El desencantoDocumental
1976 

Documental, Intervenciones de: Felicidad Blanc, Juan Luis Panero, Leopoldo María Panero, Michi Panero
7.9
7,114
Documental
Leopoldo Panero, poeta, murió en Astorga, donde había nacido, en el año 1962. Catorce años más tarde, las personas que más íntimamente estuvieron ligadas a él, Felicidad Blanc, su viuda, y sus tres hijos, recuerdan aquel caluroso día de agosto. El recuerdo queda sometido a algo más que aquella fecha. Surgen otras vivencias. Y a través de la palabra y del recorrido por habitaciones, objetos, calles y lugares perdidos, se desvela la ... [+]
11 de julio de 2009
11 de julio de 2009
171 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aviso a navegantes: 97 minutos de diálogos. Música de Schubert. Blanco y Negro. Años 70. Gafas de pasta. Quien avisa no es traidor.
Si alguien supone que estoy haciendo una referencia implícita al tedio, se equivoca. Con una familia como los Panero-Blanc, resulta imposible. Tres hijos paranoide-esquizofrénicos, alcohólicos y con una vasta cultura. Digo "y", no "aunque". Porque oyéndoles hablar, uno se plantea qué es la cordura. Lucidez que proviene también de la bella madre, especialmente a la hora de relatar los recuerdos, sobretodo los más trágicos, de forma tan poética y libre de sentimentalismos idiotas.
No he visto un retrato tan honesto sobre la vida de una familia en el cine. Tomando al objetivo de la cámara como bisturí, los Panero analizan cartesianamente su vida, sin esconderse, asumiendo que sus errores y personalidades han destruido al resto, y lo hacen criticándose abiertamente. La familia bien idílica y feliz aquí no ha lugar.
La película posee el epitafio más bello que servidor ha contemplado en pantalla. Y una metáfora malsana presente en el cartel promocional de la película: La amistad (Luis Rosales) es la flor del desencanto.
Si alguien supone que estoy haciendo una referencia implícita al tedio, se equivoca. Con una familia como los Panero-Blanc, resulta imposible. Tres hijos paranoide-esquizofrénicos, alcohólicos y con una vasta cultura. Digo "y", no "aunque". Porque oyéndoles hablar, uno se plantea qué es la cordura. Lucidez que proviene también de la bella madre, especialmente a la hora de relatar los recuerdos, sobretodo los más trágicos, de forma tan poética y libre de sentimentalismos idiotas.
No he visto un retrato tan honesto sobre la vida de una familia en el cine. Tomando al objetivo de la cámara como bisturí, los Panero analizan cartesianamente su vida, sin esconderse, asumiendo que sus errores y personalidades han destruido al resto, y lo hacen criticándose abiertamente. La familia bien idílica y feliz aquí no ha lugar.
La película posee el epitafio más bello que servidor ha contemplado en pantalla. Y una metáfora malsana presente en el cartel promocional de la película: La amistad (Luis Rosales) es la flor del desencanto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Los testimonios de Leopoldo María Panero no tienen desperdicio. Me quedo especialmente con uno:
"En la cárcel se rompe la odiosa dicotomía entre lo público y lo privado. Se rompe con la odiosa estructuración social del aislamiento. Por ello es el único lugar donde es posible la amistad. Una amistad que dura lo que dura el tiempo de prisión.[...] Se ve que la cárcel es el útero materno y fuera de él, el yo se fortalece y empieza por lo tanto la guerra más inútil y más sangrienta: la guerra por ser yo, para lo que haría falta que el otro no existiera. Esto es lo que origina el intercambio de humillaciones que más que el intercambio mercantil, es lo que estructura la sociedad actual"
"En la cárcel se rompe la odiosa dicotomía entre lo público y lo privado. Se rompe con la odiosa estructuración social del aislamiento. Por ello es el único lugar donde es posible la amistad. Una amistad que dura lo que dura el tiempo de prisión.[...] Se ve que la cárcel es el útero materno y fuera de él, el yo se fortalece y empieza por lo tanto la guerra más inútil y más sangrienta: la guerra por ser yo, para lo que haría falta que el otro no existiera. Esto es lo que origina el intercambio de humillaciones que más que el intercambio mercantil, es lo que estructura la sociedad actual"
14 de marzo de 2009
14 de marzo de 2009
61 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
… o la desintegración de una familia del Régimen.
