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Drugstore Cowboy

Drama Estados Unidos, principios de los 70. Bob Hughes es el jefe de una banda de toxicómanos, integrado por su mujer, Diane, y otra pareja, Rick y Nadine. Viajan a lo largo y ancho del país atracando farmacias para cubrir su imperiosa necesidad de droga. A raíz de un trágico suceso, Bob se replantea su situación; decide rehabilitarse y comenzar una nueva vida. Las cosas, sin embargo, no le resultan sencillas... (FILMAFFINITY)
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Críticas 30
Críticas ordenadas por utilidad
6 de octubre de 2010
43 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Correcta, entretenida, liviana y a veces imprecisa representación del mundo de la drogodependencia. Enmarcada por la cámara de Gus Van Sant (“Elephant”) -quien debutaba como director-, la película está protagonizada notablemente por Matt Dillon, que deja constancia de una gran calidad como actor que ha sabido atesorar a lo largo de su carrera. En este caso lo hace desde la piel del supersticioso Bob, un toxicómano que se dedica al asalto de farmacias junto a una pandilla constituida por la pareja que él mismo forma con su novia Dianne (Kelly Linch) y la compuesta por Rick (James LeGros) y Nadine (Heather Graham).

La liviandad de la cinta reside en la poca profundidad mostrada por Van Sant para dibujar el entorno del tema abarcado. La presencia de las drogas en la película se limita a lo estético, sin ahondar apenas la dirección en los efectos que éstas pueden producir. Buscando la comparación, me viene a la mente “Pánico en Needle Park” (1971, Jerry Schazberg), en la que podemos ver a un primerizo Al Pacino junto a Kitty Win experimentando auténticas odiseas para poder chutarse. El sufrimiento, ansiedad y patetismo del duplo de drogadictos era palpable, algo que no se produce en “Drugstore Cowboy”, donde parece querer reproducirse la misma pareja, sin lograr alcanzar el mismo nivel de interés, resultando menos creíble su actitud debido -entre otras cosas- a la perfección física y lucidez psíquica de sus protagonistas. A pesar del nivel de adicción de todos los personajes (que son unas auténticas máquinas de pincharse las drogas más duras), ninguno -excepto de forma chispeante el encarnado por Dillon- logra transmitir autenticidad.

A pesar de los defectos del filme, que se manifiestan con fuerza en su tramo final, la cinta se deja ver como un documento entretenido en el que la mayor baza es su parte estética. Y es que Van Sant siempre logra buenas notas en esta faceta, caracterizándose por una dirección sosegada en lo narrativo y fría en la imagen. La banda sonora de la cinta es escasa, pero cuando aparece lo hace en forma de notas clásicas inspiradas en la música de los años en los que se ambienta el filme (década de los 70). El autor de la misma es el compositor Elliot Goldenthal, quien se daría a conocer años después con sus trabajos en “Demolition Man” (1993), “Heat” (1995) o “Enemigos públicos” (2009).
Sandro Fiorito
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23 de noviembre de 2009
46 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente, Van Sant y yo no congeniamos. Su estética no me disgusta, por supuesto, pero su cine -en términos generales- me parece tan yerto e inane como un muslo de pollo congelado. Y aunque ya percibí esa gélida sensación con “Elephant” y “Paranoid Park”, tenía la esperanza de vislumbrar algo más de intensidad y dramatismo en “Drugstore Cowboy”. Básicamente porque, tratándose de una opera prima, presumía que iba a palpar algo más de naturalidad y porque -ingenuo de mi- creía que tratando un tema tan aciago y controvertido como el de la drogadicción, Van Sant se habría atrevido a mojarse mucho más de lo que lo hace. Pero no, está visto que Van Sant lleva muy dentro ese afán documentalista con toques de diseño y que pedirle un poco más de implicación personal resulta tan baldío como pedirle a Zapatero que hable en inglés.

Lo siento, Van Sant, pero cuando se tocan temas así hay que echar toda la carne en el asador y no quedarse a medias. En temas de este calado cada uno tiene su opinión y todas ellas son respetables, pero hay que dar la cara y no limitarse a contentar a todo el mundo con posicionamientos tibios y políticamente correctos. Porque vaya, la redención del Bob esponja éste (no veas como se mete de todo el muy jodío) no se la traga ni mi tia la de Cuenca. Resumiendo, que “Trainspotting” y “Réquiem por un sueño” -por si no te había quedado claro, Gus- le dan mil patadas a tu “Drugstore Cowboy” de aquí a Lima. ¿Lo vamos pillando?
Taylor
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26 de octubre de 2009
26 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace años que asomaba por mi cabeza la necesidad de saldar la deuda que tenía con esta peli,
pero por una u otra razón, nunca encontraba el momento apropiado. Hace unos días, revisando
los gustos de otros filmafiniteros (cuestión que recomiendo encarecidamente) me di de bruces de nuevo con el estreno de largo de Gus Van Sant y esta mañana decidí por fin zanjar la cuestión.

