Pixote, la ley del más débil
2 de julio de 2015
2 de julio de 2015
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Pixote" arranca con una breve secuencia en tono documental, en la que el director Héctor Babenco ofrece una breve introducción a las puertas de la favela de Diadema, en São Paulo. En ella expone el tema que abordará y presenta a Fernando Ramos da Silva, un niño que vive con su familia en este empobrecido barrio y que protagonizará a continuación el filme. Esta atípico prólogo nos avisa de la dimensión de realidad que se nos va a mostrar. Siguiendo la tradición del cine neorrealista, los personajes son actores no profesionales, niños de la calle en situaciones similares a las del protagonista. La historia es una versión ficcionada, aunque con intenciones casi documentales, de la situación de desamparo en la que viven muchos menores de edad en los barrios más deprimidos de Brasil.
Lo que sigue pasado este prólogo es una historia dividida en dos partes claramente diferenciadas. En la primera de ellas, Pixote es encerrado con otros niños en un reformatorio por el supuesto asesinato de un juez, donde será testigo de los excesos de unas autoridades que les utilizan constantemente como cabezas de turco. Con un tono profundamente ácido y desencantado, Babenco se centra durante esta mitad de la narración en exponer la impunidad de las instituciones y sus abusos, sin escatimar tampoco en las críticas a los discursos pedagógicos vacíos y adornados que se manejan desde otras esferas, y mostrando, en definitiva, la indefensión de los internos del reformatorio ante su entorno, que va alimentando su necesidad de huir.
Lo que sigue pasado este prólogo es una historia dividida en dos partes claramente diferenciadas. En la primera de ellas, Pixote es encerrado con otros niños en un reformatorio por el supuesto asesinato de un juez, donde será testigo de los excesos de unas autoridades que les utilizan constantemente como cabezas de turco. Con un tono profundamente ácido y desencantado, Babenco se centra durante esta mitad de la narración en exponer la impunidad de las instituciones y sus abusos, sin escatimar tampoco en las críticas a los discursos pedagógicos vacíos y adornados que se manejan desde otras esferas, y mostrando, en definitiva, la indefensión de los internos del reformatorio ante su entorno, que va alimentando su necesidad de huir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La segunda parte, sin embargo, descubre una realidad aún más cruda y con una exposición bastante más radical de los niños protagonistas. Tras escapar del reformatorio, Pixote se asocia con tres compañeros (Chico, Dito y Lilica) para sobrevivir en la calle, entrando en una espiral de violencia y marginalidad, y metiéndose en una multitud de asuntos turbios en los que les veremos robar, traficar con drogas e incluso cometer asesinatos. El tono más dramático de la primera mitad deja paso a una sensación de incomodidad constante al ver la falta de escrúpulos de Babenco para exponerles en circunstancias morales durísimas e inquietantes. Es destacable en ese sentido el esfuerzo por evitar maniqueísmos, para no edulcorar una historia que tiene tanto de carácter puramente reivindicativo como de intento de trasladar de manera fiel la vida de sus personajes, con todos sus claroscuros. En ese sentido es donde el guión muestra un cierto distanciamiento emocional cuando es preciso, abandonando paternalismos innecesarios, pero sin dejar por ello de cargar las tintas contra el entorno que les ha llevado a esta situación.
En ambas partes, la narración ocurre en gran parte a saltos, sin continuidad inmediata entre las escenas, dando la impresión de ser una historia episódica y sin rumbo claro, con la intención tal vez de captar la incertidumbre de la situación del protagonista, sujeta al devenir de los acontecimientos y conformando una narración tremendamente cruda y sin concesiones a un público que se verá expuesto constantemente a secuencias perturbadoras. En todo momento hay una sensación pesimista de fondo, de personajes que están condenados a vagar por una vida marginal de la que no pueden salir. Pero eso no debería llevar a engaño, porque de la misma forma en que centra su atención en mostrar toda la carga dramática de sus situaciones (con un aplomo y una sobriedad que se echan mucho en falta en otras obras del género), Pixote también es a su manera una película que atesora sus escasos momentos de calma, centrando en varias ocasiones el punto de vista en la amistad de los personajes como vía de escape a su realidad. En ese sentido hay que destacar una escena de Pixote hablando con Lilica y Chico en la playa, o el inocente juego en el que simulan un atraco en el reformatorio.
