Un ladrón en la alcoba
1932 

7.7
3,602
Comedia. Romance
Lily, una carterista que se hace pasar por condesa, conoce en Venecia al famoso ladrón Gaston Monescu, quien a su vez se hace pasar por barón, y se enamoran. Gaston roba al aristócrata François Fileba y huye con Lily antes de que le descubran. Casi un año después, en París, Gaston roba un bolso con diamantes incrustados a la viuda Mariette Colet, pero se lo devuelve y la cautiva de tal forma que lo contrata como secretario. (FILMAFFINITY) [+]
4 de julio de 2009
4 de julio de 2009
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Indispensable para quien le guste las películas románticas memorables de la elegancia y el refinamiento.
Los minutos iniciales son perfectos. Desde las habitaciones del hotel se presenta a un hombre que cae al suelo inconsciente; al mismo tiempo aparece otro con aspecto lánguido, mira por la ventana. No hay paredes, todo se comunica, se contempla el agua con el brillo de la noche, un gondolero canta y una mujer saluda enigmática desde otra góndola que se desliza por el canal, igual que la cámara que se ha deslizado por los escenarios como una esquisitez total.
Pero ahí está Lubitsch. Ese mundo de ensueño, pronto vemos que, en realidad, pertenece al mundo de los mortales. Se trata de un ladrón romántico, frívolo, atractivo hasta el punto de enamorar a su siguiente víctima, una millonaria.
Sólo los genios del cine pueden combinar imágenes y diálogos tan llenos de encanto entre la relación triangular que nos presenta. Indispensable obra que no es una obra menor, es una obra clave de un genio del cine con un humor cínico y maravilloso que muchos profesionales luego no dejaron de elogiar. Añadir un final lleno de ternura, de esa que llega directa al corazón.
Los minutos iniciales son perfectos. Desde las habitaciones del hotel se presenta a un hombre que cae al suelo inconsciente; al mismo tiempo aparece otro con aspecto lánguido, mira por la ventana. No hay paredes, todo se comunica, se contempla el agua con el brillo de la noche, un gondolero canta y una mujer saluda enigmática desde otra góndola que se desliza por el canal, igual que la cámara que se ha deslizado por los escenarios como una esquisitez total.
Pero ahí está Lubitsch. Ese mundo de ensueño, pronto vemos que, en realidad, pertenece al mundo de los mortales. Se trata de un ladrón romántico, frívolo, atractivo hasta el punto de enamorar a su siguiente víctima, una millonaria.
Sólo los genios del cine pueden combinar imágenes y diálogos tan llenos de encanto entre la relación triangular que nos presenta. Indispensable obra que no es una obra menor, es una obra clave de un genio del cine con un humor cínico y maravilloso que muchos profesionales luego no dejaron de elogiar. Añadir un final lleno de ternura, de esa que llega directa al corazón.
7 de diciembre de 2017
7 de diciembre de 2017
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
“ El sentido del humor es una prueba de la inteligencia”, afirma Borges. Por tanto, el necio no tiene sentido del humor, si se me permite una vulgar conclusión silogística.
Si Borges viviese hoy, conservando la vista que perdió prematuramente y acudiese a una sala de cine para presenciar alguno de los engendros de humor soez y encefalograma plano con los que nos castiga el cine de los últimos años, saldría horrorizado a los cinco minutos de proyección, pero para curarse de espanto, en casa, se administraría una medicina infalible y reponedora, por ejemplo , una cinta de Lubitsch, y haría bien…
Existen diferentes tipos de risas. Hay risas deliberadamente ofensivas, destructivas, que emanan de infundados prejuicios, del recelo, de la envidia o de un patético complejo de inferioridad, vitriolo endémico que sufrimos hoy.
Hay risas vulgares y sucias, como la del parroquiano que cuenta chistes verdes en el bar que frecuentamos.
