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El inquilino

Drama Crónica de las penalidades de una pareja que está a punto de ser desahuciada de su vivienda. (FILMAFFINITY)
Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
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7
20 de abril de 2009
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosa película del siempre eficaz Nieves Conde, donde denuncia los problemas de la vivienda, en la España de los cincuenta, a través de una familia que debe ser desalojada y tras varias súplicas y visicitudes, termina en la calle, en un final devastador que desaprobó el ministerio de vivienda, obligando a filmar un final más acorde con su política, pero menos verosímil, a la vez que forzado. No es el mejor film del director de SURCOS, ese privilegio, lo tiene LOS PECES ROJOS, pero se trata de un film estimable y valiente, que merece la pena rescatar y ver ambos finales.
8
10 de febrero de 2014
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da gusto ver que los mismos problemas de siempre se perpetúan y se quedan como lacras endémicas. Que algo tan básico como la vivienda es una asignatura pendiente en España y no tiene visos de cambiar.
Ya José Antonio Nieves Conde lo denunció en una de aquellas películas valientes que desafiaban la censura en la década de los cincuenta, una de las más florecientes del cine español. Se hizo un cine osado, comprometido, realista, radicalmente alejado de los dramitas ligeros y melifluos de las cupletistas de moda y demás escasos temas descafeinados que pasaban la criba.
Nieves Conde sufrió los estragos de la tijera. Ya a "Surcos" tuvo que cambiarle el final, pero lo que le hicieron con "El inquilino" fue una masacre.
Lo bueno de haber tenido la honestidad de rodar una de las mejores comedias negras de la historia del cine español es que su versión original se rescató. No fue profeta en su tierra, y su voz trató de ser adulterada. Él, que había ido a la guerra en el bando franquista, sin embargo no estaba ciego y no era de los que ensalzaban las maravillas del régimen donde no las había. Muchos hubieran querido tener esa visión lúcida y crítica, que no aceptaba verdades sin cuestionarlas. En lo que respecta a su gran arte, el cine, fue contundente, y lo que veía que estaba mal, lo mostraba. No era un lameculos que buscaba ganarse favores con panfletos de propaganda fascista. Era un digno seguidor del neorrealismo, y por ello un excepcional analista de las penurias del pueblo.
Eso le costó unos fuertes tirones de orejas, tirrias y miradas envenenadas de quienes no querían que se divulgara lo que no convenía. Los medios de comunicación y los productos de masas como el cine son el vehículo más eficaz que utilizan todos los gobiernos para adoctrinar y mostrar lo que les interesa. Comprenden su gran potencial, así que para poder dominar y adormecer al pueblo, una de las cosas por las que se empieza son los medios de divulgación. El cine es uno bastante potente, o al menos lo era cuando la televisión aún no había inundado todas las casas.
El daño ya estaba hecho y esta comedia dramática sobre la imposibilidad del acceso a vivienda digna para los modestos trabajadores salió a la luz. Poco duró en su versión primigenia. Ya era raro que de primeras le hubiesen dado el visto bueno. No todos debían de ser tan cerrados e intransigentes, ni tan celosos de ocultar los defectos del franquismo, puesto que alguien autorizó la proyección. Nieves Conde mismo me demuestra que no todos eran así. Pero no tardó en ponerse farruco un ministro de la vivienda de esos muy celosos y lameculos al que debió de sentarle como cien patadas que se pusiera en entredicho la pulcra eficiencia de su ministerio.
Así fue como "El inquilino" fue mutilada.
Por fortuna con frecuencia hay algún amante de la verdad que conserva alguna copia del original, y gracias a esa precaución podemos disfrutar de la película auténtica, esa donde Evaristo (magnífico Fernando Fernán Gómez) y Marta, un matrimonio con cuatro hijos, son echados a la calle porque, lisa y llanamente, el edificio donde viven ha sido vendido fraudulentamente. A su propietario le interesa sacar mucha pasta con la venta, importándole un pepino los derechos de los inquilinos, unos pobretones que tienen que aguantarse con que los apaleen y los dejen sin casa. Los albañiles empleados para derruir el edificio sienten compasión por la familia y tratan de retrasar lo más posible el derribo del principal, en la planta baja, donde se han instalado de urgencia. Mientras, empiezan por la parte alta y dan todo el margen que pueden a Evaristo y a Marta, quienes se patean todo Madrid y confían los niños a un bondadoso albañil y a una antigua vecina, buscando un piso que parece imposible de encontrar.
El Madrid de suburbio picaresco y curtido en mil amarguras, en enorme contraste con los ricos inaccesibles (aristócratas, financieros y trepas varios), fotografía sin adornos ni suavizantes la masa de los humildes que se hacinan realquilados en las corralas y en chozas de mala muerte, sin sitio para una sola alma más donde ya malviven como ratas.
Por contra, en los los nuevos barrios residenciales con los que se lucran todos los especuladores del terreno, docenas de bloques de pisos se exponen tentadoramente a los transeúntes, con sus carteles de venta. Evaristo deambula entre ellos como un náufrago muerto de sed y rodeado de agua de mar por todas partes, tanta agua a su alrededor y no puede beberla por ser veneno, eso son esos edificios que se ríen de su pésima estrella de perro al que todo son pulgas, son como el agua salada para un náufrago.
Los laureados apartamentos de lujo, anunciados como el compendio del bienestar y del paraíso, son cuchitriles mal fabricados por los que las constructoras piden precios exorbitantes. La escena del agente inmobiliario López Vázquez es tan corrosiva pero cierta que no parece que hayan pasado los años por ella. Es exactamente lo mismo que hay ahora.
Y como esa, otros montones de secuencias terriblemente ácidas que encuentran el tono justo de crítica en su humor negrísimo. La de la choza del gitano no tiene desperdicio. Ni la de la absurda burocracia por la que los desahuciados tienen que tragar hasta para acudir a la beneficencia.
Probablemente la copia que veáis tenga la pátina sucia propia de un film maltratado, pero se podría rodar casi calcada en el Madrid del siglo veintiuno y no habría gran diferencia.
Después de casi seis décadas, la cosa sigue prácticamente igual.
9
25 de noviembre de 2015
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contra el neorrealismo tristón encontramos otra forma de representar la realidad por medio de la comedia dramática Made in Spain, auténtica y genuina.

