La rueda de la maravilla
6.2
10,209
Drama
En la Coney Island de la década de los 50, el joven Mickey Rubin (Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y de su esposa Ginny (Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco ... [+]
16 de enero de 2018
16 de enero de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una fotografía espectacular del genial Storaro, una interpretación magnífica de Kate Winslet y un guión irregular de Woody Allen, con su típico gran pulso narrativo, sí (y cierto aroma teatral de Tennessee Williams), pero nuevamente inconcluso y huérfano de evolución y remate. Lo he dicho otras veces de Allen: prefiero que haga una película cada 3 o 4 años a que todos los años nos saque una historia a la que, presumiblemente por prisas, le falta un hervor o dos para redondearla. Tiene, de nuevo, todos los ingredientes para ser una gran obra, pero de nuevo se queda corta, acaso porque está pensando en la peli del año que viene. A diferencia de recientes obras maestras suyas como "Match point" o "Midnight in Paris" (por no hablar de sus clásicos de los '70 como "Manhattan" o "Annie Hall"...)
15 de mayo de 2018
15 de mayo de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
101/04(05/05/18) Fiel a su cita anual nos llega la realización (como siempre también guioniza) de su largometraje Nº 81 de Woody Allen, en este caso el cansancio se hace patente, con salvados oasis (“Si la cosa funciona” o “Irrational man”) deja patentes su falta de ideas nuevas, tomando ideas suyas y proporcionando refritos que suma a clásicos de su cinefilia, en este caso para desarrollar un melodrama en el que mete en un coctel ideas de “Annie Hall” (Alvy naciendo en una casa en un parque de atracciones), su gusto por la primera mitad del SXX neoyorkino (en esto son legión: desde “Días de radio”, “Balas sobre Broadway” o la última “Café Society”), los triángulos románticos en que los protagonistas toman decisiones (llevados por sus bajas pasiones) radicales llevadas normalmente por el egoísmo (“Hannah y sus hermanas”, “Delitos y faltas”, “Maridos y mujeres” o “Match point”, hay más), ello protagonizado por una mujer muy melodramática en lucha con la crisis de la mediana edad (“Interiores”, “Septiembre”, “Blue Jasmine”, y más), esto en sí no es malo, es que aquí lo desarrolla con el piloto automático, sin alma, sin personajes que interesen, con situaciones forzadas, con momentos muy poco naturales, como esos monólogos cansinos a cámara del narrador encarnado por un descafeinado Justin Timberlake, o unos diálogos metidos con calzador, intentando emular la fuerza dramática del Tennessee Williams de “Un tranvía llamado deseo”, pero todo se nota acartonado. Un drama pasional en el que Allen nos priva del más preciado de sus dones como es el humor, quedando en algo seco y complicado de digerir en su rumbo hacia ningún lugar, provocando (por lo menos a mí) ni pizca de emoción al resultarme todo muy artificioso, todo automatizado, sin garra hasta desembocar en un anticlímax que te deja con clara sensación de vacío. La película se siente como que Allen ha tenido una idea de cómo empezar, el romance de amores (infidelidades) cruzadas en el marco decadente del icónico parque de atracciones de Coney Island, y con el jolgorio y fiesta de fondo desarrollar un agrio relato de amores ácidos, de desamores trágicos, de infidelidades idealizadas, y asimismo Woody vuelve a regalar otro caramelo para una actriz, en este caso a Kate Winslet le da un rol para su lucimiento, pero al que la gran actriz se agarra de modo excesivamente teatral, pero no ha sabido evolucionar una historia que enganche al notarse todo un deja vú, esta impresión de vacuidad se acentúa cuando su ambientación está muy por encima del film, donde la majestuosa fotografía del romano Vittorio Storaro (con profusión de cromatismos saturados, tomas largas, reflejos de marcadísima intensidad dramática en el naranja cuasi-fuego) parece un pretencioso ejercicio de onanismo del cinematógrafo, no por su pomposidad, si no por estar al servicio de una narración tan plana, tanto que la cinta llega a parecer una excusa para que Storaro componga planos y tomas de una beldad sibarita. Seguramente debe ser un guiño a la popular serie “The Sopranos”, aparecen en un cuasi-cameo los Tony Sirico y Steven J. Schirripa (los míticos Bobby y Paulie) aparecen como matones del mafioso marido de Carolina.