Con todos estos aciertos, cabía aún la posibilidad de que en la búsqueda de los extremos la película perdiera su conexión con la realidad, y por suerte no ocurre así. Una de las grandes cualidades de la cinta es que nunca, ni en los buenos ni en los malos momentos, deja de transmitir una terrible sensación de naturalidad. El director de Carandiru realiza un excelente trabajo no sólo en la narración, dejando de lado muchos artificios innecesarios, sino en su labor de dirección de actores no profesionales o con escasa experiencia. Logra sin ir más lejos sacar un registro impecable de Fernando Ramos, quien interpreta a su personaje con una sinceridad apabullante, reflejando en su expresión la desolación y perturbación de un niño que ha perdido su inocencia. Lo mismo se podría decir del resto de un reparto que sorprende por su solidez y dedicación, de entre los que hay que destacar a Jorge Julião en el papel de Lilica, el adolescente «crossdresser», y Marilia Pera como la prostituta Sueli.
En definitiva, "Pixote, la ley del más débil" es una experiencia de contrastes tan extremos como las experiencias de sus protagonistas, que encuentra en una exposición sincera y visceral su mayor virtud para una historia en la que no sirven las medias tintas. La inolvidable secuencia final ofrece un broche perfecto a una trama que tristemente tiene más de realidad que de ficción, como demostraría seis años más tarde el final trágico, abatido a tiros por la policía, de Fernando Ramos, el Pixote de Babenco.
Texto escrito para www.cinemaldito.com
En ambas partes, la narración ocurre en gran parte a saltos, sin continuidad inmediata entre las escenas, dando la impresión de ser una historia episódica y sin rumbo claro, con la intención tal vez de captar la incertidumbre de la situación del protagonista, sujeta al devenir de los acontecimientos y conformando una narración tremendamente cruda y sin concesiones a un público que se verá expuesto constantemente a secuencias perturbadoras. En todo momento hay una sensación pesimista de fondo, de personajes que están condenados a vagar por una vida marginal de la que no pueden salir. Pero eso no debería llevar a engaño, porque de la misma forma en que centra su atención en mostrar toda la carga dramática de sus situaciones (con un aplomo y una sobriedad que se echan mucho en falta en otras obras del género), Pixote también es a su manera una película que atesora sus escasos momentos de calma, centrando en varias ocasiones el punto de vista en la amistad de los personajes como vía de escape a su realidad. En ese sentido hay que destacar una escena de Pixote hablando con Lilica y Chico en la playa, o el inocente juego en el que simulan un atraco en el reformatorio.
Con todos estos aciertos, cabía aún la posibilidad de que en la búsqueda de los extremos la película perdiera su conexión con la realidad, y por suerte no ocurre así. Una de las grandes cualidades de la cinta es que nunca, ni en los buenos ni en los malos momentos, deja de transmitir una terrible sensación de naturalidad. El director de Carandiru realiza un excelente trabajo no sólo en la narración, dejando de lado muchos artificios innecesarios, sino en su labor de dirección de actores no profesionales o con escasa experiencia. Logra sin ir más lejos sacar un registro impecable de Fernando Ramos, quien interpreta a su personaje con una sinceridad apabullante, reflejando en su expresión la desolación y perturbación de un niño que ha perdido su inocencia. Lo mismo se podría decir del resto de un reparto que sorprende por su solidez y dedicación, de entre los que hay que destacar a Jorge Julião en el papel de Lilica, el adolescente «crossdresser», y Marilia Pera como la prostituta Sueli.
