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Sinfonía rusa

Drama. Fantástico Una parábola sobre el tema del Juicio Final que se inicia en la Rusia de los años 90. (FILMAFFINITY)
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6
5 de noviembre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Русская симфония (Russian Sympohny, 1994) se trata de una película insólita y poco conocida, tanto a nivel internacional como nacional, dirigida por Konstantin Lopushanski, conocido como el discípulo más avezado de Tarkovski. La película pertenece al “Art Haus” o dicho de otra forma, como se conoce en Rusia al cine de arte y ensayo en el idioma castellano. En realidad nos encontramos con una visión personal del “apocalipsis” que supuso la caída de la Unión Soviética.

El guión, para más Inri lo firma el propio cineasta. El argumento es una amalgama de ideas dispersas de la que es difícil definir de manera lógica una historia formal. La película nos sitúa en un apocalipsis real, que evidentemente es una metáfora del colapso económico que sufrió la URSS tras su disolución. En la película, el apocalipsis tiene un contexto religioso, y en numerosas ocasiones se hace referencia a la propia Biblia. No en vano, se trata de la película más religiosa de Lopushanski. Por otra parte, el director no es novel en mostrar mundos apocalípticos, y una de sus obras más famosas, Письма мёртвого человека (Cartas de un hombre muerto, 1986) también retrata este aspecto. Un tema que se ha repetido con frecuencia en su carrera, y que afronta siempre desde una posición parecida, mostrándonos la visión de un personaje singular dentro de este nuevo mundo formado después del caos absoluto.

En este terrible caos, nuestro personaje protagonista, interpretado por Viktor Mikhaylov (uno de los actores fetiches de Lopushanski) es un miembro de la “inteligentsia” (así se define el propio personaje), seguidor de los grandes pensadores rusos (Dostoievski, Tolstoi..) y se encuentra abrumado por las circunstancias del nuevo mundo. Su periplo se iniciará cuando vaya por diferentes lugares de Rusia en busca de una barca, con la que pueda ayudar a unos niños de un orfanato que se han quedado aislados.

Quien intente buscar alguna coherencia en el filme puede darse por vencido. Ya desde el primer minuto Lopushasnki da muestras de que la película sólo puede llegar a sentirse desde la metáfora, con la conversación entre el protagonista y las dos mujeres de la habitación. Sólo de esta manera puede llegar a entenderse las diferentes conversaciones que mantiene el protagonista con los diversos personajes en su busca por conseguir el barco, y que en definitiva pretenden retratar la anarquía y sobre todo, la poca caridad que existe en ese nuevo mundo.

Porque nadie se preocupará en absoluto por la situación de los niños. Tanto los nuevos políticos, como el estado religioso, que debería ser el más proclive a la caridad...Sin embargo, siendo sinceros, la película no es en estas lides donde alcanza sus mejores cotas de calidad. Donde realmente logra la película llegar a niveles de excelencia es en su ambientación. Todo está logrado y consigue dar la sensación de estar presenciando un apocalipsis real. La fotografía (un elemento clave en Lopushanski cuando pretende reconstruir sus particulares mundos), que se apoya siempre en ese color ocre para definir esa asfixia, tiene momentos de gran nivel. Personalmente, creo que en este aspecto la película supera incluso la monocroma Cartas de un hombre muerto, que podía saturar más por ser mucho más “artificial”. También se apoya en esta ocasión en el agua, que ha anegado prácticamente toda la primera zona donde sucede la acción, y que aun acrecenta aún más esa sensación claustrofóbica.

La película sigue su propia vorágine de locura, que va en total crescendo. La última parte del metraje pierde el contacto con la realidad, si es que hubo en algún momento alguna, logrando hacerse más plomífera. Está clara la denuncia entre poder y religión que hace el cineasta, pero que resulta demasiado críptica y pedante como para poder sintonizar.

Además la película tiene algunos problemas de base, que hacen que la experiencia sea mucho menos disfrutable. El público comparte el mismo destino que el protagonista, envuelto en sus inmersiones en la locura. Al igual que en algunas películas de Tarkovski, el espectador se siente más que saturado ante tanta profusión de iconos. Sí es cierto que, en líneas generales, Lopushanski consigue una atmósfera al nivel de Tarkovski, pero mientras en aquel encontrábamos una magia inigualable, aquí la confusión es lo que predomina.

En conclusión se trata de una película que como todas las de Lopushanski, es más un viaje hacia la sinrazón que hacia una experiencia cinéfila habitual. Por ese motivo, resulta tan farragosa como imprescindible.
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