Wanda

Esta película es una de las más singulares de la historia del cine. Películas raras, absurdas, desconcertantes, ininteligibles las hay a patadas. A ésta podrían aplicársele esos epítetos, pero sólo en el sentido más ponderativo. Ésta es una película que, como otras muchas, no llega, no puede llegar al cerebro, a la razón; en cambio, llega al alma, como pocas.
Wanda nos conmueve igual que nos conmovió en su día Bartleby el escribiente, el personaje del genial relato de Melville. Es una mujer que desafía con su pura pasividad, con su inocencia pura, con su irresponsabilidad infinita, la impureza radical del orden social. Pero, ojo, que nadie piense en una crítica al sistema ni al capitalismo ni a la modernidad ni a la injusticia; menos aún en una vindicación feminista. Wanda es ahistórica y apolítica, no retrata una época concreta, aunque desde luego no es utópica ni distópica. Todo lo contrario: yo diría que es una de las películas más realistas que he visto en mi vida. La dulzura de Wanda, arrojada a un mundo tan verdadero como implacable y sin sentido, nos libera durante noventa minutos de la falsedad del cine perfecto y pulido que gana óscares y dólares.
Y si digo, como me pide el cuerpo (y el alma), que la interpretación de la Barbara Loden es absolutamente maravillosa, quizá esté incurriendo en incongruencia y en una enorme frivolidad.

"Wanda" es una película única. En su primer y (por desgracia) último largometraje como directora, Barbara Loden crea un personaje femenino que, pese a estar interpretado por ella misma, se preocupa muy poco por gustar, de la misma manera que, como directora, Loden crea un largometraje que tampoco se preocupa por gustar. La protagonista, Wanda, es, por supuesto, todo lo contrario de un personaje ejemplar o modélico: pide dinero, vagabundea, se va a la cama con extraños, y su marido quiere divorciarse de ella porque ella se despreocupa de la casa y de sus propios hijos. Le da igual todo. Vive en un naufragio permanente. Por no importarle -y ése es un detalle de guión muy bueno-, a la protagonista no le importa meterse en un cine de un barrio hispano a ver una película hispano-mexicana, "El golfo" (1969), dirigida por Vicente Escrivá y protagonizada por Raphael, pese a que seguramente no sabe español y no va a entender nada de lo que digan los diálogos. Para colmo, se duerme; cuando se despierta, descubre que le han robado el dinero que llevaba encima.

Cuando parece que a este desastre andante no le puede ir peor, conoce a un ladrón (Michael Higgins) justo cuando éste está atracando el bar en el que ella ha entrado, en la que es una de las mejores secuencias del film. Inexplicablemente, o por algún tipo de atracción a primera vista, se va con él, pese a que este ladrón, Norman Dennis, no sólo no es guapo ni joven sino que además es un hombre nervioso y autoritario que trata de usar a Wanda a a su conveniencia, sometiéndola a sus deseos, ya sea en cuanto a las hamburguesas como en cuanto a su forma de vestir. No se entienden, ni siquiera parecen estar enamorados, y si se acuestan es casi (o así lo parece) por pura rutina. Pero, de algún modo, se necesitan mutuamente.

La formada por Wanda y el Sr. Dennis es una de las parejas más originales y extrañas que ha dado el cine estadounidense: son unos Bonnie y Clyde desprovistos de glamur, ajenos a cualquier idealización hollywoodiense. Todo resulta sórdido, trivial, como si la acción nunca saliera de los límites de una cotidiana mediocridad, pese a que el personaje de Higgins viva en una huida permanente. Sorprende, en suma, la ausencia de romanticismo en un tipo de historia tan proclive al mismo. Y sorprende lo ingrato del papel que la propia directora se atribuye a sí misma: Wanda admite que no vale nada. Que haya aquí un cierto nihilismo cercano al cine de, por ejemplo, Monte Hellman o Richard Sarafian, no resta personalidad a este film, tan duro y sensible al mismo tiempo.