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Decálogo 8 (TV)

Drama "No levantarás falsos testimonios, ni mentirás": Elzbieta acaba de llegar de Nueva York para investigar sobre los supervivientes judíos de la guerra. Para ello, asiste a una clase de Ética en la Universidad de Varsovia y se presenta a Sofía, la respetada profesora. Octavo de los diez mediometrajes realizados para la televisión por el director Krzysztof Kieslowski y el guionista Krzysztof Piesiewicz, denominados genéricamente "Decálogo". ... [+]
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
15 de mayo de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bellísimo episodio, cargado de momentos en los que se muestran, sin cursilería, algunos de los sentimientos más nobles del ser humano como la comprensión, el perdón, el deseo de redención, la amabilidad o la hospitalidad. Centrado más en el recuerdo de lo que sucedió o el planteamiento de lo que pudo haber sido y no fue, es uno de los capítulos más melancólicos, pero no escatima en momentos positivos gracias a que sus personajes principales hacen gala de los sentimientos anteriormente mencionados y de una gran vitalidad, sabiduría (el personaje de la anciana profesora) o una fuerte curiosidad y tenacidad (personaje de la mujer recién llegada).

El comienzo es sencillamente magistral, con un prólogo bellísimo y una fascinante escena que sucede en la universidad que hace referencia a los dos primeros capítulos, fundamentalmente al segundo, lo cual es muy acertado ya que el tema principal de ambos guarda una enorme relación.

En el plano estético es uno de los más redondos y es claramente un anticipo de la excelencia alcanzada por Kieslowski a este nivel en su trilogía "Azul, Blanco y Rojo" de la que no he podido evitar acordarme continuamente mientras veía este episodio.

Por otra parte, entusiasmará a aquellos a los que les interesen temas como las consecuencias del antisemitismo o la resistencia frente a la ocupación nazi, que en esta obra se tratan con inusual sensibilidad y sabiduría sin caer en lo melodramático ni en la generalización. No obstante, también gustará a cualquiera que sepa apreciar una historia bien narrada e interpretada, cargada de filosofía de la buena. A mi personalmente, es de los que más me ha gustado de la saga y me ha encantado que llegado este punto el autor haya incrementado los nexos con los episodios anteriores. Tendencia que espero que se mantenga en los dos últimos capítulos. Ya les contaré…
P466S
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4 de febrero de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
11/11(21/01/12) Octavo capítulo de la serie de culto polaca regida por el aclamado Krzysztof Kieslowski, en este caso destripa y pone de vuelta y media el de <No dirás falso testimonio ni mentiras>, basado en la experiencia real de una amiga de los guionistas, la novelista y periodista Hanna Krall. Gira en torno a una profesora mayor de Universidad en Varsovia, Zofia (buena Maria Koscialkowska), un día se presenta una mujer neoyorkina, Elzbieta (buena teresa Marczewska), es traductora del polaco en USA, y pide asistir a una clase de ética de Zofia, los alumnos y la profesora exponen casos reales en los que los presentes deben buscar la moraleja, en un momento dado Elzbieta expone una historia acaecida en la capital polaca en 1943 en plena ocupación nazi, relata cómo unos padres del gueto judío pactan que su hija de seis años se refugie con una familia cristiana, pero cuando la llevan a su piso estos la rechazan, excusándose en que su fuerte condición de católicos le impedían mentir, entonces Zofia se da cuenta que la niña es Elzbieta y ella es la mujer que le negó ayuda, tras la clase quedan para comer y allí Zofia le cuenta los verdaderos motivos, derivando ello en una relación de amistad en la que las dos mujeres hacen un viaje al pasado que tanto les ha marcado. Es este uno de los capítulos más complejos de la obra a la que se le pueden buscar varias lecturas morales tanto a nivel maximalista tanto a humanos, se ahonda en los sentimientos de culpa, tanto personales como de un país, de cómo el pasado marca a fuego nuestra existencia y más en un país que ha sufrido tantísimo como Polonia, primero con la WWII y después con el yugo comunista, la historia explora la entrañable relación entre Zofia que representa la vieja Polonia y Elzbieta que sería el futuro, y hay un tercer personaje que solo aparece en una escena conmovedora pero que refleja el deseo de olvidar, el sastre al que visita Elzbieta, desprende unos fantasmas internos terribles, sus ganas de silencio y olvidar son punzantes. En otra de las capas está la denuncia al Holocausto y de cómo parte del pueblo polaco fue cómplice silencioso de la barbarie, de cómo hubo gente católica que prefirió mirar para otro lado mientras la SHOAH se ejecutaba, abominable. Como curiosidad, hay algo que le gusta mucho a Kieslowski como son los guiños cinéfilos, en la clase de ética antes mencionada se cuenta el caso acaecido en el segundo episodio (Decálogo 2), el de una mujer con su marido a punto de morir en el hospital y ella embarazada de otro, lo cual encadena muy bien sobre lo que va a suceder, además de aparecer en este mismo tramo Artur Barcis el hombre que aparece en todos los episodios menos en el último, y solo como espectador de la acción. Este es otro relato con gran carga de profundidad de los que no teja indiferente. Fuerza y honor!!!
TOM REGAN
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21 de diciembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zofia, en una edad próxima a su jubilación, como cada día corre por el parque próximo a su casa, a continuación desayuna y marcha a la universidad de Varsovia donde es profesora de Ética en la facultad de Filosofía; sin embargo esta jornada va a ser especial para ella, el decano la está esperando junto a una visita muy especial, se trata de Elzbieta Loranz, una mujer polaca de nacimiento pero residente desde hace muchos años en EEUU, la traductora al inglés de toda la obra de Zofia. Su presencia no va a ser la única sorpresa que le va a deparar dicha mujer a la veterana profesora.