Otras tienen su origen en la simple alegría de sentirse vivo, como cosquillas del alma, nos reímos sin más, somos felices, aunque sea solo unos momentos, eso es todo. Hay risas cómplices, otras sardónicas, incluso de voluptuosidad sádica. Hay risas comprensivas, inteligentes, captamos lo que vemos u oímos y lo celebramos con ese “gesto correctivo”( así definía Bergson a la risa). A este último tipo de risa pertenece el cine de Lubitsch.
Con el sentido del humor trascendemos, salvamos obstáculos, desdramatizamos, alivio estoico, aunque su fuente sea la desesperación. En el fondo “no somos más que vísceras a medio pudrir", sentencia Celine. Riamos, por tanto.
Hay, naturalmente, una tipología para el sentido del humor. El absurdo, como el de los hermanos Marx o el de Samuel Beckett, colindante con el surrealismo y, si me apuran ,del dadaísmo. Aquí pueden entrar en juego la pirueta conceptual del juego de palabras, la pantomima, la mordacidad, la ironía e incluso el sarcasmo. Es un humor destructivo con las reglas, con la moral , pero nunca soez, todo lo contrario, lo inteligente radica en la forma, en la expresión. Con el sentido del humor negro, en cambio, bromeamos con cosas que maldita la gracia que nos hacen, como la enfermedad y la muerte, pero lo hacemos, precisamente para desdramatizar, en definitiva es un estoico consuelo (sirvan de ejemplos la escritura de Celine o el Verdugo de Berlanga). Hay también humor loco, disparatado y circense, el de las “screwball comedies”( La fiera de mi niña, Luna nueva o Al servicio de las damas). Existe también un tipo de humor que siempre he admirado por su sutileza y minimalismo, el humor abstracto, como el de Tati ( Mi tío, Las vacaciones de señor Hulot). Está también el sentido del humor soez, claro está, deleznable e idiota, desgraciadamente el de la mayoría de la películas actuales.. El sentido del humor elegante y sofisficado, donde pueden entrar en juego todos los señalados antes, salvo el humor soez. Y en este tipo, el sofisticado, recala el arte de Lubitsch.
Un ladrón en la alcoba es un prodigio de delicadeza, de elegancia, de expresión ( verbal y gestual), nada chirría, con una gracia alada que aún causa asombro habida cuenta del año de producción (1932).
La historia es lo de menos, dos ladrones de guante blanco (Herbert Marshall y Miriam Hopkins) que se escudan en falsas entidades se alían para un robo de joyas y se enamoran. Nada nuevo, hasta aquí. Pero Lubitsch saca de su varita mágica todo un banquete de juegos conceptuales, de circense y delirante pantomima (véase el final de la película que no voy a desvelar), de humor surrealista (Herbert Marshall, señalando en la terraza a la luna, le dice al mayordomo al comienzo de la cinta: “ Cuando llegue la marquesa, quiero que esa luna esté ahí, solo ahí” y el mayordomo, haciendo gala de su servilismo congénito, balbucea sorprendido un “ Sí señor…sí,señor.
No hay que soslayar la labor magnífica de secundarios impagables y exquisitos como Ruggles o Edward Horton, testigos de los equívocos molierescos de este tipo de historias.
No lo olvidemos, en Lubitsch, el gesto es de importancia capital, a veces, más incluso que la palabra ( y otra vez remito al final, uno de los mejores finales que uno haya presenciado, donde se dan la mano la comicidad y el fulgor romántico), Sin Lubitsch sería impensable un Billy Wilder, esta joya lo corrobora.
Si con Buster Keaton, encaramos todo tipo de adversidades ( guerra, masas de gente enloquecida, tormentas,etc) para conquistar a la amada, si con Chaplin soportamos todo tipo de humillaciones para lograr igual botín sentimental, con Lubitsch, apelando a la sensibilidad e inteligencia del espectador, nos hallamos ante una mayor exigencia, pero el esfuerzo, vale la pena.
Me comentaba uno de los usuarios de Filmaffinity, un competente cinéfilo, que el espectador actual padece de "alergia al cine en blanco y negro". Le doy toda la razón del mundo, el panorama es tan desalentador como el paisaje que Tarr nos muestra en El caballo de Turín.