En definitiva, "Pixote, la ley del más débil" es una experiencia de contrastes tan extremos como las experiencias de sus protagonistas, que encuentra en una exposición sincera y visceral su mayor virtud para una historia en la que no sirven las medias tintas. La inolvidable secuencia final ofrece un broche perfecto a una trama que tristemente tiene más de realidad que de ficción, como demostraría seis años más tarde el final trágico, abatido a tiros por la policía, de Fernando Ramos, el Pixote de Babenco.
Texto escrito para www.cinemaldito.com
22 de mayo de 2021
22 de mayo de 2021
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
175/35(22/05/21) Desgarrador drama brasileño cumple 40 años de su estreno (05/Mayo/1981) con una frescura y vigor tremendo, con este brutal relato que deconstruye con bisturí oxidado a la juventud marginal brasileira, en lo que es un claro antecedente de la majestuosa “Ciudad de Dios” (2002). En este caso dirige Héctor Babenco, con guión escrito por el propio Babenco y Jorge Durán, (“Prohibido prohibir”) basado en el libro “A Infância dos Mortos” (La infancia de los muertos) de José Louzeiro, ello con un estilo claramente neorrealista (propio del cine italiano), con crudeza, con actores amateurs, denunciando con saña el desamparo de los niños, como son maltratados, vejados, asesinados, ante o bien la connivencia de las autoridades o su indiferencia. Una radiografía sangrante donde vemos a niños en las cloacas de la sociedad, desde la buñueliana “Los olvidados” (1950) no se veía algo igual, seres abandonados por sus familias que cual perros callejeros deben sobrevivir como pueden, robando, prostituyéndose o drogándose, donde sus disfuncionales familias pasan a ser delincuentes como ellos, potenciales (empujados por la sociedad) criminales, pero que aún llevan dentro a los niños que son. Es un acerado ataque contra un sistema podrido, representado en la corrupta policía que emplea a los infantes a su antojo, y los reformatorios, nidos de violadores y humillación, generando seres violentos en esta espiral enfermiza al no ofrecérseles una salida mínima. Babenco no juzga, ni da respuestas, no sermonea sobre que hacer, esto puede ser un arma de doble filo, pues buscar el problema es fácil, pero dar respuestas fáciles a problemas complejos no.
Tras una redada policial de niños de la calle, Pixote (Fernando Ramos da Silva) es enviado a un reformatorio de menores (FEBEM). La prisión es una escuela infernal donde Pixote usa el esnifar pegamento como medio de escape emocional de constantes amenazas de abuso y violación. Pronto queda claro los jóvenes criminales son peones en los juegos criminales y sádicos de los guardias de la prisión y su comandante. Y e que la primera noche es testigo de la violación por parte de un grupo contra uno que dormía.
Tenemos de protagonista a Fernando Ramos da Silva, un niño de 11 años sacado de las calles para dar veracidad al personajes, que en realidad era prácticamente su alter ego, lo borda con esos ojos saltones, esa mirada observadora, demuestra una gran vitalidad, dejando entrever entre su aparente dureza a ese niño que solo busca una madre que nunca ha tenido, una interpretación formidable impregnada de patetismo, Brillante. En lo que parece una secuela de su propio rol Fernando Ramos da Silva fue asesinado a los 19 años por la policía brasileña en São Paulo, cuando tras intentar aprovechar el éxito del film como actor, al final volvió a las calles de donde salió y al final murió.
