A nuestros amores
1983 

7.1
1,440
Romance. Drama
Suzanne es una joven de 16 años que, a pesar de su edad, tiene una vida sexual muy activa, pero sus relaciones con los chicos no van más allá del sexo; para ella son simplemente una forma de encontrar alivio de su estresante familia parisina. Su ambiente en casa es todo menos agradable: tiene una madre neurótica, un padre dominante al que no le gusta su manera de ser y un hermano que la golpea. (FILMAFFINITY)
12 de diciembre de 2006
12 de diciembre de 2006
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Impresionante debut cinematográfico de Sandrine Bonnaire, por el que recibió un merecidísimo César con apenas dieciséis años.
Interpreta a una chica infeliz y desorientada, que busca en el sexo desenfrenado un sentido a su vacía existencia, marcada por el abandono de su padre, la histeria de su madre, y el maltrato por parte de su hermano.
Es una pena que la película acuse una cierta irregularidad que no está a la altura de su impecable y naturalísima interpretación. Se nota que se improvisó bastante durante el rodaje, por lo que algunas escenas resultan divagantes y no concretan su sentido, al lado de otras muy logradas y naturales, de un verismo que oscila entre lo ligero y lo espeluznante (las escenas de violencia, a base planos secuencia, impresionan porque realmente “se ve” sin trucos de montaje que la pobre chica se lleva más de una bofetada)
Mención aparte para los luminosos y magníficos créditos iniciales, en los que vemos a Sandrine de espaldas en la proa de un barco, con su vaporoso vestido blanco ondeando al viento mientras suena una ópera de auténtico éxtasis. Elegancia y pureza. Luego ella se gira y empezamos a conocer sus recovecos más oscuros (lástima que no todos los episodios maravillen por igual)
Interpreta a una chica infeliz y desorientada, que busca en el sexo desenfrenado un sentido a su vacía existencia, marcada por el abandono de su padre, la histeria de su madre, y el maltrato por parte de su hermano.
Es una pena que la película acuse una cierta irregularidad que no está a la altura de su impecable y naturalísima interpretación. Se nota que se improvisó bastante durante el rodaje, por lo que algunas escenas resultan divagantes y no concretan su sentido, al lado de otras muy logradas y naturales, de un verismo que oscila entre lo ligero y lo espeluznante (las escenas de violencia, a base planos secuencia, impresionan porque realmente “se ve” sin trucos de montaje que la pobre chica se lleva más de una bofetada)
Mención aparte para los luminosos y magníficos créditos iniciales, en los que vemos a Sandrine de espaldas en la proa de un barco, con su vaporoso vestido blanco ondeando al viento mientras suena una ópera de auténtico éxtasis. Elegancia y pureza. Luego ella se gira y empezamos a conocer sus recovecos más oscuros (lástima que no todos los episodios maravillen por igual)
2 de agosto de 2009
2 de agosto de 2009
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película que, o te gusta mucho, o no la aguantas, debido a su lentitud propia del cine francés. Te das cuenta de su grandeza cuando ha terminado, y más aún si tienes la posibilidad de ver los extras, donde se dan suficientes razones para considerar esta obra una buena/buenísima película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El atractivo principal reside en el papel de la improvisación. Mientras ves la película no percibes nada fuera de lo común en cuanto al guión, pero lo cierto es que, como se indica en los extras, hay varios momentos en los que los actores se ven obligados a improvisar. Uno de esos momentos es la GRAN escena de la cena, en la que el director, a la vez que actor, Pialat, irrumpe sin que ninguno de los presentes supiera que esto iba a ocurrir. Es una escena larga y totalmente improvisada. Es aquí donde realmente se aprecia lo buenos actores que son, y lo logrado que está el realismo que caracteriza esta película
10 de abril de 2013
10 de abril de 2013
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La familia y sus cuitas es un tema recurrente en el cine. Películas de nuestro pasado ya no tan reciente nos dejaron retratos inmisericordes de la institución como “El Desencanto” o “Cria Cuervos”, donde aparecen, entre otros motivos, la autoritaria figura del “pater familias” y del hijo primogénito que pretende suplir la ominosa presencia del padre ausente.
Lo mismo pasa con los primeros escarceos sexuales de la adolescencia, sujeto que trae a la memoria un filme como “Los juncos salvajes” de André Téchiné.
Maurice Pialat abunda en estos temas, narrando en “A nos amours” una historia, en apariencia sencilla, sobre los conflictos familiares que acarrea el despertar sexual de una adolescente dentro de una disfuncional familia de clase media.
