Quiero la cabeza de Alfredo García
8 de septiembre de 2007
8 de septiembre de 2007
145 de 162 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Peckinpah es de verdad. Podrá ser tosco, bruto, sucio, pero siempre sacará lirismo, belleza y majestuosidad de sus desgarrados y crudos argumentos. Se trata de películas desencantadas y tristes, sobre personajes que contienen un código moral que puede ser discutible, pero que siguen con una admirable profesionalidad. Probablemente, "Quiero la cabeza de Alfredo García" es su film más extremo en todos los sentidos.
Se trata de un hombre demacrado por dentro que encuentra una posibilidad de escape de este mundo de mierda, para tener la vida que siempre quiso junto a la mujer que ama. Y ese escape viene en forma de la cabeza de un pobre desgraciado que tuvo la mala suerte de preñar a la hija de un poderoso. Afortunadamente, ya está muerto antes de la carrera que llevan a cabo el protagonista, y una panda de mafiosos por esa cabeza valorada en un millón de dólares.
Es una película desequilibrada y excesiva, cuya violencia tiende a la inverosimilitud, pero como siempre, este poeta crepuscular nos conmueve hasta la náusea. Cuando, tras luchar contra dilemas morales, la mujer a la que ama y un sol abrasador, consigue llegar a la dichosa cabeza, la pierde justo después y, con ella, a la mujer que ama. Después de esto, el protagonista se sume en las tinieblas. Tinieblas de alcohol y moteles perdidos en los que los recuerdos le asaltarán: <<solía tomarse una ducha>>; tinieblas de sangre y balazos, de cabezas cuyo espíritu reina en el remordimiento de nuestro hombre, de moscas y asfixiante calor. Tinieblas que ni un millón de dólares conseguirán apaciguar ya.
La misoginia de Peckinpah es excesiva, vale. Pero eso no impide que éste reconozca que sin ellas no somos nada. Si no me creen vean en el infierno en el que se sume el protagonista. Ese amor es sincero, terrible, y una vez perdido la vida de este hombre no vale nada. A mí hay algo que siempre me conmueve en el cine, y es que una vez que la vida te lo ha quitado todo, que ya no tienes un papel en el mundo, decidas largarte del mundo llevándote contigo a todos los hijos de puta que te arruinaron la vida. Una especie de “nos vamos a tomar por culo, pero con dos cojones”. Peckinpah era el que mejor sabía plasmar la belleza crepuscular de este trágico fin.
Por todo esto, Sam es un maestro, un poeta, alguien honesto y sincero. Un artista con una brutal e inimitable personalidad. Y todavía hay gente que lo compara con Tarantino. Vale que el cine de éste tiene su punto, pero a lo más que llegará es a una emoción de segunda, falsa, por mucho que me sorprendiera con “Jackie Brown”. Quizás Peckinpah no alcance la perfección técnica que logra Tarantino, pero su perfección interior es inigualable. Y no hay nada que me alegre más en esta página como el magnífico homenaje que se le está haciendo por parte de Aeris y Taylor. Que esto continúe.
Se trata de un hombre demacrado por dentro que encuentra una posibilidad de escape de este mundo de mierda, para tener la vida que siempre quiso junto a la mujer que ama. Y ese escape viene en forma de la cabeza de un pobre desgraciado que tuvo la mala suerte de preñar a la hija de un poderoso. Afortunadamente, ya está muerto antes de la carrera que llevan a cabo el protagonista, y una panda de mafiosos por esa cabeza valorada en un millón de dólares.
Es una película desequilibrada y excesiva, cuya violencia tiende a la inverosimilitud, pero como siempre, este poeta crepuscular nos conmueve hasta la náusea. Cuando, tras luchar contra dilemas morales, la mujer a la que ama y un sol abrasador, consigue llegar a la dichosa cabeza, la pierde justo después y, con ella, a la mujer que ama. Después de esto, el protagonista se sume en las tinieblas. Tinieblas de alcohol y moteles perdidos en los que los recuerdos le asaltarán: <<solía tomarse una ducha>>; tinieblas de sangre y balazos, de cabezas cuyo espíritu reina en el remordimiento de nuestro hombre, de moscas y asfixiante calor. Tinieblas que ni un millón de dólares conseguirán apaciguar ya.