Se desinfla pronto, con auto-zancadillas tempranas, como el hastiante narrador en su petulancia oratoria carga bastante. La historia en su inicio puede apuntar a cine negro de “Delitos y faltas”, a comedia estilo “La Rosa Púrpura del Cairo”, a melodrama tórrido pasional a lo “Match Point”, pero en cuanto avanza nos damos cuenta que Allen quiere emular a los dramaturgos de Broadway como Euge O´Neil o al que más huele, como Tennesee Williams, donde la mayoría de la acción transcurre en una deprimente vivienda con vista al entusiasmo festivalero del parque de atracciones, y donde la protagonista es un claro remedo de la Blanche Dubois de “Un tranvía llamado deseo”, escuchamos que el marido baterista de Ginny se suicidó y que ella siempre escucha su batería en la cabeza, al igual que Blanche DuBois siempre escucha el vals que interpretó la noche (del suicidio) su propio marido, incluso los personajes terminan de modo similar, esto ya ocurría en otro reciente film alleniano como “Blue Jasmine”, ello con constantes guiños para los que hayan visto la obra. Esta estructura de teatralidad provoca escenas pesarosas en su manufacturación y poca naturalidad.
Con subtramas estridentes como la del niño (Richie encarnado por Jack Gore) pirómano, no sé si es que estaba destinada a ser la nota de humor y se perdió en el montaje o que es tan forzada como parece; o el pegote de la charla de Mickey con su amigo “gafapasta” (como no, frente a un tablero de ajedrez, que esto da mucho nivel neuronal, ja,ja!), que le hace decidir su futuro.
Puesta en escena que a lo mejor ante la intrascendencia vacua de lo que se cuenta es invadida por la fulgencia del nuevo colaborador (empezó esta en la mencionada del 2016) en la cinematografía de Woody, Vittorio Storaro (“Apocalypse Now”), que en comunión con la labor brillante del diseñador habitual del director, Santo Loquasto (“Días de radio”), rodando íntegramente en Nueva York City, con la playa, el malecón, o con una preciosa recreación de la vivienda de Ginny, con esas bucólicas vistas a la Wonder Wheel (emblemática noria del parque de atracciones), esto sumado al gran diseño de vestuario de Suzy Benzinger (“Café Society”), como exteriorización de la personalidad de los personajes; todo esto atomizado por la espléndida fotografía, ya marcando el camino desde su evocador inicio en conjunción con los efectos visuales creados por Mike Myers (“Gotham”), con esa atestada playa de Coney Island, un travelling digno de una postal vintage, para después Vittorio impregnar de juego de contrastes de luces las escenas, saturando la vivienda de Ginny de tonalidades anaranjadas (Ginny viste mayormente en este color) -rojas macilentas, melosas que calan en el espectador,… (sigue en spoiler por falta de espacio)
Se desinfla pronto, con auto-zancadillas tempranas, como el hastiante narrador en su petulancia oratoria carga bastante. La historia en su inicio puede apuntar a cine negro de “Delitos y faltas”, a comedia estilo “La Rosa Púrpura del Cairo”, a melodrama tórrido pasional a lo “Match Point”, pero en cuanto avanza nos damos cuenta que Allen quiere emular a los dramaturgos de Broadway como Euge O´Neil o al que más huele, como Tennesee Williams, donde la mayoría de la acción transcurre en una deprimente vivienda con vista al entusiasmo festivalero del parque de atracciones, y donde la protagonista es un claro remedo de la Blanche Dubois de “Un tranvía llamado deseo”, escuchamos que el marido baterista de Ginny se suicidó y que ella siempre escucha su batería en la cabeza, al igual que Blanche DuBois siempre escucha el vals que interpretó la noche (del suicidio) su propio marido, incluso los personajes terminan de modo similar, esto ya ocurría en otro reciente film alleniano como “Blue Jasmine”, ello con constantes guiños para los que hayan visto la obra. Esta estructura de teatralidad provoca escenas pesarosas en su manufacturación y poca naturalidad.
Con subtramas estridentes como la del niño (Richie encarnado por Jack Gore) pirómano, no sé si es que estaba destinada a ser la nota de humor y se perdió en el montaje o que es tan forzada como parece; o el pegote de la charla de Mickey con su amigo “gafapasta” (como no, frente a un tablero de ajedrez, que esto da mucho nivel neuronal, ja,ja!), que le hace decidir su futuro.
