Nostalgia
1983 

7.8
5,016
20 de noviembre de 2015
20 de noviembre de 2015
45 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una pena lo que ocurre con «Nostalgia». Esta película tiene un bonito planteamiento y unas emociones sinceras: las emociones del exiliado Tarkovsky de su madre patria rusa. Sabemos el terrible contexto histórico que vivió el director y comprendemos su angustia, sus anhelos de regreso al hogar, su melancolía ante el presente. Todo eso está muy bien, es real y auténtico. Todo lo demás no.
Me sigue pareciendo artificioso. No digo que sea hipócrita; digo que fuerza la estética y el lenguaje cinematográfico para buscar una poesía inexistente y por supuesto subjetiva. Una iglesia gótica será siempre hermosa, pero plantarla en una película no hace de la cinta algo bello o poético, sublime. Se necesita un plus, un añadido, una visión posiblemente más sutil y trabajada del concepto. Así, Tarkovsky se adentra en la parsimonia y en los silencios más que en las palabras durante la estancia de su poeta Andrei en Italia. Mucha agua y muchas ruinas, una devastación espiritual en la que se mueven los personajes. Simbólico, sí, pero insuficiente, pesado, escaso, irreflexivo e incluso limitado desde un punto de vista técnico.
Las obsesiones de Tarkovsky se hacen de nuevo evidentes, pero son obsesiones intransferibles que solo le interesan a él y que solo él, y algún erudito, pedante, de la misma mentalidad o acoplado a la mayoría, traducirán con los ojos llenos de lágrimas y sin apenas certezas. Las bicicletas, el barro, el nombre de María o el fuego son constantes presentes en ese universo propio de locura y sacrificio que no conduce a nada ni nos enseña nada relevante. Decir que estamos en decadencia es quedarse en lo superficial; lo que importa es señalar las causas, los motivos, las consecuencias, los porqué, las soluciones, las posibilidades de esa decadencia. Ofrecer algo más aparte de obviedades.
El vehemente y abstraído Domenico terminará como se veía venir que iba a acabar, lo que parece ya de chiste, y Andrei se hará cargo de cumplir la obsesión de la vela encendida. Para ellos será importantísimo. Para mí no. Porque una vela encendida no es más que una vela encendida a no ser que previamente construyas un significado sólido para esa metáfora, para ese acto que se presenta elevado. Ser más o menos sombrío y abstracto no hace de una obra algo extraordinario.
Y ahora sacrificadme.
Me sigue pareciendo artificioso. No digo que sea hipócrita; digo que fuerza la estética y el lenguaje cinematográfico para buscar una poesía inexistente y por supuesto subjetiva. Una iglesia gótica será siempre hermosa, pero plantarla en una película no hace de la cinta algo bello o poético, sublime. Se necesita un plus, un añadido, una visión posiblemente más sutil y trabajada del concepto. Así, Tarkovsky se adentra en la parsimonia y en los silencios más que en las palabras durante la estancia de su poeta Andrei en Italia. Mucha agua y muchas ruinas, una devastación espiritual en la que se mueven los personajes. Simbólico, sí, pero insuficiente, pesado, escaso, irreflexivo e incluso limitado desde un punto de vista técnico.
Las obsesiones de Tarkovsky se hacen de nuevo evidentes, pero son obsesiones intransferibles que solo le interesan a él y que solo él, y algún erudito, pedante, de la misma mentalidad o acoplado a la mayoría, traducirán con los ojos llenos de lágrimas y sin apenas certezas. Las bicicletas, el barro, el nombre de María o el fuego son constantes presentes en ese universo propio de locura y sacrificio que no conduce a nada ni nos enseña nada relevante. Decir que estamos en decadencia es quedarse en lo superficial; lo que importa es señalar las causas, los motivos, las consecuencias, los porqué, las soluciones, las posibilidades de esa decadencia. Ofrecer algo más aparte de obviedades.
El vehemente y abstraído Domenico terminará como se veía venir que iba a acabar, lo que parece ya de chiste, y Andrei se hará cargo de cumplir la obsesión de la vela encendida. Para ellos será importantísimo. Para mí no. Porque una vela encendida no es más que una vela encendida a no ser que previamente construyas un significado sólido para esa metáfora, para ese acto que se presenta elevado. Ser más o menos sombrío y abstracto no hace de una obra algo extraordinario.
Y ahora sacrificadme.
12 de junio de 2013
12 de junio de 2013
33 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo lo que se hace en la vida se ve marcado por un antes y un después, por un momento en el que pierdes la inocencia o en el que entiendes que las cosas son como son, muy distintas de lo que tratamos que sean.