Una familia que se diluye en un jarrón de Bohemia ajado, dentro de una vitrina polvorienta, en una torre de marfil, que se cae a pedazos. Así lo plasma Jaime Chávarri en esta radiografía de la familia Panero y por extensión del tardofranquismo. Una película biográfica, que no un biopic, un pseudocumental que cuenta como protagonistas con la mujer del poeta, Felicidad Blanca y sus tres hijos, Juan Luis, Leopoldo Mª y Michi. Un retrato que se extiende durante casi dos años de filmación y en el que los miembros vivos de este clan destilan sus recuerdos, miserias, rencillas y excentricidades.
Una fotografía familiar que pone de manifiesto: cómo la lucidez suele ser antagónica a la felicidad, cómo las mentes brillantes suelen bordear la locura sino franquearla, cómo el patriarcado casi tiránico en torno a la figura de Leopoldo Panero, condicionó y determinó a unos vástagos engolados, elevados, cultos y en cierto modo, enajenados, descendientes del poeta ajenos a la cordura; de lastimera existencia y admirable verbo.
Un intercambio de reproches, traumas y dardos fraternales, y también hacia una madre de sangre azul, que en su limbo recibe estoica, las andanadas fieras de su hijo Leopoldo. Que como en el mejor de los relatos donde un personaje desprende un magnetismo tan cautivador que hipnotiza y perdura en el imaginario del lector, así ocurre en “El Desencanto”, porque así es Leopoldo Mª Panero. Poeta maldito, obtuso, rebelde, alcoholizado, deslumbrante y decadente. En un principio se mostró reticente a participar en la película, de hecho no aparece hasta ya mediado el metraje.
Sus hermanos Juan Luis y Michi, también elocuentes y disfrazados con una pose quizá un tanto frívola, algo más postiza que el aura que envuelve a Leopoldo Mª, que rezuma paseos por el infierno terrenal e intelectual en cada una de sus intervenciones, ya había pasado por la cárcel y algún manicomio (psiquiátrico, si lo prefieren).
Los tres tienen por denominador común un verbo ampuloso, con fraseos referenciales en otros idiomas. Y a pesar del ingenio y artificio de los Panero, a cada aparición en escena del hermano del medio, hay una sacudida en la conciencia de los espectadores
En conclusión, una magnífica composición coral para describir la desintegración de un familia modélica del régimen franquista, cuya descendencia tal vez ya no trascienda más allá de las palabras impresas, los poemarios, las entrevistas televisivas o este documento audiovisual (que tuvo su segunda parte… "Después de tantos años", a cargo de Ricardo Franco).
Una demostración de buen hacer por parte de Chávarri en la dirección, Escamilla en la fotografía y Salcedo en el montaje; dejando constancia del desencanto de la lucidez a través de la familia Panero. Una creación que cala hondo, que no deja tibio y que sacude la cotidianeidad de los espectadores desde 1976. Enajenación altiva en poesía cinematográfica.
Una familia que se diluye en un jarrón de Bohemia ajado, dentro de una vitrina polvorienta, en una torre de marfil, que se cae a pedazos. Así lo plasma Jaime Chávarri en esta radiografía de la familia Panero y por extensión del tardofranquismo. Una película biográfica, que no un biopic, un pseudocumental que cuenta como protagonistas con la mujer del poeta, Felicidad Blanca y sus tres hijos, Juan Luis, Leopoldo Mª y Michi. Un retrato que se extiende durante casi dos años de filmación y en el que los miembros vivos de este clan destilan sus recuerdos, miserias, rencillas y excentricidades.
