada, todo el tiempo excepto en un hermoso plano final; en fin, perdonamos en general que algo tan ambicioso se quede en ridículo; al cine francés le pasa mucho y ya se sabe que yo mismo puedo estar al otro lado de la tenue frontera que separa lo ridículo de lo sublime, con lo que podría cruzarla en cualquier otro -improbable- visionado de la película; perdonamos también a algunos amantes que tiene la película, (se habrán prendado de Adjani, la reina Mármol). Lo que no se puede admitir, de ninguna manera, es que el ultraortodoxo católico y fanático Duque de Guisa sea interpretado con desgana, (y sin prestarle atención ni el guión ni el director, está pero no está), por el conocido Miguel Bosé: ¡¡como todo el mundo sabe, es un artista laico de la ceja!!
PD: Acabo de acordarme de Virna Lisi en una vieja película de Richard Quine. ¡Dios mío! Mejor morir envenenado antes, aunque sea en un film tan mediocre y pretencioso como este
PD: Acabo de acordarme de Virna Lisi en una vieja película de Richard Quine. ¡Dios mío! Mejor morir envenenado antes, aunque sea en un film tan mediocre y pretencioso como este
15 de enero de 2007
15 de enero de 2007
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás por no ser un entendido de la historia francesa, me costó darme cuenta quienes eran los personajes de la película. Sabiendo de ante mano la historia, se puede apreciar mucho mejor el film, evitando la confusión que tuve en los primeros 30 minutos. (Que es mucho)
Al margen de la desorientación inicial, (Mea culpa, o no) me pareció un film excelente igual que sus encuadres fotográficos.
Las dantescas escenas de la Matanza de San Bartolomé me parecieron visualmente estupendas.
La ambientación y la compenetración de los personajes ayudan a que uno pueda vivir intensamente la película.
La interpretación de Jean Hugues Anclade fue actoralmente lo mejor del film.
Al margen de la desorientación inicial, (Mea culpa, o no) me pareció un film excelente igual que sus encuadres fotográficos.
Las dantescas escenas de la Matanza de San Bartolomé me parecieron visualmente estupendas.
La ambientación y la compenetración de los personajes ayudan a que uno pueda vivir intensamente la película.
La interpretación de Jean Hugues Anclade fue actoralmente lo mejor del film.
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