Truman
7.0
30,080
3 de noviembre de 2015
3 de noviembre de 2015
55 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Truman hay una necesidad de ser natural, que todo fluya espontáneamente mostrando la amistad de dos amigos y esto se nota y esa es la mayor pega, que se nota mucho. Hay un hilo de artificio en los diálogos, las miradas, los silencios, incluso en la decoración de los interiores. Todo tan bien puesto que parece sacado de la revista El Mueble. Hasta los secundarios que les rodean aparecen como si lo hicieran solo por unos minutos, de visita, por ser amigos del director.
Es verdad que Ricardo Darín y Javier Cámara están bien pero resultan algo afectados. Javier Cámara permanece casi toda la peli con los ojos algo vidriosos y los labios pegados en un amago de sonrisa para que se note que esta triste pero entero y que se deja llevar por el amigo sin apenas reacción. Y Ricardo Darín dice frases que quizá sean habituales en personas que están en su situación pero desde luego no son del común de los mortales. Dolores Fozi y la ex del protagonista resultan mejor. En definitiva una película correcta sobre la amistad a la que le falta emoción y le sobran miradas. Lo mejor Madrid que sale muy bonito y sorprendentemente limpio.
Es verdad que Ricardo Darín y Javier Cámara están bien pero resultan algo afectados. Javier Cámara permanece casi toda la peli con los ojos algo vidriosos y los labios pegados en un amago de sonrisa para que se note que esta triste pero entero y que se deja llevar por el amigo sin apenas reacción. Y Ricardo Darín dice frases que quizá sean habituales en personas que están en su situación pero desde luego no son del común de los mortales. Dolores Fozi y la ex del protagonista resultan mejor. En definitiva una película correcta sobre la amistad a la que le falta emoción y le sobran miradas. Lo mejor Madrid que sale muy bonito y sorprendentemente limpio.
5 de octubre de 2015
5 de octubre de 2015
35 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Truman” es la crónica de cuatro días especiales, donde -como puede- el protagonista tiene que organizar su vida y la de su mascota antes de partir. Es una comedia dramática que utiliza frecuentes momentos de humor para descontracturar un tema tan real como difícil: ¿cómo son los días de una persona aún joven para morirse, cuando sabe que su cuerpo ha entrado en cuenta regresiva hacia el adiós definitivo?, ¿cómo organiza su vida y cómo se relaciona con los demás?
Sobre estos interrogantes circula la nueva película protagonizada por Darín, en uno de los picos de su carrera. En la historia se llama Julián y es un actor argentino que vive en Madrid, donde es bastante reconocido. Tiene barba, muchas canas y un aspecto juvenil; está separado y tiene un hijo estudiando en Amsterdam, al que hace bastante no ve.
Luego de años sin verse, Tomás (Javier Cámara), radicado en Canadá, viaja a España para acompañarlo y convencerlo de que retome un tratamiento médico sin garantías a pedido de la prima de Julián, Paula (Dolores Fonzi).
La película empieza y termina con este amigo yendo de Canadá a Madrid y viceversa. Abarca solamente cuatro días, que es el tiempo que durará esa visita al amigo. Ese breve plazo temporal colma de intensidad la breve anécdota y sostiene una película íntima y confesional, concentrada en dos personajes y el perro del título.
Cine minimalista, que explota al máximo tiempos, miradas y pausas. Es confortante que la película no predica ni baja línea. Construye su relato alrededor de la enfermedad sin descargar golpes bajos, siempre ligado a la despedida como eje narrativo.
Las distintas escenas y personajes le sirven al realizador para ejemplificar los puntos de vista y las situaciones vivenciales que ocurren con el entorno, cuando alguien cercano va a morir.
No hacen falta grandes discursos, reiteradas palabras, sino unos grandes actores y un director que deja a las emociones que fluyan en la escena. La fotografía y la música van de la mano con la humanidad del guión que, incluso con su elevada cuota de misoginia y misantropía, no deja de ser una tragicomedia con humor liberador para describir la despedida de un amigo, aprovechando a exponer que, en nuestra sociedad, ni la muerte escapa de las leyes de mercado y se puede elegir el ataúd o la urna, el modelo y la parcela, recibiendo los distintos presupuestos por e-mail.
