Peregrinos
7.1
403
31 de agosto de 2013
31 de agosto de 2013
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Ford no inventó el cine, pero, de un modo u otro, se acabó apropiando de él. Al fin y al cabo, si se vuelve atrás la mirada, se hace difícil poner en duda que haya existido, en toda su historia, una figura cuya sombra se extienda de un modo tan perdurable, influyente y poderoso como la de Ford. No, tal vez no inventó el cine, pero John Ford fue, sucesivamente, pionero, innovador y dueño absoluto de los resortes secretos de un arte que jamás habría sido el mismo sin él. “Prácticamente cualquier cosa que cualquiera de nosotros haya hecho”, decía Sidney Lumet en 1973, “puedes encontrarla en una película de John Ford”.
Cuando se habla de Ford y se citan sus obras maestras, parece existir, no obstante, la tácita convicción de que no fue hasta “La diligencia” cuando ofreció la auténtica dimensión de su talento. Como todos los tópicos, esta creencia tiene algo de verdad, pero es esencialmente errónea, ya que obvia el hecho de que en 1939 Ford llevaba un cuarto de siglo en el mundo del cine, donde había desempeñado las más diversas tareas, al servicio de su hermano Francis –el primer Ford famoso como director de cine- o de Griffith -a cuyas órdenes se enfundó una capucha del Ku-Klux-Klan en “El nacimiento de una nación”-, antes de dirigir sus propias películas, con apenas veintidós años.
“Peregrinos”, rodada seis años antes de pisar por primera vez Monument Valley y de dignificar un género relegado hasta entonces a la condición de pasto de ganado, es, tal vez, la mejor película de Ford anterior a “La diligencia”, y, en no pocos aspectos, resiste perfectamente la comparación con muchas de sus obras mayores de décadas posteriores. Pese a la evidente superioridad técnica de sus trabajos más famosos y del hecho de que estos se desarrollen en sus marcos físicos más reconocibles, es aquí, en “Peregrinos”, donde cristalizan por primera vez, de modo diáfano, algunas de las recurrencias temáticas y estilísticas inconfundibles del universo fordiano.
No hacen falta sino unos pocos minutos para comprobar que Ford, en 1933, ya era Ford; los suficientes para que su innato sentido de la composición y el encuadre, su pasmoso dominio de la iluminación o su agudo escrutinio de la naturaleza humana dejen más claro que rótulo alguno quién firma la película. Si en algo es rica “Peregrinos”, sin embargo, es en eso que se llamó “gracia fordiana”, esas breves, sutiles y aparentemente involuntarias rúbricas en forma de gestos o miradas de las que Ford se servía para narrar sin malgastar una sola palabra, sugiriendo (que no subrayando) las líneas no escritas del guión. Una mano enguantada recogiendo un ramo de flores a través de una ventanilla de tren. Una trinchera aplastada bajo un silencioso torrente de barro. Un cubo de agua bajo una tormenta. La reunión de los pedazos rotos de una fotografía.
Sí, así –y no más tarde- nació el hombre al que los navajos llamaron Natani Nez, que no en vano significa El Guerrero Alto. Pero eso ocurrió después, y es otra historia.
Cuando se habla de Ford y se citan sus obras maestras, parece existir, no obstante, la tácita convicción de que no fue hasta “La diligencia” cuando ofreció la auténtica dimensión de su talento. Como todos los tópicos, esta creencia tiene algo de verdad, pero es esencialmente errónea, ya que obvia el hecho de que en 1939 Ford llevaba un cuarto de siglo en el mundo del cine, donde había desempeñado las más diversas tareas, al servicio de su hermano Francis –el primer Ford famoso como director de cine- o de Griffith -a cuyas órdenes se enfundó una capucha del Ku-Klux-Klan en “El nacimiento de una nación”-, antes de dirigir sus propias películas, con apenas veintidós años.