La misoginia de Peckinpah es excesiva, vale. Pero eso no impide que éste reconozca que sin ellas no somos nada. Si no me creen vean en el infierno en el que se sume el protagonista. Ese amor es sincero, terrible, y una vez perdido la vida de este hombre no vale nada. A mí hay algo que siempre me conmueve en el cine, y es que una vez que la vida te lo ha quitado todo, que ya no tienes un papel en el mundo, decidas largarte del mundo llevándote contigo a todos los hijos de puta que te arruinaron la vida. Una especie de “nos vamos a tomar por culo, pero con dos cojones”. Peckinpah era el que mejor sabía plasmar la belleza crepuscular de este trágico fin.
Por todo esto, Sam es un maestro, un poeta, alguien honesto y sincero. Un artista con una brutal e inimitable personalidad. Y todavía hay gente que lo compara con Tarantino. Vale que el cine de éste tiene su punto, pero a lo más que llegará es a una emoción de segunda, falsa, por mucho que me sorprendiera con “Jackie Brown”. Quizás Peckinpah no alcance la perfección técnica que logra Tarantino, pero su perfección interior es inigualable. Y no hay nada que me alegre más en esta página como el magnífico homenaje que se le está haciendo por parte de Aeris y Taylor. Que esto continúe.
29 de abril de 2006
29 de abril de 2006
82 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el cine de Peckinpah, todas las mujeres son zorras, y todos los hombres unos pendencieros borrachos hijos de puta. Es una regla que se cumple en la mayor parte de su filmografía, y esta, por supuesto, no es una excepción. Aquí la trama tiene, como siempre en el cine de este borracho genial, a un auténtico perdedor como protagonista. Lo vemos al principio en su cantina, Benny es como Rick Blaine pero sin glamour y sin carisma. Un auténtico bala perdida que va vagando por la vida sin un rumbo fijo, y que se agarra al último clavo ardiendo que le ofrece la vida, su novia Elita, otra de las putas de Peckinpah.
Benny, al enterarse de la oferta, inicia un viaje aparentemente sencillo que, tras varios altercados, irá complicándose, y se convertirá en un auténtico descenso a los infiernos. Si todo comenzó como un viaje motivado por el dinero, conforme avanza la historia, y pierde aquello que ama, Benny se convierte en un auténtico animal, guiado por las ansias de venganza, lleno de odio contra todo aquello que representa la cabeza, por cuantas vidas se cobra el dichoso Alfredo, aunque la propia cabeza de Alfredo le servirá como un inusual compañero de viaje, alguien con quien hablar y a quien le confesara sus penas, sus pecados, y sus sentimientos. Dos historias bien diferenciadas son las que encuentra el espectador: antes y después de encontrar la cabeza. A partir de aquí, todo el mundo de Benny se desborda, y resulta extremadamente surrealista, el ver a un hombre lleno de odio hacia todo, incluso hacia su prometida, hablando con una cabeza a la que, por supuesto también odia. Borracho como una cuba, y lleno de odio, intentará acabar con todo aquello que no le permite vivir, ya que, tras perder lo poco que le quedaba, se da cuenta de que nada le hace feliz, e intentará acabar con quien ha organizado todo este embrollo, y, al igual que un antihéroe de western crepúscular, un inadaptado, lo solucionará todo pistola en mano.