Puesta en escena que a lo mejor ante la intrascendencia vacua de lo que se cuenta es invadida por la fulgencia del nuevo colaborador (empezó esta en la mencionada del 2016) en la cinematografía de Woody, Vittorio Storaro (“Apocalypse Now”), que en comunión con la labor brillante del diseñador habitual del director, Santo Loquasto (“Días de radio”), rodando íntegramente en Nueva York City, con la playa, el malecón, o con una preciosa recreación de la vivienda de Ginny, con esas bucólicas vistas a la Wonder Wheel (emblemática noria del parque de atracciones), esto sumado al gran diseño de vestuario de Suzy Benzinger (“Café Society”), como exteriorización de la personalidad de los personajes; todo esto atomizado por la espléndida fotografía, ya marcando el camino desde su evocador inicio en conjunción con los efectos visuales creados por Mike Myers (“Gotham”), con esa atestada playa de Coney Island, un travelling digno de una postal vintage, para después Vittorio impregnar de juego de contrastes de luces las escenas, saturando la vivienda de Ginny de tonalidades anaranjadas (Ginny viste mayormente en este color) -rojas macilentas, melosas que calan en el espectador,… (sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
… en un crescendo fulgente que por momentos parece la antesala del Infierno, con azulados que transmiten melancolía, con luces de neón nocturnas rojas y azules, y es que crea unos cuadros de una lindeza incisiva, para acabar en el apartamento protagonista con unos patinados apagados miel que sugieren opresión y claustrofobia, en sinergia con el estado de animo de Ginny. Lástima que esta labor sea para adornar algo tan trivial, si de una película de Woody se dice que lo mejor es la fotografía, es que falla mucho; La banda sonora es siempre una delicia para los melómanos del jazz, pero entiendo es demasiado alegre para el drama al que asistimos, chirría con el tono general, destaca el tema alusivo de Mills Brothers "Coney Island Washboard".
Sobresale el retrato de personalidad de Ginny, especie de respuesta alleniana a los que le han criticado por que en algunas de sus cintas sus protagonistas están “enrollados” con mujeres mucho más jóvenes que ellos, sin que esto suponga dilema moral alguno, en este caso Ginny tiene un adulterio con un joven y apuesto muchacho (Mickey), solo que aquí ella si tiene el dilema y sufrimiento por su edad superior, sintiéndose en clara inferioridad con su “rival” Carolina. Ginny es un notorio alter ego pasado de vueltas de la ya mencionada Blanche DuBois de “Un tranvía…”, con momentos tan claros de guiño como el tramo final que se pone en su vivienda una vestimenta propia del mencionado personaje de Tennessee. Es una mujer madura, infeliz en su matrimonio, con un pasado de malas decisiones, bipolar, depresiva, soñadora, con ese rasgo alegórico de que tenga migrañas, a modo de estigma de su espíritu doliente, con ese rasgo alegórico de que tenga migrañas, a modo de estigma de su espíritu doliente, como es otra mácula lo del hijo pirómano (un parche): Kate Winslet encarna a esta sufridora con dignidad y orgullo, pero excesivamente melodramática, sobreactuando de modo excesivo, adolece de mesura, eso sí, sin llegar al mega-histrionismo de la Penélope Cruz de “Vicky, Cristina, Barcelona”; Justin Timberlake encarnando al aspirante a escritor Mickey Rubin, que en otras películas me había agradado, aquí me resulta un querubín demasiado blandito, demasiado guapa, demasiado aséptico, demasiado noble, demasiado culto en sus parrafadas, quedando muy rebuscado ("Como poeta, utilizo símbolos, y como dramaturgo en ciernes, disfruto el melodrama y los personajes más grandes que la vida", botón de muestra de arranque sobrepasado; o "Quiero escribir obras de teatro sobre la vida humana", puaj!), no emite profundidad alguna, se ve liviano, sin química alguna ni con Winslet, ni con Temple, demasiado solemne, le falta picardía y frescura, se ve encorsetado y etéreo en su hermosura cuasi de escultura griega en que sus ojos azules sobrepasan la pantalla (y soy muy hetero!), sería un error de casting, si el resto acompañara, y no es el caso; Juno Temple desborda belleza como Carolina, pareciéndose a musas allenianas (Scarlett Johansson o Emma Stone), pero se ve muy modosita, poco realista cuando Ginny se mete con ella una y otra vez, pero su rol parece plúmbeo ante los ataques, no me la creo; James Belushi es un claro remedo del impulsivo Monk (Danny Aiello) de “La Rosa Púrpura del Cairo”, pero aquí más domesticado, más dócil, suavizado, aunque el actor sabe dotarlo de adustez y la sequedad que nos hace verlo como un violento latente.