Una fotografía familiar que pone de manifiesto: cómo la lucidez suele ser antagónica a la felicidad, cómo las mentes brillantes suelen bordear la locura sino franquearla, cómo el patriarcado casi tiránico en torno a la figura de Leopoldo Panero, condicionó y determinó a unos vástagos engolados, elevados, cultos y en cierto modo, enajenados, descendientes del poeta ajenos a la cordura; de lastimera existencia y admirable verbo.
Un intercambio de reproches, traumas y dardos fraternales, y también hacia una madre de sangre azul, que en su limbo recibe estoica, las andanadas fieras de su hijo Leopoldo. Que como en el mejor de los relatos donde un personaje desprende un magnetismo tan cautivador que hipnotiza y perdura en el imaginario del lector, así ocurre en “El Desencanto”, porque así es Leopoldo Mª Panero. Poeta maldito, obtuso, rebelde, alcoholizado, deslumbrante y decadente. En un principio se mostró reticente a participar en la película, de hecho no aparece hasta ya mediado el metraje.
Sus hermanos Juan Luis y Michi, también elocuentes y disfrazados con una pose quizá un tanto frívola, algo más postiza que el aura que envuelve a Leopoldo Mª, que rezuma paseos por el infierno terrenal e intelectual en cada una de sus intervenciones, ya había pasado por la cárcel y algún manicomio (psiquiátrico, si lo prefieren).
Los tres tienen por denominador común un verbo ampuloso, con fraseos referenciales en otros idiomas. Y a pesar del ingenio y artificio de los Panero, a cada aparición en escena del hermano del medio, hay una sacudida en la conciencia de los espectadores
En conclusión, una magnífica composición coral para describir la desintegración de un familia modélica del régimen franquista, cuya descendencia tal vez ya no trascienda más allá de las palabras impresas, los poemarios, las entrevistas televisivas o este documento audiovisual (que tuvo su segunda parte… "Después de tantos años", a cargo de Ricardo Franco).
Una demostración de buen hacer por parte de Chávarri en la dirección, Escamilla en la fotografía y Salcedo en el montaje; dejando constancia del desencanto de la lucidez a través de la familia Panero. Una creación que cala hondo, que no deja tibio y que sacude la cotidianeidad de los espectadores desde 1976. Enajenación altiva en poesía cinematográfica.
17 de diciembre de 2015
17 de diciembre de 2015
35 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es, probablemente, junto a "Arrebato" de Zulueta, la película más importante de la Transición. Por su alcance, temeridad y verdad. Por su arte salvaje.
Es una historia sobre lenguaje(s), su poder, grados y diferencias, toda la escala (a pesar de que Leopoldo María, el hijo mediano, "el loco", lo niegue, su existencia o validez; pero creo que él se refiere más a la idea de un ente abstracto, normativo y acartonado; rígido y autoritario, no tanto al hecho en sí; más tiene que ver con su rechazo a todas las academias y las convenciones castradoras). Si vamos de arriba hacia abajo, podemos establecer el siguiente orden:
- El lenguaje oficial. La mentira instaurada. El discurso de un Rosales emocionado con ocasión del homenaje a su amigo.
- El lenguaje culto. Habla como un libro abierto. Esa expresión tan común es justo la que mejor define a Felicidad Blanc. Con todo lo bueno, y lo malo, que eso supone. Se expresa de maravilla, con las palabras justas, con ritmo, música literaria que agrada y da brillo. Pero también suena a amaño, a discurso impostado y superficial; una especie de trituradora elegante de las verdades más incómodas. Los buenos modales de una señorita bien educada. Hay montones de frases, "era un nuevo corte en mi vida", "leía Madame Bovary en el silencio de la casa solariega", o así, similares, que dan forma a una perorata tan perfecta como hueca, un soniquete meloso y, en el fondo, muy tahúr. Un esfuerzo desesperado por transformar la cruda realidad en belleza de ornato, por poner hermosos diques a toda la miseria fluvial que te quiere anegar despiadada, toscamente.
- El lenguaje esnob. La pedantería como filosofía. El ridículo como forma de vida. Bufonada y representación. Juan Luis Panero, el hijo mayor, "as myself". Da risa y gusto verle. Asombra y se agradece una exposición tan chusca y extrema, esa falta de pudor.