La representación por la protagonista, Sandrine Bonnaire, del drama romántico de Alfred de Musset “On ne badine pas avec l’amour” marca la pauta de su búsqueda del amor en brazos de diferentes hombres, sentimiento que no acaba de encontrar en su asendereada familia, cuyas discusiones desembocan con frecuencia en inopinadas explosiones de violencia.
La espontánea interpretación de Bonnaire permite al espectador disfrutar de momentos de gran lirismo (la luminosidad de un vestido blanco en la proa de un barco, su soledad engrandecida por la música de Purcell), junto a otros de vívida brutalidad como víctima de las tensiones familiares.
El director nos cuenta un episodio de vida sin pretender sentar cátedra, sin obligarnos a extraer ninguna conclusión. A mí la película me dejó un regusto agridulce el mismo que experimento cada vez que escucho la deliciosa voz de François Hardy cantando los deseos de amor adolescente en “tous les garçons et les filles”.
Lo mismo pasa con los primeros escarceos sexuales de la adolescencia, sujeto que trae a la memoria un filme como “Los juncos salvajes” de André Téchiné.
Maurice Pialat abunda en estos temas, narrando en “A nos amours” una historia, en apariencia sencilla, sobre los conflictos familiares que acarrea el despertar sexual de una adolescente dentro de una disfuncional familia de clase media.
La representación por la protagonista, Sandrine Bonnaire, del drama romántico de Alfred de Musset “On ne badine pas avec l’amour” marca la pauta de su búsqueda del amor en brazos de diferentes hombres, sentimiento que no acaba de encontrar en su asendereada familia, cuyas discusiones desembocan con frecuencia en inopinadas explosiones de violencia.
La espontánea interpretación de Bonnaire permite al espectador disfrutar de momentos de gran lirismo (la luminosidad de un vestido blanco en la proa de un barco, su soledad engrandecida por la música de Purcell), junto a otros de vívida brutalidad como víctima de las tensiones familiares.
El director nos cuenta un episodio de vida sin pretender sentar cátedra, sin obligarnos a extraer ninguna conclusión. A mí la película me dejó un regusto agridulce el mismo que experimento cada vez que escucho la deliciosa voz de François Hardy cantando los deseos de amor adolescente en “tous les garçons et les filles”.
29 de enero de 2023
29 de enero de 2023
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película en apariencia ligera, que esconde un drama poderoso en su interior. Lo que empieza en forma de comedia de corte teatral, poco a poco se va enredando, y el espectador se mete de lleno en un drama familiar, ese tema tan concurrido. En realidad, lo que tenemos aquí es el retrato magistral de una jovencita de 16 años, que se encuentra, como todos los jóvenes de esa edad, un poco perdida en la vida. Estamos en 1983, además, un tiempo remoto carente de las tecnologías tontas de hoy en día. Es decir, un tiempo natural, de aventuras al aire libre, teléfonos fijos nada más, coches vulgares, y machismo rampante. Todo eso hemos de tenerlo en cuenta, para no juzgar con la óptica actual estas imágenes de hace ya cuarenta años.
Para contar la historia de Suzanne, su devenir sentimental, Maurice Pialat cuenta con una joven actriz, Sandrine Bonnaire, sin cuya naturalidad y fuerza expresiva no es posible llevar adelante semejante empeño. Ella es, casi todo el tiempo, el centro de la imagen, presente en casi todas las secuencias, de un magnetismo tal, que hechiza la pantalla. Se mueve como pez en el agua por todos los caminos, es la presencia ineludible, es la chica mágica de la fiesta, es la que se acuesta con todos. ¿Qué quiere Suzanne?, sentirse libre, despejarse un poco, liberarse de ese agobio, esa atmósfera opresiva que es su casa familiar: un padre tiránico (el propio Pialat), una madre histérica, un hermano pegado a las faldas de la madre y que se cree que la puede proteger a base de guantazos. Lo bueno del director (del guión, en general), es que la historia se cuenta de menos a más intensidad: suave comedia, enredos eróticos, y luego el dramón familiar. Así, cuando llegamos al clímax, ya podemos entender por fin por qué actúa así nuestra heroína, por qué esa promiscuidad.
Podemos hacer muchas interpretaciones, de todo tipo, del comportamiento de Suzanne. Lo que importa aquí, para el espectador medio, es que estamos ante una obra especial, de gran calado, que se agranda cuando ya se acabó, y sigue viviendo en nuestra memoria. Como ya han señalado otras críticas, hay secuencias estupendas, que dejan huella. Tal vez la más honda, de una melancolía fatal, es ésa de S. bajo la lluvia, mientras suena “The Cold Song” de Purcell, con Klaus Nomi. Toda esa parte final, que muestra a las claras, de forma descarnada, el desastre familiar, es excelente, y más si luego sabemos que fue improvisada, en parte. Es esa naturalidad que respira el filme, desde su inicio, lo que le da su grandeza. Cuarenta años después, sigue siendo un testimonio maravilloso sobre las dificultades de hacerse mayor.