Octavo capítulo de la serie 'Decálogo' dirigida por Krzysztof Kieslowski, con guion propio y de Krzysztof Piesiewicz, para la televisión pública polaca.

En una reciente entrevista, Piesiewicz, el coguionista junto al propio director de toda la obra cinematográfica de este desde su largometraje 'Sin fin', decía que todo el cine del maestro polaco tenía una premisa, la ética. Y eso es así, pero en este mediometraje tal sustantivo es abordado desde su propio concepto.

Zofia ha vivido siempre, desde que siendo muy joven ella y su marido, ambos católicos, rechazaron firmar un certificado de bautismo a una niña judía del gueto de su ciudad que la hubiese salvado la vida, con un sentimiento de culpa aunque el motivo de tal acción fuera justificable ante la sociedad por el hecho de sacrificar a un inocente para lograr la salvación de muchas más personas. Según le dirá a la propia afectada, Elzbieta, la excusa de no firmar aquel certificado bautismal no fue el no atentar contra el octavo mandamiento de la Ley de Dios (lo que alegó en el crucial momento), como es obvio, sino que estando, tanto su marido como ella, en la Resistencia, habían sido avisados por la inteligencia de esta que quien llevaba a la niña era un agente de la Gestapo con la intención de desbaratar la célula resistente, lo cual más tarde se reveló como falso. Pero esa justificación a ella no le ha bastado durante todo el tiempo transcurrido. La ética, como concepto abstracto, la que ella enseña en la universidad a sus alumnos no sirve a la hora de autojustificarse, ni tan siquiera a la de enfrentarse con la realidad (obsérvense sus reacciones ante el estudiante borracho que trata de acceder al aula, o al llamar a los dos timbres de su antigua casa y abrírsele la puerta). No es lo mismo ser un derrotado (bellísima e ilustrativa la secuencia del sastre que se niega hablar de su pasado incluso ante la persona por la que estuvo dispuesto a jugarse la vida), que jugar el papel de salvador; se puede llegar a negar la existencia de Dios y en cambio juzgar a los demás como si se fuera un dios ¿Con qué derecho puede decidir una persona sobre la salvación o no de otras? ¿Con qué derecho se puede salvar a unos condenando a otros tan inocentes como los anteriores? He ahí el dilema que se nos presenta en este filme, el cuadro en la vida de Zofia que ni Elzbieta podrá enderezar.

Otros aspectos interesantes se tratan en esta obra, los cuales son presentados por los guionistas no para resolverlos, sino para que el espectador, y tal vez ellos mismos, se hagan preguntas. Por primera vez en este ciclo se pronuncia la palabra Dios, y se habla sobre su existencia, sobre su presencia en la conciencia humana, sobre si el hombre le rechaza, y si entonces no le queda más que soledad y vacío, no será que ese vacío... Y a colación de esto un dato significativo sobre la figura enigmática del personaje representado por el actor Artur Barcis que aparece en todos los episodios menos en el décimo (en el sexto tampoco apareció, pero porque su presencia cayó en la sala de montaje), y de cuya personalidad se han hecho muchas elucubraciones. Aquí aparece también como testigo, estudiante en el aula mientras Elzbieta cuenta su historia, pero con una salvedad; primero se nos muestra un lugar vacío y, poco después, sin que nadie haya entrado (solo el alumno embriagado que es expulsado), se nos presenta al misterioso hombre ocupando ese lugar como un estudiante más.