Melodrama del montón, sin fuste, con personajes estereotipados, con situaciones que se van retorciendo si n que nos afecte, ni nos importe si les va bien o fatal. Yo soy un gran aficionado al cine de Woody Allen, pero no comulgo con ruedas de molino, y es que llega a parecer que la leyenda urbana de que es su hermana, la productora Letty Aronson, la que dirige en vez de él debería ser estudiada por un equipo de investigación. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: https://conloslumiereempezo.blogspot.com/2018/05/wonder-wheel.html
Sobresale el retrato de personalidad de Ginny, especie de respuesta alleniana a los que le han criticado por que en algunas de sus cintas sus protagonistas están “enrollados” con mujeres mucho más jóvenes que ellos, sin que esto suponga dilema moral alguno, en este caso Ginny tiene un adulterio con un joven y apuesto muchacho (Mickey), solo que aquí ella si tiene el dilema y sufrimiento por su edad superior, sintiéndose en clara inferioridad con su “rival” Carolina. Ginny es un notorio alter ego pasado de vueltas de la ya mencionada Blanche DuBois de “Un tranvía…”, con momentos tan claros de guiño como el tramo final que se pone en su vivienda una vestimenta propia del mencionado personaje de Tennessee. Es una mujer madura, infeliz en su matrimonio, con un pasado de malas decisiones, bipolar, depresiva, soñadora, con ese rasgo alegórico de que tenga migrañas, a modo de estigma de su espíritu doliente, con ese rasgo alegórico de que tenga migrañas, a modo de estigma de su espíritu doliente, como es otra mácula lo del hijo pirómano (un parche): Kate Winslet encarna a esta sufridora con dignidad y orgullo, pero excesivamente melodramática, sobreactuando de modo excesivo, adolece de mesura, eso sí, sin llegar al mega-histrionismo de la Penélope Cruz de “Vicky, Cristina, Barcelona”; Justin Timberlake encarnando al aspirante a escritor Mickey Rubin, que en otras películas me había agradado, aquí me resulta un querubín demasiado blandito, demasiado guapa, demasiado aséptico, demasiado noble, demasiado culto en sus parrafadas, quedando muy rebuscado ("Como poeta, utilizo símbolos, y como dramaturgo en ciernes, disfruto el melodrama y los personajes más grandes que la vida", botón de muestra de arranque sobrepasado; o "Quiero escribir obras de teatro sobre la vida humana", puaj!), no emite profundidad alguna, se ve liviano, sin química alguna ni con Winslet, ni con Temple, demasiado solemne, le falta picardía y frescura, se ve encorsetado y etéreo en su hermosura cuasi de escultura griega en que sus ojos azules sobrepasan la pantalla (y soy muy hetero!), sería un error de casting, si el resto acompañara, y no es el caso; Juno Temple desborda belleza como Carolina, pareciéndose a musas allenianas (Scarlett Johansson o Emma Stone), pero se ve muy modosita, poco realista cuando Ginny se mete con ella una y otra vez, pero su rol parece plúmbeo ante los ataques, no me la creo; James Belushi es un claro remedo del impulsivo Monk (Danny Aiello) de “La Rosa Púrpura del Cairo”, pero aquí más domesticado, más dócil, suavizado, aunque el actor sabe dotarlo de adustez y la sequedad que nos hace verlo como un violento latente.
Melodrama del montón, sin fuste, con personajes estereotipados, con situaciones que se van retorciendo si n que nos afecte, ni nos importe si les va bien o fatal. Yo soy un gran aficionado al cine de Woody Allen, pero no comulgo con ruedas de molino, y es que llega a parecer que la leyenda urbana de que es su hermana, la productora Letty Aronson, la que dirige en vez de él debería ser estudiada por un equipo de investigación. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: https://conloslumiereempezo.blogspot.com/2018/05/wonder-wheel.html
15 de septiembre de 2020
15 de septiembre de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que leí la autobiografía de Woody Allen, me propuse intentar ver la mayoría de películas de su extensa filmografía. Debo admitir que no soy fan del director neoyorkino, apreciando más sus primeros trabajos que no los últimos, siendo estos productos insustanciales que aportan bien poco y que se olvidan tan rápido como se consumen.
