Ejemplo ilustrativo —otro más— del talento que adorna a los cineastas ingleses para las reconstrucciones históricas. Claro que, si el objetivo de los responsables de esta cinta era reproducir el tedio y la frustración de la vida en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, no cabe duda de que lo logran. Y de manera fehaciente, hasta un punto tal que su visionado, en ocasiones, roza el aburrimiento. No obstante, el escritor William Boyd, aquí director y guionista, consigue eludir dicho riesgo —también en ocasiones, por muy poco— gracias a la inquietud que, con notable sabiduría, induce en el espectador. Principalmente porque, a diferencia de los núbiles e ingenuos personajes, nosotros sí sabemos el horror que les espera una vez abandonen la zanja en la que vegetan y pongan un pie en la falsamente idílica pradera que se extiende frente a ellos: la guadaña de la parca en forma de las bien parapetadas ametralladoras alemanas. Pese a ser de sobra conocida, la incompetencia de los mandos militares de aquella contienda, con Haig a la cabeza, nunca dejará de asombrarme.
Ajena asimismo a efectismos fáciles, “La trinchera” apenas sí dedica un minuto a la tragedia —60.000 bajas británicas sólo durante el primer día de la batalla del Somme, de ellas 20.000 muertos—, que deja para el final y esbozada en tres o cuatro trazos, suficientes para atisbar —que no comprender, porque resulta imposible— la torpeza genocida de un asalto frontal y a plena luz del día, las filas prietas y al paso, casi como en un desfile. Se recrea, en cambio, en los quehaceres cotidianos de un ramillete de jóvenes soldados cuyas preocupaciones distan bastante del romántico anhelo de honor y gloria. Antes al contrario, su fijación con el desnudo femenino, los vaciles, las broncas y las travesuras revelan lo que la vieja Europa tuvo la indecencia de convertir en carne de cañón: una generación entera de adolescentes sin otra culpa que haber nacido en el umbral del siglo XX. Precisamente los encargados de darles vida se antojan el elemento más discutible de la película. Excepción hecha de Daniel Craig, a cuyas escarpadas facciones sienta de maravilla el papel de sargento duro como el pedernal, el reparto de tiernos efebos oscila entre lo intrascendente —véase la testimonial presencia de Cillian Murphy— y lo abracadabrante —Paul Nicholls confunde la “mirada de las mil yardas” con los ojos de cordero degollado.

Un grupo de jóvenes aguarda el momento de entrar en combate.
La película da lo que promete: la vida lenta, soporífera, tensa y llena de angustias y conflictos personales y grupales en una trinchera.
La ambientación me ha resultado magnífica.
El director incide en los silencios, miradas que se lanzan los protagonistas.
A mí logra mantenerme en vilo durante los 126 minutos previos a la salida de la trinchera. La película tiene un me traje de aproximados 130 minutos.
Lo mejor: la ambientación y el climax de tensión que logra el director, gracias entre otras virtudes a la fotografía, guión e interpretaciones.
Los diálogos son cortos, muy elaborados porque logran que empatices con los protagonistas
Otro punto positivo es que tiende a ser coral, no dando todo el peso en actores muy conocidos para los espectadores.
Lo malo, para mí que me gusta mucho el género bélico de la IGM (con pocas producciones pero de gran carga dramática), es la ausencia de planos abiertos hasta los dos minutos finales.
Además, quizás por intención del director (o por falta de presupuesto) no acompaña la escena final con la intensidad y calidad de la cinta.
Aunque eso es una valoración subjetiva.
Una película muy buena para proyectar en institutos y mostrar la estupidez de la guerra y como una y otra vez volvemos a caer en los mismos errores.

Buen film que narra cómo fue la primera guerra mundial desde la trinchera. Cuenta cómo se organizaba la vida en la trinchera y cómo van sucediendo las bajas. El final muestra lo que significa una guerra. Recomendable su visión para reconocer lo que fue la batalla de Somme.

Muestra bien el poder del armamento y lo que pueden ocasionar los rumores. El papel de algunos soldados es muy bueno y refleja el mundo militar con bastante realismo.

Es una película que refleja a la perfección lo que tuvo que ser la vida en la trinchera de unos soldados recién llegados al frente. En muchos aspectos parecida a "Gallipoli" (1981), película de Peter Weir, en la que también se ve la situación dentro de una trinchera durante la Primera Guerra Mundial, ya que era una de las principales opciones en la Gran Guerra, atrincherarse.
La cinta carece de acción pero no de momentos que nos hagan sentir que estamos presenciando una película bélica y no un drama.
La historia se ve destrozada por la horrorosa actuación de Daniel Craig que consigue que un sargento parezca que carece de autoridad por lo que el espectador no se cree los actos de este superior hacia sus soldados. Es sencillamente penosa su actuación, sin pasión, no consigue reflejar ningún sentimiento. Con una interpretación que fuera la mitad que el gran papel de Tom Hanks en "Salvar al Soldado Ryan" la película podría haber sido bastante mejor.

Seguimos conmemorando el centenario de la primera guerra mundial aunque en este caso concreto nos hemos pasado un año. "La trinchera" conmemora a su manera la batalla del Somme, que es de 1916, es decir, que lo idóneo hubiera sido verla en su cien aniversario, o sea, en el 2016 pero no vamos a ser tan cuadriculados. El caso es que tenemos un drama británico de ambiente bélico que aunque cuente con un Daniel Craig, un Cillian Murphy o un Ben Whishaw es una obra menor rodada con un escaso presupuesto. De hecho, a pesar de lo dicho el protagonista es el desconocido Paul Nicholls, un muchacho de asombroso parecido con el inglés Jude Law, especialmente cuando lleva un casco puesto.

De todos modos el mayor problema, y es muy grave, de "La trinchera" es su terrorífica falta de acción. Está bien reflexionar sobre la vida, la muerte, la amistad o el amor pero es que estos se pasan todo el metraje hablando en la dichosa trinchera, lo que es un aburrimiento. De hecho, salvo justo al final, cuando se emula descaradamente a la maravillosa "Gallípoli" (1981), no hay más escenario que la eterna trinchera, lo que da la sensación de una alarmante pobreza de medios, monotonía y pesadez. Es obvio que debido a la existencia de este único escenario no aparecen mujeres ni su moda; ni ciudades, ni casas, ni nada que nos enseñe cómo era el mundo de 1916, así que por este lado es otra enorme decepción.