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Los pervertidos

Drama Un joven delincuente sale del reformatorio e inmediatamente se embarca en una espiral de furia desaforada, la mayor parte de ella dirigida hacia la novia del periodista que ayudó a la policía a detenerle. El descenso hacia la locura amoral de los personajes sonó como el grito de ayuda de una generación perdida en esta película representativa del inicio de la nueva ola japonesa de los 60. (FILMAFFINITY)
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
11 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más aún que en el de sus truculentos compatriotas, en el cine de kurahara aparece una fascinación por los imbéciles que parece resolverse en una conjura de necios. En esa morbidez inexplicable parece cifrar Kurahara la crítica contra una sociedad tan capaz de crear descerebrados como de despacharlos con la misma naturalidad, pero el vehículo utilizado para expresarlo acaso renquea.
Alrededor de 1960 las nuevas olas, japo, checa, inglesa y demás, ya sean adelantadas o remedo de la francesa, se pirran por el compromiso, la radicalidad y la transgresión tanto en los planos formal como temático. Y, precisamente, en la temática es donde a menudo la apuesta se presta a la confusión; si bien es razonable el parentesco de Los pervertidos (1960) con Al final de la escapada (1959) también es aceptable que el acierto de esta última es ser un (homenaje) simple negro de serie B que retomaba a los clásicos (J. Lewis, N. Ray, E.G. Ulmer) y los re-estiliza a la manera nouvelle vague, mientras que Kurahara en el empeño de aquello de que el mensaje es el medio incurre en una realización algo frenética por no decir histérica, eso sí, en sintonía con los personajes, elenco en el que se lleva la palma el protagonista, interpretado por un actor bastante bufo, que parece aquejado del síndrome de Tourette, con una estereotipia de muecas y gruñidos que dramatizan una crisis existencial modulada por música de jazz, cuando el joven no pasa de inspirar más que a un maleducado “psicopatizado” por la impunidad que le proporcionan la lerdez de sus víctimas.
Lo que en el Michel de Godard es inconsciencia, desfachatez y enamoramiento, en el Akira de Kurahara resulta la cruel zafiedad de un trastornado. El mensaje se confunde y los personajes se desdibujan.
El riesgo es que las pasadas de rosca terminan por parecer caricaturas en vez de cine (que se lo pregunten a Tarantino)
Puede resultar entretenida y curiosa para los interesados en la nuberu bagu o nueva ola japonesa. Prescindible para el resto.
alvaro
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5 de agosto de 2017
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Sin duda la posguerra de los años 50 fue una etapa dura para todo el mundo. No de otra manera se entiende que hayan aparecido películas coetáneas como Los pervertidos y Rebelde sin causa.

El manejo de la cámara, moviéndose y casi vibrando quizá quiere mostrar ese mundo inestable de los protagonistas. De paso, la única regla moral es sobrevivir, nadie juzga, en particular cuando se mira el comportamiento desprejuiciado de los dos gandules con la chica que los acompaña y les consigue la plata.

El final es apoteósico máxime si se tiene en cuenta el entorno social impuesto por la cultura y tradición japonesa.
Edmundo
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