Descubrir el cine de Andrei Tarkovsky, para el que escribe, fue lo que dibujó el punto de inflexión entre entender el cine como una forma de entretenimiento que se disfrutaba desde una butaca y entenderlo como la muestra de un universo creado desde una mirada que obliga a eso, a mirar, a crear la propia para entender y hacer propio lo visto. El entretenimiento desplazado por el sentimiento. Dicho de otro modo, me conmocionó tanto como antes lo había hecho la literatura de William Faulkner. Y esto es como decir que el mundo se puso patas arriba.
Antes de Tarkovsky, antes de Faulkner, todo cabía. Había rincones donde guardar cada cosa. A partir de Las palmeras salvajes de Faulkner, la literatura menor, la puramente comercial, desapareció. El interés por ella se quedó en nada. A partir de Nostalgia de Tarkovsky, el cine de entretenimiento, las cosas que se decían sobre el cine (también), se evaporaron. Ya sé que estoy escribiendo sobre una película, sobre la que desplazó mis intereses hasta lugares áridos para muchos e incómodos para otros. Pero crean que lo que van a leer se ha escrito desde un pudor descomunal, sabiendo que todo lo dicho (salvo los datos más técnicos) no sirve de nada cuando se trata de cine auténtico. El objetivo es uno sólo. Acercar al que se deje hasta las profundidades, no ya del cine, sino de uno mismo. Ni siquiera aspiro a ser yo el que lo haga. Me refiero al cine del director ruso que marcó la frontera entre la verdad del cine y la personal de muchos.
Dejé de ver películas. Sólo quería mirar la pantalla buscando otro mirar (el del director, no sólo el de Tarkovsky), construir un mundo desde lo que veía, hacer mío lo necesario para ir trazando las líneas maestras de mi forma de entender el cosmos.
Aprendí algo fundamental. Ya lo sabía por Faulkner, pero en cine me faltaba constatarlo. Los lenguajes son diferentes y todo requiere una fase de aprendizaje. Aprendí que la trama no lo es todo. No es más que un vehículo fundamental que nos lleva hasta el objetivo último, la construcción de esa mirada, de esa voz que nos relata el mundo entero. No es la trama, no, es el lenguaje que se utiliza, lo que convierte en importante lo narrado. En el caso de Tarkovsky, su lenguaje poético y hondo, la imagen que evoca (siempre), el despertar las sensaciones que va acumulando en la pantalla de forma casi mágica. El lenguaje de los sentidos, el lenguaje preciso, el lenguaje universal.
Nostalgia habla del sentimiento que produce la aparición del recuerdo, el que nos hace desear estar en el lugar donde ocurrió eso mismo, recuperar el tiempo perdido durante el que no pudimos vivir eso que añoramos. Pero, en Nostalgia, vemos todo esto envuelto por lo estéril de la sensación, por lo imposible que es conseguirlo dadas las circunstancias en las que se encuentra ese universo que nos propone Tarkovsky. Nuestros recuerdos nunca se ajustan a la realidad sino a lo que aspiramos que sean. Nunca nada será lo mismo excepto en nuestro recuerdo. Y esto es lo mismo que decir que debemos renunciar a nuestro propio yo, a lo que creemos ser, a nuestra conciencia y a nuestro mundo personal. Terrible la idea que maneja este hombre. Por cierto, nunca de forma explícita. Él siempre deja que sea la imagen, la poesía, la que nos lleve a sacar nuestras propias conclusiones.
El personaje principal de Nostalgia es Andrei Gorèakok, poeta ruso que viaja por Italia intentando conseguir información sobre un compositor ya muerto. Lo hace en compañía de Eugenia, su traductora. Ella siente una gran atracción por el poeta que no se ve correspondida. Ella es incapaz de ver más allá de lo material, de entender que el mundo es la suma de todo; no es si o no, es si y no. Y no muestra ninguna capacidad para tener fe. No sólo la fe religiosa sino la que representa la posibilidad de ver, de creer. Una de las primeras imágenes de la película en la que vemos a la mujer incapaz de arrodillarse y de entender lo que ocurre dentro de una iglesia es maravillosa. Lo material frente a lo espiritual en estado puro. Por cierto, en esta escena, Tarkovsky, aprovecha para dejar claro el papel de la mujer en su cine. Ambos se encuentran con Doménico (un hombre que se enclaustró en su casa durante años). Doménico, al contrario que Eugenia, representa la fe misma, la capacidad de ver (no se trata, insisto, de una fe estrictamente religiosa), la posibilidad de traspasar los objetos con la mirada para descubrirlos en su totalidad, de entender lo simbólico una vez descubierto. El poeta representa la imposibilidad absoluta de encontrarse consigo mismo, cansado de contemplar la belleza terrenal y no querer convivir con la zona oscura de ese mismo territorio.