- El lenguaje inocente. Juguetón, risueño, autocrítico. Virginal. Michi, el pequeño. Veía venir el toro, pero todavía se creía "mono". Sabía lo que pasaba, pero tenía ciertas esperanzas. Ahora su madre era suya. Era su turno. Le tocaba.
- El lenguaje airado. A la contra. Malditismo romántico y escalpelo clínico. Leopoldo María, el del medio. Sus soflamas incendiarias son tanto una forma de propaganda, de promoción exaltada de sí mismo, una exhibición de su pose tremendista y kamikaze, como un ariete implacable que destruye inmisericordemente el frágil equilibrio que en la hora anterior su hermano y su madre habían construido con tanto esfuerzo. Se contradice (pasa de negar el determinismo y afirmar la libertad absoluta debido a nuestra falta de sustancia, a un momento después -según el montaje final de la película- reconocer la incapacidad de reacción, o la vida como implacable círculo vicioso en el que solo caben la resignación y el (h)umor -sin hache, por supuesto) y suelta varias machadas victimistas, puro martirologio ("soy el chivo expiatorio de mi familia", "me odia todo el mundo porque represento la vida -invivible"); pero es con mucho el que más se la juega, el que provoca el, quizás, mayor deslumbramiento de la película, su fractura, su corazón herido, moribundo, ese momento, ya tan "famoso y recordado", en el que habla de la diferencia entre la leyenda épica, las hazañas del yo, y la verdad sin afeites, caiga quien caiga.
- Y, finalmente, el lenguaje puramente cinematográfico. Montaje hábil y riguroso de Chávarri para que todo encaje, para que podamos disfrutar de una espontaneidad organizada, de un caos libre y ascético, con sentido. Muy bien.
- Otra mirada. También se puede decir que está dividida en dos mitades, o en dos tríos; la misma pareja con dos acompañantes diferentes. Felicidad, Michi + Juan Luis versus Felicidad, Michi + Leopoldo María.
La primera parte es más calma y suntuosa; una derrota asumida y, más o menos, digna que, en verdad, anuncia tormenta. Confirmada en el segundo tramo con la terrorífica irrupción (como un vampiro sediento de sangre, solo le faltó la capa) del "poeta loco" (estaba en su "mejor momento"; con todo el dolor de la autodestrucción sistemática, anegado por el alcohol y otras ayudas, pero todavía lúcido, con una mente funcional, activa, epigramática, sentenciosa, aforística, asociativa, pulverizadora; las palabras salen con dificultad de su boca, pero dan de lleno en la diana, hacen daño, iluminan y duelen).
En este sentido, el de las dos caras de un espejo roto, destacaría un contraste tremendo, clave, cegador; el que observamos en Felicidad, pasamos de la mirada reprobatoria a Michi cuando este dice que la perra "parió" (ella le corrige con un "dar a luz", se supone que una expresión más adecuada para dar buena imagen, de gente respetable) a esa misma mirada, pero espantada, ante la descripción gráfica que hace Leopoldo María de sus "amores reclusos" ("Los tuve, las mamadas que me hacían los subnormales por cigarrillos"). Es un salto tan brutal, el que va de la apariencia de un cierto orden burgués, bella normalidad, que es lo que pretendía mostrar la madre, utilizar el documental para lucirse, pura inocente vanidad, al derrumbe completo de una saga, fin de raza, a la que se puede decir que Leopoldo María, con su alucinada mirada y crueles palabras, pone el epitafio definitivo. También refleja oblicuamente el choque imposible de dos tiempos, educaciones y momentos históricos antagónicos, incomunicables, completamente diferentes y en tensión constante.
Es una historia sobre lenguaje(s), su poder, grados y diferencias, toda la escala (a pesar de que Leopoldo María, el hijo mediano, "el loco", lo niegue, su existencia o validez; pero creo que él se refiere más a la idea de un ente abstracto, normativo y acartonado; rígido y autoritario, no tanto al hecho en sí; más tiene que ver con su rechazo a todas las academias y las convenciones castradoras). Si vamos de arriba hacia abajo, podemos establecer el siguiente orden:
- El lenguaje oficial. La mentira instaurada. El discurso de un Rosales emocionado con ocasión del homenaje a su amigo.
