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Los atracadores

Intriga. Drama. Cine negro Vidal y sus amigos Ramón y Carmelo, son unos pequeños delincuentes que se divierten asaltando farmacias. Al robar la recaudación de un cine cometen su primer asesinato y entonces, ya no podrán detener una carrera criminal que terminará trágicamente. (FILMAFFINITY)
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Críticas 15
Críticas ordenadas por utilidad
22 de diciembre de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Consabida consecuencia del grave riesgo que produce la falta de atención a los hijos. Uno de los jóvenes atracadores es huérfano, huérfano de todo, el otro tiene la personalidad sin definir también y el tercero, el cabecilla, es un ejemplo del hijo que ha crecido apartado de la atención del padre, un juez, siempre ocupado con sus asuntos.

La falta de atención, de cariño, lo hemos oído muchas veces, puede crear en el futuro a una persona egoísta y caprichosa; y en este caso además violenta. El padre de este joven le aporta lo material: dinero al instante; pero deja para más adelante las conversaciones que van surgiendo. No hay comunicación. Sí, sabemos que otros niños que han crecido sin cariño y en peores circunstancias salen adelante sin traumas ni protestas, ni son psicópatas ni ladrones; pero aquí presentan el otro tipo; el vil canalla.

En concreto, una película interesante, con una violencia muy conseguida, un drama duro y triste con fuertes escenas de tono muy realista. Un drama con incursión en el siempre escabroso tema de la pena capital, por entonces en vigor.

Película en blanco y negro, bien tratada con un inevitable discurso moralista, que por aquellos tiempos llevaban implícitas las películas de este tipo, pero aún así, una película recomendable. El crimen tiene su salto cualitativo que siempre llega de la mano del cabecilla, y es cuando aparece la utilización de un arma para apoyar las fechorías. El arma les convierte en jefes, crea expectativas, obliga a prestar atención a los demás… Así, por fin, son alguien. La rebeldía obtiene sus frutos. Lo malo es que la pistola tendrá un proyectil, pero siempre tiene dos cañones. Uno dispara para adelante y el otro para atrás.
floïd blue
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21 de diciembre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias a Hª de nuestro estamos pudiendo repasar buena parte de las películas del cine español. Y en general durante el franquismo, el tono de la mayoría de las películas y de sus personajes era buenista y edulcorado, acorde con la idea de España que el régimen quería imponer. Eso tono a mí me chirría, principalmente porque no es veraz, porque nos aleja de la realidad. Sin embargo, esta y otras pocas películas de aquella época tienen un tono totalmente distinto, y eso se nota desde el principio.

Se nota sobretodo en los diálogos de los personajes, en la misma forma de hablar, que es más áspera, más amarga, que contiene más contradicciones, y donde los personajes no son de una pieza, son más complejos, más desesperados, en definitiva mas reales y más humanos.

Partiendo de ahí, y de como Rovira es capaz de burlar la censura con películas como ésta y como Siempre hay un camino a la derecha, tenemos una película que es una gozada absoluta, a pesar de sus posibles imperfecciones. Es un gozada por sus paisajes de la Barcelona de la época, por la tensión dramática de prácticamente cada escena, por su pulso narrativo, por su intriga, su acción, la caracterización y la profundidad psicológica de sus personajes, los conflictos sociales que plantea, escenas como las del hotel, planos subjetivos como el del atropello, clarooscuros, la preciosidad de su fotografía en blanco y negro y un larguísimo, larguísimo etc...

En definitiva, es una película que no aburre nunca, a pesar de transcurrir en flash-back y conocer parte de su desenlace, te mantiene siempre pegado al sofá. Es cine negro, negrísimo, es crónica social, es neorealismo, tiene algo que recuerda al rebelde de James Dean, una intriga que puede recordar al primer Hitchcock, y un desenlace abrumador, por complejo, audaz y conmovedor.