El desarrollo resulta en modo fragmentado, mediante episodios. Con dos partes bien marcadas, una cuando entramos con Pixote en el interior del tétrico reformatorio, lugar donde son hacinados como animales decenas de críos, lugar regido por mano de hierro (sádica, su imagen llevando a un crio desnudo para tirarlo en la cama es nauseabunda) por el celador Sapatos Brancos (aterrador Jardel Filho, con gran parecido a Nick Nolte) y el director (Rubens Rollo). Allí vivirá el abuso de los guardias como de otros reos, donde reina el darwinismo. Donde la enseñanza es algo tangencial, la reinserción no es objetivo. Allí crea su propia familia con otros reclusos, niños y jóvenes tan faltos de referentes morales como él, seres que no saben distinguir la línea entre el bien y el mal, donde para dar ejemplo sus juegos son recrear torturas, y atracos a bancos, además de fumar, drgarse con pegamento o conocer el sexo. Un enfoque fuera de sentimentalismos, ácido y muy realista en el modo en que se siente cine verité. Donde la policía queda como el culo, con sus tejemanejes con los jóvenes tapando sus vergüenzas en una huida hacia adelante sanguinaria donde ellos ponen la versión oficial y punto.
La segunda parte se da fuera del reformatorio, donde esta nueva ‘familia’ de Pixote, el travesti Lilica (Jorge Julião), con amante Dito (Gilberto Moura), y Chico (Edílson Lino), se convierten en depredadores de la calle para sobrevivir, cual jauría de lobos rodena por las calles de Sao Paolo a incautos a los que roban, luego pasan a tráfico de drogas, donde como niños son engañados, hasta que conocen a una prostituta mayor Sueli (Marilia Pera, sensacional figura cuasi-maternal que se erige en protagonista con su carácter cuando aparece en el tramo final, ganó el premio a la mejor actriz de la Sociedad Nacional de Críticos de Cine), y se asocian para robar a sus clientes. Todo esto en una vorágine que envuelve al espectador de pesimismo, de desesperanza, donde los momentos de felicidad se notan artificiosos (como esa noche bailando a luz de los faros de un coche robado con el dueño en el maletero, donde la meretriz recuerda viejos tiempos de stripper), sientes que solo son un grupo de perdedores, sin horizonte, sin destino, y ello tratado por Babenco con energía y gran electricidad en el modo en que todo resulta despiadado, no hay almíbar, no hay salida de esta ratonera, no hay condescendencia o paternalismos, nadie se salva de la quema, un lugar donde la inocencia nace quebrada. Esto maximizado en su feroz rush final (spoiler).
Tras una redada policial de niños de la calle, Pixote (Fernando Ramos da Silva) es enviado a un reformatorio de menores (FEBEM). La prisión es una escuela infernal donde Pixote usa el esnifar pegamento como medio de escape emocional de constantes amenazas de abuso y violación. Pronto queda claro los jóvenes criminales son peones en los juegos criminales y sádicos de los guardias de la prisión y su comandante. Y e que la primera noche es testigo de la violación por parte de un grupo contra uno que dormía.
Tenemos de protagonista a Fernando Ramos da Silva, un niño de 11 años sacado de las calles para dar veracidad al personajes, que en realidad era prácticamente su alter ego, lo borda con esos ojos saltones, esa mirada observadora, demuestra una gran vitalidad, dejando entrever entre su aparente dureza a ese niño que solo busca una madre que nunca ha tenido, una interpretación formidable impregnada de patetismo, Brillante. En lo que parece una secuela de su propio rol Fernando Ramos da Silva fue asesinado a los 19 años por la policía brasileña en São Paulo, cuando tras intentar aprovechar el éxito del film como actor, al final volvió a las calles de donde salió y al final murió.
El desarrollo resulta en modo fragmentado, mediante episodios. Con dos partes bien marcadas, una cuando entramos con Pixote en el interior del tétrico reformatorio, lugar donde son hacinados como animales decenas de críos, lugar regido por mano de hierro (sádica, su imagen llevando a un crio desnudo para tirarlo en la cama es nauseabunda) por el celador Sapatos Brancos (aterrador Jardel Filho, con gran parecido a Nick Nolte) y el director (Rubens Rollo). Allí vivirá el abuso de los guardias como de otros reos, donde reina el darwinismo. Donde la enseñanza es algo tangencial, la reinserción no es objetivo. Allí crea su propia familia con otros reclusos, niños y jóvenes tan faltos de referentes morales como él, seres que no saben distinguir la línea entre el bien y el mal, donde para dar ejemplo sus juegos son recrear torturas, y atracos a bancos, además de fumar, drgarse con pegamento o conocer el sexo. Un enfoque fuera de sentimentalismos, ácido y muy realista en el modo en que se siente cine verité. Donde la policía queda como el culo, con sus tejemanejes con los jóvenes tapando sus vergüenzas en una huida hacia adelante sanguinaria donde ellos ponen la versión oficial y punto.