A través de Doménico, el poeta descubre, quizás recuerda, que un hombre en sí es un universo completo, el hombre y su entorno configuran un mundo (la escena en la que entran en casa de Doménico me parece una de las más asombrosas de la historia del cine y descubre, quizás recuerda, que el sacrificio personal es de una importancia infinita). Todo es anuncio de lo que llegaría con la siguiente y última película de Tarkovsky. Sacrificio. Todos toman por loco a Doménico, acomodados en una vida fácil, carente de esfuerzos que tengan que ver con lo espiritual, con el entorno o con algo que no pueda tocarse. El mundo se dibuja como una gran trampa que debemos reinventarnos si queremos pasar por cuerdos. Otra razón más por la que perdemos la conciencia propia, la capacidad de añorar lo que fuimos. Ni siquiera lo sabemos. Nos lo robaron o lo dejamos por el camino.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
Descubrir el cine de Andrei Tarkovsky, para el que escribe, fue lo que dibujó el punto de inflexión entre entender el cine como una forma de entretenimiento que se disfrutaba desde una butaca y entenderlo como la muestra de un universo creado desde una mirada que obliga a eso, a mirar, a crear la propia para entender y hacer propio lo visto. El entretenimiento desplazado por el sentimiento. Dicho de otro modo, me conmocionó tanto como antes lo había hecho la literatura de William Faulkner. Y esto es como decir que el mundo se puso patas arriba.
Antes de Tarkovsky, antes de Faulkner, todo cabía. Había rincones donde guardar cada cosa. A partir de Las palmeras salvajes de Faulkner, la literatura menor, la puramente comercial, desapareció. El interés por ella se quedó en nada. A partir de Nostalgia de Tarkovsky, el cine de entretenimiento, las cosas que se decían sobre el cine (también), se evaporaron. Ya sé que estoy escribiendo sobre una película, sobre la que desplazó mis intereses hasta lugares áridos para muchos e incómodos para otros. Pero crean que lo que van a leer se ha escrito desde un pudor descomunal, sabiendo que todo lo dicho (salvo los datos más técnicos) no sirve de nada cuando se trata de cine auténtico. El objetivo es uno sólo. Acercar al que se deje hasta las profundidades, no ya del cine, sino de uno mismo. Ni siquiera aspiro a ser yo el que lo haga. Me refiero al cine del director ruso que marcó la frontera entre la verdad del cine y la personal de muchos.
Dejé de ver películas. Sólo quería mirar la pantalla buscando otro mirar (el del director, no sólo el de Tarkovsky), construir un mundo desde lo que veía, hacer mío lo necesario para ir trazando las líneas maestras de mi forma de entender el cosmos.
Aprendí algo fundamental. Ya lo sabía por Faulkner, pero en cine me faltaba constatarlo. Los lenguajes son diferentes y todo requiere una fase de aprendizaje. Aprendí que la trama no lo es todo. No es más que un vehículo fundamental que nos lleva hasta el objetivo último, la construcción de esa mirada, de esa voz que nos relata el mundo entero. No es la trama, no, es el lenguaje que se utiliza, lo que convierte en importante lo narrado. En el caso de Tarkovsky, su lenguaje poético y hondo, la imagen que evoca (siempre), el despertar las sensaciones que va acumulando en la pantalla de forma casi mágica. El lenguaje de los sentidos, el lenguaje preciso, el lenguaje universal.
Nostalgia habla del sentimiento que produce la aparición del recuerdo, el que nos hace desear estar en el lugar donde ocurrió eso mismo, recuperar el tiempo perdido durante el que no pudimos vivir eso que añoramos. Pero, en Nostalgia, vemos todo esto envuelto por lo estéril de la sensación, por lo imposible que es conseguirlo dadas las circunstancias en las que se encuentra ese universo que nos propone Tarkovsky. Nuestros recuerdos nunca se ajustan a la realidad sino a lo que aspiramos que sean. Nunca nada será lo mismo excepto en nuestro recuerdo. Y esto es lo mismo que decir que debemos renunciar a nuestro propio yo, a lo que creemos ser, a nuestra conciencia y a nuestro mundo personal. Terrible la idea que maneja este hombre. Por cierto, nunca de forma explícita. Él siempre deja que sea la imagen, la poesía, la que nos lleve a sacar nuestras propias conclusiones.