En dicho libro sobre la vida del controvertido cineasta, éste defendía a capa y espada la reciente Wonder Wheel (2017), hasta el punto de decir que está entre una de sus tres mejores obras, que se dice bien pronto (y más teniendo en cuenta que no le tiene especial cariño a su película más aplaudida, Annie Hall).
Y es que hablamos de un film que se estrenó en medio del Mee Too (necesario movimiento que, reconozcámoslo de una vez, ha perdido cierta fuerza), con la consabida oleada de críticas a Allen por hechos del pasado (aunque dejando bien claro que ha ganado todos y cada uno de los juicios… pero ésa es otra historia), haciendo que la crítica especializada machacase sin piedad la película y siendo ignorada por el público.
El caso es que la imagen del señor Woody Allen jamás volverá a ser la misma (estoy seguro que después de su muerte se hablará más de sus supuestos pecados que no de su cine), siendo un apestado prácticamente, al que conviene tener bien lejos. Todo cobra todavía más sentido cuando, hace bien poco, la actriz protagonista de la película que nos ocupa, la siempre excelente Kate Winslet, ha arremetido contra Allen (y Polanski), afirmando que se arrepiente de haber trabajado con él.
Curioso, porque todo esto sale a la luz cuando comienza la temporada de premios, en un movimiento similar al de otros intérpretes que colaboraron con el director, que reniegan del mismo cuando los hechos de los que se le acusan eran bien sabidos desde hace décadas. Pero no estamos aquí para hablar de esta nueva polémica, aunque es bien cierto que es la misma la que me ha recordado que tenía guardado en un cajón este trabajo de Allen, por lo que he considerado oportuno comprobar en mis propias carnes si realmente es una de sus mejores películas. Os ahorro el suspense: no lo es. Es más, estamos ante otro trabajo inferior y olvidable, confirmando que el cineasta vivió tiempos mejores.
La dirección de Allen es de corte intimista y teatral, ya que la mayoría de la acción sucede en el mismo espacio, y es una pena, porque se desaprovechan los hermosos entornos que aparecen en tan pocos momentos, como esa feria de telón de fondo, a la cual no se le saca todo el partido posible. Eso sí, se aprecia una mejor labor que en trabajos posteriores, como en la también olvidable Día de lluvia en Nueva York.
Se agradece que la película dure poco más de hora y media, como suele ser norma en casi todos los films del cineasta, pero aún así la historia se hace algo larga, sin rumbo fijo (esa narración que viene y va, y que al final no aporta nada) y con unos personajes con los que es imposible empatizar, ya sea porque no tienen carisma alguno (el de Timberlake o el de Temple) o porque directamente son insufribles (el de Winslet).
Tampoco ayuda que estemos ante una trama tan predecible e insípida, en la cual destacan algunos momentos y diálogos, pero que acaba provocando el tedio, ya que no atrapa ni emociona, con unos personajes más fríos de lo deseado, siendo otro producto sin garra, cortesía de a factoría Allen, que lleva unos años que dan para reflexionar.
Jamás llegaré a comprender la fascinación de Allen por su propia obra, cuando es obvio que es uno de sus peores trabajos, donde casi nada funciona y se cree mejor de lo que realmente es. Tampoco seré yo el que le haga entrar en razón, ya que cada uno tiene sus gustos…
Y llegamos al punto que mejor funciona en la cinta, que no es otro que el reparto, con una gran Winslet como protagonista, que ofrece una espléndida actuación (y eso que el personaje es complicado), y con una serie de secundarios, a cada cual más desaprovechado, como unos pocos esforzados Juno Temple o Justin Timberlake (éste siendo uno de los pocos casos de cantante que sí es actor), con dos papeles que no dan para mucho más, o un felizmente recuperado James Belushi, con el que seguramente sea el personaje más agradecido de la cinta.