En El inquilino vemos reflejada una situación familiar agobiante pero lo vemos reflejado con un humor continuo y soterrado, además, por el contrario de lo que se pueda pensar, igual de cruel y verdadero que si te pusieran Ladrón de bicicletas o cualquiera otra obra del expresionismo alemán, realismo ruso o flipada sueca.

Así que podemos considerar a El inquilino como una obra maestra del cine representativo de la miseria social, obra maestra o cuasi obra maestra para los más puliditos, de todas formas un film que ya quisiéramos encontrar autores actuales del suelo patrio capaces de llegar aunque fuese a la mitad de lo aquí logrado. Sería imposible porque los cineastas de hoy están henchidos de gloria fatua deseosos de premios y de aparecer en programas de televisión para hacerse el graciosillo y decir las gilipolleces rancias de rigor y para que les echen flores a ellos y a sus películas. Alguno se salvará, no digo que no, pero pocos.

El inquilino basa la desesperación del individuo ante el mecanismo social con interiores atosigantes y exteriores deprimidos, obreros presos, dirigentes mezquinos y población teledirigida, mezclando imágenes reales y medio fantásticas, no solo por el sueño del barrio de la felicidad, sino mismamente esos hombres con palos o con esa funcionaria entregando al matrimonio montones de solicitudes e impresos que recuerdan procesos kafkianos.

Es el hombre sumido en la impotencia para lograr sus humildes aspiraciones, las que uno siempre tiene desde chico que se hunden ante la realidad social y el mecanismo pecuniario, se pierde hasta el cariño de la mujer, la moral e incluso la propia identidad; este inquilino es todo un simbolismo de las ilusiones perdidas, hojas del árbol del corazón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y el final es buenísimo a pesar de la intervención censurista y digan lo que digan los “expertos”, que siempre vamos a lo mismo como los borricos. Esos biombos puestos alrededor de los bártulos del desahuciado no es bondad vecinal para que tenga la familia intimidad, es que rápidamente los tapan porque nadie quiere ver miserias.
6
25 de noviembre de 2015
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nieves Conde, cineasta injustamente poco reconocido, siempre estuvo motivado por un cine social reivindicativo, buena prueba de ello es “El inquilino”, a pesar de la temible e implacable censura, obligándole a cambiar el final, hoy felizmente restaurada por la Filmoteca Nacional. El cineasta segoviano responsable de films como “Surcos” y “Los peces rojos” debía ocupar un lugar de privilegio en el cine español, y sin embargo está muy lejos de ser así. Nieves Conde era un cineasta incómodo y molesto, teniendo la “mala costumbre” de hablar claro.

“El inquilino” era una película muy personal del cineasta y no un encargo como en otras ocasiones (“Balarrasa” fue un exitoso encargo que él aborrecía por su tono moralizante), la hizo en régimen de cooperativa, una ácida comedia costumbrista, en la línea de “Surcos” pero planteada en clave de sainete en lugar de partir de un planteamiento realista. El cineasta era consciente de que el film no pasaría el filtro censor si no era en tono humorístico, a pesar de comenzar en un absoluto tono dramático. Una crítica feroz de los obstáculos que encontraban los ciudadanos para acceder a una vivienda en la España de los 50, los años del subdesarrollo franquista.

Narra las peripecias de un matrimonio humilde con sus cuatro pequeños, cuyo padre de familia encarna Fernando Fernán Gómez, un practicante sanitario, arquetipo del español medio que busca desesperadamente una vivienda, porque la vieja morada que habitan va a ser derribada. Agobiado por los agentes intermediarios y la corrupción, llena de frases mordaces y dardos envenenados contra el poder, la película transcurre entre lo hilarante y lo patético de una atribulada familia que sólo encuentra comprensión y solidaridad entre las clases humildes, los obreros que intentan prorrogar el derribo y los vecinos que intentan ayudarle. Una película prohibida durante un año, precisamente mientras se instauraba un flamante Ministerio de la vivienda que ordenara los desajustes sociales y económicos para muchos ciudadanos en busca de un piso donde vivir. Un agudo retrato social de la época.
8
26 de septiembre de 2015
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
José A. Nieves Conde tiene en su haber tres obras imprescindibles del cine español: "Surcos", "Los peces rojos" y este inquilino. Su pasado falangista le permitió unas libertades argumentales y expresivas de las que no pudieron gozar otros cineastas más en el punto de mira de los censores. Así resulta paradigmático de un cineasta que antepone su vertiente humanista y social por encima de sus tendencias políticas. Esto me hace remitir a otros grandes cineastas como Clint Eastwood, John Ford o Raoul Walsh. todos ellos incontestables maestros.
"El inquilino", como sus dos otras obras nombradas, resulta una crónica imprescindible para entender la España de los 40. 50 y 60, tres décadas de franquismo de las que sólo tenemos No-Do tendencioso. La gran diferencia es que en esta obra se arropa de un registro cómico que hace que tenga más fuerza aún si cabe su denuncia social y la mezquindad humana que la rodea.
Obra a redescubrir.

Imprescindible ver el montaje sin censura y los cambios a los que obligó la censura en su desenlace y en un cartel explicativo en su inicio.
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