Escribo esta crítica a la luz del día y, les aseguro, que será menos efectiva y fidedigna que si lo hiciera de noche. Ni les cuento la diferencia que existiría si la hubiese redactado ayer por la noche que es cuando vi la película. Nocturnidad y corazón palpitante. Dos elementos fundamentales en el ideario romántico. Es esa la continuidad requerida para realizar un certero análisis de "El primer amor". Dos son también (John G. Blystone y Janet Gaynor) los máximos responsables de transformar una sencilla historia de romances de juventud y de expectativas laborables incumplidas en un delicioso cuento romántico en el que la pequeña heroína de ojos llorosos se eleva apacible y resplandeciente sobre los mundos brumosos, ruidosos y avariciosos que imperan en la gran ciudad de New York.
Blystone filma, ¡y cómo lo hace!, el universo ilusorio y mágico de las sombras. De la nada crea un rayo de luz evocador, calidez en una sórdida y minúscula habitación, fe y esperanza tras una mirada desconsoladora, lacerantes discursos que flotan en el silencio. Romanticismo puro. Y Janet Gaynor está siempre allí. Dulce, serena, fuerte, enamoradiza. La bruma, la noche, la quietud, bendicen el juego del amor gracias únicamente a la delicada presencia de Catherine. Bueno, más que a su presencia, a su mirada. Son los ojos de Gaynor los que invitan al espectador, una y otra vez, a que contemple fascinado un paraíso romántico en el que, curiosamente, no hay flores ni sol, pero sí unas noches tan íntimas y poéticas que no necesitan ni la presencia de la luna.

Cuando se habla del amor casi siempre sale a la luz la pasión, el fuego, los amores encendidos, la exaltación de los sentimientos desbocados.
Menos son las veces en las que nos han hablado del amor callado, incierto, servicial, sumido en las sombras, sin esperanza, pero siempre incondicional.
Tal es la historia que Blystone trae a la pantalla. Una historia con sentido y sensibilidad (sí como el del relato de Austen) donde la protagonista (Una Janet Gaynor dulce, sensata y esplendorosa) tratará de gobernar los sentimientos que anidan en su interior mientras espera calladamente que su amado viva la pasión, su triunfo y exaltación sin percatarse de cuan cerca se encuentra la verdadera dicha.
Amores de juventud, se los lleva el viento excepto cuando son reales, únicos, desinteresados.
Ginger Rogers, en uno de sus primeros papeles, representará el espejismo, la belleza, el canto de sirena que atraerá al joven Charles Farrell, enamorado del amor y no del objeto amado.
Una película intimista, evocadora, pequeña, melancólica, sobre las aspiraciones de cuatro amigos que se lanzan al mundo en busca de la oportunidad y la felicidad, habrán de elegir su camino y decidir cuáles son los pasos que han de seguir para encontrarla. La senda es tortuosa y nunca fácil.