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Críticas de Mad_Astronaut
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
6
11 de febrero de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un drama con pinceladas de suspense y acción. Así es Taxi Driver, una película en la que Martin Scorsese recurre (como es habitual en su filmografía) a la ciudad de Nueva York como telón de fondo para plasmar el espíritu de una época, un contexto marcado por la decepción y la desesperanza palpables en la sociedad estadounidense en la ardua década de los 70. La sordidez de sus calles inmersas en la marginalidad de los primeros años de “la epidemia del crack” conforman un escenario perfecto en el que trascurre una vida minada no solo por la criminalidad, las drogas y la prostitución, sino también por la desolación existencial.
El protagonista de esta historia, Travis Bickle –brillantemente encarnado por Robert De Niro– es un joven que, tras haber servido en Vietnam, callejea en sus noches de insomnio a bordo de un Checker llevando a todo tipo individuos de un lugar a otro de la ciudad que nunca duerme. Nueva York es recorrida en la nocturnidad, entre densas capas de niebla y bajo la lluvia que cae al ritmo del jazz, por las avenidas de resplandecientes neones transitadas por prostitutas, camellos, borrachos y demás noctámbulos. Chusma deambulante de la que Travis siente un intenso repudio. Pero si hay algo del perfil sociópata de Travis que nos estremece es su propia frustración y aislamiento que padece. La desgracia de un personaje perseguido por la soledad y asqueado de la fauna urbana que le rodea –sin querer cerciorarse que forma parte de ese hábitat abominable– encontrando su escapatoria en el consumo de alcohol y pornografía. Travis no deja de ser una víctima alienada por la forzada reinserción en la vida civil, que produce un rechazo mutuo entre él y el resto de la sociedad y que acaba por construir un ser trastornado como se muestra en varias escenas grotescas a lo largo de la película. De hecho, a medida que ésta avanza, su inestabilidad mental es cada vez más evidente, lo que hace que la acción sea más imprevisible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mad_Astronaut
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8
9 de abril de 2015
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el penúltimo día de la temporada de caza del jabalí, un grupo de cazadores encuentra entra la espesura del monte gerundense el cadáver de una chica con signos de haber sido asesinada violentamente. Un cuerpo en el bosque que es identificado como el de Montse Claveras, una joven conocida en la zona por su fama de “fresca” y por ser la última descendiente de una saga familiar sobre la que parece recaer una maldición desde los tiempos de las guerras carlinas. La investigación del crimen corre a cargo de la implacable Teniente Cifuentes de la Guardia Civil, espléndidamente interpretada por Rossy de Palma, que investida de la autoridad que le otorga el uniforme –y del sarcasmo con el que encaja el recelo y la arrogancia mal disimulada hacia quien no es de esa tierra– realiza su labor detectivesca interrogando a los que vieron a la víctima por última vez: Pep, un hippie colgado con el que convivía; Joan, su actual novio, un niño pijo que se las da de rebelde por cantar en un grupillo de rock; Mauba, un inmigrante africano que malvive en un campamento chabolista, y por último, Jaume, padre de Joan, un importante empresario ganadero y sucio pervertido en sus momentos íntimos.
Pero lo que parece una investigación lineal, en la que se avanza paso a paso, termina por convertirse, con un inesperado giro de guión, en una sórdida y rocambolesca trama que concluye de manera en que todo queda en el mismo sitio donde estaba. La falta de escrúpulos que demuestran todos los participantes de este suceso hará que el caso sea cerrado, con todos los cabos bien atados, en beneficio de las partes fuertes implicadas, condenando a que pague el pato el eslabón más débil.