Lo siento, me encanta. Una de las más grandes películas del cine español de siempre y para siempre, del injustamente olvidado Sr Rovira i Beleta.
indahaus
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4 de febrero de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La única justificación del tan cacareado lema de los independentistas catalanes "España nos roba" hay que buscarla en el ámbito cultural. De Enrique de Villena a Vázquez Montalbán, pasando por Boscán o Balmes, lo más granado de sus literatos ha optado por abastecerse en la buena maleta que proporciona la lengua española, antes que en la alforjezuela del mero dialecto catalán.
Pero es sin duda en lo tocante al septimo arte donde el robo cobra la magnitud de un paladino despojo, de un consumado saqueo. En efecto, la época más densamente brillante de la filmografía española tiene fecha, lugar y género: el cine policiaco barcelonés de finales de los 50 y años 60, y resulta que la totalidad de las obras que conforman ese enjundioso conjunto está rodada en la lengua de Cervantes, Lorca, Neruda, Borges, Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa, que no en la de... sí, por cierto: ¿Que autores relevantes, indiscutibles, de categoría y renombre universales, se podrían aducir para poner de relieve, y como por antonomasía, al catalán? Respuesta: ¡Ninguno! A los empedernidos separatistas que rechazan cualquier tipo de contacto con la lengua invasora les queda el remedio de una versión doblada (capaces son). Aún así, tendrían materia a reventar, volcanes, en iras contra los carteles anunciadores de corridas de toros que aparecen en los postes, y contra los letreros 100% castizos que ostentan tiendas y anuncios por los años en que se filmaban las escenas callejeras de esas pelis. La que nos ocupa contiene por cierto varias de ellas, todas estupendamente diseñadas y tecnicamente irreprochables, si bien se nota que fueron rodadas al natural, sin previo aviso de los transeúntes, lo cual se trasluce por las miradas entre inquisidoras y atónitas que algunos de ellos dirigen a la cámara.

El guión está pensado como una tragedia en tres actos: Inquietud, Violencia, Muerte, acotados al modo del coro del teatro clásico griego por los sermones moralizadores en los que se agitan los consabidos comentarios sobre la supuesta responsabilidad de la educación o la sociedad en el giro hacia la delincuencia de jovenes desorientados e insatisfechos.
Yo, que sólo creo en la maldad innata de ciertos seres y en el borreguil acatamiento de ciertos otros a las directivas de gurús o caudillos, me resigno a aceptar esos tan traidos como llevados tópicos como un paso obligado inherente a las historias de jóvenes descarriados. Al fin y al cabo, ya incluyó el propio Buñuel tal tipo de monsergas ñoñas en Los olvidados.
Cada acto, certeramente definido por su encabezamiento, configura un nucleo independiente por la temática subyacente que ejemplifica, aunque a la vez queda intimamente ligado a los siguientes merced a la inexorable concatenación de los hechos que in crescendo culmina en el fatal desenlace propio de toda buena tragedia.