Porque el director jamás renuncia a provocarnos una sonrisa y las acciones fluyen y emocionan de una manera tan natural que olvidamos la representación. Tal vez porque ante todo “Truman” es una película sobre los afectos y la comprensión. Y también sobre la aceptación del otro tal cual es y de las jugarretas inevitables del destino, al que se puede ladrar o cascotear con sonriente estoicismo.
Sobre estos interrogantes circula la nueva película protagonizada por Darín, en uno de los picos de su carrera. En la historia se llama Julián y es un actor argentino que vive en Madrid, donde es bastante reconocido. Tiene barba, muchas canas y un aspecto juvenil; está separado y tiene un hijo estudiando en Amsterdam, al que hace bastante no ve.
Luego de años sin verse, Tomás (Javier Cámara), radicado en Canadá, viaja a España para acompañarlo y convencerlo de que retome un tratamiento médico sin garantías a pedido de la prima de Julián, Paula (Dolores Fonzi).
La película empieza y termina con este amigo yendo de Canadá a Madrid y viceversa. Abarca solamente cuatro días, que es el tiempo que durará esa visita al amigo. Ese breve plazo temporal colma de intensidad la breve anécdota y sostiene una película íntima y confesional, concentrada en dos personajes y el perro del título.
Cine minimalista, que explota al máximo tiempos, miradas y pausas. Es confortante que la película no predica ni baja línea. Construye su relato alrededor de la enfermedad sin descargar golpes bajos, siempre ligado a la despedida como eje narrativo.
Las distintas escenas y personajes le sirven al realizador para ejemplificar los puntos de vista y las situaciones vivenciales que ocurren con el entorno, cuando alguien cercano va a morir.
No hacen falta grandes discursos, reiteradas palabras, sino unos grandes actores y un director que deja a las emociones que fluyan en la escena. La fotografía y la música van de la mano con la humanidad del guión que, incluso con su elevada cuota de misoginia y misantropía, no deja de ser una tragicomedia con humor liberador para describir la despedida de un amigo, aprovechando a exponer que, en nuestra sociedad, ni la muerte escapa de las leyes de mercado y se puede elegir el ataúd o la urna, el modelo y la parcela, recibiendo los distintos presupuestos por e-mail.
Porque el director jamás renuncia a provocarnos una sonrisa y las acciones fluyen y emocionan de una manera tan natural que olvidamos la representación. Tal vez porque ante todo “Truman” es una película sobre los afectos y la comprensión. Y también sobre la aceptación del otro tal cual es y de las jugarretas inevitables del destino, al que se puede ladrar o cascotear con sonriente estoicismo.
22 de septiembre de 2015
22 de septiembre de 2015
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las mujeres son las reinas del drama en el cine. Extrovertidas, emocionales e impulsivas, son mucho más agradecidas en pantalla que los hombres, siempre forzados por genética y convicción a ocultar más sus sentimientos. De ahí que orientar una carrera cinematográfica hacia las relaciones de afecto masculinas, siempre más cohibidas, más introvertidas, menos visuales, sea toda una hazaña, la que inició Cesc Gay con Una pistola en cada mano y se afianza ahora con Truman.
En esta ocasión, es la actitud frente a la enfermedad y la muerte la que sirve como punto de partida para adentrarnos en esa mentalidad del hombre tan poco explorada cinematográficamente, como si el hombre sólo existiera en pantalla para reforzar su rasgo más superficial, el de la impetuosidad. De ahí que la presencia de dos hombres tan poco susceptibles de desprender poca hombría como Ricardo Darín y Javier Cámara sea tan importante. Demuestra que ellos, nosotros, a nuestra manera, también somos capaces de querernos.
De nuevo, Gay cede todo el protagonismo a la palabra y el talento de unos actores que sabe escoger. El mejor camino para destapar los sentimientos que normalmente quedan ocultos, silenciosos, pero implícitos. Hay dos momentos, dos abrazos en el filme que ejemplifican perfectamente esa comunicación basada en la introversión, el que se dan dos amigos como última despedida y el de un padre a un hijo. Dos instantes contenidos pero mágicos, altamente emotivos.