Proust utilizó la atinada expresión " huérfanos del arte", que es casi como decir orfandad del alma, o de Dios. Una cura para librarnos de ese cáncer es el visionado de películas como esta, un saludable y altruista consejo.
Si Borges viviese hoy, conservando la vista que perdió prematuramente y acudiese a una sala de cine para presenciar alguno de los engendros de humor soez y encefalograma plano con los que nos castiga el cine de los últimos años, saldría horrorizado a los cinco minutos de proyección, pero para curarse de espanto, en casa, se administraría una medicina infalible y reponedora, por ejemplo , una cinta de Lubitsch, y haría bien…
Existen diferentes tipos de risas. Hay risas deliberadamente ofensivas, destructivas, que emanan de infundados prejuicios, del recelo, de la envidia o de un patético complejo de inferioridad, vitriolo endémico que sufrimos hoy.
Hay risas vulgares y sucias, como la del parroquiano que cuenta chistes verdes en el bar que frecuentamos.
Otras tienen su origen en la simple alegría de sentirse vivo, como cosquillas del alma, nos reímos sin más, somos felices, aunque sea solo unos momentos, eso es todo. Hay risas cómplices, otras sardónicas, incluso de voluptuosidad sádica. Hay risas comprensivas, inteligentes, captamos lo que vemos u oímos y lo celebramos con ese “gesto correctivo”( así definía Bergson a la risa). A este último tipo de risa pertenece el cine de Lubitsch.
Con el sentido del humor trascendemos, salvamos obstáculos, desdramatizamos, alivio estoico, aunque su fuente sea la desesperación. En el fondo “no somos más que vísceras a medio pudrir", sentencia Celine. Riamos, por tanto.
Hay, naturalmente, una tipología para el sentido del humor. El absurdo, como el de los hermanos Marx o el de Samuel Beckett, colindante con el surrealismo y, si me apuran ,del dadaísmo. Aquí pueden entrar en juego la pirueta conceptual del juego de palabras, la pantomima, la mordacidad, la ironía e incluso el sarcasmo. Es un humor destructivo con las reglas, con la moral , pero nunca soez, todo lo contrario, lo inteligente radica en la forma, en la expresión. Con el sentido del humor negro, en cambio, bromeamos con cosas que maldita la gracia que nos hacen, como la enfermedad y la muerte, pero lo hacemos, precisamente para desdramatizar, en definitiva es un estoico consuelo (sirvan de ejemplos la escritura de Celine o el Verdugo de Berlanga). Hay también humor loco, disparatado y circense, el de las “screwball comedies”( La fiera de mi niña, Luna nueva o Al servicio de las damas). Existe también un tipo de humor que siempre he admirado por su sutileza y minimalismo, el humor abstracto, como el de Tati ( Mi tío, Las vacaciones de señor Hulot). Está también el sentido del humor soez, claro está, deleznable e idiota, desgraciadamente el de la mayoría de la películas actuales.. El sentido del humor elegante y sofisficado, donde pueden entrar en juego todos los señalados antes, salvo el humor soez. Y en este tipo, el sofisticado, recala el arte de Lubitsch.
Un ladrón en la alcoba es un prodigio de delicadeza, de elegancia, de expresión ( verbal y gestual), nada chirría, con una gracia alada que aún causa asombro habida cuenta del año de producción (1932).
La historia es lo de menos, dos ladrones de guante blanco (Herbert Marshall y Miriam Hopkins) que se escudan en falsas entidades se alían para un robo de joyas y se enamoran. Nada nuevo, hasta aquí. Pero Lubitsch saca de su varita mágica todo un banquete de juegos conceptuales, de circense y delirante pantomima (véase el final de la película que no voy a desvelar), de humor surrealista (Herbert Marshall, señalando en la terraza a la luna, le dice al mayordomo al comienzo de la cinta: “ Cuando llegue la marquesa, quiero que esa luna esté ahí, solo ahí” y el mayordomo, haciendo gala de su servilismo congénito, balbucea sorprendido un “ Sí señor…sí,señor.