Fuera de eso, poco se puede rascar, en un producto que quizás recibió más palos de los merecidos por estrenarse en un mal momento, pero que tampoco es ninguna maravilla, siendo otro pobre trabajo del autor, el cual todos habremos olvidado más pronto que tarde. Qué lejos quedan sus buenos tiempos…
Más críticas: ocioworld.net
En dicho libro sobre la vida del controvertido cineasta, éste defendía a capa y espada la reciente Wonder Wheel (2017), hasta el punto de decir que está entre una de sus tres mejores obras, que se dice bien pronto (y más teniendo en cuenta que no le tiene especial cariño a su película más aplaudida, Annie Hall).
Y es que hablamos de un film que se estrenó en medio del Mee Too (necesario movimiento que, reconozcámoslo de una vez, ha perdido cierta fuerza), con la consabida oleada de críticas a Allen por hechos del pasado (aunque dejando bien claro que ha ganado todos y cada uno de los juicios… pero ésa es otra historia), haciendo que la crítica especializada machacase sin piedad la película y siendo ignorada por el público.
El caso es que la imagen del señor Woody Allen jamás volverá a ser la misma (estoy seguro que después de su muerte se hablará más de sus supuestos pecados que no de su cine), siendo un apestado prácticamente, al que conviene tener bien lejos. Todo cobra todavía más sentido cuando, hace bien poco, la actriz protagonista de la película que nos ocupa, la siempre excelente Kate Winslet, ha arremetido contra Allen (y Polanski), afirmando que se arrepiente de haber trabajado con él.
Curioso, porque todo esto sale a la luz cuando comienza la temporada de premios, en un movimiento similar al de otros intérpretes que colaboraron con el director, que reniegan del mismo cuando los hechos de los que se le acusan eran bien sabidos desde hace décadas. Pero no estamos aquí para hablar de esta nueva polémica, aunque es bien cierto que es la misma la que me ha recordado que tenía guardado en un cajón este trabajo de Allen, por lo que he considerado oportuno comprobar en mis propias carnes si realmente es una de sus mejores películas. Os ahorro el suspense: no lo es. Es más, estamos ante otro trabajo inferior y olvidable, confirmando que el cineasta vivió tiempos mejores.
La dirección de Allen es de corte intimista y teatral, ya que la mayoría de la acción sucede en el mismo espacio, y es una pena, porque se desaprovechan los hermosos entornos que aparecen en tan pocos momentos, como esa feria de telón de fondo, a la cual no se le saca todo el partido posible. Eso sí, se aprecia una mejor labor que en trabajos posteriores, como en la también olvidable Día de lluvia en Nueva York.
Se agradece que la película dure poco más de hora y media, como suele ser norma en casi todos los films del cineasta, pero aún así la historia se hace algo larga, sin rumbo fijo (esa narración que viene y va, y que al final no aporta nada) y con unos personajes con los que es imposible empatizar, ya sea porque no tienen carisma alguno (el de Timberlake o el de Temple) o porque directamente son insufribles (el de Winslet).
Tampoco ayuda que estemos ante una trama tan predecible e insípida, en la cual destacan algunos momentos y diálogos, pero que acaba provocando el tedio, ya que no atrapa ni emociona, con unos personajes más fríos de lo deseado, siendo otro producto sin garra, cortesía de a factoría Allen, que lleva unos años que dan para reflexionar.
Jamás llegaré a comprender la fascinación de Allen por su propia obra, cuando es obvio que es uno de sus peores trabajos, donde casi nada funciona y se cree mejor de lo que realmente es. Tampoco seré yo el que le haga entrar en razón, ya que cada uno tiene sus gustos…
Y llegamos al punto que mejor funciona en la cinta, que no es otro que el reparto, con una gran Winslet como protagonista, que ofrece una espléndida actuación (y eso que el personaje es complicado), y con una serie de secundarios, a cada cual más desaprovechado, como unos pocos esforzados Juno Temple o Justin Timberlake (éste siendo uno de los pocos casos de cantante que sí es actor), con dos papeles que no dan para mucho más, o un felizmente recuperado James Belushi, con el que seguramente sea el personaje más agradecido de la cinta.