- El lenguaje culto. Habla como un libro abierto. Esa expresión tan común es justo la que mejor define a Felicidad Blanc. Con todo lo bueno, y lo malo, que eso supone. Se expresa de maravilla, con las palabras justas, con ritmo, música literaria que agrada y da brillo. Pero también suena a amaño, a discurso impostado y superficial; una especie de trituradora elegante de las verdades más incómodas. Los buenos modales de una señorita bien educada. Hay montones de frases, "era un nuevo corte en mi vida", "leía Madame Bovary en el silencio de la casa solariega", o así, similares, que dan forma a una perorata tan perfecta como hueca, un soniquete meloso y, en el fondo, muy tahúr. Un esfuerzo desesperado por transformar la cruda realidad en belleza de ornato, por poner hermosos diques a toda la miseria fluvial que te quiere anegar despiadada, toscamente.
- El lenguaje esnob. La pedantería como filosofía. El ridículo como forma de vida. Bufonada y representación. Juan Luis Panero, el hijo mayor, "as myself". Da risa y gusto verle. Asombra y se agradece una exposición tan chusca y extrema, esa falta de pudor.
- El lenguaje inocente. Juguetón, risueño, autocrítico. Virginal. Michi, el pequeño. Veía venir el toro, pero todavía se creía "mono". Sabía lo que pasaba, pero tenía ciertas esperanzas. Ahora su madre era suya. Era su turno. Le tocaba.
- El lenguaje airado. A la contra. Malditismo romántico y escalpelo clínico. Leopoldo María, el del medio. Sus soflamas incendiarias son tanto una forma de propaganda, de promoción exaltada de sí mismo, una exhibición de su pose tremendista y kamikaze, como un ariete implacable que destruye inmisericordemente el frágil equilibrio que en la hora anterior su hermano y su madre habían construido con tanto esfuerzo. Se contradice (pasa de negar el determinismo y afirmar la libertad absoluta debido a nuestra falta de sustancia, a un momento después -según el montaje final de la película- reconocer la incapacidad de reacción, o la vida como implacable círculo vicioso en el que solo caben la resignación y el (h)umor -sin hache, por supuesto) y suelta varias machadas victimistas, puro martirologio ("soy el chivo expiatorio de mi familia", "me odia todo el mundo porque represento la vida -invivible"); pero es con mucho el que más se la juega, el que provoca el, quizás, mayor deslumbramiento de la película, su fractura, su corazón herido, moribundo, ese momento, ya tan "famoso y recordado", en el que habla de la diferencia entre la leyenda épica, las hazañas del yo, y la verdad sin afeites, caiga quien caiga.
- Y, finalmente, el lenguaje puramente cinematográfico. Montaje hábil y riguroso de Chávarri para que todo encaje, para que podamos disfrutar de una espontaneidad organizada, de un caos libre y ascético, con sentido. Muy bien.
- Otra mirada. También se puede decir que está dividida en dos mitades, o en dos tríos; la misma pareja con dos acompañantes diferentes. Felicidad, Michi + Juan Luis versus Felicidad, Michi + Leopoldo María.
La primera parte es más calma y suntuosa; una derrota asumida y, más o menos, digna que, en verdad, anuncia tormenta. Confirmada en el segundo tramo con la terrorífica irrupción (como un vampiro sediento de sangre, solo le faltó la capa) del "poeta loco" (estaba en su "mejor momento"; con todo el dolor de la autodestrucción sistemática, anegado por el alcohol y otras ayudas, pero todavía lúcido, con una mente funcional, activa, epigramática, sentenciosa, aforística, asociativa, pulverizadora; las palabras salen con dificultad de su boca, pero dan de lleno en la diana, hacen daño, iluminan y duelen).