“Peregrinos”, rodada seis años antes de pisar por primera vez Monument Valley y de dignificar un género relegado hasta entonces a la condición de pasto de ganado, es, tal vez, la mejor película de Ford anterior a “La diligencia”, y, en no pocos aspectos, resiste perfectamente la comparación con muchas de sus obras mayores de décadas posteriores. Pese a la evidente superioridad técnica de sus trabajos más famosos y del hecho de que estos se desarrollen en sus marcos físicos más reconocibles, es aquí, en “Peregrinos”, donde cristalizan por primera vez, de modo diáfano, algunas de las recurrencias temáticas y estilísticas inconfundibles del universo fordiano.
No hacen falta sino unos pocos minutos para comprobar que Ford, en 1933, ya era Ford; los suficientes para que su innato sentido de la composición y el encuadre, su pasmoso dominio de la iluminación o su agudo escrutinio de la naturaleza humana dejen más claro que rótulo alguno quién firma la película. Si en algo es rica “Peregrinos”, sin embargo, es en eso que se llamó “gracia fordiana”, esas breves, sutiles y aparentemente involuntarias rúbricas en forma de gestos o miradas de las que Ford se servía para narrar sin malgastar una sola palabra, sugiriendo (que no subrayando) las líneas no escritas del guión. Una mano enguantada recogiendo un ramo de flores a través de una ventanilla de tren. Una trinchera aplastada bajo un silencioso torrente de barro. Un cubo de agua bajo una tormenta. La reunión de los pedazos rotos de una fotografía.
Sí, así –y no más tarde- nació el hombre al que los navajos llamaron Natani Nez, que no en vano significa El Guerrero Alto. Pero eso ocurrió después, y es otra historia.
23 de mayo de 2013
23 de mayo de 2013
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la revisión que estoy haciendo de la filmografía de John Ford, me acabo de encontrar con una casi obra maestra. Desde luego con una perfecta obra cinematográfica, y más si considero que los fines de la productora, la Fox, y creo que del director también, es llegar al máximo de espectadores, que a fin de cuentas son los intereses de Hollywood. Es un drama que podría quedarse en el sufrimiento por los muertos en la guerra, y en particular de lo que sufrieron las madres de tantos jóvenes muertos en los campos de batalla europeos de la Primera Guerra Mundial. Pero Ford, como siempre, va dejando la historia a un lado y va introduciéndose en la vida de sus personajes, en este caso la madre que ha llevado a su hijo a la guerra para evitar que se casara con una muchacha. Toca todas las fibras sensibles porque sabe que cualquier espectador ha tenido madre y que la mayoría de sus espectadoras son madres o lo serán seguramente. Pero huye del tono sensiblero y utiliza unas imágenes realistas, que unidas a la interpretación de Henrietta Crosman, consiguen un drama humano que cualquiera puede entender. Hay varias secuencias y planos que son dignos de figurar entre las muestras de arte cinematográfico, pero yo me quedo con la escena en la que la novia del hijo le da a la madre un ramo de flores para que lo ponga en la tumba del muchacho muerto. La joven lleva de una mano a su hijo, y en la otra las flores, y la madre, dura como ella es, sólo saca una mano por la ventanilla del tren para coger el ramo. Sinceramente, de las pocas escenas cinematográficas que me han producido un enorme nudo en la garganta. Si pueden verla estoy seguro que no se arrepentirán, y hasta es posible que repitan, como pienso hacer yo. Pero no todo es drama, porque Ford sabe introducir los elementos cómicos en sus películas, y eso es lo que hace con una madre que va a visitar las tumbas de sus tres hijos muertos, que desborda amor por la vida y que fuma en pipa. ¡Ah! Todos los elementos fordianos están en esta película, así que los verdaderamente cinéfilos no deben perdérsela.
31 de marzo de 2020
31 de marzo de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los aledaños de una historia ya anticuada en su época, sermoneante y previsible a cada paso (“madres, dejad que vuestros hijos se casen con quienes ellos quieran y no con quien queráis vosotras”), John Ford se las arregla para introducir algunos de sus queridos cuadros costumbristas -en este caso, no de amistades machorras y cuarteleras, sino de matronas campestres que fuman y disparan con infalible puntería- y, con su habitual maestría cinematográfica, asegura la plena emotividad de la película con algunos planos y secuencias que en otro hubieran quedado muy probablemente desdibujadas y tibias.
