Polvorilla
6.2
59
28 de enero de 2017
28 de enero de 2017
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En pleno apogeo del breve estrellato de Jean Harlow, Victor Fleming dirige una comedia aparentemente de desmadres y voceríos pero que ofrece en realidad un dibujo bastante coherente del mercantilismo deshumanizador de Hollywood aunque su intención no sea la de mostrarse crítica sino todo lo contrario: ofrecer un cínico guiño, más o menos simpático, de aceptación de todas las servidumbres que aquellas prácticas pudieran suponer, y de hecho, la figura que sale más encumbrada, entre todos los personajes del film, es la del tramposo agente publicitario interpretado por Lee Tracy, maestro de malas artes al servicio de su profesión, que es la de vender humo al público y esculpir a las estrellas según el férreo modelo que exigen los estudios. Harlow interpreta a un personaje muy parecido a ella misma en aquellos momentos, si bien con otro nombre (los nombres de Clark Gable y otros de sus compañeros de estudio, en cambio, se mencionan tal cual). La fama no parece saberle ya a mucho y en cambio se siente utilizada hasta límites intolerables por sus amigos y familiares como gallina de los huevos de oro. El peor de todo ese entorno es precisamente Tracy, el agente que inventa constantemente noticias escandalosas sobre ella para que los periódicos no dejen de sacarla en sus portadas, le contrata un falso chiflado para que la acose, sabotea sus amoríos y hasta le frustra un intento de adopción de un niño, todo lo cual ella tendrá que aceptar tras las inevitables rabietas y amagos de abandono por aquello de que el show must go on. Todo por la patria, siendo la patria, en este caso, el dorado Hollywood.
11 de septiembre de 2024
11 de septiembre de 2024
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Lola Burns (Jean Harlow) es una estrella de cine que vive continuamente expuesta a los medios de comunicación, que se inmiscuyen en su vida privada a la menor oportunidad. Para colmo, tiene a su peor enemigo en casa, ya que el propio publicista del estudio que la tiene contratada (Lee Tracy) es el primero en airear sus trapos sucios para que su nombre cope titulares y se convierta en publicidad para las películas que estrena.
Comedia de diálogos ágiles y situaciones con tendencia al exceso, que se nutre de la curiosidad de estar ambienta dentro del mundo del cine, con continuas referencias a actores famosos. Incluso en un momento determinado en el que representa un día de rodaje de la protagonista, preparan la filmación de una escena de “Tierra de pasión” (“Red dust”), rodada el año anterior por la propia actriz bajo la dirección de Victor Fleming, director también de este film.
Ofrece un retrato desalentador de la cantidad de parásitos que rodean a la estrella, buscando todos su propio beneficio. El padre es un bobalicón que gestiona sin fundamento los ingresos de su hija, su hermano es un vividor con tendencia al alcoholismo que lleva años sin trabajar, su ayudante personal aprovecha la mansión para montar fiesta para sus amigos, y el publicista la engaña hasta límite inimaginables para aprovechar su tirón popular en beneficio del estudio.
Su vida sentimental tampoco es demasiado estable, igual tontea con un marqués europeo de pacotilla, que da esperanzas de reconciliación a Jim Brogan (Pat O’Brien), director con el que trabaja habitualmente. Incluso intentando escapar de la presión de los focos mediáticos, refugiándose en un hotel en el desierto, se dejará camelar por un joven aristócrata de Boston (Franchot Tone), que la seduce con frases cursis que podrían estar copiadas de cualquier película romántica manida. Hasta tiene sus flirteos con el publicista que se la juega una y otra vez a sus espaldas, en una relación amor/odio de dependencia profesional, que hace que tras cada “no vuelvas a hablarme jamás” acabe acudiendo a él de nuevo, conocedora de que igual que le puede hundir la carrera se la puede encumbrar.
Aunque la trama pasa por momentos inverosímiles, el ritmo de las situaciones y los diálogos fluidos la hacen muy amena. Y en un momento dado aprovecha la coyuntura para hacer una defensa del cine ante la percepción de menosprecio en comparación con otras artes escénicas, ya que como decía Billy Wilder, ser guionista de cine en aquella época era lo más bajo que podía caer un escritor, pero menos mal que apareció la televisión.
Jean Harlow es la protagonista indiscutible, llevando el peso argumental sobre la espalda de su personaje sin problema alguno, apenas recuerdo escenas en las que ella no esté en pantalla. Se muestra solvente como estrella caprichosa que disfruta del éxito popular, pero también vulnerable en los momentos de intimidad, en los que sufre la soledad del que está rodeado de personas que no la aprecian.
“Polvorilla” (“Bombshell”) no deja una huella trascendental, pero hace pasar un rato agradable y ameno al espectador, y nos permite disfrutar de una actriz que hoy se considera casi mítica de los años 30, en uno de los mejores momentos de su efímera carrera.
Comedia de diálogos ágiles y situaciones con tendencia al exceso, que se nutre de la curiosidad de estar ambienta dentro del mundo del cine, con continuas referencias a actores famosos. Incluso en un momento determinado en el que representa un día de rodaje de la protagonista, preparan la filmación de una escena de “Tierra de pasión” (“Red dust”), rodada el año anterior por la propia actriz bajo la dirección de Victor Fleming, director también de este film.
Ofrece un retrato desalentador de la cantidad de parásitos que rodean a la estrella, buscando todos su propio beneficio. El padre es un bobalicón que gestiona sin fundamento los ingresos de su hija, su hermano es un vividor con tendencia al alcoholismo que lleva años sin trabajar, su ayudante personal aprovecha la mansión para montar fiesta para sus amigos, y el publicista la engaña hasta límite inimaginables para aprovechar su tirón popular en beneficio del estudio.
Su vida sentimental tampoco es demasiado estable, igual tontea con un marqués europeo de pacotilla, que da esperanzas de reconciliación a Jim Brogan (Pat O’Brien), director con el que trabaja habitualmente. Incluso intentando escapar de la presión de los focos mediáticos, refugiándose en un hotel en el desierto, se dejará camelar por un joven aristócrata de Boston (Franchot Tone), que la seduce con frases cursis que podrían estar copiadas de cualquier película romántica manida. Hasta tiene sus flirteos con el publicista que se la juega una y otra vez a sus espaldas, en una relación amor/odio de dependencia profesional, que hace que tras cada “no vuelvas a hablarme jamás” acabe acudiendo a él de nuevo, conocedora de que igual que le puede hundir la carrera se la puede encumbrar.
Aunque la trama pasa por momentos inverosímiles, el ritmo de las situaciones y los diálogos fluidos la hacen muy amena. Y en un momento dado aprovecha la coyuntura para hacer una defensa del cine ante la percepción de menosprecio en comparación con otras artes escénicas, ya que como decía Billy Wilder, ser guionista de cine en aquella época era lo más bajo que podía caer un escritor, pero menos mal que apareció la televisión.
Jean Harlow es la protagonista indiscutible, llevando el peso argumental sobre la espalda de su personaje sin problema alguno, apenas recuerdo escenas en las que ella no esté en pantalla. Se muestra solvente como estrella caprichosa que disfruta del éxito popular, pero también vulnerable en los momentos de intimidad, en los que sufre la soledad del que está rodeado de personas que no la aprecian.
“Polvorilla” (“Bombshell”) no deja una huella trascendental, pero hace pasar un rato agradable y ameno al espectador, y nos permite disfrutar de una actriz que hoy se considera casi mítica de los años 30, en uno de los mejores momentos de su efímera carrera.
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