La película contiene las constantes de Peckinpah. La violencia siempre presente en la sociedad, la misoginia recalcitrante de la que hacen gala todos los personajes, el desencanto con el mundo, etc... todo ello aderezado con su conocida ultraviolencia, en la que se recrea mediante el uso de su ya conocido montaje en cámara lenta, y su menos conocido lirismo, que impregna algunas de las mejores escenas de la película. Resulta bastante difícil de creer que esta película la dirigiese un solo hombre en su totalidad, pues hay un gran contraste entre las escenas " peckinpahsianas " y las maravillosas escenas liricas, llenas de grandes diálogos y de una fuerza sentimental que pocas veces se asocia a Peckinpah. Y todo ello en ese mundo fronterizo sucio, corrupto, maloliente que todos asociamos al cine del director americano.
Benny, al enterarse de la oferta, inicia un viaje aparentemente sencillo que, tras varios altercados, irá complicándose, y se convertirá en un auténtico descenso a los infiernos. Si todo comenzó como un viaje motivado por el dinero, conforme avanza la historia, y pierde aquello que ama, Benny se convierte en un auténtico animal, guiado por las ansias de venganza, lleno de odio contra todo aquello que representa la cabeza, por cuantas vidas se cobra el dichoso Alfredo, aunque la propia cabeza de Alfredo le servirá como un inusual compañero de viaje, alguien con quien hablar y a quien le confesara sus penas, sus pecados, y sus sentimientos. Dos historias bien diferenciadas son las que encuentra el espectador: antes y después de encontrar la cabeza. A partir de aquí, todo el mundo de Benny se desborda, y resulta extremadamente surrealista, el ver a un hombre lleno de odio hacia todo, incluso hacia su prometida, hablando con una cabeza a la que, por supuesto también odia. Borracho como una cuba, y lleno de odio, intentará acabar con todo aquello que no le permite vivir, ya que, tras perder lo poco que le quedaba, se da cuenta de que nada le hace feliz, e intentará acabar con quien ha organizado todo este embrollo, y, al igual que un antihéroe de western crepúscular, un inadaptado, lo solucionará todo pistola en mano.
La película contiene las constantes de Peckinpah. La violencia siempre presente en la sociedad, la misoginia recalcitrante de la que hacen gala todos los personajes, el desencanto con el mundo, etc... todo ello aderezado con su conocida ultraviolencia, en la que se recrea mediante el uso de su ya conocido montaje en cámara lenta, y su menos conocido lirismo, que impregna algunas de las mejores escenas de la película. Resulta bastante difícil de creer que esta película la dirigiese un solo hombre en su totalidad, pues hay un gran contraste entre las escenas " peckinpahsianas " y las maravillosas escenas liricas, llenas de grandes diálogos y de una fuerza sentimental que pocas veces se asocia a Peckinpah. Y todo ello en ese mundo fronterizo sucio, corrupto, maloliente que todos asociamos al cine del director americano.
14 de julio de 2009
14 de julio de 2009
62 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sam Peckinpah no volvería a firmar un guión después de “Quiero la cabeza de Alfredo García” y como si ya se lo imaginara no quiso desperdiciar dicha oportunidad. Con esta película, el director regresa con el tipo de violencia que convirtió a Peckinpah en un nombre rentable económicamente para las Majors. Mantiene todo el poder lírico presente en la obra de Peckinpah y el nihilismo que suele acompañar a sus protagonistas. Pero “Quiero la cabeza de Alfredo García” es también la película más romántica de cuantas hizo el californiano y esa mezcla da como resultado una de las mejores películas de este autor: enemigo del mundo y amante del alcohol.
Warren Oates es el encargado de resumirnos el mundo peckimpaniano haciendo de Bennie, el mejor personaje (junto con Pike de “Grupo Salvaje”) de toda la filmografía del director. En “Quiero la cabeza de Alfredo García” no existen medias tintas ni existen sutilezas. Es una película sucia, llena de polvo que el director retrata sin miramientos. Es una historia de perdedores cuyas esperanzas siempre renacen con el siguiente trago. En la película, Bennie ha cerrado un trato. El mercenario le dice:
-Un fracasado –refiriéndose a Bennie
- Nadie fracasa todo el tiempo –responde este sin enojarse.