En este sentido, el de las dos caras de un espejo roto, destacaría un contraste tremendo, clave, cegador; el que observamos en Felicidad, pasamos de la mirada reprobatoria a Michi cuando este dice que la perra "parió" (ella le corrige con un "dar a luz", se supone que una expresión más adecuada para dar buena imagen, de gente respetable) a esa misma mirada, pero espantada, ante la descripción gráfica que hace Leopoldo María de sus "amores reclusos" ("Los tuve, las mamadas que me hacían los subnormales por cigarrillos"). Es un salto tan brutal, el que va de la apariencia de un cierto orden burgués, bella normalidad, que es lo que pretendía mostrar la madre, utilizar el documental para lucirse, pura inocente vanidad, al derrumbe completo de una saga, fin de raza, a la que se puede decir que Leopoldo María, con su alucinada mirada y crueles palabras, pone el epitafio definitivo. También refleja oblicuamente el choque imposible de dos tiempos, educaciones y momentos históricos antagónicos, incomunicables, completamente diferentes y en tensión constante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Casi toda ella es digna de recuerdo. Por ejemplo (no me puedo resistir a citar):
- Las continuas miradas de pánico de Felicidad, sus continuos estremecimientos, esas pedidas de auxilio calladas, esos desesperados gritos de socorro sordos, cuando comprende que su bello esfuerzo ha sido totalmente inútil.
- El homenaje póstumo a Calvert Casey. Mas parece que sirve para alardear de las galanterías maternas, su poder de seducción y gran belleza, que para lamentar, se supone, a eso juegan, la muerte del amigo enamorado.
- El reconocimiento mutuo de los hermanos de su incapacidad para tener hijos.
- La descripción del padre a través del poema leído por Juan Luis. Putero, borracho y violento. Versión sórdida frente a la oficial: poeta laureado, esposo amantísimo y padre querido.
- Rosales como el amigo gorrón y pesado que le sirvió al padre de escudo contra su mujer. A la que parece claro que no aguantaba (la anécdota en la que ella explica cómo la prohibió acompañarle durante los paseos es tremenda).
- Los orígenes pijos, y médicos, de la madre.
- Las cobardías compartidas.
- Handel, las celdas de aislamiento y los gitanos.
- Las dos revueltas patafísicas propiciadas por Leopoldo María.
- Las guerras edípicas
- El trasiego de grandes nombres de la cultura española alrededor de la familia Panero.
Un padre autoritario pero ausente. Figura encumbrada y vidriosa. Una madre superada y superficial. Niña bien con enterramiento provinciano de cuerpo presente que cobra vida con unos hijos ya condenados de antemano, por todo, por sus genes, su infancia y la bancarrota muy especialmente. Sin criterio ni horizonte. Vagos, talentosos y sin dinero. Alcohólicos, inútiles y literarios. Una tragedia.
Una historia muy triste contada con la certeza de las buenas historias, de las mejores, las que hieden a sinceridad que afecta, que cuestiona, que cambia, que molesta a los bien pensantes, a los exquisitos que solo comen en buenos manteles y se ofenden ante lo demasiado humano o muy desagradable, que incomoda y arrebata.
- Las continuas miradas de pánico de Felicidad, sus continuos estremecimientos, esas pedidas de auxilio calladas, esos desesperados gritos de socorro sordos, cuando comprende que su bello esfuerzo ha sido totalmente inútil.
- El homenaje póstumo a Calvert Casey. Mas parece que sirve para alardear de las galanterías maternas, su poder de seducción y gran belleza, que para lamentar, se supone, a eso juegan, la muerte del amigo enamorado.
- El reconocimiento mutuo de los hermanos de su incapacidad para tener hijos.
- La descripción del padre a través del poema leído por Juan Luis. Putero, borracho y violento. Versión sórdida frente a la oficial: poeta laureado, esposo amantísimo y padre querido.
- Rosales como el amigo gorrón y pesado que le sirvió al padre de escudo contra su mujer. A la que parece claro que no aguantaba (la anécdota en la que ella explica cómo la prohibió acompañarle durante los paseos es tremenda).
- Los orígenes pijos, y médicos, de la madre.