La segunda parte se da fuera del reformatorio, donde esta nueva ‘familia’ de Pixote, el travesti Lilica (Jorge Julião), con amante Dito (Gilberto Moura), y Chico (Edílson Lino), se convierten en depredadores de la calle para sobrevivir, cual jauría de lobos rodena por las calles de Sao Paolo a incautos a los que roban, luego pasan a tráfico de drogas, donde como niños son engañados, hasta que conocen a una prostituta mayor Sueli (Marilia Pera, sensacional figura cuasi-maternal que se erige en protagonista con su carácter cuando aparece en el tramo final, ganó el premio a la mejor actriz de la Sociedad Nacional de Críticos de Cine), y se asocian para robar a sus clientes. Todo esto en una vorágine que envuelve al espectador de pesimismo, de desesperanza, donde los momentos de felicidad se notan artificiosos (como esa noche bailando a luz de los faros de un coche robado con el dueño en el maletero, donde la meretriz recuerda viejos tiempos de stripper), sientes que solo son un grupo de perdedores, sin horizonte, sin destino, y ello tratado por Babenco con energía y gran electricidad en el modo en que todo resulta despiadado, no hay almíbar, no hay salida de esta ratonera, no hay condescendencia o paternalismos, nadie se salva de la quema, un lugar donde la inocencia nace quebrada. Esto maximizado en su feroz rush final (spoiler).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La puesta en escena resulta maravillosa, sobre todo en su dirección artística Clovis Bueno (“Carandiro” o “Os Desafinados”), llevándonos por el extrarradio más triste y cuasi-apocalíptico de las dos más grandes ciudades cariocas, como Sao Paolo Y Rio de Janeiro, alejado de la alegría o entusiasmo febril, aquí prima el avernal reformatorio, o los lugares exteriores donde se mueve el grupo de Pixoyte; Todo esto atomizado por la gran cinematografía de Rodolfo Sánchez (“El beso de la mujer araña” o “Blue Iguana”), en tonos apagados, emitiendo patetismo, tristeza ambiental, soledad, donde el sol parece poco presente, jugando con la semioscuridad, donde se adolece de cromatismo fuertes, ello en pos de la inmersión lóbrega en que viven estos niños, calándote en los huesos.
Spoiler:
En el tramo final Sueli lleva a su piso a un cliente gringo, allí en plena felación aparecen Pixote y Dito armados para (como tenían acostumbrado) robar al desgraciado cliente, pero el tipo se resiste atacando a Dito, Sueli grita a Pixote que dispare al gringo, el niño lo hace y errando el disparo mata a Dito, tras lo que hace varios más contra el gringo, matándolo también, ello con el rostro sin demostrar sentimiento alguno por parte de Pixote. Hay una elipsis (no sabemos qué ha pasado con los dos cadáveres). Pixote sentado en la cama observa un programa de bailes de carnaval en la tele, mientras Sueli está tumbada en el colchón, ella le dice que Dito era muy buen chico, él asiente diciéndole que no le hable más de él. Sueli le dice que piensa marcharse con su familia a su pueblo y le pide a Pixote la acompañe. Entonces Pixote vomita, seguramente provocado por el recuerdo de los asesinatos, Sueli lo consuela y abraza, entonces en un gesto instintivo él busca el pecho de la mujer, esta se lo descubre y el chupa cual bebe, entonces ella de pronto lo rechaza, lo despega de ella. Le manda que se vaya, gritándole que no necesita un hijo, que detesta a los hijos. Pixote sin decir palabra se pone sus tenis, una muda, coge su mini-pistola que se pone en la cintura y se marcha sin decir palabra, siendo su última imagen caminado y saltando por las solitarias vías del tren con rumbo a ningún lado, Desolador Final, donde vemos las ansias de este niño por tener una madre, y como la sociedad lo rechaza, quedando a la intemperie.