Es Sam Peckinpah quien habla, claro.
La evolución de Bennie durante la cinta es magistral. Cuando la historia arranca Bennie cree encontrar en el dinero la posibilidad de cambiar de rumbo, pero acaba por darse cuenta que su único amigo es la cabeza de Alfredo García (la amistad era un tema al que Peckinpah daba bastante importancia. En lugar de retratar dicha relación de manera jocosa, el director describe esta inusitada relación como el nacimiento de una fuerte y sentida amistad), y que lleva muerto mucho más tiempo del que creía (1).
Lo que no es tan habitual en el cine de Peckinpah es el romanticismo que existe en esta película. Cualquiera diría que un director que fue capaz de filmar una violación sin tapujos a principios de los setenta (Perros de paja) no puede tener un ápice de romanticismo. Pero lo cierto es que Sam Peckinpah, tenía una forma de narrar el romanticismo tan especial como su forma de mostrar la violencia. Aunque en “La huida” el reencuentro (sexual) de McQueen y MacGraw está dotado de mucha miga, no es superable a la escena en la que Bennie y Elita (Isela Vega) toman un picnic bajo la sombra de un árbol. Existe el amor y el espectador lo siente por completo. Es la escena más importante de la película porque sin esa escena, no entenderíamos el cambio de Bennie.
Existe más adelante otra escena que destila nihilismo cuando los dos están en una cochambrosa habitación cercana al cementerio. Aquí, a diferencia de la anterior, los diálogos son escuetos pero el espectador no necesita de más para comprender las lágrimas de Elita.
Warren Oates es el encargado de resumirnos el mundo peckimpaniano haciendo de Bennie, el mejor personaje (junto con Pike de “Grupo Salvaje”) de toda la filmografía del director. En “Quiero la cabeza de Alfredo García” no existen medias tintas ni existen sutilezas. Es una película sucia, llena de polvo que el director retrata sin miramientos. Es una historia de perdedores cuyas esperanzas siempre renacen con el siguiente trago. En la película, Bennie ha cerrado un trato. El mercenario le dice:
-Un fracasado –refiriéndose a Bennie
- Nadie fracasa todo el tiempo –responde este sin enojarse.
Es Sam Peckinpah quien habla, claro.
La evolución de Bennie durante la cinta es magistral. Cuando la historia arranca Bennie cree encontrar en el dinero la posibilidad de cambiar de rumbo, pero acaba por darse cuenta que su único amigo es la cabeza de Alfredo García (la amistad era un tema al que Peckinpah daba bastante importancia. En lugar de retratar dicha relación de manera jocosa, el director describe esta inusitada relación como el nacimiento de una fuerte y sentida amistad), y que lleva muerto mucho más tiempo del que creía (1).
Lo que no es tan habitual en el cine de Peckinpah es el romanticismo que existe en esta película. Cualquiera diría que un director que fue capaz de filmar una violación sin tapujos a principios de los setenta (Perros de paja) no puede tener un ápice de romanticismo. Pero lo cierto es que Sam Peckinpah, tenía una forma de narrar el romanticismo tan especial como su forma de mostrar la violencia. Aunque en “La huida” el reencuentro (sexual) de McQueen y MacGraw está dotado de mucha miga, no es superable a la escena en la que Bennie y Elita (Isela Vega) toman un picnic bajo la sombra de un árbol. Existe el amor y el espectador lo siente por completo. Es la escena más importante de la película porque sin esa escena, no entenderíamos el cambio de Bennie.
Existe más adelante otra escena que destila nihilismo cuando los dos están en una cochambrosa habitación cercana al cementerio. Aquí, a diferencia de la anterior, los diálogos son escuetos pero el espectador no necesita de más para comprender las lágrimas de Elita.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El último plano de la película implica al espectador: es el cañón de un arma apuntándonos. ¿Quieres ser el siguiente? Cuidado con tu escala de valores. Peckinpah tiene el gatillo flojo y la sangre caliente.