Para contar la historia de Suzanne, su devenir sentimental, Maurice Pialat cuenta con una joven actriz, Sandrine Bonnaire, sin cuya naturalidad y fuerza expresiva no es posible llevar adelante semejante empeño. Ella es, casi todo el tiempo, el centro de la imagen, presente en casi todas las secuencias, de un magnetismo tal, que hechiza la pantalla. Se mueve como pez en el agua por todos los caminos, es la presencia ineludible, es la chica mágica de la fiesta, es la que se acuesta con todos. ¿Qué quiere Suzanne?, sentirse libre, despejarse un poco, liberarse de ese agobio, esa atmósfera opresiva que es su casa familiar: un padre tiránico (el propio Pialat), una madre histérica, un hermano pegado a las faldas de la madre y que se cree que la puede proteger a base de guantazos. Lo bueno del director (del guión, en general), es que la historia se cuenta de menos a más intensidad: suave comedia, enredos eróticos, y luego el dramón familiar. Así, cuando llegamos al clímax, ya podemos entender por fin por qué actúa así nuestra heroína, por qué esa promiscuidad.
Podemos hacer muchas interpretaciones, de todo tipo, del comportamiento de Suzanne. Lo que importa aquí, para el espectador medio, es que estamos ante una obra especial, de gran calado, que se agranda cuando ya se acabó, y sigue viviendo en nuestra memoria. Como ya han señalado otras críticas, hay secuencias estupendas, que dejan huella. Tal vez la más honda, de una melancolía fatal, es ésa de S. bajo la lluvia, mientras suena “The Cold Song” de Purcell, con Klaus Nomi. Toda esa parte final, que muestra a las claras, de forma descarnada, el desastre familiar, es excelente, y más si luego sabemos que fue improvisada, en parte. Es esa naturalidad que respira el filme, desde su inicio, lo que le da su grandeza. Cuarenta años después, sigue siendo un testimonio maravilloso sobre las dificultades de hacerse mayor.
13 de abril de 2019
13 de abril de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una familia moderna y acomodada, en la cual se respira una independencia y una libertad entre sus miembros rayana en la indiferencia mutua. Ella, la protagonista, en plena juventud: muchos amigos y amigas, bullente vida social, un novio, actividades, verano, mucha aparente diversión y sexo, mucho sexo. Pero en el fondo del corazón un gran vacío.
Una separación que desestabiliza del todo la ya frágil convivencia familiar. A raíz de ésta: nervios, gritos, irritabilidad, reproches, peleas, momentos de violencia física en pleno desequilibrio psicológico que te dejan aterido. Y sexo, mucho sexo. Y en el fondo del corazón un gran dolor.
Una concepción del mundo, no sólo de la protagonista, sino de todo su círculo, propia de quien no cree en nada, de quien ya por educación nunca ha tenido fe en nada. Para paliar esta existencia sin sentido, llena de recuerdos molestos en un presente lacerante, más sexo, una promiscuidad desatada que genera un abismo interior cada vez más profundo. Antes de la mayoría de edad el corazón está ya helado.
Con este argumento se podría haber levantado un drama memorable, una elegía monumental. Pero Pialat deja todo demasiado deslavazado y sin perfilar. No cincela los fotogramas con maestría, con lo que la película entera da la sensación de estar improvisada, sin pulir, inacabada.
Una separación que desestabiliza del todo la ya frágil convivencia familiar. A raíz de ésta: nervios, gritos, irritabilidad, reproches, peleas, momentos de violencia física en pleno desequilibrio psicológico que te dejan aterido. Y sexo, mucho sexo. Y en el fondo del corazón un gran dolor.
Una concepción del mundo, no sólo de la protagonista, sino de todo su círculo, propia de quien no cree en nada, de quien ya por educación nunca ha tenido fe en nada. Para paliar esta existencia sin sentido, llena de recuerdos molestos en un presente lacerante, más sexo, una promiscuidad desatada que genera un abismo interior cada vez más profundo. Antes de la mayoría de edad el corazón está ya helado.
Con este argumento se podría haber levantado un drama memorable, una elegía monumental. Pero Pialat deja todo demasiado deslavazado y sin perfilar. No cincela los fotogramas con maestría, con lo que la película entera da la sensación de estar improvisada, sin pulir, inacabada.
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