21 de septiembre de 2023
21 de septiembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
261/20(19/09/23) Con motivo del 90 aniversario del estreno (12/Julio/1933) de este drama fordiano me lo he visto, es un film poco conocido del director de Maine, para muchos críticos fue el comienzo de su gran filmografía, obra parteaguas en su carrera. Es un incisivo melodrama que ahonda en las complicadas relaciones materno-filiales, el ultra proteccionismo con el que cubrimos a nuestros retoños, esto puede convertirse en un arma de doble filo, tanto para ellos como para nosotros (me coloco en el lado de los padres), como en nuestras ansias de querer lo mejor para ellos podemos no darnos cuenta que lo mejor para ellos es que sean felices, simple y llanamente. Además, sirve para homenajear a las madres que pierden a sus hijos en las absurdas guerras, en este caso las estadounidenses en la Gran Guerra, las que sufrieron el mandar a chicos sanos a otro continente y nunca volvieron, solo tuvieron un telegrama para anunciar la mayor de las tragedias que una madre viva más que su vástago. Los escritores Barry Conners (“Bachelor's Affairs”), Philip Klein (“Cuatro hijos”) y Dudley Nichols (“La Diligencia”) adaptan una historia de IAR Wylie, la misma escritora de “Grandmother Bernle Learns Her Letters” del libro del que se adaptó la película muda de Ford “Four Sons” (1928).
El director crea un microcosmos reconocible rural en la primera parte de la cinta, crea un choque de voluntades agrio entre una madre de fuerte carácter y su hijo que ama a una mujer que no es aceptada por la progenitora. Todo desarrollado sin sensiblerías, nunca fue algo fordiano el maniqueísmo lacrimógeno, para ir evolucionando una historia sugestiva, que te atrapa, sobre todo por la majestuosa actuación de Henrietta Crosman como la madre, poseedora de un carisma arrollador.
Para en la segunda parte pasar a un viaje donde la madre sufrirá una epifanía. Viaje este dónde Ford incluye humor fresco (Esa mordaz frase que suelta Hannah a un militar: "No sabía que alguna vez murieran generales en una guerra"; con el momento peluquería; cuando una anciana se pone a fumar en pipa; el de la feria con las ancianas disparando en una barraca, con el colofón de disparar a la pipa de un ‘hombre de cera’). Para en su tramo final conseguir emocionarme por la forma en que me ha atrapado el relato, haciéndome ponérseme el vello de punto en el final, algo muy difícil para mí.
Todo filmado con el buen gusto poético de John Ford, con la ayuda del DP George Schneiderman (“Cuatro hijos”): Como ese trémulo primer plano de Mary viendo alejarse el tren que se lleva a su novio a la guerra; la escena en que le dan a la protagonista (subida ya al tren) un ramito de flores desde abajo, la anciana lo coge y solo vemos su mano colgando de la ventanilla; esa madre anónima que da una macetita a la protagonista para que lo ponga en cualquier tumba de los caídos, pues el cadáver de su hijo no fue encontrado; y con uno de sus mantras, como es una escena de cementerio, rodada con un gusto lírico delicioso.
La historia comienza durante la Primera Guerra Mundial, en la zona rural de Arkansas de Three Cedars, donde un joven llamado Jim (correcto Norman Foster), al ser hijo único de la viuda Hannah Jessop (Henrietta Crosman), queda exento del servicio militar obligatorio. Cuando corteja a la hija del borracho local, Mary Saunders (buena Marian Nixon). Hannah contrariada al no poder separarlos, firma una renuncia que le permite ser reclutado. Jim muere en acción poco después, pero la testaruda Hannah permanece impenitente. Diez años más tarde, se une a una delegación de ‘Madres Estrella Dorada’ que viajan a Francia para visitar las tumbas de sus hijos. Para en el epílogo volver a Tres Cedros e una escena que quien no se conmueva se lo haga mirar.