(1) Es significativo que casi olvide el maletín con el millón de dólares después de liquidar a medio México. Desde la muerte de Elita, Bennie sabe que ha perdido lo más importante que tenía y lo único que le une a ella es la cabeza de Al (antiguo amante de Elita).
(1) Es significativo que casi olvide el maletín con el millón de dólares después de liquidar a medio México. Desde la muerte de Elita, Bennie sabe que ha perdido lo más importante que tenía y lo único que le une a ella es la cabeza de Al (antiguo amante de Elita).
25 de noviembre de 2009
25 de noviembre de 2009
55 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Décimo film de Sam Peckinpah, rodado con escasos medios económicos y absoluta libertad. El guión, de S. Peckinpah y Gordon T. Dawson, desarrolla un argumento de S. Peckinpah y Frank Kawalski. Se rueda en escenarios naturales de diversas localidades de Méjico. Producido por Martin Baum para Estudio Churubusco Azteca y Optimus Films, se estrena el 14-VIII-1974 (NYC).
La acción tiene lugar en la franja fronteriza de Méjico con EEUU, a lo largo de varios meses de 1974. El terrateniente y ranchero mejicano apodado “El Jefe” (Fernández), al enterarse de que su hija adolescente Teresa (Maldonado) está embarazada, pide que le lleven la cabeza de Alfredo García, un antiguo colaborador de confianza que ha violado a la hija. Ofrece una recompensa de 1 M de pesos. Se interesan por ella dos cazadores de recompensas norteamericanos, llamados Quill (Young) y Sappensly (Webber). Por su cuenta hace averiguaciones Bennie (Oates), pianista y copropietario de una cantina, amante de Elita Vega Durazno (Vega), prostituta y antigua novia de Alfredo García Herrera "Moreno".
El film suma acción, drama, aventuras, crimen, thriller, romance y western. Propone una historia ruda, violenta, sórdida y desgarradora. Abundan el polvo, los malos olores, el agua encharcada cubierta de algas, abrevaderos infectos, viviendas miserables, caminos impracticables, coches abollados, lunas astilladas, mingitorios inmundos, etc. Muestra la miseria de la región, los niños sin escolarizar, motoristas alocados, violadores al acecho, asaltos, asesinatos, enfrentamientos a pistola, etc. La violencia adopta formas diversas: espectáculo familiar, liberación de molestias (respuesta a carantoñas de una mujer), rituales pseudo religiosos de tintes oscurantistas e inquisitoriales, venganzas personales, matanzas apocalípticas, etc. Predominan los disparos de pistola, pero no faltan los puñetazos, los empujones malintencionados, la tortura en privado y en público.
El motivo central viene dado por la venganza. Son varios los personajes que se mueven por afanes de venganza, con frecuencia situada en posiciones extremas. El film es posiblemente el más brutal y feroz de Peckinpah, dominado entonces por el alcohol, la melancolía, la soledad y la desesperación. Warren Oates representa en la pantalla el “alter ego” del realizador, que compone uno de sus autorretratos más sinceros. Es el film más personal y más auténtico de su filmografía (14 largos) y el que se alza con sus preferencias.
Es una película de carretera (“road movie”), que desarrolla la acción como un largo viaje en coche desde la ciudad de Méjico, en cuyos alrededores se sitúa la hacienda de “El Jefe”, a la periferia norte del país. Tiene formato de odisea, sazonada de incidentes imprevistos, situaciones atroces, problemas sociales estremecedores y una descarnada y sangrienta violencia.