Momentos recordables (aparte de los ya mencionados): El asesinato de los dos jóvenes en un campo por parte de la policía que otros niños dentro de un coche policial observan entre las rejillas; La muerte del amante de Lillica en sus brazos en el reformatorio, tras haberle dado una paliza los guardias; Cuando Pixote y su amigo piden un dinero pro drogas a una mujer que les ha estafado, se produce una trifulca y acaba con que Pixote asesina con un cuchillo a la mujer, mientras el amigo está probablemente muerto por un golpe en la nuca; Cuando Pixote pregunta a Sueli que es lo que hay el cubo del baño con una aguja, está haciendo sus necesidades le dice de modo estoico que el trozo de carne deshecho que ve es un bebe muerto (sin palabras), y que se parece a él.
Notable torpedo contra una sociedad que 40 años después no parece haber aprendido. Fuerza y honor!!!
Spoiler:
En el tramo final Sueli lleva a su piso a un cliente gringo, allí en plena felación aparecen Pixote y Dito armados para (como tenían acostumbrado) robar al desgraciado cliente, pero el tipo se resiste atacando a Dito, Sueli grita a Pixote que dispare al gringo, el niño lo hace y errando el disparo mata a Dito, tras lo que hace varios más contra el gringo, matándolo también, ello con el rostro sin demostrar sentimiento alguno por parte de Pixote. Hay una elipsis (no sabemos qué ha pasado con los dos cadáveres). Pixote sentado en la cama observa un programa de bailes de carnaval en la tele, mientras Sueli está tumbada en el colchón, ella le dice que Dito era muy buen chico, él asiente diciéndole que no le hable más de él. Sueli le dice que piensa marcharse con su familia a su pueblo y le pide a Pixote la acompañe. Entonces Pixote vomita, seguramente provocado por el recuerdo de los asesinatos, Sueli lo consuela y abraza, entonces en un gesto instintivo él busca el pecho de la mujer, esta se lo descubre y el chupa cual bebe, entonces ella de pronto lo rechaza, lo despega de ella. Le manda que se vaya, gritándole que no necesita un hijo, que detesta a los hijos. Pixote sin decir palabra se pone sus tenis, una muda, coge su mini-pistola que se pone en la cintura y se marcha sin decir palabra, siendo su última imagen caminado y saltando por las solitarias vías del tren con rumbo a ningún lado, Desolador Final, donde vemos las ansias de este niño por tener una madre, y como la sociedad lo rechaza, quedando a la intemperie.
Momentos recordables (aparte de los ya mencionados): El asesinato de los dos jóvenes en un campo por parte de la policía que otros niños dentro de un coche policial observan entre las rejillas; La muerte del amante de Lillica en sus brazos en el reformatorio, tras haberle dado una paliza los guardias; Cuando Pixote y su amigo piden un dinero pro drogas a una mujer que les ha estafado, se produce una trifulca y acaba con que Pixote asesina con un cuchillo a la mujer, mientras el amigo está probablemente muerto por un golpe en la nuca; Cuando Pixote pregunta a Sueli que es lo que hay el cubo del baño con una aguja, está haciendo sus necesidades le dice de modo estoico que el trozo de carne deshecho que ve es un bebe muerto (sin palabras), y que se parece a él.
Notable torpedo contra una sociedad que 40 años después no parece haber aprendido. Fuerza y honor!!!
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