No hay que soslayar la labor magnífica de secundarios impagables y exquisitos como Ruggles o Edward Horton, testigos de los equívocos molierescos de este tipo de historias.
No lo olvidemos, en Lubitsch, el gesto es de importancia capital, a veces, más incluso que la palabra ( y otra vez remito al final, uno de los mejores finales que uno haya presenciado, donde se dan la mano la comicidad y el fulgor romántico), Sin Lubitsch sería impensable un Billy Wilder, esta joya lo corrobora.
Si con Buster Keaton, encaramos todo tipo de adversidades ( guerra, masas de gente enloquecida, tormentas,etc) para conquistar a la amada, si con Chaplin soportamos todo tipo de humillaciones para lograr igual botín sentimental, con Lubitsch, apelando a la sensibilidad e inteligencia del espectador, nos hallamos ante una mayor exigencia, pero el esfuerzo, vale la pena.
Me comentaba uno de los usuarios de Filmaffinity, un competente cinéfilo, que el espectador actual padece de "alergia al cine en blanco y negro". Le doy toda la razón del mundo, el panorama es tan desalentador como el paisaje que Tarr nos muestra en El caballo de Turín.
Proust utilizó la atinada expresión " huérfanos del arte", que es casi como decir orfandad del alma, o de Dios. Una cura para librarnos de ese cáncer es el visionado de películas como esta, un saludable y altruista consejo.
6 de febrero de 2010
6 de febrero de 2010
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los años treinta fue una década muy propicia para la comedia, por un lado teníamos la típica comedia americana de enredo y equívocos, (La fiera de mi niña, La picara puritana, Medianoche) y por otro la llamada comedia elegante y sofisticada (Ninotchka, Las tres noches de Eva) de la que Ernst Lubitsch y Preston Sturges fueron sus mejores exponentes.
Un ladrón en la alcoba, no es ni mucho menos una obra menor de su autor, fue una de las primeras películas sonoras de Lubitsch y era la obra preferida de su director.
Me encantan este tipo de comedias distinguidas, elegantes, con esa sensibilidad refinada presente en todas sus escenas, ese cinismo en sus diálogos, ese insinuar sin mostrar, esa puerta que se abre....esa otra que se cierra.
La cinta empieza con una melodía embriagadora, para después mostrarnos los enredos de una pareja de ladrones de guante blanco, en un lujoso hotel de la decadente Venecia.
Herbert Marshall y Miriam Hopkins están maravillosos, el primero con ese aire languido y desinteresado, haciendo gala de una elegancia suprema, y la segunda una rubia platino con aires de princesa (un poco plana para mi gusto, una lastima que en aquellos tiempos no se hubiese inventado todavía la silicona).
Concluyendo, una comedia estupenda, refinada, sutil, de diálogos ingeniosos, elegante y sobre todo muy romántica .
Para concluir, quiero romper una lanza a favor de Lubitsch, un genio de la comedia que era capaz de insinuar mas con una puerta cerrada, que otros directores de hoy con una bragueta abierta.
Un ladrón en la alcoba, no es ni mucho menos una obra menor de su autor, fue una de las primeras películas sonoras de Lubitsch y era la obra preferida de su director.
Me encantan este tipo de comedias distinguidas, elegantes, con esa sensibilidad refinada presente en todas sus escenas, ese cinismo en sus diálogos, ese insinuar sin mostrar, esa puerta que se abre....esa otra que se cierra.
La cinta empieza con una melodía embriagadora, para después mostrarnos los enredos de una pareja de ladrones de guante blanco, en un lujoso hotel de la decadente Venecia.
Herbert Marshall y Miriam Hopkins están maravillosos, el primero con ese aire languido y desinteresado, haciendo gala de una elegancia suprema, y la segunda una rubia platino con aires de princesa (un poco plana para mi gusto, una lastima que en aquellos tiempos no se hubiese inventado todavía la silicona).
Concluyendo, una comedia estupenda, refinada, sutil, de diálogos ingeniosos, elegante y sobre todo muy romántica .