- Las cobardías compartidas.
- Handel, las celdas de aislamiento y los gitanos.
- Las dos revueltas patafísicas propiciadas por Leopoldo María.
- Las guerras edípicas
- El trasiego de grandes nombres de la cultura española alrededor de la familia Panero.
Un padre autoritario pero ausente. Figura encumbrada y vidriosa. Una madre superada y superficial. Niña bien con enterramiento provinciano de cuerpo presente que cobra vida con unos hijos ya condenados de antemano, por todo, por sus genes, su infancia y la bancarrota muy especialmente. Sin criterio ni horizonte. Vagos, talentosos y sin dinero. Alcohólicos, inútiles y literarios. Una tragedia.
Una historia muy triste contada con la certeza de las buenas historias, de las mejores, las que hieden a sinceridad que afecta, que cuestiona, que cambia, que molesta a los bien pensantes, a los exquisitos que solo comen en buenos manteles y se ofenden ante lo demasiado humano o muy desagradable, que incomoda y arrebata.
18 de septiembre de 2008
18 de septiembre de 2008
39 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un documental. De 1976. Sobre la vida y familia de un poeta falangista. Dirigido por Jaime Chávarri. Esto, junto con la primera escena donde aparece una especie de estatua sentada envuelta en plástico con la voz en off de su mujer, ya son motivos suficientes para despertar mi interés, y para asustarme, por partes iguales. Mi conocimiento acerca de esta familia se limitaba a la lectura de algunos poemas de Leopoldo hijo y de la escucha de la canción “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, de Nacho Vegas. En otras palabras, desconocía casi por completo la existencia de esta familia. Reconozco que lo que más me atrajo, antes de ver el documental, fue su título. El Desencanto, ¿de qué?, me pregunté.
El desencanto de la vida, después de ver el documental. Ese desencanto es el que rodea a todos los protagonistas, desde su mujer, hasta sus hijos. El de su mujer, Felicidad Blanch, es un desencanto romántico. Aparece como una mujer que desea hablar, con una verborrea producto de años de silencio. Prueba de esta idea es lo expresado por uno de sus hijos al decir “Par delicatesse j’ai perdu ma vie”. De esta manera aparece Felicidad como la representación de la amargura, ironías del destino.
Por otra parte, están los tres hijos. El mayor de ellos, Juan Luis, aparece como opositor a la figura paterna. O, al menos, representa con seguridad el papel de hermano mayor, cuando asegura que él conoce la Historia, porque la ha vivido. Desde el comienzo del documental, se aprecia la relación, tirante, entre los tres hermanos. La charla del hermano mayor con el pequeño, Michi, en la terraza, deja entrever el perfil psicológico de ambos, rozando en la enfermedad mental. Juan Luis dice más cuando calla, con esas miradas, que cuando habla. Por el contrario, Michi, habla sin parar, con ese desenfreno que suelen tener los hermanos menores, atropelladamente. En esta escena se echa de menos el hermano mediano, Leopoldo, una persona sincera, llena de fuerza, que se convierte en un personaje literario hiriente, con palabras como dardos afilados. De hecho, su propia madre confiesa que Leopoldo es la gran complicación de su vida. Sin lugar a dudas, se hace el dueño de la escena cuando aparece, puede que por la expresión de su mirada, esquiva ante la cámara, o por lo tajante de sus afirmaciones, entre las que destaco “En la infancia vivimos y después sobrevivimos”.
No es solamente un documental de 1976 sobre la vida y familia de un poeta falangista. Representa el desencanto de toda una sociedad con una forma de vida, la que le toca vivir, con la familia Panero como protagonistas. Es algo más de una hora y media, donde se definen con tanta precisión los roles familiares que es difícil no sentirse identificado en algún momento. No son sólo reproches entre personas que comparten apellido, es la vida misma. Un documental basado en el diálogo que invita a la reflexión personal y al intercambio de ideas.