El personaje principal de Nostalgia es Andrei Gorèakok, poeta ruso que viaja por Italia intentando conseguir información sobre un compositor ya muerto. Lo hace en compañía de Eugenia, su traductora. Ella siente una gran atracción por el poeta que no se ve correspondida. Ella es incapaz de ver más allá de lo material, de entender que el mundo es la suma de todo; no es si o no, es si y no. Y no muestra ninguna capacidad para tener fe. No sólo la fe religiosa sino la que representa la posibilidad de ver, de creer. Una de las primeras imágenes de la película en la que vemos a la mujer incapaz de arrodillarse y de entender lo que ocurre dentro de una iglesia es maravillosa. Lo material frente a lo espiritual en estado puro. Por cierto, en esta escena, Tarkovsky, aprovecha para dejar claro el papel de la mujer en su cine. Ambos se encuentran con Doménico (un hombre que se enclaustró en su casa durante años). Doménico, al contrario que Eugenia, representa la fe misma, la capacidad de ver (no se trata, insisto, de una fe estrictamente religiosa), la posibilidad de traspasar los objetos con la mirada para descubrirlos en su totalidad, de entender lo simbólico una vez descubierto. El poeta representa la imposibilidad absoluta de encontrarse consigo mismo, cansado de contemplar la belleza terrenal y no querer convivir con la zona oscura de ese mismo territorio.
A través de Doménico, el poeta descubre, quizás recuerda, que un hombre en sí es un universo completo, el hombre y su entorno configuran un mundo (la escena en la que entran en casa de Doménico me parece una de las más asombrosas de la historia del cine y descubre, quizás recuerda, que el sacrificio personal es de una importancia infinita). Todo es anuncio de lo que llegaría con la siguiente y última película de Tarkovsky. Sacrificio. Todos toman por loco a Doménico, acomodados en una vida fácil, carente de esfuerzos que tengan que ver con lo espiritual, con el entorno o con algo que no pueda tocarse. El mundo se dibuja como una gran trampa que debemos reinventarnos si queremos pasar por cuerdos. Otra razón más por la que perdemos la conciencia propia, la capacidad de añorar lo que fuimos. Ni siquiera lo sabemos. Nos lo robaron o lo dejamos por el camino.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
De eso va, en esencia, esta película. Más no puedo ni quiero decir. Todo esto empieza a parecerme absurdo. Como mucho puedo añadir algún aspecto técnico por si sirve de ayuda. Por ejemplo, no pierdan de vista el uso que hace Tarkovsky de los espejos, de como el reflejo (suelen ser espejos viejos, muy estropeados) nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, pero también con la muerte, con lo que escondemos. Tampoco pierdan de vista el uso que hace este autor del sueño, ese lugar en que todo se mezcla, ese lugar en el que realidad, sueño e invención forma una misma cosa. En esta película esos sueños acumulan buena parte de la intensidad narrativa. Y, por último, presten atención a las imágenes que presentan los objetos que muestran la imposibilidad de sentir nostalgia porque lo deseado desde la distancia ya no existe; lo que nos lleva a sentir nostalgia de nuestra propia nostalgia. Una Biblia, un peine con mechones de pelo enredados y una botella. Esa es una de ellas. Miren con atención e intenten vivir la sensación sin filtros. Sobre todo olvidando todo lo que ha leído aquí. Mirar el cine de Tarkovsky es una experiencia inolvidable que tiene poco que ver con cualquier otra cosa. No dejen de hacerlo.
inventodeldemonio.es/blog
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22 de junio de 2006
22 de junio de 2006
68 de 107 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al usuario Juancalderon se le ha olvidado pensar en otras razones que son las que realmente justifican la escasez de críticas: que muchos de nosotros no criticamos –ni siquiera puntuamos- una película si hace que la vimos el suficiente tiempo como para considerar que no estamos en disposición de juzgarla con autoridad y, sobre todo, que esta ficha ha sido añadida a la base de datos de Filmaffinity hace apenas un par de semanas.
En cuanto a este trabajo de Tarkovsky, diré que me ha parecido mucho más interesante que vuestra idolatrada "Sacrificio". La he soportado mejor por varias razones: por un lado está un escenario rural de piedra que me parece mucho más aprovechable; por otro está la forma directa y "clara" –para lo que es este director– en que se formulan varias preguntas y sentencias, como cuando la intérprete le pregunta al sacristán por qué las mujeres rezan mucho más que los hombres o cuando el ermitaño Domenico confiesa que, cuando no sabe qué decir, él también pide un cigarro; y por último está la siempre impresionante fotografía, que hace que muchas de las escenas sean potentes, como la inmolación de Domenico o los travellings a cámara lenta, entre ellos el precioso retro-travelling con el que se finaliza.
Pero también está el molesto inconveniente de la lentitud y el cripticismo, como en casi toda su filmografía.