Personajes bien perfilados, diálogos justos, escenas y montaje que transmiten la grata sensación del tempo adecuado, todo confluye a dejarnos el regusto de la obra de arte pensada y llevada a cabo con acierto, de la que sólo quiero reseñar algunas magias parciales:
1. Puedo equivocarme, pero se me antoja un atrevido desafío a la censura que imperaba a principios de los 60 el hecho de que un personaje cite el nombre de Rafael Alberti y un poema suyo en el que es cuestión de una cabeza puesta en una caja de pino.
2. La dualidad del Señorito, su naturaleza bifronte de doctor Jeckill y mister Hyde, se expone sutilmente mediante su atuendo. Viste de claro cuando se desenvuelve en el entorno familiar o en su vivar de clase, y de oscuro cuando se metamorfosea en ángel del crimen. En cuanto al polo Lacoste que luce en varias escenas, intuyo que debía ser propiedad de su intérprete, el francés Pierre Brice.
3. En la novela de Tomás Salvador en la que está basada Los atracadores, aparece sin duda por vez primera en una obra literaria la expresión "de baracalofi". La película reproduce textualmente el trozo de diálogo de la novela en que está incluida. Hablan uno de los protagonistas y una puta:
-Márchate.
-¿Así, de baracalofi?
4. En nuestros días se habla a menudo de las drogas de las violaciones, el Rohipnol o el GHB, como de una novedosa manera de incurrir en abusos sexuales. Sin embargo, el episodio del supuesto mago que involucra a Isabel tiende a demostrar que ya existían productos y conductas semejantes por los años en los que se sitúa la peli... a menos que ésta, a lo Jules Verne, pueda vanagloriarse de una certera anticipación.
5. Por último, como no mencionar la impactante escena final del ajusticiamiento por garrote vil. En un entrevista relativa a El verdugo, Berlanga se jactaba de haber sido pionero en mostrar ese instrumento y de que sólo le fue permitido sugerir su funcionamiento a causa de las trabas impuestas por la censura. Si embargo, con dos años de antelación, Los atracadores nos muestra con pelos y señales el proceso de su manejo en el curso del minucioso recorrido que conduce al condenado de su celda al patíbulo donde se procede a su ejecución, de la que no se nos perdona detalle, hasta la escalofriante vuelta de tuerca final. Unicamente se me hace algo raro que le dejen las manos libres al reo, aunque sea para encajarle en ellas una cruz.
Larrory
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29 de mayo de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy alejado de lo que muchos tenemos en mente cuando recordamos el cine español de los años sesenta, "Los atracadores" va a meterle mano a los bajos fondos de una ciudad que, oh sorpresa, es Barcelona, con su puerto, sus playas (las de antes), el barrio chino, la Sagrada Familia y hasta los barrios altos a los que pertenece uno de los protagonistas. Nos alejamos pues de curas enrollados, de esos niños cantores de la época, del folklore y de la Guardia Civil pidiendo las cosas por favor, se trata de una película seria que no gustará a los nostálgicos del régimen, o sí, pero queda claro que es un cine diferente del resto que se hacía por entonces, es cine negro serio, un policíaco con mala leche, con violencia, con brutalidad y rodado de forma brillante.

Como diría un buen amigo, no sin sus razones, no parece cine español. Yo más bien afirmaré sin complejos que es el otro cine español, porque sí hubo esta corriente más seria, más próxima a lo que se hacía afuera. Un cine que es además muy cuidadoso con la fotografía. La crítica a la pena de muerte ahí queda, sí, que cada uno lo pille como quiera, todos sabemos que en la actualidad se sigue ajusticiando con el peor castigo en muchos países del primer mundo. Y no pasa nada por decir que en los sesenta en España se hacía con el lamentable garrote vil.

En todo caso la película, con sus defectos, sobresale creo yo por su brutalidad. Prueban con una pequeña farmacia, tres colegas pertenecientes a tres estratos sociales diferenciados, en un constante concurso de virilidad entre ellos para ver quién manda, quién pega más fuerte y, en todo caso, lo que nos interesa, una carrera de delincuencia y violencia que ya queda claro en la introducción que no iba a acabar bien para ellos. Me encanta que se filmara en Barcelona y no en la capital del reino, bueno, la dictadura de entonces, y poder ver esos barrios aún por construir, el puerto, los bajos fondos y unos exteriores en definitiva para no pestañear.

Una película poco conocida, buen cine, de tiros y correrías, de leches bien dadas y con un final (ese compare) absolutamente sobrecogedor.
Luisito
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24 de agosto de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Los atracadores, tres inadaptados pasan de hacer gamberradas a cometer delitos. Francisco Rovira Beleta estudia a los personajes analizando sus psicologías y su integración en la sociedad. Rodada en una Barcelona muy bien captada por la cámara de Aurelio G. Larraya, que ilumina una puesta en escena realista. Buen thriller, enérgico y tenso, imbuido de determinismo social. Los protagonistas son Pierre Brice, Manuel Gil y Julián Mateos; este último hace un trabajo muy notable.
Juan Pais
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