Así es Un Cuerpo en el bosque, sin duda, un gran exponente del thriller rural injustamente olvidado e infravalorado, y que a su vez, es el único ejercicio de ficción en la filmografía de Joaquim Jordà, autor consagrado al documental, una trayectoria cuyo peso se nota en esta película; porque la intriga por esclarecer el macabro crimen es ante todo un pretexto mediante el cual se despliega un retrato visceral de la Catalunya profunda, vista desde las esencias más puras de una comunidad centenaria, cerrada y excluyente, que teme ser contaminada por la inmigración proveniente de África (es decir, por negros y moros) como ya ocurrió con los “castellanos” (es decir, los charnegos) en los flujos migratorios de los años de posguerra. Una ácida crítica política y social centrada en aspectos todavía presentes en el ámbito provinciano como el regusto del poder caciquil, la ley del más fuerte, la intolerancia, los prejuicios aún intrínsecos en las obtusas mentes colectivas, y cómo las costumbres más obscenas son enmascaradas por las apariencias y los buenos modales de cara a la galería. Un relato que sirviéndose de un tremendo realismo, muestra el lado más salvaje de esta pequeña sociedad de presas y depredadores, donde se puede hallar lo más miserable de la condición humana.
Mad_Astronaut
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9
22 de marzo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los años que han pasado no hacen más que evidenciar que Tesis no solo fue una película impactante en su día, sino también, pionera en el panorama cinematográfico español. Se trata del primer largometraje con en el que Alejandro Amenábar se dio a conocer ante el gran público. Un debut atractivo y atrevido que apostó por el thriller, un género con poca trayectoria en el cine nacional, y por la temática snuff, un concepto tan macabro y aún tan poco conocido en la España de mediados de los 90.
El suspense es marcado desde el inicio del film, cuando Ángela (Ana Torrent), estudiante de Imagen que realiza una tesis sobre la violencia audiovisual, y Chema (Fele Martínez), un sarcástico compañero de aspecto lúgubre y amante del cine gore, obtienen una cinta de vídeo en la que aparece la tortura y el asesinato real de una chica a la que se daba por desaparecida. Los dos universitarios comienzan a investigar sobre quién pudo ser el autor y verdugo, encontrando a un posible sospechoso; Bosco (Eduardo Noriega), antiguo amigo de la víctima y que, al contrario de Chema, es un pijo encantador. Las intrigantes indagaciones de esta antagónica pareja de estudiantes terminan por revelar que no se trata solo de un caso aislado, sino de una trama organizada que trafica con películas snuff desde las entrañas de la propia facultad.
Desde un primer momento, el personaje de Ángela concibe la violencia como algo reprobable; vemos como le repugna, por imperativo moral, ver escenas de violencia (nada que ver con Chema, que disfruta con ellas). No obstante, descubrimos como esa abyección no es tan profunda como la oculta fascinación que le impulsa hacia el horror. Un sentimiento de repulsión-atracción perversa e irrefrenable, redirigida y personificada en Bosco, en la que Ángela parece sucumbir al morbo, por momentos.
El planteamiento implícito del film pone en cuestión cómo se aborda la violencia en los medios audiovisuales, entendiéndose como reclamo convertido en producto industrial. Plantea el dilema ético de proporcionar a cualquier precio un espectáculo destinado a satisfacer las bajas pasiones de cierto público, que como diría en el film el profesor Castro, consiste en “darle al espectador lo que realmente quiere ver.” Al mismo tiempo, se trata de enseñar sin escrúpulos lo que genera expectación y aumenta cuota de pantalla, mostrar “lo que vende”. Pero insinuar es más estimulante que mostrar directamente, y Amenábar juega con ello. Por eso no nos deja ver en su plenitud esa película snuff –solo el sonido desgarrador y algunas ráfagas de imágenes– que sugiere tener un contenido tan duro que, como Ángela se cuestiona, el impacto de su visionado puede causar un infarto al espectador. Amenábar no nos la enseña, y en el fondo, nos despierta una cierta curiosidad por verla. Podrán disuadirte para que no mires, pero es demasiado tentador para no verlo.
Mad_Astronaut
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8
14 de febrero de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Andrei Tarkovsky plantea en Stalker, a partir de una trama simple y lineal, un punto de partida para focalizar profundamente en los aspectos esenciales del Hombre. Un film más que se presta a la lenta contemplación y reflexión, asistiendo a un transcurrir de tiempo esculpido en imágenes que cautivan con gran magnetismo.