Algunos de vosotros os estaréis preguntando por qué le doy tan baja nota, y a muchos otros os extrañará incluso que la haya aprobado. Lo cierto es que con el cine de Tarkovsky he establecido una relación de amor-odio, de admiración-repulsión. Me interesa muchísimo su talento visual, me gustaría hacerlo mío, pero, por otro lado, preferiría que fuera más abierto y emotivo, pues suelen dejarme frío sus personajes, sus historias y su forma de "narrar" (digo "narrar" por decir algo). Sé que es el cine que él proponía, pero es que a mí no me termina de gustar. Encuentro contradictorio pedirle al espectador que se abstraiga de una historia con principio y final y luego mostrarle una proyección que empieza y acaba.
En cuanto a este trabajo de Tarkovsky, diré que me ha parecido mucho más interesante que vuestra idolatrada "Sacrificio". La he soportado mejor por varias razones: por un lado está un escenario rural de piedra que me parece mucho más aprovechable; por otro está la forma directa y "clara" –para lo que es este director– en que se formulan varias preguntas y sentencias, como cuando la intérprete le pregunta al sacristán por qué las mujeres rezan mucho más que los hombres o cuando el ermitaño Domenico confiesa que, cuando no sabe qué decir, él también pide un cigarro; y por último está la siempre impresionante fotografía, que hace que muchas de las escenas sean potentes, como la inmolación de Domenico o los travellings a cámara lenta, entre ellos el precioso retro-travelling con el que se finaliza.
Pero también está el molesto inconveniente de la lentitud y el cripticismo, como en casi toda su filmografía.
Algunos de vosotros os estaréis preguntando por qué le doy tan baja nota, y a muchos otros os extrañará incluso que la haya aprobado. Lo cierto es que con el cine de Tarkovsky he establecido una relación de amor-odio, de admiración-repulsión. Me interesa muchísimo su talento visual, me gustaría hacerlo mío, pero, por otro lado, preferiría que fuera más abierto y emotivo, pues suelen dejarme frío sus personajes, sus historias y su forma de "narrar" (digo "narrar" por decir algo). Sé que es el cine que él proponía, pero es que a mí no me termina de gustar. Encuentro contradictorio pedirle al espectador que se abstraiga de una historia con principio y final y luego mostrarle una proyección que empieza y acaba.
29 de octubre de 2010
29 de octubre de 2010
29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tarkovsky vuelve a demostrar por qué es uno de los cineastas de autor más importantes que hubo en Europa el siglo pasado. Con "Nostalgia" nos muestra su película más personal (más aún que "El espejo"), ya que el protagonista experimenta unos sentimientos que también tenía el director en ese momento: añoranza, angustia y desesperación al tener que marcharse de su Rusia natal. Todo ello debido a la infravaloración, maltrato y exhaustivo control de su obra por parte de las autoridades soviéticas (vergonzoso lo que ocurrió, por ejemplo, con la proyección de "Andrei Rublev" en Cannes).
En cierto modo y salvando las distancias, Gorèakov (Oleg Tankovski), el poeta protagonista es un álter-ego de Tarkovsky. Éste recorre Italia junto a Eugenia (Domiziana Giordano), una intérprete (ya que sabe lo justo de italiano), para escribir la biografía de un músico ruso que también estuvo por ese país. Y no se nos enseña como el típico paisaje mediterráneo, esplendoroso, luminoso, que tenemos en mente: La Italia de Tarkovsky es fría, algo misteriosa, con niebla y colores apagados y débiles; algo que recuerda a la estética de su anterior película "Stalker". Por algo es un poeta del cine, porque siempre crea su propio mundo, su propia realidad, alejándose de todo lo típico y conocido.
Durante el viaje, Gorèakov conoce a Domenico (Erland Josephson), a quien la gente toma por loco por haber estado encerrado en casa con su familia durante 7 años. Pero así no lo ve, y en cierta forma llega a identificarse con él: los dos son personas profundas y diferentes que no conectan en la sociedad, que están consumidos por la nostalgia, el dolor, la desesperanza y concretamente en el caso de Domenico por la crisis religiosa. Éste último critica la falta de fe y religiosidad de la sociedad contemporánea, algo que está desmoronando el mundo, y por eso no quería salir de su casa, para no ser corrompido ni él ni su familia. Eugenia tampoco les comprende y ambos se encuentran totalmente solos, navegando a la deriva.
Como siempre, la técnica de Tarkovksky es perfecta, realizando una composición de planos magistral (pausados, largos y con una sutileza extrema) e intercalando los colores fríos para el presente y los tonos sepias para los recuerdos del pasado, los sueños y el subconsciente. La banda sonora está casi ausente durante todo el metraje, escuchando tan solo dos veces unas piezas de Beethoven en forma de música diegética, y engrandeciendo las escenas en que se oye.