El director catalán, además, aborda una enfermedad tan sobada en el cine como el cáncer de la manera más pragmática posible, sin recurrir a reacciones fantasiosas y tan efectivas para la ficción como las que tiene la protagonista de la maravillosa Mi vida sin mí o al melodrama lacrimógeno de la más reciente ma ma. Aquí el personaje de Darín se preocupa por cuestiones reales, por el tamaño de la urna de sus cenizas o por dejarle el mejor hogar posible a su mejor amigo Truman. Qué gusto comprobar que la sensatez también tiene cabida en el cine y, sobre todo, qué gustazo saber que ni una sola coma del guión estará fuera de lugar.
En esta ocasión, es la actitud frente a la enfermedad y la muerte la que sirve como punto de partida para adentrarnos en esa mentalidad del hombre tan poco explorada cinematográficamente, como si el hombre sólo existiera en pantalla para reforzar su rasgo más superficial, el de la impetuosidad. De ahí que la presencia de dos hombres tan poco susceptibles de desprender poca hombría como Ricardo Darín y Javier Cámara sea tan importante. Demuestra que ellos, nosotros, a nuestra manera, también somos capaces de querernos.
De nuevo, Gay cede todo el protagonismo a la palabra y el talento de unos actores que sabe escoger. El mejor camino para destapar los sentimientos que normalmente quedan ocultos, silenciosos, pero implícitos. Hay dos momentos, dos abrazos en el filme que ejemplifican perfectamente esa comunicación basada en la introversión, el que se dan dos amigos como última despedida y el de un padre a un hijo. Dos instantes contenidos pero mágicos, altamente emotivos.
El director catalán, además, aborda una enfermedad tan sobada en el cine como el cáncer de la manera más pragmática posible, sin recurrir a reacciones fantasiosas y tan efectivas para la ficción como las que tiene la protagonista de la maravillosa Mi vida sin mí o al melodrama lacrimógeno de la más reciente ma ma. Aquí el personaje de Darín se preocupa por cuestiones reales, por el tamaño de la urna de sus cenizas o por dejarle el mejor hogar posible a su mejor amigo Truman. Qué gusto comprobar que la sensatez también tiene cabida en el cine y, sobre todo, qué gustazo saber que ni una sola coma del guión estará fuera de lugar.
6 de noviembre de 2015
6 de noviembre de 2015
69 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
No seré yo quien, premios incluidos (Concha de Plata al Mejor Actor, compartida, para Ricardo Darín y Javier Cámara en la 63 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián), contradiga a público y crítica cuando cuentan, y no cesan, las excelencias de "Truman". Independientemente de cuál haya sido mi experiencia con ella, nada más lejos de mi ánimo que tratar de convencer a nadie de que es una mala película. Al contrario, creo que hay que verla porque estoy segura de que, dependiendo de la propia experiencia vital, a unos conmoverá sobremanera mientras que a otros, como me ha ocurrido a mí, puede que les deje indiferente.
Julián (un actor argentino que vive en nuestro país) y Tomás (matemático en Canadá) son dos amigos de la infancia que, a propósito de la enfermedad del primero y tras años sin verse, se reencuentran en España para pasar cuatro días juntos en los que rememorar viejos tiempos y formalizar su despedida.
Con esa halagüeña premisa, lo primero que me chirría es el empeño colectivo en catalogar esta película como comedia dramática, comedia intimista o comedia a secas. Hay algún momento que yo encuentro surrealista (como preguntarle al veterinario de qué manera se puede ayudar a un perro a afrontar la pérdida de su amo), hay simpáticos desayunos en barras de clásicos cafés de ciudad y, a ritmo de viejas canciones que te hacen añorar los años de la dulce y despreocupada juventud, hay noches de farra y colegueo en acogedores locales de ese Madrid que nunca duerme. Pero diversión y risa…
Están ellos, los dos protagonistas de la historia: un Javier tan contenido, tanto, que Ricardo, sin apenas esforzarse, prácticamente lo borra de los planos que comparten. Porque si algo destaca en Darín, porteña y ronca voz aparte, son sus maravillosos ojos: tiene una manera de mirar tan sugerente, tan intensa, tan rica en emociones y matices que no puedes evitar preguntarte si en la vida real alguien te ha mirado así.
Pero no es suficiente.
¿Qué cuál es el problema?
Considero que "Truman" es un drama naíf sobre la enfermedad y la muerte que yo, sencillamente, no me creí.