Se puede decir que es una película que se sabe por donde va y como va a acabar. Pero Ford hace del camino un placer en como hace avanzar la narración, nunca te sorprende el camino, pero si te complace la forma de transitarlo, con gran solidez. Profundizando en el poder que los padres (en este caso una madre viuda) han tenido en decidir el futuro de sus hijos. Ford hace gala de un gran gusto en mostrar el costumbrismo, algo en lo que era el maestro.
El director crea un microcosmos reconocible rural en la primera parte de la cinta, crea un choque de voluntades agrio entre una madre de fuerte carácter y su hijo que ama a una mujer que no es aceptada por la progenitora. Todo desarrollado sin sensiblerías, nunca fue algo fordiano el maniqueísmo lacrimógeno, para ir evolucionando una historia sugestiva, que te atrapa, sobre todo por la majestuosa actuación de Henrietta Crosman como la madre, poseedora de un carisma arrollador.
Para en la segunda parte pasar a un viaje donde la madre sufrirá una epifanía. Viaje este dónde Ford incluye humor fresco (Esa mordaz frase que suelta Hannah a un militar: "No sabía que alguna vez murieran generales en una guerra"; con el momento peluquería; cuando una anciana se pone a fumar en pipa; el de la feria con las ancianas disparando en una barraca, con el colofón de disparar a la pipa de un ‘hombre de cera’). Para en su tramo final conseguir emocionarme por la forma en que me ha atrapado el relato, haciéndome ponérseme el vello de punto en el final, algo muy difícil para mí.
Todo filmado con el buen gusto poético de John Ford, con la ayuda del DP George Schneiderman (“Cuatro hijos”): Como ese trémulo primer plano de Mary viendo alejarse el tren que se lleva a su novio a la guerra; la escena en que le dan a la protagonista (subida ya al tren) un ramito de flores desde abajo, la anciana lo coge y solo vemos su mano colgando de la ventanilla; esa madre anónima que da una macetita a la protagonista para que lo ponga en cualquier tumba de los caídos, pues el cadáver de su hijo no fue encontrado; y con uno de sus mantras, como es una escena de cementerio, rodada con un gusto lírico delicioso.
La historia comienza durante la Primera Guerra Mundial, en la zona rural de Arkansas de Three Cedars, donde un joven llamado Jim (correcto Norman Foster), al ser hijo único de la viuda Hannah Jessop (Henrietta Crosman), queda exento del servicio militar obligatorio. Cuando corteja a la hija del borracho local, Mary Saunders (buena Marian Nixon). Hannah contrariada al no poder separarlos, firma una renuncia que le permite ser reclutado. Jim muere en acción poco después, pero la testaruda Hannah permanece impenitente. Diez años más tarde, se une a una delegación de ‘Madres Estrella Dorada’ que viajan a Francia para visitar las tumbas de sus hijos. Para en el epílogo volver a Tres Cedros e una escena que quien no se conmueva se lo haga mirar.