La acción tiene lugar en la franja fronteriza de Méjico con EEUU, a lo largo de varios meses de 1974. El terrateniente y ranchero mejicano apodado “El Jefe” (Fernández), al enterarse de que su hija adolescente Teresa (Maldonado) está embarazada, pide que le lleven la cabeza de Alfredo García, un antiguo colaborador de confianza que ha violado a la hija. Ofrece una recompensa de 1 M de pesos. Se interesan por ella dos cazadores de recompensas norteamericanos, llamados Quill (Young) y Sappensly (Webber). Por su cuenta hace averiguaciones Bennie (Oates), pianista y copropietario de una cantina, amante de Elita Vega Durazno (Vega), prostituta y antigua novia de Alfredo García Herrera "Moreno".
El film suma acción, drama, aventuras, crimen, thriller, romance y western. Propone una historia ruda, violenta, sórdida y desgarradora. Abundan el polvo, los malos olores, el agua encharcada cubierta de algas, abrevaderos infectos, viviendas miserables, caminos impracticables, coches abollados, lunas astilladas, mingitorios inmundos, etc. Muestra la miseria de la región, los niños sin escolarizar, motoristas alocados, violadores al acecho, asaltos, asesinatos, enfrentamientos a pistola, etc. La violencia adopta formas diversas: espectáculo familiar, liberación de molestias (respuesta a carantoñas de una mujer), rituales pseudo religiosos de tintes oscurantistas e inquisitoriales, venganzas personales, matanzas apocalípticas, etc. Predominan los disparos de pistola, pero no faltan los puñetazos, los empujones malintencionados, la tortura en privado y en público.
El motivo central viene dado por la venganza. Son varios los personajes que se mueven por afanes de venganza, con frecuencia situada en posiciones extremas. El film es posiblemente el más brutal y feroz de Peckinpah, dominado entonces por el alcohol, la melancolía, la soledad y la desesperación. Warren Oates representa en la pantalla el “alter ego” del realizador, que compone uno de sus autorretratos más sinceros. Es el film más personal y más auténtico de su filmografía (14 largos) y el que se alza con sus preferencias.
Es una película de carretera (“road movie”), que desarrolla la acción como un largo viaje en coche desde la ciudad de Méjico, en cuyos alrededores se sitúa la hacienda de “El Jefe”, a la periferia norte del país. Tiene formato de odisea, sazonada de incidentes imprevistos, situaciones atroces, problemas sociales estremecedores y una descarnada y sangrienta violencia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es un trabajo imperfecto, rodado sobre la marcha, a partir de unas pautas generales flexibles que se acomodan a las circunstancias de los lugares de paso. Presenta planos desenfocados, errores de iluminación, encuadres descompensados, sombras excesivas, fallos de continuidad, etc. El conjunto de imperfecciones no impide que el film destile sinceridad, veracidad y realismo. Tampoco impide que el relato contenga pasajes de un lirismo intenso, vibrante y cautivador.
Son escenas destacadas la de la merienda en la que Elita y Bennie hablan del futuro, la reunión de familiares, sirvientes, religiosos y religiosas con anacrónicas lecturas en latín, la conversación de los dos protagonistas en la habitación de la casa próxima al cementerio, la ceremonia del bautismo del niño al que se imponen los nombres de David Samuel, que son los de Peckinpah, las conversaciones surrealistas de Bennie con la cabeza de Al, etc. Son excelentes las interpretaciones de Oates y Vega.
Exalta la amistad, el compañerismo, el afecto y el amor. No faltan los indicios de la misoginia que caracteriza al realizador. Para él las mujeres no son de fiar: son infieles, prostitutas, débiles de carácter, desleales, mentirosas. Todos los hombres son grandes perdedores. En consecuencia, no hay lugar para la esperanza, la confianza en el futuro y el éxito. En el contexto de este mundo desolador, explora la figura mítica del perdedor y trata el tema del aprendizaje, en este caso el de soportar el fracaso y la decepción, en coherencia con el ambiente general del país tras la finalización de la Guerra de Vietnam. Rinde homenaje a “El tesoro de Sierra Madre” (Huston, 1948), en el que se inspira y del que toma algunos elementos argumentales, la definición de ciertos personajes y componentes adicionales (Fred C. Dobbs, el nombre del personaje que encarna Bogart y aquí se atribuye el mafioso Quill).