Sin apenas lagrimas que te impidan ver las estrellas, hay un enfermo terminal que nunca flaquea, el amigo de siempre al que no ves nunca pero que acude a darte el último adiós, una ex mujer enrollada dispuesta a ayudar cuando hace falta, un viajecito a Ámsterdam para visitar al muchachote que está de Erasmus y que sabe que su padre se muere pero finge no saberlo, un perro con nombre muy literario en busca de un nuevo hogar, cogorzas que terminan durmiendo con las manos entrelazadas y una prima cuyas quejas y reproches (todos vienen o van y solo ella permanece fija y fiel al lado del enfermo) son el único bocado de realidad en esta cinta que peca, para mi gusto, de exceso de buenrrollismo.
¡Considero que este Truman necesita más de un Capote para resultar convincente!
¿Quieren credibilidad?
Así es la muerte: "Vivía deprisa como un mecanismo de reloj que se estropea, franqueaba al galope las edades que no le era concedido alcanzar en el tiempo, y durante las últimas veinticuatro horas se convirtió en un anciano. La debilidad de su corazón le producía una hinchazón en el rostro, lo que daba la impresión a Hans Castorp de que la muerte debía ser, por lo menos, un esfuerzo muy penoso, a pesar de que Joachim, gracias a los frecuentes eclipses de su conciencia, no parecía darse cuenta. (…) Más de una vez dijo cosas de doble sentido. Parecía saber y no saber. (…) Luego su actitud se hizo distante, severa, inabordable, incluso incivil; no se dejaba impresionar por ninguna ficción ni por ningún paliativo, ni contestaba; miraba ante él con aire ausente. A las seis de la tarde manifestó una manía chocante. Con la mano derecha, cuya muñeca se hallaba más ceñida por un pequeño brazalete, se frotó repetidas veces la región de la cadera, elevando un poco la mano y luego arrastrándola hacía él, sobre la colcha, con un gesto de rascar, como si atrajese o recogiese algo. A las siete murió. (…) Los ojos giraron, la inconsciente tensión de sus facciones desapareció, la penosa hinchazón de los labios se desvaneció rápidamente, y el mudo rostro de nuestro Joachim recobró la belleza de una juventud viril. Todo había terminado".
Así es la pena: "(…) Fue Hans Castorp quien, con la yema del anular, cerró los párpados de aquel que ya no tenía respiración ni movimiento, y fue él quien unió suavemente sus manos sobre la colcha. Luego Hans Castorp lloró, dejó resbalar sobre sus mejillas las lágrimas que habían quemado al oficial de la marina inglesa, ese líquido claro que mana en todas partes del mundo tan abundante, tan amargamente y a toda hora, hasta el punto de que se ha dado al valle terrestre un nombre poético que recuerda ese producto alcalino y salado de las glándulas, que el trastorno nervioso de un dolor que nos traspasa tanto el dolor físico como el moral arranca a nuestro cuerpo".
Así lo dejó escrito para las generaciones venideras Thomas Mann.
¡Muy duro, lo sé!
Julián (un actor argentino que vive en nuestro país) y Tomás (matemático en Canadá) son dos amigos de la infancia que, a propósito de la enfermedad del primero y tras años sin verse, se reencuentran en España para pasar cuatro días juntos en los que rememorar viejos tiempos y formalizar su despedida.
Con esa halagüeña premisa, lo primero que me chirría es el empeño colectivo en catalogar esta película como comedia dramática, comedia intimista o comedia a secas. Hay algún momento que yo encuentro surrealista (como preguntarle al veterinario de qué manera se puede ayudar a un perro a afrontar la pérdida de su amo), hay simpáticos desayunos en barras de clásicos cafés de ciudad y, a ritmo de viejas canciones que te hacen añorar los años de la dulce y despreocupada juventud, hay noches de farra y colegueo en acogedores locales de ese Madrid que nunca duerme. Pero diversión y risa…
Están ellos, los dos protagonistas de la historia: un Javier tan contenido, tanto, que Ricardo, sin apenas esforzarse, prácticamente lo borra de los planos que comparten. Porque si algo destaca en Darín, porteña y ronca voz aparte, son sus maravillosos ojos: tiene una manera de mirar tan sugerente, tan intensa, tan rica en emociones y matices que no puedes evitar preguntarte si en la vida real alguien te ha mirado así.
Pero no es suficiente.
¿Qué cuál es el problema?