"Nostalgia" tiene muchísimo contenido, hay que observarla con los cinco sentidos, con calma, y si puede ser más de una vez para entender cada detalle. Una película maravillosa, excelente, que roza la perfección y nos ofrece imágenes de una belleza poética abrumadora, en especial el último plano que hace que sea uno de los mejores finales de la historia del cine. Imprescindible.
En cierto modo y salvando las distancias, Gorèakov (Oleg Tankovski), el poeta protagonista es un álter-ego de Tarkovsky. Éste recorre Italia junto a Eugenia (Domiziana Giordano), una intérprete (ya que sabe lo justo de italiano), para escribir la biografía de un músico ruso que también estuvo por ese país. Y no se nos enseña como el típico paisaje mediterráneo, esplendoroso, luminoso, que tenemos en mente: La Italia de Tarkovsky es fría, algo misteriosa, con niebla y colores apagados y débiles; algo que recuerda a la estética de su anterior película "Stalker". Por algo es un poeta del cine, porque siempre crea su propio mundo, su propia realidad, alejándose de todo lo típico y conocido.
Durante el viaje, Gorèakov conoce a Domenico (Erland Josephson), a quien la gente toma por loco por haber estado encerrado en casa con su familia durante 7 años. Pero así no lo ve, y en cierta forma llega a identificarse con él: los dos son personas profundas y diferentes que no conectan en la sociedad, que están consumidos por la nostalgia, el dolor, la desesperanza y concretamente en el caso de Domenico por la crisis religiosa. Éste último critica la falta de fe y religiosidad de la sociedad contemporánea, algo que está desmoronando el mundo, y por eso no quería salir de su casa, para no ser corrompido ni él ni su familia. Eugenia tampoco les comprende y ambos se encuentran totalmente solos, navegando a la deriva.
Como siempre, la técnica de Tarkovksky es perfecta, realizando una composición de planos magistral (pausados, largos y con una sutileza extrema) e intercalando los colores fríos para el presente y los tonos sepias para los recuerdos del pasado, los sueños y el subconsciente. La banda sonora está casi ausente durante todo el metraje, escuchando tan solo dos veces unas piezas de Beethoven en forma de música diegética, y engrandeciendo las escenas en que se oye.
"Nostalgia" tiene muchísimo contenido, hay que observarla con los cinco sentidos, con calma, y si puede ser más de una vez para entender cada detalle. Una película maravillosa, excelente, que roza la perfección y nos ofrece imágenes de una belleza poética abrumadora, en especial el último plano que hace que sea uno de los mejores finales de la historia del cine. Imprescindible.
24 de abril de 2018
24 de abril de 2018
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sacristán, al inicio de la película, habla por Tarkovsky, al modo del pintor de 'El séptimo sello' de Bergman:
—Sólo he venido a mirar.
—Si hay algún espectador casual, ajeno a la invocación, entonces nada sucede.
—¿Qué tiene que suceder?
—Todo lo que más necesite.
Las palabras, aparentemente circunscritas al marco de adoración a la Madonna del Parto, se extrapolan a la propia naturaleza del Cine de Tarkovsky. Resulta ya fatigoso, cuando no es cuestión de pudor, aclarar nuevamente qué pretende, qué exige y qué ofrece el Cine de Tarkovsky. No sostengo una visión clasista del Arte; puede contentar a todos, en algunos casos. No obstante, no en todo el mundo existe cierta inclinación a la contemplación, un espíritu abierto o, simplemente, interés por la dimensión espiritual de la vida. A ellos, Tarkovsky no pide nada, como bien traduce su sacristán; sería injusto, cuanto menos, que ellos se lo pidan a él.
Asimismo, queda de relieve una dimensión no interpretativa del Arte o, al menos, no inexorable. ¿Cómo explicita uno el embeleso que le provocan ciertas imágenes, si no es dándoles el carácter banal de las explicaciones?
...
Tarkovsky recurrió a la figura materna repetidas veces en su filmografía; es un elemento omnipresente, que acentúa su desapego y su nostalgia. Tarkovsky no sólo se desligó de una madre biológica, sino también de una madre geográfica; su patria Rusia, de la cual se tuvo que exiliar. El patriotismo, no conviene olvidarlo para no caer en menosprecios de índole política, tiene su raíz etimológica en la palabra griega "patrĭa", que significa "familia", y Tarkovsky, en lo que sería ya la última etapa de su vida, daba a su país la cualidad de la familia.
La primera vez que vi 'Nostalghia', con 21 años, me sacudió profundamente la significación que tomaba Eugenia en esta película. Gorchakov la ignoraba rotundamente, sin reaccionar ante su pecho desnudo; no con la negación de la castidad religiosa, ni con la resignación del impotente, más bien con el temple del sabio. Me resultaba inaudito contemplar un personaje en pantalla, masculino, completamente refractario a los meandros del deseo sexual; ni siquiera el lacónico Alain Leroy en 'Le feu follet' (1963) es capaz de contener la tentación de frustrarse y agotarse en el deseo.