El desencanto de la vida, después de ver el documental. Ese desencanto es el que rodea a todos los protagonistas, desde su mujer, hasta sus hijos. El de su mujer, Felicidad Blanch, es un desencanto romántico. Aparece como una mujer que desea hablar, con una verborrea producto de años de silencio. Prueba de esta idea es lo expresado por uno de sus hijos al decir “Par delicatesse j’ai perdu ma vie”. De esta manera aparece Felicidad como la representación de la amargura, ironías del destino.
Por otra parte, están los tres hijos. El mayor de ellos, Juan Luis, aparece como opositor a la figura paterna. O, al menos, representa con seguridad el papel de hermano mayor, cuando asegura que él conoce la Historia, porque la ha vivido. Desde el comienzo del documental, se aprecia la relación, tirante, entre los tres hermanos. La charla del hermano mayor con el pequeño, Michi, en la terraza, deja entrever el perfil psicológico de ambos, rozando en la enfermedad mental. Juan Luis dice más cuando calla, con esas miradas, que cuando habla. Por el contrario, Michi, habla sin parar, con ese desenfreno que suelen tener los hermanos menores, atropelladamente. En esta escena se echa de menos el hermano mediano, Leopoldo, una persona sincera, llena de fuerza, que se convierte en un personaje literario hiriente, con palabras como dardos afilados. De hecho, su propia madre confiesa que Leopoldo es la gran complicación de su vida. Sin lugar a dudas, se hace el dueño de la escena cuando aparece, puede que por la expresión de su mirada, esquiva ante la cámara, o por lo tajante de sus afirmaciones, entre las que destaco “En la infancia vivimos y después sobrevivimos”.
No es solamente un documental de 1976 sobre la vida y familia de un poeta falangista. Representa el desencanto de toda una sociedad con una forma de vida, la que le toca vivir, con la familia Panero como protagonistas. Es algo más de una hora y media, donde se definen con tanta precisión los roles familiares que es difícil no sentirse identificado en algún momento. No son sólo reproches entre personas que comparten apellido, es la vida misma. Un documental basado en el diálogo que invita a la reflexión personal y al intercambio de ideas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es difícil de ver, pero una vez que la acabas, estás deseando volver a verla.
Y si no piensas así, ¿para qué desaprovechas tu tiempo leyendo un spoiler de una obra que jamás volverás a ver?
Y si no piensas así, ¿para qué desaprovechas tu tiempo leyendo un spoiler de una obra que jamás volverás a ver?
19 de abril de 2007
19 de abril de 2007
39 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llamar cobarde a una madre es algo despreciable. Pero el don de la lucidez tambien está cargado de ira. El don de la lucidez como decía el gran Adolfo Aristaráin en "Lugares comunes" y posteriormente en "Roma" es un asesino difuso que nos mata día a día. Un asesino difuso que con la muerte de un líder, el poeta Leopoldo Panero, llevó a su apellido a la esquizofrenia, alcoholismo, drogadicción, locura, fetichismo y sobre todo soledad.
Uno de los "Dieces" mas sentidos y personalmente mejor valorados desde que comencé mi anadadura en filmaffinity.
"Capturing the Friedmands" fue un excelente documental en su tiempo que conseguía poner los pelos de punta en determinadas secuencias del filme. En esta desencantadora historia, Jaime Chavarri nos tiene en un hilo desde los primeros títulos de crédito hasta la sentenciosa frase final con la que la raza panero llega su ocaso.
Podría dejaros aquí decenas de frases y perlas que cada boca deja salir como si de puñaladas se tratasen pero mejor que las oigáis vosotros mismos...
Uno de los "Dieces" mas sentidos y personalmente mejor valorados desde que comencé mi anadadura en filmaffinity.
"Capturing the Friedmands" fue un excelente documental en su tiempo que conseguía poner los pelos de punta en determinadas secuencias del filme. En esta desencantadora historia, Jaime Chavarri nos tiene en un hilo desde los primeros títulos de crédito hasta la sentenciosa frase final con la que la raza panero llega su ocaso.
Podría dejaros aquí decenas de frases y perlas que cada boca deja salir como si de puñaladas se tratasen pero mejor que las oigáis vosotros mismos...
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