Considero que "Truman" es un drama naíf sobre la enfermedad y la muerte que yo, sencillamente, no me creí.
Sin apenas lagrimas que te impidan ver las estrellas, hay un enfermo terminal que nunca flaquea, el amigo de siempre al que no ves nunca pero que acude a darte el último adiós, una ex mujer enrollada dispuesta a ayudar cuando hace falta, un viajecito a Ámsterdam para visitar al muchachote que está de Erasmus y que sabe que su padre se muere pero finge no saberlo, un perro con nombre muy literario en busca de un nuevo hogar, cogorzas que terminan durmiendo con las manos entrelazadas y una prima cuyas quejas y reproches (todos vienen o van y solo ella permanece fija y fiel al lado del enfermo) son el único bocado de realidad en esta cinta que peca, para mi gusto, de exceso de buenrrollismo.
¡Considero que este Truman necesita más de un Capote para resultar convincente!
¿Quieren credibilidad?
Así es la muerte: "Vivía deprisa como un mecanismo de reloj que se estropea, franqueaba al galope las edades que no le era concedido alcanzar en el tiempo, y durante las últimas veinticuatro horas se convirtió en un anciano. La debilidad de su corazón le producía una hinchazón en el rostro, lo que daba la impresión a Hans Castorp de que la muerte debía ser, por lo menos, un esfuerzo muy penoso, a pesar de que Joachim, gracias a los frecuentes eclipses de su conciencia, no parecía darse cuenta. (…) Más de una vez dijo cosas de doble sentido. Parecía saber y no saber. (…) Luego su actitud se hizo distante, severa, inabordable, incluso incivil; no se dejaba impresionar por ninguna ficción ni por ningún paliativo, ni contestaba; miraba ante él con aire ausente. A las seis de la tarde manifestó una manía chocante. Con la mano derecha, cuya muñeca se hallaba más ceñida por un pequeño brazalete, se frotó repetidas veces la región de la cadera, elevando un poco la mano y luego arrastrándola hacía él, sobre la colcha, con un gesto de rascar, como si atrajese o recogiese algo. A las siete murió. (…) Los ojos giraron, la inconsciente tensión de sus facciones desapareció, la penosa hinchazón de los labios se desvaneció rápidamente, y el mudo rostro de nuestro Joachim recobró la belleza de una juventud viril. Todo había terminado".
Así es la pena: "(…) Fue Hans Castorp quien, con la yema del anular, cerró los párpados de aquel que ya no tenía respiración ni movimiento, y fue él quien unió suavemente sus manos sobre la colcha. Luego Hans Castorp lloró, dejó resbalar sobre sus mejillas las lágrimas que habían quemado al oficial de la marina inglesa, ese líquido claro que mana en todas partes del mundo tan abundante, tan amargamente y a toda hora, hasta el punto de que se ha dado al valle terrestre un nombre poético que recuerda ese producto alcalino y salado de las glándulas, que el trastorno nervioso de un dolor que nos traspasa tanto el dolor físico como el moral arranca a nuestro cuerpo".
Así lo dejó escrito para las generaciones venideras Thomas Mann.
¡Muy duro, lo sé!
20 de septiembre de 2015
20 de septiembre de 2015
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de una amistad verdadera, vista a través de los ojos de un director que nos muestra la humanidad a través de la sencillez y el humor, cosa nada fácil.
El deambular de sus personajes por las calles de madrid, viviendo momentos clave de sus vidas a traves de la sencillez de pasear a Truman, hacen de esta intimista película un regalo. Ambos actores transmiten, sin decir mucho, muchisimas emociones que las hacen totalmente creibles y que te hacen conectar fácilmente con su situación vital.
Y cabe añadir, si no fuera suficiente, que ambos actores se encuentran en el apogeo de sus carreras y nos regalan próbablemente una de sus mejores actuaciones.
Gracias.
El deambular de sus personajes por las calles de madrid, viviendo momentos clave de sus vidas a traves de la sencillez de pasear a Truman, hacen de esta intimista película un regalo. Ambos actores transmiten, sin decir mucho, muchisimas emociones que las hacen totalmente creibles y que te hacen conectar fácilmente con su situación vital.
Y cabe añadir, si no fuera suficiente, que ambos actores se encuentran en el apogeo de sus carreras y nos regalan próbablemente una de sus mejores actuaciones.
Gracias.
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