Al final, vemos que Eugenia, como la amante del sacerdote en 'Los comulgantes' (1963), ve en la entrega conyugal la única vía posible de subsistencia.
...
Zagales de Aranjuez, que en lastimera
voz recordáis su muerte cada día,
vosotros los del Tajo en su ribera,
dejad ¡ay! que la humilde musa mía
de flores a su cítara ligera
y tierno llanto a su ceniza fría.
— Juan Nicasio Gallego —
a la memoria de Garcilaso.
En 'Nostalghia', Andrei pone imágenes a la memoria. Hay una escena, especialmente emotiva a mi sentir, en que las figuras de su nostalgia; madre, abuela, perro... quedan congeladas e, inquietas, se miran entre ellas. La cámara traza un movimiento suave, horizontal, y las figuras, mnésicas si se quiere, reaparecen, aboliendo todo sentido espacial. El sustrato emocional de esta escena es muy elocuente: ¿qué ocurre, con las personas de nuestro recuerdo, cuando no las estamos recordando? ¿Qué olvido, abismal, habitan?
A mi entender, pocos cineastas han llevado el Cine tan lejos, a lo que, emocionalmente, me gusta definir como un "umbral". Un umbral "dreyeriano" entre realidad y Cine y, más esencialmente, entre el mundo y mundos que sólo nos están abiertos bajo la especulación, la metafísica o, cuando más, el sueño y la muerte.
...
"No es necesario que salgas de casa. Quédate sentado y escucha atentamente. No escuches siquiera, límitate a esperar. Ni siquiera esperes, simplemente quédate callado y solo. El mundo se te ofrecerá para que lo desenmascares, no puede evitarlo; extasiado, se contoneará ante ti".
— Franz Kafka, de su legajo de aforismos.
Me conmueve pensar en Tarkovsky, quien instara a los adolescentes a conocer la soledad como hito indispensable en la formación espiritual de una persona, enfermo y desalentado, imaginando un modo, un método, para limpiar el mundo.
En 'Sacrificio' (1986) aparece también el sortilegio como mecanismo de redención, de contrición humana, acaso de borrar nuestro inveterado pecado capital y "rehacernos" más límpidos e incólumes. El loco Domenico encarga al poeta Gorchakov trasladar una vela, sin que se consuma ni apague, a través de una piscina vacía. La carga simbólica de esta larga escena es trascendental; no una, sino tres veces recorre el poeta el camino, hasta que deposita la llama, fulgurante, no sin dejarse morir primero para ello. Evidentemente, no es la vela, sino la llama lo que importa; y es en ella donde podemos ver reflejada nuestra fragilidad, no sólo vital, sino, en un sentido cósmico, ontológica.
...
[Orson Welles, a propósito de Bergman, admitió una vez no comprender las preocupaciones filosóficas y estéticas del sueco, las cuales le parecían poco menos que marcianas. Veredicto este, intuyo, extrapolable al francés Robert Bresson, a quien negó el saludo en Cannes en 1983, en una célebre entrega de premio a mejor dirección que puede visualizarse en YouTube. Curiosamente, no negó el saludo a Tarkovsky, quien compartía el premio y quien no es menos denso que los anteriores y, por ello, no debiera parecerle menos extraño. Creo, y es una especulación personal, que ni el regio sentido de la épica shakesperiana de Welles pudo mantenerse impasible ante la magnitud estética, casi inalcanzable, de escenas como la que cierra esta película, en la abadía cisterciense de San Galgano].
Gracias.
—Sólo he venido a mirar.
—Si hay algún espectador casual, ajeno a la invocación, entonces nada sucede.
—¿Qué tiene que suceder?
—Todo lo que más necesite.
Las palabras, aparentemente circunscritas al marco de adoración a la Madonna del Parto, se extrapolan a la propia naturaleza del Cine de Tarkovsky. Resulta ya fatigoso, cuando no es cuestión de pudor, aclarar nuevamente qué pretende, qué exige y qué ofrece el Cine de Tarkovsky. No sostengo una visión clasista del Arte; puede contentar a todos, en algunos casos. No obstante, no en todo el mundo existe cierta inclinación a la contemplación, un espíritu abierto o, simplemente, interés por la dimensión espiritual de la vida. A ellos, Tarkovsky no pide nada, como bien traduce su sacristán; sería injusto, cuanto menos, que ellos se lo pidan a él.
Asimismo, queda de relieve una dimensión no interpretativa del Arte o, al menos, no inexorable. ¿Cómo explicita uno el embeleso que le provocan ciertas imágenes, si no es dándoles el carácter banal de las explicaciones?