Se puede decir que es una película que se sabe por donde va y como va a acabar. Pero Ford hace del camino un placer en como hace avanzar la narración, nunca te sorprende el camino, pero si te complace la forma de transitarlo, con gran solidez. Profundizando en el poder que los padres (en este caso una madre viuda) han tenido en decidir el futuro de sus hijos. Ford hace gala de un gran gusto en mostrar el costumbrismo, algo en lo que era el maestro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Rush final: ‘Después de mostrarle los lugares de interés de París y asistir a un salón de belleza y una ceremonia en honor a sus hijos, Hannah, afligida por la culpa, se niega a visitar el cementerio porque todavía racionaliza que su hijo desobedeció sus deseos y no fue un buen hijo. Hannah, entristecida, camina sobre un puente en París, ve a un chico estadounidense rico y borracho, Gary Worth (correcto Maurice Murphy), a punto de saltar. Ella detiene al joven y lo lleva a su hotel. Allí se entera que la madre de Gary planea separarlo de la embarazada Suzanne (encantadora Heather Angel), la chica de sus sueños, chica francesa de clase baja a quien su madre considera no lo suficientemente bueno para él. Hannah siente una revelación ante una especie de repetición en tercera persona de lo que ella pasó con su hijo, y al verlo desde fuera entiende que obró Mal, y decide intervenir para salvar el amor d ellos jóvenes. Tendrá un encuentro con la Sra. Worth (correcta Hedda Hopper, luego se convertirá en destacada columnista de chismes) y le cuenta su historia, y la madre de Gary entra en razón y cambia de opinión, entran en la habitación el hijo y su novia, la Sra. Worth abraza con cariño a Suzanne, mientras cual héroe en el oeste tras cumplir en el lado bueno se retira sin esperar agradecimiento. Hannah visita entre lágrimas la tumba de Jim en Argonne, dejando la macetita que le entregó la madre anónima y el ramito de Mary. Hay una elipsis y ya Hannah está en Tres Cedros, la vemos dirigirse con su perro a la casa de Mary, ella mira inquieta como su ‘suegra’ entra en la vivienda, y le dice que ha pedido perdón de rodillas por el Mal hecho a su hijo en su tumba, ya hora le pide perdón a ella también de rodillas (figurado), y abraza a Mary. El perro ladra contra una puerta cerrada, Hannah abre y allí esta Jim (cumplidor Jay Ward), el hijo de Mary y Jimmy. Hannah lo abraza y lo llama nieto, Jim le dice que, si la puede llamar abuela, a lo que Hannah le responde que se enfadará si la llama de otra forma, y fin, y se pone me estremezco (no soy fácil de hacerlo ante una película).
El film estuvo probablemente imbuido por el halo de la madre de Ford, que murió durante la filmación, el 26 de marzo de 1933.
Notable muestra de cine que te llega a las entrañas. Gloria Ucrania!!!
El film estuvo probablemente imbuido por el halo de la madre de Ford, que murió durante la filmación, el 26 de marzo de 1933.
Notable muestra de cine que te llega a las entrañas. Gloria Ucrania!!!
12 de agosto de 2024
12 de agosto de 2024
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Una madre acaparadora y absorbente, Hannah Jessop (Henrietta Crosman), en un ataque de celos y rabia, pues su hijo Jim (Norman Foster) ha decidido casarse con su novia Mary Saunders (Marian Nixon), para evitarlo, alista al hijo en el ejército como combatiente en la I Guerra Mundial. Lo que no sabe es que Mary espera un hijo de Jim.
Adaptación de un relato de I.A.R. Wylie (guion de B. Conners y P. Kein). Un filme construido con solidez, lo cual que emana un agradable regusto de época.
Película emotiva y conmovedora que nos hace reflexionar sobre nuestra propia humanidad y los errores que podemos cometer por nuestro egoísmo. Es una obra valiosa, con un importante mensaje.
Muestra el talento de Ford y presenta algunas recurrencias de temas y estilo, que caracterizarían su universo cinematográfico.
Contenido en un artículo de ENCADENADOS: https://encadenados.org/monograficos/no-109-monografico-el-otro-ford/perlas-del-primer-cine-de-john-ford/
Adaptación de un relato de I.A.R. Wylie (guion de B. Conners y P. Kein). Un filme construido con solidez, lo cual que emana un agradable regusto de época.
Película emotiva y conmovedora que nos hace reflexionar sobre nuestra propia humanidad y los errores que podemos cometer por nuestro egoísmo. Es una obra valiosa, con un importante mensaje.
Muestra el talento de Ford y presenta algunas recurrencias de temas y estilo, que caracterizarían su universo cinematográfico.
Contenido en un artículo de ENCADENADOS: https://encadenados.org/monograficos/no-109-monografico-el-otro-ford/perlas-del-primer-cine-de-john-ford/
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