Para concluir, quiero romper una lanza a favor de Lubitsch, un genio de la comedia que era capaz de insinuar mas con una puerta cerrada, que otros directores de hoy con una bragueta abierta.
23 de junio de 2009
23 de junio de 2009
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra diana de Lubitsch, y me da que bastante infravalorada.
Casi todas las constantes del cine de este genio palpitan aquí con fuerza. Esto es, el finísimo cinismo, la agudeza, el humor elegante y el caústico y falsamente frívolo análisis de las tensiones entre hombres y mujeres, o penes y coños, según cómo se mire.
Miriam Hopkins, como en la igualmente brillante Una Mujer Para Dos, rebosa carisma, y Herbert Marshall está arrebatador, como ladrón de guante rojiblanco, que contribuye a imprimir un toque canalla, gamberro y de falsas apariencias al guión verdaderamente gratificante.
Bien, Ernst, bien.
Casi todas las constantes del cine de este genio palpitan aquí con fuerza. Esto es, el finísimo cinismo, la agudeza, el humor elegante y el caústico y falsamente frívolo análisis de las tensiones entre hombres y mujeres, o penes y coños, según cómo se mire.
Miriam Hopkins, como en la igualmente brillante Una Mujer Para Dos, rebosa carisma, y Herbert Marshall está arrebatador, como ladrón de guante rojiblanco, que contribuye a imprimir un toque canalla, gamberro y de falsas apariencias al guión verdaderamente gratificante.
Bien, Ernst, bien.
10 de octubre de 2012
10 de octubre de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra gran obra de uno de los mejores directores de la historia del cine, a partir de un guión de Samson Raphaelson y Grover Jones. No se trata de comparar cada obra con “Ser o No Ser” (1942) o “Ninotchka” (1939), por comentar algunas de las películas más famosas del realizador; se trata de disfrutar de obras como esta menos conocidas pero con la genialidad del director en cada plano, en cada secuencia narrativa, en los planos sin diálogos que aportan argumento mediante sonidos o sugerencias.
Lubitsch siempre cuenta con el espectador como parte activa del film, con su inteligencia e interés, sabe que lo que enseña el espectador lo entiende, no le deja todo mascado mediante diálogos vacuos o superficiales. Con una imagen sabe decir y sugerir muchas cosas. Hay que estar en unión con sus films, es un artesano de la elipsis cinematográfica, es un artesano narrador de la historia donde todo tiene sentido, cada plano de objetos quiere decir y sugerir algo sin la palabra. Lubitsch tiene ese plus que sólo poseían los directores que crecieron con el cine mudo, sabiendo narrar visualmente y contar con el espectador para contarle algo visualmente sin necesidad de diálogo o de por ejemplo un plano contra-plano, o de un plano general.
El film es otra de sus comedias sofisticadas, muy bien realizada y muy recomendada para amantes del género, que pasarán un rato agradable con esta historia de amor entre ladrones y con unos guiños sexuales marca de la casa Lubitsch. De las primera grandes comedias sonoras del genio, recomendada.
Lubitsch siempre cuenta con el espectador como parte activa del film, con su inteligencia e interés, sabe que lo que enseña el espectador lo entiende, no le deja todo mascado mediante diálogos vacuos o superficiales. Con una imagen sabe decir y sugerir muchas cosas. Hay que estar en unión con sus films, es un artesano de la elipsis cinematográfica, es un artesano narrador de la historia donde todo tiene sentido, cada plano de objetos quiere decir y sugerir algo sin la palabra. Lubitsch tiene ese plus que sólo poseían los directores que crecieron con el cine mudo, sabiendo narrar visualmente y contar con el espectador para contarle algo visualmente sin necesidad de diálogo o de por ejemplo un plano contra-plano, o de un plano general.
El film es otra de sus comedias sofisticadas, muy bien realizada y muy recomendada para amantes del género, que pasarán un rato agradable con esta historia de amor entre ladrones y con unos guiños sexuales marca de la casa Lubitsch. De las primera grandes comedias sonoras del genio, recomendada.
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