La historia se desarrolla en un lugar envuelto por un aurea enigmática que es conocido como la Zona; una tierra proscrita y hechizada a causa de un misterioso cataclismo, donde impera una fuerza oculta que altera la realidad. Un espacio en el que las leyes de la física quedan anuladas y todo se rige al azar. Pero su verdadero atractivo es la existencia de una Habitación mágica con la asombrosa capacidad de cumplir los deseos más profundos de aquél que entre. Son dos los personajes interesados en adentrarse en ella: un escritor (Anatoli Solonitsyn) de carácter cínico y escéptico, y un profesor de física (Nikolái Grinkó) sin declarados méritos profesionales. Ambos no alegan un motivo real que les conduce a realizar tal aventurado viaje, pero se intuye que padecen una irreconocible desdicha interior. Para adentrarse y orientarse en la Zona es imprescindible un Stalker (Aleksandr Kaidanovski), éste es un hombre aparentemente común pero con una arraigada vocación de sacrificio, que vive junto a su amargada mujer y su hija, una niña muda que oculta un poder telequinético.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mad_Astronaut
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6
23 de julio de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terciopelo Azul de David Lynch son muchas cosas. La balada de Bobby Vinton (“She wear blue velvet…”) y el apogeo de la primavera marcan la apertura del film; sobre un cielo azul, claro y despejado, en el que las flores brotan exuberantes entre las inmaculadas vallas de un jardín, grupos de escolares cruzan la calle con parsimonia, los bomberos saludan sonrientes desde su camión, un hombre riega plácidamente su jardín… La tranquilidad inunda el que podría ser un día cualquiera en una bella y pequeña comunidad norteamericana. Pero inesperadamente algo parece perturbar esa armonía. La manguera con la que el señor riega se hace un nudo y, al tirar de ella, un tirón le da a él también haciéndole caer al suelo. Es entonces cuando se deja de oír la dulce melodía y la cámara se adentra bajo ésa superficie de césped húmedo, ofreciendo un primerísimo plano de las criaturas que habitan el submundo; centenares de escarabajos, enormes, agitados, repugnantes y amenazantes. Es una secuencia en la que se desenmascara lo siniestro de la pacífica vida del pueblo maderero de Lumberton que, al igual que Twin Peaks, ofrece una bonita postal por fuera pero que esconde una aura tenebrosa por dentro. Un aspecto que Jeffrey (Kyle McLachlan), recién llegado a ese lugar en el que parece que nunca sucede nada, no tardará en descubrir. Sucede cuando encuentra algo tirado en un descampado; un oreja humana llena de hormigas (una clara alusión a Buñuel) que será el misterioso punto de partida de una investigación por cuenta propia con la que conocerá a Sandy (Laura Dern), la hija del detective que lleva el caso, que le conduce hasta el lúgubre apartamento de la cantante de club nocturno, Dorothy Vallens (Isabella Rossellini), cuya interpretación estrella es tema “Blue Velvet”.
Esta dualidad la experimenta el protagonista a medida que transcurre sus indagaciones: la parte más bonita de la realidad la vemos en el amor dulce y virginal, con más de una escena de un cursi patetismo, que surge entre Sandy y Jeffrey. La parte fea se muestra cuando los dos jóvenes, que aún viven en la edad de la inocencia, se introducen perplejos ante la sordidez que les rodea. “Un mundo extraño” donde prosperan los psicópatas, en especial, el temido Frank (Dennis Hopper) y su tropa, que tiene a Dorothy bajo su dominio y lo aprovecha para saciar sus placeres sexuales. Y es que al mismo tiempo, Jeffrey se ve abocado por un amor perverso, más cercano al sadismo, cuando es seducido por Dorothy. Poco le extraña cuando le suplica que le pegue en el acto sexual, cuando él mismo ha sido testigo de cómo Frank realiza con ella un ritual escabroso, llenando su boca del terciopelo azulado de su batín tras pegar una bocanada de aire de su mascarilla. Todo ello, con una delicada puesta en escena muy ‘vintage’ que remite sutilmente a los años 60 (el estilismo y la vestimenta de Sandy, el Cadillac descapotable y los demás vehículos, la propia banda sonora, etc.). Terciopelo Azul son muchas cosas: un despampanante tejido a modo de fetiche, una susurrante canción, una caricia sensitiva que llega a producir escalofríos, un thriller bipolar que desborda obsesión, una galaxia más del sórdido universo Lynch.
Mad_Astronaut
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