La banda sonora, de Jerry Fielding (“Grupo salvaje”, Peckimpah, 1969), compone una partitura breve de melodías que evocan la música folclórica mejicana y las músicas del s. XX. Añade fragmentos de “Guantanamera”, “Cielito lindo” y otras canciones tradicionales y de 4 canciones notables: “Bennie’s Song”, “A donde ir”, “Bad Blood Baby” (voz de Peckinpah) y "J. F.". La fotografía, de Alex Phillips (“Robinson Crusoe”, Buñuel, 1954), ofrece imágenes que acompañan y subrayan el carácter sucio, áspero y violento del film. Es notable la imagen fija que precede a los créditos finales, que recuerda una de las memorables de “Asalto y robo de un tren” (Porter, 1903), film al que de ese modo rinde un claro, cálido y entusiasta homenaje de admiración y simpatía.
Bibliogrfía
- Hilario J. RODRÍGUEZ, “Quiero la cabeza ...”, Notorious ed., 32 pág., libreto del DVD, Madrid 2009.
- Roger EBERT, “Quiero la ...”, ‘Grandes películas 2’, pág. 305-308, Robinbook ed., Barcelona 2006.
- Kim NEWMAN, “Quiero la ...”, ‘1.001 películas que hay que ver antes de morir’, pág. 595, Grijalbo ed., Barcelona 2006.
Son escenas destacadas la de la merienda en la que Elita y Bennie hablan del futuro, la reunión de familiares, sirvientes, religiosos y religiosas con anacrónicas lecturas en latín, la conversación de los dos protagonistas en la habitación de la casa próxima al cementerio, la ceremonia del bautismo del niño al que se imponen los nombres de David Samuel, que son los de Peckinpah, las conversaciones surrealistas de Bennie con la cabeza de Al, etc. Son excelentes las interpretaciones de Oates y Vega.
Exalta la amistad, el compañerismo, el afecto y el amor. No faltan los indicios de la misoginia que caracteriza al realizador. Para él las mujeres no son de fiar: son infieles, prostitutas, débiles de carácter, desleales, mentirosas. Todos los hombres son grandes perdedores. En consecuencia, no hay lugar para la esperanza, la confianza en el futuro y el éxito. En el contexto de este mundo desolador, explora la figura mítica del perdedor y trata el tema del aprendizaje, en este caso el de soportar el fracaso y la decepción, en coherencia con el ambiente general del país tras la finalización de la Guerra de Vietnam. Rinde homenaje a “El tesoro de Sierra Madre” (Huston, 1948), en el que se inspira y del que toma algunos elementos argumentales, la definición de ciertos personajes y componentes adicionales (Fred C. Dobbs, el nombre del personaje que encarna Bogart y aquí se atribuye el mafioso Quill).
La banda sonora, de Jerry Fielding (“Grupo salvaje”, Peckimpah, 1969), compone una partitura breve de melodías que evocan la música folclórica mejicana y las músicas del s. XX. Añade fragmentos de “Guantanamera”, “Cielito lindo” y otras canciones tradicionales y de 4 canciones notables: “Bennie’s Song”, “A donde ir”, “Bad Blood Baby” (voz de Peckinpah) y "J. F.". La fotografía, de Alex Phillips (“Robinson Crusoe”, Buñuel, 1954), ofrece imágenes que acompañan y subrayan el carácter sucio, áspero y violento del film. Es notable la imagen fija que precede a los créditos finales, que recuerda una de las memorables de “Asalto y robo de un tren” (Porter, 1903), film al que de ese modo rinde un claro, cálido y entusiasta homenaje de admiración y simpatía.