Fuera de eso, poco se puede rascar, en un producto que quizás recibió más palos de los merecidos por estrenarse en un mal momento, pero que tampoco es ninguna maravilla, siendo otro pobre trabajo del autor, el cual todos habremos olvidado más pronto que tarde. Qué lejos quedan sus buenos tiempos…
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14 de diciembre de 2017
14 de diciembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con 82 años Woody Allen vuelve a la carga con esta película muy teatral y bastante dramática, alejándose un poco de la comedia y escribiendo un guión a lo Tennessee Williams explorando lo mejor y lo peor de la condición humana con poca esperanza y en una época de postguerra.
Tiene una puesta en escena magnífica de Santo Loquasto para retratar aquellos años con las playas concurridas y el parque de atracciones al fondo, pero deslumbra el colorido de su fotografía del grandísimo Vittorio Storaro con quien Woody Allen ya había trabajado anteriormente en Café Society.
Las interpretaciones están bastante bien, Allen sabe dirigir actores y saca lo mejor de James Belushi, Juno Temple y Justin Timberlake, pero sobre todo destacaría la interpretación de Kate Winslet que esta maravillosa.
No es de las mejores películas de Woody Allen, pero consigue retratar muy bien la esencia del triángulo amoroso de los protagonistas, dando un resultado oscuro y melancólico de los personajes que intentan salir de sus miserables vidas muy bien reflejado por el director.
Destino Arrakis.com
Tiene una puesta en escena magnífica de Santo Loquasto para retratar aquellos años con las playas concurridas y el parque de atracciones al fondo, pero deslumbra el colorido de su fotografía del grandísimo Vittorio Storaro con quien Woody Allen ya había trabajado anteriormente en Café Society.
Las interpretaciones están bastante bien, Allen sabe dirigir actores y saca lo mejor de James Belushi, Juno Temple y Justin Timberlake, pero sobre todo destacaría la interpretación de Kate Winslet que esta maravillosa.
No es de las mejores películas de Woody Allen, pero consigue retratar muy bien la esencia del triángulo amoroso de los protagonistas, dando un resultado oscuro y melancólico de los personajes que intentan salir de sus miserables vidas muy bien reflejado por el director.
Destino Arrakis.com
1 de enero de 2018
1 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como he repetido suficientemente, no me cabe ninguna duda de que Woody Allen es todo un referente de la alta dirección cinematográfica del s XX aunque, como autor prolífico, algunas de sus obras me gustan mucho más que otras y, en todo caso, admiro bastante más el talento reflexivo de sus guiones, su realización y su ironía que, por ejemplo, su labor como actor, sus composiciones musicales o sus excesos utilizando la voz en off.
A sus 82 años me da la impresión de que lo menos que se puede pedir a sus analistas es que, en homenaje a su brillante carrera, respeten su historia y valoren en su justa medida que dedique su previsible última etapa, más a recapacitar que a su tradicional y pura creatividad repleta de puyas sobre, fundamentalmente, la psicología social al uso, es decir las relaciones interpersonales que convivir nos permiten.
De modo que el guión de esta película -también suyo, como de costumbre- ya no destila el humor agridulce de sus habituales tragicomedias sino que se trata de todo un duro melodrama, teatralizado hasta el infinito, al estilo de como lo haría el mismísimo Tennessee Williams. Sólo el personaje secundario del surrealista niño pirómano (Jack Gore) es la excepción, perfectamente prescindible, por cierto.
Se trata, pues, de retratar, en una formidable ambientación de los 50' pero que podría haber sido de hoy en día, cómo de vacías e hipócritas se conforman las relaciones entre los seres humanos, absolutamente teatralizadas en el gran teatro del mundo. Y Allen, como cronista en negro de la desgraciada convivencia, no da un respiro, siquiera fugaz, a la tensión vital que ello supone.
Tampoco al cotidiano choque en las relaciones de pareja, ahora especialmente enrarecidas -por no decir endiabladas- merced a corrección política que ha derivado en la demonización de una parte de la violencia doméstica y laboral, que ha dado en llamarse 'de género' y que al propio Allen le está llegando a afectar personalmente, tanto por su trayectoria como director como por la de esposo.
Adentrándome ya en los aspectos puramente técnicos, el film, además de un correcto guión y de la ya mencionada buena ambientación, está bien montado, tiene ritmo y refleja a la perfección la terrible soledad que envuelve al individuo -y que tan bien llevaba a la pantalla Ingmar Bergman- por muy socializado que se encuentre.