El resultado me ha dejado un sabor agrio y eso tras negarme firmemente, transcurrida la primera media hora, a abandonar. Me ha parecido otro de esa larga lista de tornillos oxidados que en su día fueron foto de portada vanguardista, pero que, a todas luces, desde una óptica actual mucho más objetiva, muestran de forma inexorable, que atesoraban más defectos que virtudes tras el brillo novedoso del momento. Entiendo que fue realizada en 1989 y que ha habido numerosos ejemplos con temática similar desde entonces, con bastante más empaque e interés pues ya tenían un punto de partida del que evolucionar, pero aunque eso sea cierto, no es suficiente para justificar la impactante ausencia de atracción sufrida en su transcurso, tanto en la esfera temática como en el aspecto técnico o artístico.

Ni siquiera la acertada y anecdótica aparición de W. Burroughs interpretándose casi a sí mismo,
es suficiente para considerarla algo más que una aburrida opereta que sabía perfectamente, antes de ser estrenada, que, de forma irremediable, triunfaría como obra de culto, independientemente de la calidad literaria con la que uniese sus palabras.

Decepción.
mikinervio
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31 de octubre de 2010
22 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película lo tiene. El tema de la droga siempre se puede abordar desde un punto de vista facilón, moralista, incluso escapista, frívolo, nada consistente. Este film resulta todo lo contrario. Aborda el problema desde una retrospectiva, la droga y los atracos de droguerías (en América se llamaban así a las farmacias, que a la vez vendían otros productos, como si fuesen tiendas de ultramarinos) en los años 70. Y lo hace con seriedad, con lucidez, sin poner ni quitar, mostrando tal cual es la cuestión. Subidón, estancamiento, bajón, desastre, huida. Sin añadir ni restar, insisto, algo que es muy importante al abordar esta esìnosa cuestión.

Por lo demás, hay a quienes se le puede hacer algo lenta.

Por cierto, Matt Dillon está soberbio, y el resto de actores no desmerecen. Hubo un tiempo en que Dillon parecía que iba a ser el próximo Brando, el próximo Mickey Rourke. Esta era su tiempo, no tenía rival por aquel entonces. Hoy en día los grandes (Norton, Cusack, Damon, Pitt, DiCaprio) yo creo que no le pueden hacer sombra al Dillon de los 80, pero en fin, esta es una opinión personal. A mí me marcó mucho este tío en Rebeldes, La Ley de la Calle y Drugstore Cowboy. Y qué bien le quedaba la chupa de cuero, demonios.

Creo que es el único film de Gus Van Sant que me gusta. Pero no sólo me gusta: me apasiona.
Moltipsycho3
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5 de noviembre de 2007
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo los derroteros que parece haber tomado la carrera de Gus Van Sant en los últimos años, y viendo la (mala) fama que se ha ganado con sus últimos experimentos, creo que es justo recordar que este tipo fue, hace más de una década, una de las puntas de lanza del entonces incipiente cine independiente americano. "Todo por un sueño" y "Mi Idaho privado" son dos películas estupendas, pero este Drugstore Cowboy realmente toca el cielo, con la vida de una banda de cuatro yonquis que se dedican a mantener su adicción atracando farmacias por el noroeste americano, a principios de los setenta, y que tras serios problemas con la justicia por sus hábitos empiezan a replantearse si realmente les compensa su vida de adictos. Y no, no se trata de una película moralista sobre las drogas, ni mucho menos. El mayor acierto del film es precisamente la ausencia de juicios de valores sobre la conveniencia de la vida de unos y otros, simplemente se dedica a mostrar crudamente estas vidas, y cómo estos yonquis ven generalmente negado su sitio por la mayoría de la sociedad.

Dillon, genial, encarna la esperanza de alguien que sólo busca intentar vivir su vida de la mejor forma posible, sin molestar a los demás, pero que ve la imposibilidad de hacerlo ante el acoso de un abusivo agente de policía obsesionado con acabar con su carrera delictiva. También aparece por ahí el poeta beat William S. Burroughs, en un impagable papel como viejo sacerdote drogadicto rechazado por sus hábitos y que ofrece una de las reflexiones más lúcidas sobre la droga que se han visto en el cine. No es un film realista sobre las drogas, sino más bien una meditación sobre gente apartada de la sociedad que la empareja más con películas añejas como "Malas tierras" o "Cowboy de medianoche" que con cualquier película sobre adictos. Y si no fuese por esos ya comentados fallos estilísticos debidos a su época (era 1989, la estética por entonces se ve hoy demasiado obsoleta, y eso se nota aquí sobre todo en la música y en la elección de algunos planos un tanto estridentes, aunque el estar ambientada en los setenta nos libra al menos del vestuario hortera que se gastaba en el 89) podría ser una obra maestra de la talla de aquellas. Aparte de eso, es realmente una película excelente, la mejor de Van Sant y una de las imprescindibles de la primera hornada de cine indie norteamericano.
Mogwai
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