Bibliogrfía
- Hilario J. RODRÍGUEZ, “Quiero la cabeza ...”, Notorious ed., 32 pág., libreto del DVD, Madrid 2009.
- Roger EBERT, “Quiero la ...”, ‘Grandes películas 2’, pág. 305-308, Robinbook ed., Barcelona 2006.
- Kim NEWMAN, “Quiero la ...”, ‘1.001 películas que hay que ver antes de morir’, pág. 595, Grijalbo ed., Barcelona 2006.
17 de abril de 2011
17 de abril de 2011
53 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Frecuentemente se dice que “Grupo salvaje” es la peli más violenta de tío Sam. Nah, tonterías. “Grupo salvaje” es violenta, por supuesto. Pero quién afirma eso es que, probablemente, no ha visto “Quiero la cabeza de Alfredo García”. Sin lugar a dudas, la más desconocida de sus grandes pelis. Y, a mi juicio, la más genuina, delirante, amoral, anárquica y —obviamente— violenta de su filmografía.
Quizás por todo ello “Quiero la cabeza de Alfredo García” no suele ser la típica peli que recomiendas cuando algún pipiolo te pregunta por Sam Peckinpah. Y no lo haces por una sencilla razón: es demasiado peckinpahiana. Demasiado pal body, vaya. Yo, por ejemplo, recomendaría antes que ésa algo más ‘suave’. Qué sé yo… “Duelo en la alta sierra”, “Perros de paja”, “La balada de Cable Hogue”, “Pat Garrett y Billy The Kid”, “La cruz de hierro” e incluso, por qué no, “Grupo salvaje”. Pero nunca empezaría a ver algo de tío Sam con “Quiero la cabeza de Alfredo García”. Eso jamás. Básicamente, porque antes de verla es necesaria, por no decir imprescindible, cierta preparación. Cierto entrenamiento. Cierto bagaje. Sobre todo si lo que se pretende es apreciarla en su justa medida. Porque sólo amándola hasta las trancas el futuro peckinpahiano podrá sacarle todo el jugo que lleva dentro. Y sólo de esta manera podrá impregnarse de su poética, de su melancolía, de su amargura, de su escepticismo. Y de su violencia, claro.
Así pues, si ésta ha sido o va a ser vuestra primera vez con tío Sam, lo siento. Habéis seguido el camino equivocado. Y si aún estáis a tiempo, hacedme caso y dejadla para más adelante. Habrá tiempo, os lo prometo. Y me lo agradeceréis.
Quizás por todo ello “Quiero la cabeza de Alfredo García” no suele ser la típica peli que recomiendas cuando algún pipiolo te pregunta por Sam Peckinpah. Y no lo haces por una sencilla razón: es demasiado peckinpahiana. Demasiado pal body, vaya. Yo, por ejemplo, recomendaría antes que ésa algo más ‘suave’. Qué sé yo… “Duelo en la alta sierra”, “Perros de paja”, “La balada de Cable Hogue”, “Pat Garrett y Billy The Kid”, “La cruz de hierro” e incluso, por qué no, “Grupo salvaje”. Pero nunca empezaría a ver algo de tío Sam con “Quiero la cabeza de Alfredo García”. Eso jamás. Básicamente, porque antes de verla es necesaria, por no decir imprescindible, cierta preparación. Cierto entrenamiento. Cierto bagaje. Sobre todo si lo que se pretende es apreciarla en su justa medida. Porque sólo amándola hasta las trancas el futuro peckinpahiano podrá sacarle todo el jugo que lleva dentro. Y sólo de esta manera podrá impregnarse de su poética, de su melancolía, de su amargura, de su escepticismo. Y de su violencia, claro.
Así pues, si ésta ha sido o va a ser vuestra primera vez con tío Sam, lo siento. Habéis seguido el camino equivocado. Y si aún estáis a tiempo, hacedme caso y dejadla para más adelante. Habrá tiempo, os lo prometo. Y me lo agradeceréis.
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