Sí quisiera destacar la formidable fotografía, inundada por la tristeza, de Vittorio Storaro; y, de la interpretación, me quedo que el buen trabajo tanto de Kate Winslet como de James Belushi, mientras que me parecen manifiestamente mejorables las del resto.
Así que déjense de bromas con Allen. A estas alturas, como también le ocurre, verbigracia, a Polanski, se acabó el patio de recreo, en medio de un periodismo vociferador de viejos tocamientos presuntamente culpables a cargo de directores 'machistas' contra aspirantes a estrella, de ambos sexos, inocentemente 'consentidor@s' y que ahora -al cabo de los años, es decir, décadas- cuentan y no acaban. Con gran contento de los partidarios de la presunción de culpabilidad administrada al gusto de la época.
Parece, pues, bastante coherente, que entre los que se encuentran en el ojo del violento huracán aparezca quien muestre, en profundidad y sin ambages, qué suerte de sociedad pretende la expiación colectiva sin que le falte, desde luego, el correspondiente chivo.
Sobre mentira y vida: buen cine reflexivo, de un Allen ya definitivamente desencantado [7,5]
El quicio de la mancebía [EQM]
https://elquiciodelamancebia.wordpress.com/2018/01/02/wonder-wheel-eeuu-2017-de-woody-allen/
A sus 82 años me da la impresión de que lo menos que se puede pedir a sus analistas es que, en homenaje a su brillante carrera, respeten su historia y valoren en su justa medida que dedique su previsible última etapa, más a recapacitar que a su tradicional y pura creatividad repleta de puyas sobre, fundamentalmente, la psicología social al uso, es decir las relaciones interpersonales que convivir nos permiten.
De modo que el guión de esta película -también suyo, como de costumbre- ya no destila el humor agridulce de sus habituales tragicomedias sino que se trata de todo un duro melodrama, teatralizado hasta el infinito, al estilo de como lo haría el mismísimo Tennessee Williams. Sólo el personaje secundario del surrealista niño pirómano (Jack Gore) es la excepción, perfectamente prescindible, por cierto.
Se trata, pues, de retratar, en una formidable ambientación de los 50' pero que podría haber sido de hoy en día, cómo de vacías e hipócritas se conforman las relaciones entre los seres humanos, absolutamente teatralizadas en el gran teatro del mundo. Y Allen, como cronista en negro de la desgraciada convivencia, no da un respiro, siquiera fugaz, a la tensión vital que ello supone.
Tampoco al cotidiano choque en las relaciones de pareja, ahora especialmente enrarecidas -por no decir endiabladas- merced a corrección política que ha derivado en la demonización de una parte de la violencia doméstica y laboral, que ha dado en llamarse 'de género' y que al propio Allen le está llegando a afectar personalmente, tanto por su trayectoria como director como por la de esposo.
Adentrándome ya en los aspectos puramente técnicos, el film, además de un correcto guión y de la ya mencionada buena ambientación, está bien montado, tiene ritmo y refleja a la perfección la terrible soledad que envuelve al individuo -y que tan bien llevaba a la pantalla Ingmar Bergman- por muy socializado que se encuentre.
Sí quisiera destacar la formidable fotografía, inundada por la tristeza, de Vittorio Storaro; y, de la interpretación, me quedo que el buen trabajo tanto de Kate Winslet como de James Belushi, mientras que me parecen manifiestamente mejorables las del resto.
Así que déjense de bromas con Allen. A estas alturas, como también le ocurre, verbigracia, a Polanski, se acabó el patio de recreo, en medio de un periodismo vociferador de viejos tocamientos presuntamente culpables a cargo de directores 'machistas' contra aspirantes a estrella, de ambos sexos, inocentemente 'consentidor@s' y que ahora -al cabo de los años, es decir, décadas- cuentan y no acaban. Con gran contento de los partidarios de la presunción de culpabilidad administrada al gusto de la época.
Parece, pues, bastante coherente, que entre los que se encuentran en el ojo del violento huracán aparezca quien muestre, en profundidad y sin ambages, qué suerte de sociedad pretende la expiación colectiva sin que le falte, desde luego, el correspondiente chivo.
Sobre mentira y vida: buen cine reflexivo, de un Allen ya definitivamente desencantado [7,5]
El quicio de la mancebía [EQM]
https://elquiciodelamancebia.wordpress.com/2018/01/02/wonder-wheel-eeuu-2017-de-woody-allen/
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