La música de Zbigniew Preisner, como siempre maravillosa, realza perfectamente, por medio del violín, el momento de dolor narrado.

Y por último, una curiosidad, Zofia habla a Elzbieta de su hijo, sin querer dar detalles, aunque recalca que se encuentra muy lejos; pues bien, tras el rodaje el hijo aparecía en el papel de sacerdote; pero en el montaje final la secuencia fue eliminada por Kieslowski; una muestra más de lo que depuraba sus ideas durante todo el proceso de producción de su trabajo.
Juan Ignacio
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17 de noviembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se relata uno de los primeros capítulos, creo que el segundo, y el observador o personaje curioso rubio vuelve a aparecer como estudiante o lo que sea que hace en esa clase; todos los personajes, en verdad, viven en el mismo edificio ruinoso que se cae a cachos, esa grisura comunista, la trece rue del percebe al otro lado del telón de acero.
Otra endiabla encrucijada moral o jugarreta que la vida perpetra contra sus víctimas humanas desamparadas en forma de acertijo ético indescifrable e irresoluble o problema/ecuación matemática sin solución final, abierta siempre, a expensas de todo lo que pase o parábola/fábula honda y de dolor y amor repleta. El pasado que reverbera con ominosa gelidez y algo de paz. Volver la vista atrás para poder seguir adelante.
Si dios no existe, hay un vacío, pero nosotros en el fondo somos buenos, tenemos conciencia y libre albedrío, autonomía y capacidad suficiente para poder distinguir el bien del mal y actuar en consecuencia, una especie de humanismo sería eso, creencia ciega en la esencia libre del hombre y en su poder de decisión más allá de cualquier intromisión exterior, en su bondad intrínseca, fe en la razón no como algo frío e impersonal, sino como el instintivo reconocimiento de lo que es correcto a través del alma y el intelecto, o eso expresa la profesora.
Krzystof como entomólogo que con infinita curiosidad, y algo de sorna y compasión e implacable amor, se dedica a observar a los insectos humanos atrapados en dilemas imposibles, en tupidas y terribles telas de araña.
Como la decisión de Sophie. Como en el capítulo anterior, con una niña sacrificada o no en el altar de los complejos manejos de los mayores.
Solemos imaginar grandes motivaciones épico sórdidas, nos pirra el melodrama, disfrutar de grandes emociones y frondosas magnificencias, a falta de las nuestras, en cuerpos ajenos, de especulaciones trascendentales a puñados, pero al final nos movemos por causas más banales, hambre, miedo, sueño, deseo, vanidad, idiotez, esperanza, todo eso.
Este quizás sea de los más flojos capítulos, con perdón por ello, pero igualmente está bien, tal vez el más escuálido o el más tópico al abordar el sempiterno asunto del holocausto y la persecución de los judíos como eterno reclamo o cebo para captar la mayor atención del espectador medio que se siente más cómodo en terreno muy conocido, no tanto en otros más extraños e inhóspitos que le obliguen a partir de cero y no dar todo tan por supuesto.
Geometría moral.
Muy interesante el último personaje, y muy triste, todo, por ejemplo esas casas que comparten varias familias, entre la locura que da grima y la depresión profunda, de los nazis a los comunistas y directos a la nada absoluta, a trajes o vestidos pasados de moda en revistas anacrónicas casi llegadas de contrabando, perfecta metáfora de la ruina del régimen rojo en plena e irremisible descomposición tras tanto atropello y desconsuelo y falso elemento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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21 de julio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elzbieta busca realizar algunas investigaciones referente a los judíos durante la II Guerra Mundial. Para asiste a la Universidad de Varsovia donde se reencuentra con la profesora Zofia, con la que se había visto en Nueva York.

Asiste a una clase de ética que tiene como nombre “El infierno moral”, donde los estudiante y la profesora conversan sobre temas morales, Elzbieta comienza a contar una historia sobre una niña judía en 1943, la profesora se muestra algo afectada.

En este film se muestra la ambigüedad de las personas ante las situaciones en las que viven y el estrés emocional del que pueden verse afectados, en especial en un contexto como el de la II Guerra Mundial.
10P24H
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