...
Tarkovsky recurrió a la figura materna repetidas veces en su filmografía; es un elemento omnipresente, que acentúa su desapego y su nostalgia. Tarkovsky no sólo se desligó de una madre biológica, sino también de una madre geográfica; su patria Rusia, de la cual se tuvo que exiliar. El patriotismo, no conviene olvidarlo para no caer en menosprecios de índole política, tiene su raíz etimológica en la palabra griega "patrĭa", que significa "familia", y Tarkovsky, en lo que sería ya la última etapa de su vida, daba a su país la cualidad de la familia.
La primera vez que vi 'Nostalghia', con 21 años, me sacudió profundamente la significación que tomaba Eugenia en esta película. Gorchakov la ignoraba rotundamente, sin reaccionar ante su pecho desnudo; no con la negación de la castidad religiosa, ni con la resignación del impotente, más bien con el temple del sabio. Me resultaba inaudito contemplar un personaje en pantalla, masculino, completamente refractario a los meandros del deseo sexual; ni siquiera el lacónico Alain Leroy en 'Le feu follet' (1963) es capaz de contener la tentación de frustrarse y agotarse en el deseo.
Al final, vemos que Eugenia, como la amante del sacerdote en 'Los comulgantes' (1963), ve en la entrega conyugal la única vía posible de subsistencia.
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Zagales de Aranjuez, que en lastimera
voz recordáis su muerte cada día,
vosotros los del Tajo en su ribera,
dejad ¡ay! que la humilde musa mía
de flores a su cítara ligera
y tierno llanto a su ceniza fría.
— Juan Nicasio Gallego —
a la memoria de Garcilaso.
En 'Nostalghia', Andrei pone imágenes a la memoria. Hay una escena, especialmente emotiva a mi sentir, en que las figuras de su nostalgia; madre, abuela, perro... quedan congeladas e, inquietas, se miran entre ellas. La cámara traza un movimiento suave, horizontal, y las figuras, mnésicas si se quiere, reaparecen, aboliendo todo sentido espacial. El sustrato emocional de esta escena es muy elocuente: ¿qué ocurre, con las personas de nuestro recuerdo, cuando no las estamos recordando? ¿Qué olvido, abismal, habitan?
A mi entender, pocos cineastas han llevado el Cine tan lejos, a lo que, emocionalmente, me gusta definir como un "umbral". Un umbral "dreyeriano" entre realidad y Cine y, más esencialmente, entre el mundo y mundos que sólo nos están abiertos bajo la especulación, la metafísica o, cuando más, el sueño y la muerte.
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"No es necesario que salgas de casa. Quédate sentado y escucha atentamente. No escuches siquiera, límitate a esperar. Ni siquiera esperes, simplemente quédate callado y solo. El mundo se te ofrecerá para que lo desenmascares, no puede evitarlo; extasiado, se contoneará ante ti".
— Franz Kafka, de su legajo de aforismos.
Me conmueve pensar en Tarkovsky, quien instara a los adolescentes a conocer la soledad como hito indispensable en la formación espiritual de una persona, enfermo y desalentado, imaginando un modo, un método, para limpiar el mundo.
En 'Sacrificio' (1986) aparece también el sortilegio como mecanismo de redención, de contrición humana, acaso de borrar nuestro inveterado pecado capital y "rehacernos" más límpidos e incólumes. El loco Domenico encarga al poeta Gorchakov trasladar una vela, sin que se consuma ni apague, a través de una piscina vacía. La carga simbólica de esta larga escena es trascendental; no una, sino tres veces recorre el poeta el camino, hasta que deposita la llama, fulgurante, no sin dejarse morir primero para ello. Evidentemente, no es la vela, sino la llama lo que importa; y es en ella donde podemos ver reflejada nuestra fragilidad, no sólo vital, sino, en un sentido cósmico, ontológica.
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[Orson Welles, a propósito de Bergman, admitió una vez no comprender las preocupaciones filosóficas y estéticas del sueco, las cuales le parecían poco menos que marcianas. Veredicto este, intuyo, extrapolable al francés Robert Bresson, a quien negó el saludo en Cannes en 1983, en una célebre entrega de premio a mejor dirección que puede visualizarse en YouTube. Curiosamente, no negó el saludo a Tarkovsky, quien compartía el premio y quien no es menos denso que los anteriores y, por ello, no debiera parecerle menos extraño. Creo, y es una especulación personal, que ni el regio sentido de la épica shakesperiana de Welles pudo mantenerse impasible ante la magnitud estética, casi inalcanzable, de escenas como la que cierra esta película, en la abadía cisterciense de San Galgano].
Gracias.
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